Para renovar nuestros días

ניצבים-וילך

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Image Credit: Yoram Raanan www.yoramraanan.com www.facebook.com/RaananArt

Llegó el momento. Moshé estaba por morir. Había visto partir a su hermana Miriam y a su hermano Aarón antes que él. Rezó a Dios – no para vivir eternamente, tampoco para vivir más, sino que dijo sencillamente, “Déjame pasar y ver la tierra que está más allá del Jordán,” (Deut 3:25). Déjame completar la travesía. Déjame llegar a destino. Pero Dios dijo No:

“Ya es suficiente,” dijo el Señor. “No me hables más de este asunto.”

Deut 3:26

Dios, que le había concedido casi cualquier ruego a Moshé, a este se negó.[1]

¿Qué hizo Moshé en los últimos días de su vida? Emitió dos órdenes, los últimos de los 613 preceptos, que habrían de tener consecuencias significativas para el futuro del judaísmo y del pueblo de Israel. El primero es conocido como Hakel, el mandamiento de que el rey convoque al pueblo a reunirse durante la festividad de Sucot siguiente del séptimo año, la shemitá.

“Al término de cada siete años, en el año de la cancelación de deudas, durante la Fiesta de los Tabernáculos, cuando todo Israel viene a presentarse ante el Señor vuestro Dios en el lugar que Él elija, leerás esta ley ante ellos para que escuchen. Reunirás al pueblo – hombres, mujeres y niños, y los extranjeros que residan en vuestras ciudades – para que escuchen y aprendan a temer al Señor vuestro Dios y para cumplir cuidadosamente las palabras de esta ley. Sus hijos, que no conocen esta ley, deben escuchar y aprender a temer al Señor vuestro Dios mientras vivan en la tierra que al cruzar el Jordán, poseerán.”

Deut 31:10-13

No hay referencia específica a este mandamiento en los libros posteriores del Tanaj, pero hay relatos de encuentros muy similares: el pacto de celebración de renovaciones, en que el rey o mandatario equivalente reunía a la nación, leyendo la Torá o recordando al pueblo su historia, y llamándolo a reafirmar los términos de su destino como pueblo en su pacto con Dios.

Eso era, en efecto, lo que Moshé estaba haciendo en su último mes de vida. El libro de Deuteronomio en su totalidad es una reafirmación del pacto, casi cuarenta años y una generación posteriores al pacto original en el Monte Sinaí. Hay otro ejemplo en el libro de Yehoshua (Jos. 24). Yehoshua había terminado su mandato como sucesor de Moshé llevando al pueblo a través del Jordán y conduciéndolo en sus batallas y en su asentamiento en la tierra.

Otro hecho ocurrió muchos siglos después durante el reinado del rey Josías. Su abuelo, Menasé, que reinó durante 55 años, fue uno de los peores reyes de Judá: introdujo varias prácticas de idolatría, incluyendo el sacrificio de niños. Josías buscó retornar la nación a su fe, ordenando, entre otras cosas, la limpieza y reparación del Templo. Fue en el curso de esa restauración que fue descubierto un ejemplar de la Torá[2], encapsulado en un lugar oculto, para evitar que fuera destruido durante las décadas en que floreció la idolatría y que la Torá fue casi olvidada. El rey, profundamente afectado por este descubrimiento, reunió una asamblea nacional tipo Hakel:

Entonces el rey convocó a todos los ancianos de Judá a Jerusalén. Subió al templo del Señor con el pueblo de Judá, los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes y profetas – todo el pueblo, desde el más pequeño hasta el más grande. Leyó para que escucharan las palabras del Libro del Pacto, que había sido hallado en el templo del Señor. El rey se paró al lado de la columna y renovó el pacto en presencia del Señor- de seguir al Señor y guardar sus preceptos, estatutos y decretos con todo su corazón y toda su alma, confirmando así las palabras del pacto escritas en ese libro. Entonces todo el pueblo prometió adherir al pacto.

