El 14 de octubre de 1663 el famoso diarista Samuel Pepys visitó la Sinagoga Española y Portuguesa de la calle Creechurch de Londres. Los judíos habían sido expulsados de Inglaterra en 1290, pero en 1656 luego de la intervención del rabino Menasé ben Israel de Amsterdam, Oliver Cromwell llegó a la conclusión de que no había un impedimento legal para los judíos que vivían allí, por lo que, por primera vez, pudieron rezar abiertamente.
La primera sinagoga, la que visitó Pepys, era simplemente una casa que pertenecía a un exitoso mercader judío portugués, Antonio Fernandez Carvajal, que habilitó su casa para la congregación. Pepys había estado en la sinagoga anteriormente en el servicio fúnebre de Carvajal, que había fallecido en 1659. El evento había sido sombrío y decoroso. Lo que vió en la segunda visita fue algo totalmente distinto, una escena de celebración que lo escandalizó. Esto es lo que escribió en su diario:
...después de la cena mi mujer y yo, conducidos por el Sr. Rawlinson fuimos a la sinagoga judía, donde los jóvenes y los hombres en sus vayles (talitot), y las mujeres detrás de un enrejado, no visibles; y algunas cosas sobresalen, que entiendo que es su Ley en una prensa (el Arón) al cual todos se acercan para inclinarse; y cuando se colocan los vayles dicen ciertas cosas, a lo cual otros dicen Amén y besan sus vayles. El servicio es todo cantado y en hebreo. Y sacan sus leyes de la prensa portados por varios hombres, cuatro o cinco en total y se reemplazan unos a otros; y si cada uno de ellos desea llevarlas, no lo puedo saber, y así los transportan alrededor del recinto mientras el servicio canta...Pero, ¡Dios! Ver el desorden, risas, diversión, falta de atención y confusión en todo el servicio, más como brutos que como personas conocedoras del verdadero Dios, haría desear a uno no verlos nunca más y realmente vi tanto que no pude imaginar religión en el mundo más absurda que la aquí vista.
Pobre Pepys. Nadie le dijo que el día que eligió para ir a la sinagoga era Simjat Torá y nunca había visto en una casa de rezos nada de alegría tan exuberante como la del día en que se baila con el Sefer Torá como si el mundo fuera una boda y el Libro la novia, con el mismo gozo que el del Rey David cuando llevó el arca sagrada a Jerusalem.
La alegría no es la primera palabra que nos viene a la mente cuando consideramos la severidad del judaísmo como código moral o las páginas manchadas de lágrimas de la historia judía. Como judíos tenemos títulos en miseria, calificaciones de posgrado en culpa y medallas doradas en llanto y lamentaciones. Alguien sintetizó las fiestas judías con tres frases: “Nos quisieron matar. Sobrevivimos. Vamos a comer.” Pero en realidad lo que brilla a través de muchos salmos, es alegría pura y radiante. Y la alegría es uno de los términos claves del libro de Devarim. La raíz s-m-j aparece una vez en Génesis, Éxodo, Levítico y Números pero doce veces en Devarim, y siete en nuestra parashá.
Lo que Moshé dice más de una vez es que es alegría lo que debemos sentir en la tierra de Israel, la tierra que nos fue dada por Dios, el lugar hacia el cual ha sido la travesía de toda la vida judía desde los días de Abraham y Sara. Lo vasto del universo, con su miríada de galaxias y estrellas es la obra de arte de Dios, pero dentro del planeta Tierra, dentro de la tierra de Israel, y en la ciudad sagrada de Jerusalén, donde está más cerca, donde Su presencia flota en el aire, donde el firmamento es del color azul del cielo y las piedras son un trono dorado. Ahí, dijo Moshé, en “el lugar que el Señor tu Dios elegirá… colocar su Nombre para su morada” (Deut. 12:5), celebrarás el amor entre el pequeño, y de alguna forma insignificante pueblo, y el Dios que, tomándolo como propio, lo elevó a la grandeza.
