La decepción ya ha tenido lugar. Yosef ha sido vendido como esclavo. Sus hermanos sumergen su túnica en sangre. Se la llevan a su padre diciendo: “Mira lo que encontramos. ¿Reconoces esto? ¿Es o no la túnica de tu hijo?” Yaakov la reconoce y responde: “¡Es la túnica de mi hijo! Una fiera lo ha devorado. Yosef ha sido despedazado.” Y luego leemos:
Yaakov rasgó sus vestiduras, se puso un saco sobre los lomos y guardó duelo por su hijo muchos días. Todos sus hijos e hijas trataban de consolarlo, pero él se rehusó a ser consolado. Decía: ‘Bajaré a la tumba [Sheol] de duelo por mi hijo.’ Así lloró su padre.
Gén. 37:34–35
En el judaísmo existen leyes sobre los límites del duelo – shivá, shloshim, un año. No existe un luto cuya duración sea interminable. El Talmud dice que Dios reprende a quien llora más allá del tiempo fijado: “No eres más compasivo que Yo.” Sin embargo, Yaakov se niega a ser consolado.
Un Midrash da una explicación notable: “Uno puede ser consolado por alguien que ha muerto, pero no por alguien que aún vive.” En otras palabras, Yaakov rehusó ser consolado porque todavía no había perdido la esperanza de que Yosef siguiera con vida. Trágicamente, este es el destino de quienes han perdido familiares – padres de soldados desaparecidos, por ejemplo – pero no tienen pruebas de que hayan muerto. No pueden pasar por las etapas normales del duelo porque no pueden abandonar la posibilidad de rescate. Su angustia continua es una forma de lealtad; rendirse, aceptar la pérdida, encontrar consuelo, sería para ellos una traición. En tales casos, el duelo no tiene cierre. Rehusar consuelo es rehusar renunciar a la esperanza.
Pero ¿en qué se basaba la esperanza de Yaakov? Él había reconocido la túnica manchada de sangre – había dicho explícitamente: “¡Es la túnica de mi hijo! ¡Una fiera se lo ha comido! Yosef ha sido despedazado.” ¿No significan estas palabras que había aceptado la muerte?
El fallecido David Daube ofreció una sugerencia convincente. Las palabras que los hijos dicen a Yaakov – haker na, literalmente “reconócela, por favor” – tienen una connotación cuasi legal. Daube relaciona este pasaje con otro que tiene paralelos lingüísticos directos:
Si un hombre entrega a su vecino un burro, buey, oveja u otro animal para que lo guarde, y éste muere, se lesiona o es llevado sin que nadie lo vea, se resolverá entre ellos mediante un juramento ante el Señor de que el guardián no puso mano sobre la propiedad ajena... Si [el animal] fue despedazado por una fiera, traerá los restos como prueba, y no estará obligado a pagar por el animal.
Shemot 22:10–13
La cuestión es el grado de responsabilidad de un shomer (guardián). Si la pérdida fue por negligencia, el guardián es responsable y debe pagar. Si no hay negligencia, simplemente sucedió por fuerza mayor, un accidente inevitable e impredecible, el guardián está exonerado de culpa. Uno de esos casos es cuando la pérdida es provocada por un animal salvaje. Las palabras usadas en la ley – tarof yitaref, “despedazado” – es un paralelo exacto del juicio de Yaakov en el caso de Yosef: tarof toraf Yosef, “Yosef ha sido despedazado”.
Sabemos que una regla semejante existía antes de la entrega de la Torá. El mismo Yaakov dice a Labán, cuyo ganado custodió: “No te traía animales despedazados por fieras; yo asumía la pérdida” (Gén. 31:39). Esto implica que, incluso entonces, el guardián quedaba exonerado si la pérdida había sido causada por bestias salvajes. Sabemos también que un hermano mayor asumía responsabilidad respecto de un hermano menor cuando estaban juntos – el trasfondo de la famosa negación de Caín:
“¿Soy acaso guardián [shomer] de mi hermano?”
Gén. 4:9
Con esto en mente comprendemos las sutilezas del encuentro entre Yaakov y sus hijos al regresar sin Yosef. Normalmente aquellos hermanos habrían sido considerados responsables por la desaparición del menor. Para evitar esa responsabilidad, como en la ley posterior, “traen los restos como prueba”. Si los restos muestran evidencia de un ataque de un animal salvaje, conforme a la norma entonces vigente, deben quedar exonerados. Su petición haker na debe entenderse como un requerimiento legal: “Examina la evidencia.” Yaakov no tiene alternativa: debe inspeccionarla y, en virtud de lo que ve, los absuelve. Sin embargo, un juez puede verse forzado a absolver por insuficiencia de pruebas y a la vez conservar dudas íntimas. Así también Yaakov: se vio obligado a declarar su inocencia a pesar de aún albergar dudas. Su negativa a ser consolado muestra que no estaba convencido. Conservó la esperanza. Y la esperanza se confirmó: Yosef aún estaba vivo y, al final, padre e hijo volvieron a reunirse.