2 Reyes 23: 1-3

La más famosa de las ceremonias tipo Hakel fue el encuentro nacional convocado por Ezra y Nehemías después de la segunda ola migratoria de los que retornaron de Babilonia (Neh. 8-10). Parado en la plataforma de una de los portones de entrada al Templo, Ezra leyó la Torá a la asamblea, entremezclando a los Leví entre la multitud para que pudieran explicar al pueblo lo que leía. La ceremonia que comenzó en Rosh Hashaná, culminó después de Sucot cuando el pueblo colectivamente “se ligó con maldición y juramento a cumplir la Ley de Dios entregada a través de Moshé el siervo de Dios, y obedecer cuidadosamente todos los preceptos, reglas y decretos del Señor nuestro Dios.” (Neh. 10:29).

La otra orden – la última que pronunció Moshé al pueblo – estaba expresada por las siguientes palabras: “Ahora escriban esta canción y enséñenla a los israelitas,” interpretada por la tradición rabínica como una orden para escribir, o por lo menos tomar parte de la escritura de un Sefer Torá. ¿Por qué estos dos mandamientos en esta instancia?

Se estaba gestando aquí algo profundo. Recuerden que Dios parecía haber respondido bruscamente ante el pedido de Moshé de permitirle cruzar el Jordán. “Eso es suficiente… No me hables más de ese tema.” ¿Es esta la Torá y es esta la recompensa? ¿Es así como Dios retribuye al más grande de los profetas? Con certeza que no.

Con estas dos órdenes Dios le estaba enseñando a Moshé, y a través de él a los judíos de todas las épocas, lo que es la inmortalidad – en la tierra, no solo en el cielo. Somos mortales porque somos seres físicos, y ningún organismo físico vive eternamente. Crecemos, envejecemos, nos debilitamos, morimos. Pero no somos solo seres físicos. También somos espirituales. Estas dos órdenes nos enseñan lo que es ser parte de un espíritu que no ha muerto en cuatro mil años y no morirá mientras haya sol, luna y estrellas.[3]

Dios le mostró a Moshé, y a través de él a todos nosotros, cómo ser parte de una civilización que nunca envejece. Permanece joven porque se renueva reiteradamente. Las dos últimas órdenes se refieren a la renovación, primero colectiva y luego individual.

Hakel, la ceremonia del pacto de renovación cada siete años, aseguraba que la nación se dedicaría regularmente a su misión. He planteado en otras oportunidades que hay un solo lugar en el mundo donde esta ceremonia del pacto de renovación aún se lleva a cabo: en los Estados Unidos de Norteamérica.

El concepto de pacto jugó un papel decisivo en la política europea en los siglos XVI y XVII, especialmente en la Ginebra de Calvino y en Escocia, Holanda e Inglaterra. El impacto de más largo plazo, sin embargo, fue en Norteamérica, llevado por los primeros colonos puritanos, y que sigue siendo parte de la cultura política hasta el día de hoy. Casi todo discurso de inauguración presidencial – que se lleva a cabo cada cuatro años desde 1789 – ha sido explícita o implícitamente, una ceremonia de renovación del pacto, una forma contemporánea de Hakel. En 1987, durante la celebración del Bicentenario de la Constitución Norteamericana, el presidente Ronald Reagan describió a la Constitución como una especie de “pacto que hemos hecho no solo con nosotros mismos sino con toda la humanidad… Es un pacto humano; sí, y más allá de eso, es un pacto con el Ser Supremo a quien nuestros padres fundadores acudieron permanentemente buscando asistencia.” El deber de Norteamérica, dijo, es el de “constantemente renovar su pacto con la humanidad… para completar el trabajo comenzado hace 200 años, esa grandiosa y noble tarea que es el llamado particular de la nación – el triunfo de la libertad humana, el triunfo de la libertad humana ante Dios.”[4]

Si Hakel es una renovación nacional, la orden de que tomemos parte de la escritura de un Sefer Torá, es una renovación personal. Fue la manera que tuvo Moshé de decir a las futuras generaciones: No es suficiente que digan ustedes: yo recibí la Torá de mis padres (o de mis abuelos o bisabuelos). Tienes que recibirla y hacer que sea nueva en cada generación.

