El mundo real

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El episodio de los espías ha desconcertado con razón a los comentaristas a lo largo de los siglos. ¿Cómo pudieron equivocarse tanto? La tierra, decían, era tal como Moshé la había descrito. En verdad, “fluye leche y miel”. Pero conquistarla era imposible. “El pueblo que habita allí es poderoso, y las ciudades están fortificadas y son muy grandes. Incluso vimos allí descendientes de los gigantes... No podemos atacar a ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros... Todos los que vimos allí son de gran estatura. Vimos a los gigantes... A nuestros propios ojos éramos como saltamontes, y así parecíamos también ante ellos” (Núm. 13:28-33).

Estaban aterrados de los habitantes del país y no se dieron cuenta de que, en realidad, los habitantes estaban aterrados de ellos. Rajab, la prostituta de Ierijó, les dice a los espías enviados por Iehoshúa una generación después: “Sé que el Señor les ha dado esta tierra y que un gran temor de ustedes se ha apoderado de nosotros, de modo que todos los habitantes de este país están desfalleciendo de miedo ante ustedes... nuestros corazones se derritieron y ya no quedó valor alguno en nadie por causa de ustedes, porque el Señor su Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Iehoshúa 2:10-11).

La verdad era exactamente lo opuesto al informe de los espías. Los habitantes temían a los israelitas más de lo que los israelitas temían a los habitantes. Leemos esto al comienzo de la historia de Bilam:

“Ahora Balak hijo de Tzipor vio todo lo que Israel había hecho a los emoritas, y Moab estaba aterrorizado porque eran un pueblo grande. En efecto, Moab estaba lleno de temor por los israelitas.”

Núm. 22:2-3

Ya antes los propios israelitas habían cantado junto al mar:

“Los pueblos de Canaán se derretirán; terror y espanto caerán sobre ellos.”

Éx. 15:15-16

¿Cómo fue entonces que los espías se equivocaron tan gravemente? ¿Interpretaron mal lo que vieron? ¿Les faltó fe en Dios? ¿O, más probablemente, les faltó fe en sí mismos? ¿O fue, simplemente, como argumenta Maimónides en la Guía de los Perplejos, que su temor era inevitable, dada su historia? Habían pasado la mayor parte de sus vidas como esclavos. Sólo recientemente habían adquirido su libertad. Aún no estaban preparados para librar una prolongada serie de batallas y establecerse como pueblo libre en su propia tierra. Eso requeriría una nueva generación, nacida en libertad. Los seres humanos cambian, pero no tan rápidamente (Guía, III:32).

La mayoría de los comentaristas asume que los espías fallaron por falta de coraje, o de fe, o de ambas cosas. Es difícil leer el texto de otro modo. Sin embargo, en la literatura jasídica – desde el Baal Shem Tov hasta R. Iehudá Leib Alter de Guer (el Sefat Emet) y el Rebe de Lubavitch, R. Menajem Mendel Schneerson – surgió una interpretación completamente distinta, que lee el texto a contrapelo, con un efecto dramático que lo mantiene vigente y poderoso incluso hoy. Según esta interpretación, los espías actuaron con buenas intenciones. Después de todo, eran “príncipes, jefes, líderes” (Núm. 13:2-3). No dudaban de que Israel pudiera ganar sus batallas contra los habitantes de la tierra. No temían fracasar, temían tener éxito. Su preocupación no era física sino espiritual. No querían abandonar el desierto. No querían convertirse en una nación más entre las naciones de la tierra. No querían perder su relación única con Dios, vivida en el silencio reverberante del desierto, lejos de la civilización y sus tribulaciones.

Allí estaban cerca de Dios, más que cualquier otra generación antes o después. Dios era una presencia palpable en el Santuario que se hallaba en medio del campamento y en las Nubes de Gloria que los rodeaban. Allí el pueblo comía maná del cielo y bebía agua de la roca, y presenciaba milagros a diario. Mientras permanecieran en el desierto bajo el abrigo protector de Dios, no necesitaban arar la tierra, sembrar, cosechar, defender un país, administrar una economía, mantener un sistema de bienestar ni asumir ninguna de las otras cargas terrenales que desvían la mente humana del enfoque hacia lo Divino.

Allí, en tierra de nadie, en un espacio liminal suspendido entre el pasado y el futuro, podían vivir con una sencillez y pureza de encuentro que sería inalcanzable una vez que reingresaran en la gravedad del mundo material. Paradójicamente, aunque el desierto suele ser lo opuesto al jardín, fue el Edén de los israelitas. Allí estaban tan cerca de Dios como lo estuvieron los primeros humanos antes de perder su inocencia.

