¿Cual es el tema de las historias de Génesis?

וישב

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Una de las preguntas más fundamentales sobre la Torá resulta ser una de las más difíciles de responder. Desde el llamado de Dios a Abraham en Génesis 12 hasta la muerte de Yosef en Génesis 50, ¿cuál es el principio religioso que se enseña? ¿Qué es lo que nos dice en realidad toda la serie de relatos sobre Abraham, Itzjak y Yaakov y sus esposas, junto con los hijos e hija de Yaakov? Abraham trajo el monoteísmo al mundo que lo había olvidado, ¿pero dónde vemos esto en el texto de la Torá?

El problema es el siguiente: los primeros once capítulos de Génesis nos enseñan muchos de los fundamentos de la fe: que Dios creó el universo y vio que era bueno; que Dios creó al ser humano a Su imagen; que Dios nos dio la libertad y por ende el atributo de hacer no solo el bien sino también el mal; que el bien es premiado, el mal castigado y que somos moralmente responsables de nuestras acciones. Los capítulos 8 y 9 señalan además que Dios hizo un pacto con Noaj y – a través de él – con toda la humanidad.

Asimismo podemos recalcar lo que nos enseña el resto de la Torá, desde Éxodo hasta Deuteronomio: que Dios rescató a los israelitas de la esclavitud encaminándolos a la libertad y a la Tierra Prometida; que Dios hizo un pacto con la totalidad del pueblo en el Monte Sinaí, con sus 613 preceptos y ordenanzas y que la finalidad es la de establecer a Israel como un reinado de sacerdotes y una nación santa. En síntesis, Génesis 1-11 trata de la creación. Éxodo a Deuteronomio trata de la revelación y redención. ¿Pero de qué trata Génesis 12-50?

Abraham, Itzjak y Yaakov, todos ellos, reconocieron a Dios. Pero también lo hicieron algunos no judíos, como Malkitzedek, contemporáneo de Abraham, descrito como “sacerdote de Dios el Altísimo” (14: 18). También lo dice el Faraón de la época de Yosef, que declaró acerca de él:

“¿Puede existir una persona que posea el espíritu de Dios, como lo tiene este hombre?”

Gén. 41:38

Dios les habla a Abraham, Itzjak y Yaakov pero también lo hace con Abimelej, el rey de Gerar (Gén. 20:3-7) y con Laban (31:24). Entonces, ¿qué es lo que tienen de especial los patriarcas?

No parecen enseñar un nuevo principio de la fe. Salvo con el tema de la procreación y al salvarlos de diversos peligros, Dios no produce milagros trascendentales a través de ellos. Tampoco transmiten profecías a las personas de su generación. Es más, exceptuando la insinuación ambigua cuando la Torá dice que Abraham y Sara llevaron consigo en su travesía “las almas que habían recogido” (Gén. 12:5), que podría referirse a las personas que habían sido convertidas o quizás también a sus sirvientes, no atrajeron a ningún discípulo. No hay nada explícito en el texto que indique que trataron de persuadir al pueblo sobre las verdades del monoteísmo o que debían luchar contra la idolatría. Lo más cercano a este tema es la historia de cuando Rajel robó los terafim de su padre (Gén. 31:19) que pueden o no haber sido ídolos.

Lo cierto es que el tema más persistente de las historias de los patriarcas se refiere a las dos promesas que Dios les hizo a cada uno de ellos: que tendrían muchos descendientes, y que heredarían la tierra de Canaán. Pero Dios también hizo promesas a Ishmael y a Esav, y la Torá parece querer enfatizar que estas fueron cumplidas antes que las promesas a los hijos del pacto. Sobre los hijos de Esav, por ejemplo, dice:

“Estos son los reyes que gobernaron la tierra de Edom antes de que reinara cualquier rey de los israelitas.”[1]

36: 31

Por lo tanto la pregunta es real y desconcertante. ¿Qué era tan diferente acerca de los patriarcas que dedicamos tantos capítulos a ellos? ¿Qué trajeron al mundo? ¿Qué diferencia hizo el monoteísmo en su época?

Hay una respuesta, pero es inesperada. Un tema aparece en no menos de seis (y posiblemente hasta siete) oportunidades. En cualquier ocasión que un miembro de la familia del pacto deja su espacio propio y entra en el mundo de sus contemporáneos, se encuentra con un clima de libertinaje sexual.

Tres veces Abraham (Gén. 12 y 20) e Itzjak (Gén. 26) se ven forzados a dejar el hogar debido a la hambruna. Dos veces van a Gerar, y en una ocasión Abraham va a Egipto. En los tres casos, el esposo teme ser asesinado para que el rey local pueda secuestrar a su mujer para su harén. En los tres casos argumentan que la mujer es, en realidad, su hermana. En el peor de los casos, se trata de una mentira; en el mejor, de una verdad a medias. En los tres casos, el gobernante local (el Faraón, Abimelej) protesta por su comportamiento engañoso cuando se enteran de la verdad de la historia. Claramente el temor a la muerte era real, si no los patriarcas no habrían orquestado esa decepción.

