Un pueblo diminuto y preciado

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Hay una declaración hacia el final de la parashá Vaetjanan que pasa tan desapercibida que a veces podemos no notarla, pero cuyas implicaciones son tan profundas que desafía la impresión que ha prevalecido hasta ahora en la Torá, otorgando una nueva perspectiva a la imagen bíblica del pueblo de Israel:

“No fue por ser ustedes el más numeroso de todos los pueblos que el Señor se enamoró de ustedes y los eligió, pues ustedes son el más pequeño de todos los pueblos.” (Deut. 7:7)

Esto no es lo que hemos escuchado hasta ahora. En Bereshit, Dios promete a los patriarcas que sus descendientes serán como las estrellas del cielo, la arena del mar, el polvo de la tierra: incontables. Abraham será padre no solo de una nación, sino de muchas. Al comienzo de Éxodo, leemos cómo la familia del pacto, que contaba apenas con setenta personas al bajar a Egipto, “fue fecunda y prolífica, y se multiplicaron tanto que la tierra se llenó de ellos” (Éx. 1:7).

Tres veces en el libro de Deuteronomio, Moshé describe a los israelitas como “tan numerosos como las estrellas del cielo” (Deut. 1:10; Deut. 10:22; Deut. 28:62). El rey Shlomó habla de sí mismo como parte del “pueblo que Tú has escogido, un pueblo grande, tan numeroso que no se puede contar ni calcular” (1 Reyes 3:8). El profeta Hoshea afirma que “los israelitas serán como la arena del mar, que no se puede medir ni contar” (Hos. 2:1).

En todos estos textos – y en muchos otros – se enfatiza el tamaño, la grandeza numérica del pueblo. ¿Qué debemos entonces hacer con las palabras de Moshé que hablan de su pequeñez? Targum Yonatán interpreta que no se refiere al número en absoluto, sino a la imagen que el pueblo tiene de sí mismo. Traduce la frase no como “el más pequeño de los pueblos”, sino como “el más humilde y sencillo de los pueblos”. Rashi ofrece una lectura similar, citando las palabras de Abraham: “No soy más que polvo y ceniza”, y las de Moshé y Aarón: “¿Quiénes somos nosotros?”

Rashbam y Jizkuní dan una explicación más directa: Moshé está contrastando a los israelitas con las siete naciones a las que enfrentarán en la tierra de Canaán/Israel. Dios los guiará a la victoria a pesar de que estén en desventaja numérica frente a los habitantes locales.

Rabenu Bajya cita a Maimónides, quien dice que cabría esperar que Dios, Rey del universo, eligiera al pueblo más numeroso del mundo como Su pueblo, ya que “la gloria del rey está en la multitud de su pueblo” (Prov. 14:28).

Dios no lo hizo así. Por eso Israel debe saber que es un pueblo extraordinariamente bendecido: que Dios los eligió, a pesar de su pequeñez, para ser Su am segulá, Su tesoro especial.

Rabenu Bajya se ve obligado a ofrecer una lectura más compleja para resolver la aparente contradicción en los dichos de Moshé en Deuteronomio, donde dice que Israel es tanto el más pequeño de los pueblos como también que es “tan numeroso como las estrellas del cielo”. Lo transforma en un subjuntivo hipotético, es decir: Dios igual los habría elegido, incluso si fueran el más pequeño de los pueblos.

Sforno da una lectura simple y directa: Dios no eligió a una nación para Su honor. Si lo hubiera hecho, sin duda habría elegido a un pueblo poderoso y numeroso. Su elección no tuvo nada que ver con el honor, y todo que ver con el amor. Amó a los patriarcas por su disposición a escuchar Su voz; por eso ama a sus hijos.

Sin embargo, hay algo en este versículo que resuena a lo largo de buena parte de la historia judía. Históricamente, los judíos fueron – y son – un pueblo pequeño: hoy representan menos de una quinta parte del uno por ciento de la población mundial. Esto se debe a dos razones. La primera es el costo enorme que han sufrido a través de los siglos por el exilio y la persecución, tanto directamente por los asesinados en pogromos y masacres, como indirectamente por quienes se convirtieron – en la España del siglo XV y en la Europa del siglo XIX – para evitar la persecución (trágicamente, ni siquiera la conversión funcionó: el antisemitismo racial persistió en ambos casos). La población judía es solo una fracción de lo que podría haber sido si no hubiesen existido Adriano, las Cruzadas y el antisemitismo.