La negativa a ser consolado resuena de nuevo en la historia judía. El profeta Jeremías la escucha siglos después:
Así ha dicho el Señor:
“Una voz se oye en Ramá,
lamento y llanto amargo;
Rajel llora por sus hijos,
rehusando ser consolada,
Porque sus hijos ya no están.”
Así dice el Señor:
“Calla tu voz del llanto,
y tus ojos de las lágrimas;
porque tu trabajo será recompensado”, dice el Señor.
“Ellos volverán de la tierra del enemigo.
Hay esperanza para tu porvenir”, declara el Señor,
“Tus hijos han de volver a su propia tierra.”
Jeremías 31:15–17
¿Por qué estaba Jeremiah seguro de que volverían? Porque el pueblo rehusó ser consolado – es decir, se negó a renunciar a la esperanza.
Así fue en el exilio babilónico, manifestado en una de las expresiones más paradigmáticas de esa negativa:
Junto a los ríos de Babilonia nos sentamos y lloramos,
al acordarnos de Sion…
¿Cómo cantaremos la canción del Señor en tierra extraña?
Si te olvidare, oh Ierushalaim,
que mi diestra pierda (su habilidad);
que mi lengua se pegue al paladar
si no te recuerdo;
si no prefiero a Jerusalén por encima de mi mayor gozo.
Salmos 137:1–6
Cuentan que Napoleón, al pasar frente a una sinagoga en Tishá beAv, oyó los lamentos. “¿Por qué lloran los judíos?”, preguntó. “Por Ierushalaim”, respondió un oficial. “¿Cuánto tiempo hace que la perdieron?” “Más de 1.700 años.” Se dice que Napoleón replicó: “Un pueblo que puede llorar por Ierushalaim durante tanto tiempo, algún día la recuperará.”
Los judíos son el pueblo que rehusó consolarse porque jamás renunció a la esperanza. Yaakov volvió a ver a Yosef. Los hijos de Raquel regresaron a la tierra. Jerusalén volvió a ser el hogar judío. Toda la evidencia podía indicar lo contrario: pérdida irremediable, decreto histórico inmutable, un destino que debe ser aceptado.
Pero los judíos no se rindieron ante la evidencia, porque tenían algo que contrapesaba los indicios: una fe, una confianza, una esperanza inquebrantable que resultó más fuerte que la inevitabilidad histórica. No es exagerado afirmar que la supervivencia judía se sostuvo por esa esperanza. Y esa esperanza brota de una frase sencilla – o quizá no tan sencilla – en la vida de Yaakov. Se rehusó a ser consolado. Y de la misma manera – mientras vivamos en un mundo todavía marcado por la violencia, la pobreza y la injusticia – debemos hacerlo también nosotros.
Why do you think Jacob refused to give up hope that Joseph was still alive?
There is no documented evidence that the story about Napoleon and the Jews on Tisha B’Av actually happened, but is the message of the story still valid and important? What is the message of the story?
What can other people of the world learn from the Jewish refusal to give up hope in the face of adversity?
Rechazar el consuelo, mantener la esperanza
וישב
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La decepción ya ha tenido lugar. Yosef ha sido vendido como esclavo. Sus hermanos sumergen su túnica en sangre. Se la llevan a su padre diciendo: “Mira lo que encontramos. ¿Reconoces esto? ¿Es o no la túnica de tu hijo?” Yaakov la reconoce y responde: “¡Es la túnica de mi hijo! Una fiera lo ha devorado. Yosef ha sido despedazado.” Y luego leemos:
En el judaísmo existen leyes sobre los límites del duelo – shivá, shloshim, un año. No existe un luto cuya duración sea interminable. El Talmud dice que Dios reprende a quien llora más allá del tiempo fijado: “No eres más compasivo que Yo.” Sin embargo, Yaakov se niega a ser consolado.
Un Midrash da una explicación notable: “Uno puede ser consolado por alguien que ha muerto, pero no por alguien que aún vive.” En otras palabras, Yaakov rehusó ser consolado porque todavía no había perdido la esperanza de que Yosef siguiera con vida. Trágicamente, este es el destino de quienes han perdido familiares – padres de soldados desaparecidos, por ejemplo – pero no tienen pruebas de que hayan muerto. No pueden pasar por las etapas normales del duelo porque no pueden abandonar la posibilidad de rescate. Su angustia continua es una forma de lealtad; rendirse, aceptar la pérdida, encontrar consuelo, sería para ellos una traición. En tales casos, el duelo no tiene cierre. Rehusar consuelo es rehusar renunciar a la esperanza.