Será allí, dijo Moshé, que toda la enmarañada narrativa de la historia judía se volverá lúcida, donde todo un pueblo – “tú, tus hijos e hijas, tus sirvientes y sirvientas, y los Leví de tus ciudades, que no tienen una porción hereditaria contigo” – cantarán juntos, rezarán juntos y celebrarán las festividades juntos, sabiendo que la historia no trata de imperio o conquista, ni la sociedad de jerarquía y poder, que el hombre común y el rey, el israelita y el sacerdote son todos iguales ante la visión de Dios, todas voces de su coro sagrado, todos bailarines en el círculo en cuyo centro está la radiación Divina. De esto se trata el pacto: de la transformación de la condición humana a través de lo que Wordsworth llamó “el poder profundo de la alegría.”[1]
Aristóteles dijo que el fin último de la existencia humana es la felicidad (en griego eudaimonia). Deseamos muchas cosas, pero generalmente como medio para otro objetivo. Sólo una cosa es siempre deseable en sí misma y no como medio indirecto, y esa es la felicidad.[2]
Existe tal sentimiento en el judaísmo, y la palabra bíblica para describirlo es felicidad, ashrei, la primera palabra del Libro de Salmos, que es clave en nuestros rezos diarios. Pero con mucha más frecuencia el Tanaj se refiere a simja, alegría, y son dos cosas distintas. La felicidad es algo que puede sentirse en forma individual, pero la alegría, en el Tanaj, es lo que se comparte con otros. Durante el primer año de matrimonio, señala Deuteronomio (24:5), el esposo debe “quedarse en el hogar para llevar alegría a la mujer que ha desposado.” Al llevar los primeros frutos al Templo, “Tú, el Leví y el extranjero que mora en tu seno se regocijarán por todas las cosas buenas que el Señor tu Dios te ha dado a ti y a toda tu familia” (Deut. 36:11). En una de las más extraordinarias frases de la Torá, Moshé dice que las maldiciones que caerán sobre la nación serán, no por haber servido a ídolos o por haber abandonado a Dios sino “por no haber servido al Señor tu Dios con alegría y regocijo por la abundancia de todas las cosas” (Deut. 28:47). El hecho de no hacerlo es la primera señal de decadencia y deterioro.
Hay otras diferencias. La felicidad es algo de toda la vida pero la alegría es del momento. La felicidad tiende a ser una emoción calma, la alegría impulsa a cantar y bailar. Es difícil ser feliz en momentos de incertidumbre, pero igual se pueden tener momentos de alegría. El Rey David, en los Salmos habló de peligro, temor, rechazo y algunas veces hasta desesperación, pero sus canciones suelen terminar en clave mayor:
Pues Su enojo dura sólo un momento,
pero Su favor permanece por toda la vida;
puede el llanto durar la noche,
pero el regocijo sobreviene a la mañana…
Tú tornaste mi clamor en danza;
retiraste mi arpillera y me vestiste con alegría,
para que mi corazón cante Tus alabanzas y no esté silente. Señor, mi Dios, te alabaré para siempre.
Salmo 30: 6-13
En el judaísmo de hoy la alegría es la emoción suprema. Estamos aquí, en un mundo pleno de belleza. En cada respiración está el espíritu de Dios dentro de nosotros. A nuestro derredor está el amor que hace girar al sol y las estrellas. Estamos aquí porque alguien quiso que así fuera. El alma que celebra, canta.