El cuarto caso es el de Lot en Sodoma (Gén. 19), cuando una turba rodea la casa de Lot exigiendo que entregue a los dos visitantes para ser violados. Lot les ofrece sus hijas vírgenes en cambio.  Solo una veloz acción de los forasteros – ángeles – resuelve la situación de violencia hacia la familia cegando a los atacantes.

En el quinto caso (Gén. 34) Shejem, un príncipe local, captura y viola a Dina cuando “iba a visitar a algunas de las niñas del lugar.” La mantiene en cautiverio, obligando a que Simón y Leví utilicen el engaño y  derramamiento de sangre con el fin de rescatarla.

A continuación aparece un caso marginal (Gén. 38), la historia de Iehudá y Tamar, más compleja que las anteriores y que no sigue el mismo esquema. Por último, el sexto caso, en la parashá de esta semana, es cuando la esposa de Potifar intenta infructuosamente seducir a Yosef, por lo que ella lo acusa de violarla y lo mandan al calabozo.

En otras palabras, hay un tema continuo en Gén. 12-50: el contraste entre la gente del pacto abrahámico y sus vecinos, pero no sobre el tema de la idolatría, sino más bien sobre el adulterio, la promiscuidad, la licencia sexual, la seducción, violación y violencia motivada por lo sexual.

La narrativa patriarcal es sorprendentemente parecida a la visión de Freud, en que el eros es una de las dos pulsiones (la otra es thanatos, el instinto de muerte) que dominan al comportamiento humano, y la visión de por lo menos uno de los psicólogos evolucionistas (David Buss, en sus libros La evolución del Deseo y el Asesino de al lado) de que el sexo es el principal causante de violencia entre los seres humanos.

Esto nos da una visión totalmente distinta acerca de la fe abrahámica. Emuná, la palabra hebrea que generalmente se traduce como fe, no tiene el mismo significado que en otros idiomas: un corpus de dogma, una serie de principios, o un conjunto de creencias frecuentemente expresadas en términos no racionales. Emuná significa lealtad, fidelidad, honrar los acuerdos, cumplir con lo que se prometió hacer y actuar de manera de inspirar confianza. Tiene que ver con las relaciones, y primero y principal, con el matrimonio.

El sexo corresponde, según la Torá, al ámbito del matrimonio y es el matrimonio el que más se aproxima a las profundas resonancias del concepto de pacto. Un pacto es un acto de compromiso mutuo entre dos personas, en el que honrando las diferencias y respetando la dignidad del otro, se unen en un lazo de amor para juntar sus destinos y trazar su futuro mancomunadamente. Cuando los profetas quieren tratar el tema de la relación del pacto de Dios y su pueblo, utilizan constantemente la metáfora del matrimonio.

El Dios de Abraham es el Dios del amor y de la confianza que no impone su voluntad por la fuerza ni por la violencia, sino que nos habla suavemente, invitándonos a responder de la misma forma con amor y confianza. El argumento de Génesis contra la idolatría – aún más impactante por expresarse en forma indirecta a través de una serie de historias y comentarios – es que conduce a un mundo en el cual la combinación del deseo sexual descontrolado, la ausencia de un código moral de autolimitación, y el culto al poder, conduce eventualmente a la violencia y al abuso.

La violencia doméstica y el abuso todavía existen hoy en día, aun entre judíos religiosos, lo cual es una desgracia y motivo de vergüenza. Contra esto está el testimonio de Génesis de que la fe en Dios significa y exige fidelidad con nuestros cónyuges. La fe – ya sea entre nosotros y Dios, o entre nosotros y nuestros congéneres – es amor, lealtad y la circuncisión del deseo.

Lo que nos expresan las historias de los patriarcas y las matriarcas es que la fe no es una proto- o pseudo-ciencia, una explicación de por qué la naturaleza es como es. Es el lenguaje de la relación y la coreografía del amor. Trata sobre la importancia del vínculo moral, especialmente si afecta a nuestras relaciones más íntimas. La sexualidad le importa al judaísmo, no por ser puritano sino porque representa el amor que trae nueva vida al mundo.

Cuando la sociedad pierde la fe, eventualmente pierde la idea misma de la ética sexual, y el resultado a largo plazo es la violencia y la explotación del más débil por el más poderoso. Las mujeres sufren. Los niños sufren. Hay una crisis de confianza en el lugar donde más importa. Así fue en la era de los patriarcas. Lamentablemente, así es hoy. El judaísmo, como contraste, santifica la relación y el amor entre el hombre y la mujer, y es lo más próximo a lo que podemos llegar para poder comprender el amor de Dios por nosotros. 


[1] Ver Gén. 25:12-18 para un recuento de los hijos de Ishmael y el cumplimiento de Dios de Su promesa.


questions spanish table 5783 preguntas paea la mesa de shabat
  1. ¿En qué forma usa la Torá al matrimonio como metáfora de la relación entre Dios y Su pueblo?
  2. ¿Por qué la falta de confianza y la ruptura de las relaciones derivan en violencia y sufrimiento social?
  3. ¿En qué otros momentos de la historia judía los judíos demostraron claridad ética en contraste con otras naciones?

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