Pero ¿en qué se basaba la esperanza de Yaakov? Él había reconocido la túnica manchada de sangre – había dicho explícitamente: “¡Es la túnica de mi hijo! ¡Una fiera se lo ha comido! Yosef ha sido despedazado.” ¿No significan estas palabras que había aceptado la muerte?
El fallecido David Daube ofreció una sugerencia convincente. Las palabras que los hijos dicen a Yaakov – haker na, literalmente “reconócela, por favor” – tienen una connotación cuasi legal. Daube relaciona este pasaje con otro que tiene paralelos lingüísticos directos:
La cuestión es el grado de responsabilidad de un shomer (guardián). Si la pérdida fue por negligencia, el guardián es responsable y debe pagar. Si no hay negligencia, simplemente sucedió por fuerza mayor, un accidente inevitable e impredecible, el guardián está exonerado de culpa. Uno de esos casos es cuando la pérdida es provocada por un animal salvaje. Las palabras usadas en la ley – tarof yitaref, “despedazado” – es un paralelo exacto del juicio de Yaakov en el caso de Yosef: tarof toraf Yosef, “Yosef ha sido despedazado”.
Sabemos que una regla semejante existía antes de la entrega de la Torá. El mismo Yaakov dice a Labán, cuyo ganado custodió: “No te traía animales despedazados por fieras; yo asumía la pérdida” (Gén. 31:39). Esto implica que, incluso entonces, el guardián quedaba exonerado si la pérdida había sido causada por bestias salvajes. Sabemos también que un hermano mayor asumía responsabilidad respecto de un hermano menor cuando estaban juntos – el trasfondo de la famosa negación de Caín:
Con esto en mente comprendemos las sutilezas del encuentro entre Yaakov y sus hijos al regresar sin Yosef. Normalmente aquellos hermanos habrían sido considerados responsables por la desaparición del menor. Para evitar esa responsabilidad, como en la ley posterior, “traen los restos como prueba”. Si los restos muestran evidencia de un ataque de un animal salvaje, conforme a la norma entonces vigente, deben quedar exonerados. Su petición haker na debe entenderse como un requerimiento legal: “Examina la evidencia.” Yaakov no tiene alternativa: debe inspeccionarla y, en virtud de lo que ve, los absuelve. Sin embargo, un juez puede verse forzado a absolver por insuficiencia de pruebas y a la vez conservar dudas íntimas. Así también Yaakov: se vio obligado a declarar su inocencia a pesar de aún albergar dudas. Su negativa a ser consolado muestra que no estaba convencido. Conservó la esperanza. Y la esperanza se confirmó: Yosef aún estaba vivo y, al final, padre e hijo volvieron a reunirse.
La negativa a ser consolado resuena de nuevo en la historia judía. El profeta Jeremías la escucha siglos después:
¿Por qué estaba Jeremiah seguro de que volverían? Porque el pueblo rehusó ser consolado – es decir, se negó a renunciar a la esperanza.
Así fue en el exilio babilónico, manifestado en una de las expresiones más paradigmáticas de esa negativa:
Cuentan que Napoleón, al pasar frente a una sinagoga en Tishá beAv, oyó los lamentos. “¿Por qué lloran los judíos?”, preguntó. “Por Ierushalaim”, respondió un oficial. “¿Cuánto tiempo hace que la perdieron?” “Más de 1.700 años.” Se dice que Napoleón replicó: “Un pueblo que puede llorar por Ierushalaim durante tanto tiempo, algún día la recuperará.”
Los judíos son el pueblo que rehusó consolarse porque jamás renunció a la esperanza. Yaakov volvió a ver a Yosef. Los hijos de Raquel regresaron a la tierra. Jerusalén volvió a ser el hogar judío. Toda la evidencia podía indicar lo contrario: pérdida irremediable, decreto histórico inmutable, un destino que debe ser aceptado.
Pero los judíos no se rindieron ante la evidencia, porque tenían algo que contrapesaba los indicios: una fe, una confianza, una esperanza inquebrantable que resultó más fuerte que la inevitabilidad histórica. No es exagerado afirmar que la supervivencia judía se sostuvo por esa esperanza. Y esa esperanza brota de una frase sencilla – o quizá no tan sencilla – en la vida de Yaakov. Se rehusó a ser consolado. Y de la misma manera – mientras vivamos en un mundo todavía marcado por la violencia, la pobreza y la injusticia – debemos hacerlo también nosotros.
[1] Mo’ed Katan 27b.
[2] David Daube, Studies in Biblical Law, Cambridge: University Press, 1947.
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