Es cierto, la vida está llena de penas y sinsabores, problemas y dolor, pero bajo todo eso es un milagro que estemos aquí, en un universo repleto de belleza, entre gente que llevan, cada una, un trazo de la cara de Dios. Robert Louis Stevenson dijo acertadamente: “Averigua dónde reside la alegría y dale una voz más allá del canto. Porque perder la alegría es perder todo.”[3]
En el judaísmo, la fe no rivaliza con la ciencia en la intención de explicar el universo. Es una sensación de asombro, nacida de un sentimiento de gratitud. El judaísmo se trata de tomar la vida con ambas manos y hacer sobre ella una bendición. Es como si Dios nos dijera: hice todo esto para ti. Este es mi regalo. Disfrútalo y haz que otros también lo disfruten. En todo momento que puedas, ayuda a menguar la pena que inflige una persona a otra, o los mil incidentes naturales a los que está sometido el cuerpo. Porque el dolor, la tristeza, el temor, el resentimiento, son todas cosas que nublan la vista y te separan de otros y de Mí.
Kirkegaard una vez escribió: “Se necesita coraje moral para penar. Se necesita coraje religioso para regocijarse.”[4] Creo en esto con todo mi corazón. Me moviliza la forma en que los judíos, que saben lo que significa caminar por el valle de la muerte, aún ven la alegría como la emoción religiosa suprema. Cada día comenzamos los rezos matinales con una letanía de agradecimientos, por estar aquí, en el mundo en el que vivimos, con familia y amigos a quienes amar y por quienes ser amados, por comenzar un día lleno de posibilidades, en el cual, mediante actos de bondad amorosa, permitimos que la presencia de Dios fluya a través de nosotros en la vida de otros. La alegría contribuye a sanar las heridas de nuestro mundo lastimado y problematizado.
[1] William Wordsworth, “Lines composed a few miles above Tintern Abbey, On revisiting the banks of the Wye during a tour. July 13, 1798.”
El poder profundo de la alegría
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El 14 de octubre de 1663 el famoso diarista Samuel Pepys visitó la Sinagoga Española y Portuguesa de la calle Creechurch de Londres. Los judíos habían sido expulsados de Inglaterra en 1290, pero en 1656 luego de la intervención del rabino Menasé ben Israel de Amsterdam, Oliver Cromwell llegó a la conclusión de que no había un impedimento legal para los judíos que vivían allí, por lo que, por primera vez, pudieron rezar abiertamente.
La primera sinagoga, la que visitó Pepys, era simplemente una casa que pertenecía a un exitoso mercader judío portugués, Antonio Fernandez Carvajal, que habilitó su casa para la congregación. Pepys había estado en la sinagoga anteriormente en el servicio fúnebre de Carvajal, que había fallecido en 1659. El evento había sido sombrío y decoroso. Lo que vió en la segunda visita fue algo totalmente distinto, una escena de celebración que lo escandalizó. Esto es lo que escribió en su diario:
Pobre Pepys. Nadie le dijo que el día que eligió para ir a la sinagoga era Simjat Torá y nunca había visto en una casa de rezos nada de alegría tan exuberante como la del día en que se baila con el Sefer Torá como si el mundo fuera una boda y el Libro la novia, con el mismo gozo que el del Rey David cuando llevó el arca sagrada a Jerusalem.
La alegría no es la primera palabra que nos viene a la mente cuando consideramos la severidad del judaísmo como código moral o las páginas manchadas de lágrimas de la historia judía. Como judíos tenemos títulos en miseria, calificaciones de posgrado en culpa y medallas doradas en llanto y lamentaciones. Alguien sintetizó las fiestas judías con tres frases: “Nos quisieron matar. Sobrevivimos. Vamos a comer.” Pero en realidad lo que brilla a través de muchos salmos, es alegría pura y radiante. Y la alegría es uno de los términos claves del libro de Devarim. La raíz s-m-j aparece una vez en Génesis, Éxodo, Levítico y Números pero doce veces en Devarim, y siete en nuestra parashá.