Una de las características más salientes de la vida judía es que desde Israel a Palo Alto, los judíos están entre los usuarios más entusiastas de la tecnología informática y han contribuido en forma desproporcionada a su desarrollo (Google, Facebook, Waze). Pero todavía escribimos la Torá exactamente como hace miles de años – a mano, con pluma, sobre un rollo de pergamino. Esto no es una paradoja; contiene una profunda verdad. Un pueblo que lleva consigo su pasado, puede construir su futuro sin temor.

La renovación es una de las tareas humanas más difíciles. Hace algunos años estuve sentado charlando con un hombre que iba a ser nombrado Primer Ministro de Gran Bretaña. Me dijo entonces que “Por lo que más rezo es que una vez que llegue allí (se refería a 10 Downing St, la sede del gobierno) nunca olvide por qué motivo quise llegar a ese lugar.” Sospecho que tenía en mente las famosas palabras de Harold Macmillan, Primer Ministro británico entre 1957 y 1963, a quien cuando le preguntaron qué era lo que más temía en política dijo, “Los eventos, querido, los eventos.”

Las cosas ocurren. Nos arrastran vientos de paso, nos enredamos en problemas que no son propios y quedamos a la deriva. Cuando esto ocurre, ya sea a individuos, instituciones o naciones, envejecemos. Nos olvidamos quiénes somos y por qué. Eventualmente somos superados por gente (u organizaciones o culturas) más jóvenes, con más ambición o dinamismo que nosotros.

La única manera de seguir siendo joven, con pasión y vigor es mediante una renovación periódica, recordándonos de dónde venimos, adónde vamos y por qué. ¿A qué ideales nos hemos comprometido? ¿Qué camino estamos llamados a transitar? ¿De qué relato formamos parte?

En qué tiempo preciso, entonces, y qué hermoso es que en el momento exacto en que el más grande de los profetas enfrenta su propia mortalidad, Dios le dé a él y a nosotros, el secreto de la inmortalidad – no sólo en el cielo, sino aquí abajo, en la tierra. Ya que cuando cumplimos nuestra parte de los términos del pacto, renovándolo en nuestras vidas, viviremos en los que nos seguirán, ya sea nuestros hijos, nuestros discípulos o aquéllos que hemos ayudado o influenciado. Nosotros “renovamos nuestros días de antaño”. Moshé murió, pero lo que enseñó y lo que persiguió, sigue viviendo. 


[1] Aquí hay una lección importante: los rezos que rezamos por otros y los que otros rezan por nosotros son contestados; no siempre lo son lo que rezamos por nosotros mismos. Es por eso que cuando rezamos por la curación de enfermos o para el alivio de los deudos lo hacemos específicamente “en medio de otros” que están enfermos o que están de duelo. Como señaló Yehuda Haleví en El Kuzari, los intereses de los individuos pueden estar en conflicto entre sí, razón por la cual rezamos en comunidad buscando el bien de todos.

[2] Esto es como ven Radak y Ralbag a este evento. A Abarbanel le resulta difícil creer que no había otros ejemplares de la Torá preservados aún durante los períodos idolátricos de la historia de la nación, y sugiere que lo que fue hallado encapsulado en el templo, fue la Torá misma de Moshé, la escrita por su propia mano.

[3] Ver Jeremías 31.

[4] Documentos Públicos de los Presidentes de Estados Unidos, Ronald Reagan, 1987, 1040-43


questions spanish table 5783 preguntas paea la mesa de shabat
  1. ¿Por qué crees que estas dos mitzvot fueron las últimas en ser entregadas al pueblo judío?
  2. ¿Que mitzvot más comunes pueden lograr el mismo resultado que hakel?
  3. ¿Alguna vez formaste parte de la escritura de un Sefer Torá? ¿Cómo te sentiste (o cómo te imaginas que te sentirías)?

With thanks to the Schimmel Family for their generous sponsorship of Covenant & Conversation, dedicated in loving memory of Harry (Chaim) Schimmel.

“I have loved the Torah of R’ Chaim Schimmel ever since I first encountered it. It strives to be not just about truth on the surface but also its connection to a deeper truth beneath. Together with Anna, his remarkable wife of 60 years, they built a life dedicated to love of family, community, and Torah. An extraordinary couple who have moved me beyond measure by the example of their lives.” — Rabbi Sacks

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