La segunda razón es que los judíos no buscaron convertir a otros. Si lo hubieran hecho, podrían haberse acercado en número al cristianismo (2.200 millones) o al islam (1.300 millones). De hecho, Malbim interpreta algo similar en nuestro versículo. Los versículos previos hablan de que los israelitas están a punto de entrar en una tierra con siete naciones: hititas, guirgashitas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas y jebuseos. Moshé les advierte que no se casen con ellos, no por razones raciales, sino religiosas: “pues apartarán a sus hijos de seguirMe para servir a otros dioses.” Malbim interpreta nuestro versículo como Moshé diciéndoles a los israelitas: no justifiquen los matrimonios mixtos con el argumento de que eso aumentará el número de judíos. A Dios no le importan los números.

Hubo un momento en que los judíos podrían haber buscado convertir a otros (y de hecho, lo hicieron en una ocasión: el sacerdote-hasmoneo Yohanan Hircano I convirtió por la fuerza a los edomitas, conocidos como idumeos. Herodes fue uno de ellos). El período en cuestión fue durante el Imperio Romano en el siglo I. Los judíos constituían aproximadamente el 10% del imperio, y muchos romanos admiraban aspectos de su fe y estilo de vida. Las deidades paganas del mundo helenista estaban perdiendo atractivo y credibilidad, y en los centros del Mediterráneo muchas personas adoptaban prácticas judías. Dos aspectos del judaísmo les resultaban difíciles: los mandamientos y la circuncisión. Al final, los judíos eligieron no comprometer su estilo de vida para atraer más conversos. La mayoría de los helenistas que simpatizaban con el judaísmo adoptaron en su lugar el cristianismo paulino. De manera constante a lo largo de la historia, los judíos eligieron ser fieles a sí mismos y seguir siendo pequeños antes que hacer concesiones para incrementar sus números.

¿Por qué la Providencia Divina, o la elección humana, o ambas, resultaron en la simple pequeñez del pueblo judío? Es posible que, simplemente, Dios le está diciendo a la humanidad, a través del pueblo judío, que no se necesita ser numeroso para ser grande. Las naciones no se juzgan por su tamaño, sino por su contribución al patrimonio humano. La prueba más contundente de esto es que un pueblo tan pequeño como el judío ha producido un flujo inagotable de profetas, sacerdotes, poetas, filósofos, sabios, santos, halajistas, agadistas, codificadores, comentaristas, rebes y roshei yeshivá; y también a algunos de los más grandes escritores, artistas, músicos, cineastas, académicos, intelectuales, médicos, abogados, empresarios e innovadores tecnológicos del mundo. Desproporcionadamente respecto a su número, los judíos han trabajado – y siguen trabajando – como abogados combatiendo la injusticia, economistas luchando contra la pobreza, médicos luchando contra la enfermedad y docentes luchando contra la ignorancia.

No se necesitan multitudes para ampliar los horizontes espirituales y morales de la humanidad. Se necesitan otras cosas: un sentido del valor y la dignidad del individuo, de la posibilidad humana para transformar el mundo, de la importancia de brindar a todos la mejor educación posible, de hacer que cada uno se sienta parte de una responsabilidad colectiva para mejorar la condición humana, y la disposición a llevar ideales elevados al mundo real, sin dejarse abatir por las decepciones y derrotas.

No hay mejor prueba de esto hoy que el pueblo de Israel en el Estado de Israel: vilipendiado en los medios y criticado por buena parte del mundo, pero que aún así, año tras año, produce milagros humanos en medicina, agricultura, tecnología, arte, como si la palabra “imposible” no existiera en el idioma hebreo. Por eso, cuando nos sintamos temerosos y abatidos por la difícil situación de Israel, vale la pena volver a las palabras de Moshé:

“No fue por ser ustedes el más numeroso de todos los pueblos que el Señor se enamoró de ustedes y los eligió, pues ustedes son el más pequeño de todos los pueblos.”

¿Pequeño? Sí. Aún rodeado, como entonces, de “naciones más grandes y más fuertes que ustedes.” Pero ese pequeño pueblo, desafiando las leyes de la historia, sobrevivió a todos los grandes imperios del mundo, y todavía tiene un mensaje de esperanza para la humanidad. No necesitas ser grande para ser grandioso. Si estás abierto a un poder más grande que tú, te volverás más grande que tú. Israel aún hoy lleva ese mensaje al mundo. 


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  1. ¿Puedes recordar un momento en que ser diferente se sintió como una fortaleza y no una debilidad?
  2. ¿Has visto alguna vez a alguien mantenerse fiel a sus valores aunque no fuera popular?
  3. ¿Cómo te inspira hoy la historia de Israel?

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