Si esta comparación parece demasiado disonante, recordemos que tanto Hoshéa como Irmiahu comparan el desierto con una luna de miel. Hoshéa dice en nombre de Dios: “Por eso voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Hos. 2:16), lo que implica que en el futuro Dios volverá a llevar a Su pueblo al desierto para celebrar una segunda luna de miel. Irmiahu dice en nombre de Dios: “Recuerdo la fidelidad de tu juventud, el amor de tu desposorio, cuando me seguías en el desierto, en una tierra no sembrada” (Jer. 2:2). Para ambos profetas, los años en el desierto fueron el tiempo del primer amor entre Dios e Israel. Eso era lo que los espías no querían abandonar.

Claramente, esta interpretación no es el sentido literal del relato, pero no por eso debemos descartarla. Es, por así decirlo, una lectura psicoanalítica, un intento de captar la disposición inconsciente de los espías. No querían soltar la intimidad y la inocencia de la infancia y entrar al mundo adulto. A veces son los padres quienes no quieren soltar a sus hijos; a veces es al revés. Pero debe haber una medida de separación si los hijos han de convertirse en adultos responsables. En el fondo, los espías temían la libertad y sus responsabilidades.

Pero de eso se trata la Torá. El judaísmo no es una religión de retiro monástico. Es, en esencia, una religión de compromiso con el mundo. La Torá es una plantilla para la construcción de una sociedad con todos sus detalles concretos: leyes de guerra y bienestar social, cosechas y ganado, préstamos y relaciones laborales; el código de una nación en su tierra, parte del mundo real de la política y la economía, pero que al mismo tiempo apunta a un mundo mejor, donde la justicia y la compasión, el amor al prójimo y al extraño, no son ideales remotos sino parte del tejido cotidiano de la vida. Dios eligió a Israel para hacer visible Su presencia en el mundo, y eso significa que Israel debe vivir en el mundo.

Es cierto que el pueblo judío ha tenido sus ermitaños y ascetas. La secta de Qumrán, conocida por los Rollos del Mar Muerto, fue un grupo de este tipo. El Talmud habla de R. Shimón bar Iojai en términos similares. Tras vivir trece años en una cueva, no podía soportar ver a la gente ocupada en tareas terrenales como arar un campo. Maimónides menciona a quienes eligen vivir como ermitaños en el desierto para escapar de la corrupción de la sociedad (Leyes del carácter ético, 6:1; Ocho capítulos, cap. 4). Pero esos eran la excepción, no la regla. No es ese el destino de Israel: vivir fuera del tiempo y el espacio, como reclusos del mundo en monasterios o ashrams. Lejos de ser la cima de la fe, ese temor a la libertad y a sus responsabilidades es —según el Rebe de Guer y el Rebe de Lubavitch— el pecado de los espías.

Existe una voz dentro de la tradición, identificada especialmente con R. Shimón bar Iojai, que ve la interacción con el mundo como incompatible con las alturas de la espiritualidad. Pero la corriente principal sostuvo lo contrario. “El estudio de la Torá sin una ocupación terminará fracasando y conducirá al pecado” (Avot 2:2). “Aquel que decide estudiar Torá y no trabajar, viviendo de la caridad, profana el nombre de Dios, desprecia la Torá, apaga la luz de la religión, atrae el mal sobre sí mismo y se priva de la vida futura” (Maimónides, Leyes del estudio de la Torá, 3:10).

Los espías no querían contaminar el judaísmo poniéndolo en contacto con el mundo real. Anhelaban la infancia eterna bajo la protección de Dios, la luna de miel interminable de Su amor envolvente. Hay algo noble en ese deseo, pero también algo profundamente irresponsable, que desmoralizó al pueblo y provocó la ira divina. Porque el proyecto judío – la Torá como constitución de la nación judía bajo la soberanía de Dios – consiste en construir una sociedad en la tierra de Israel que honre tanto la dignidad y la libertad humanas que lleve al mundo a decir: “Ciertamente esta gran nación es un pueblo sabio y entendido” (Deut. 4:6).

La tarea judía no es temer al mundo real, sino entrar en él y transformarlo. Eso fue lo que los espías no comprendieron. ¿Y nosotros – judíos de fe – lo comprendemos siquiera hoy?


questions spanish table 5783 preguntas paea la mesa de shabat
  1. ¿Por qué crees que los espías sintieron tanto miedo después de ver la belleza y abundancia de la tierra?
  2. Los espías quieren quedarse en el desierto, o incluso regresar a Egipto. ¿Puedes recordar un momento en que quedarte en tu zona de confort te pareció más seguro que crecer?
  3. ¿Qué significa para ti un “judaísmo comprometido con el mundo”?

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