Lo que Moshé dice más de una vez es que es alegría lo que debemos sentir en la tierra de Israel, la tierra que nos fue dada por Dios, el lugar hacia el cual ha sido la travesía de toda la vida judía desde los días de Abraham y Sara. Lo vasto del universo, con su miríada de galaxias y estrellas es la obra de arte de Dios, pero dentro del planeta Tierra, dentro de la tierra de Israel, y en la ciudad sagrada de Jerusalén, donde está más cerca, donde Su presencia flota en el aire, donde el firmamento es del color azul del cielo y las piedras son un trono dorado. Ahí, dijo Moshé, en “el lugar que el Señor tu Dios elegirá… colocar su Nombre para su morada” (Deut. 12:5), celebrarás el amor entre el pequeño, y de alguna forma insignificante pueblo, y el Dios que, tomándolo como propio, lo elevó a la grandeza.
Será allí, dijo Moshé, que toda la enmarañada narrativa de la historia judía se volverá lúcida, donde todo un pueblo – “tú, tus hijos e hijas, tus sirvientes y sirvientas, y los Leví de tus ciudades, que no tienen una porción hereditaria contigo” – cantarán juntos, rezarán juntos y celebrarán las festividades juntos, sabiendo que la historia no trata de imperio o conquista, ni la sociedad de jerarquía y poder, que el hombre común y el rey, el israelita y el sacerdote son todos iguales ante la visión de Dios, todas voces de su coro sagrado, todos bailarines en el círculo en cuyo centro está la radiación Divina. De esto se trata el pacto: de la transformación de la condición humana a través de lo que Wordsworth llamó “el poder profundo de la alegría.”[1]
Aristóteles dijo que el fin último de la existencia humana es la felicidad (en griego eudaimonia). Deseamos muchas cosas, pero generalmente como medio para otro objetivo. Sólo una cosa es siempre deseable en sí misma y no como medio indirecto, y esa es la felicidad.[2]
Existe tal sentimiento en el judaísmo, y la palabra bíblica para describirlo es felicidad, ashrei, la primera palabra del Libro de Salmos, que es clave en nuestros rezos diarios. Pero con mucha más frecuencia el Tanaj se refiere a simja, alegría, y son dos cosas distintas. La felicidad es algo que puede sentirse en forma individual, pero la alegría, en el Tanaj, es lo que se comparte con otros. Durante el primer año de matrimonio, señala Deuteronomio (24:5), el esposo debe “quedarse en el hogar para llevar alegría a la mujer que ha desposado.” Al llevar los primeros frutos al Templo, “Tú, el Leví y el extranjero que mora en tu seno se regocijarán por todas las cosas buenas que el Señor tu Dios te ha dado a ti y a toda tu familia” (Deut. 36:11). En una de las más extraordinarias frases de la Torá, Moshé dice que las maldiciones que caerán sobre la nación serán, no por haber servido a ídolos o por haber abandonado a Dios sino “por no haber servido al Señor tu Dios con alegría y regocijo por la abundancia de todas las cosas” (Deut. 28:47). El hecho de no hacerlo es la primera señal de decadencia y deterioro.
Hay otras diferencias. La felicidad es algo de toda la vida pero la alegría es del momento. La felicidad tiende a ser una emoción calma, la alegría impulsa a cantar y bailar. Es difícil ser feliz en momentos de incertidumbre, pero igual se pueden tener momentos de alegría. El Rey David, en los Salmos habló de peligro, temor, rechazo y algunas veces hasta desesperación, pero sus canciones suelen terminar en clave mayor:
En el judaísmo de hoy la alegría es la emoción suprema. Estamos aquí, en un mundo pleno de belleza. En cada respiración está el espíritu de Dios dentro de nosotros. A nuestro derredor está el amor que hace girar al sol y las estrellas. Estamos aquí porque alguien quiso que así fuera. El alma que celebra, canta.
Es cierto, la vida está llena de penas y sinsabores, problemas y dolor, pero bajo todo eso es un milagro que estemos aquí, en un universo repleto de belleza, entre gente que llevan, cada una, un trazo de la cara de Dios. Robert Louis Stevenson dijo acertadamente: “Averigua dónde reside la alegría y dale una voz más allá del canto. Porque perder la alegría es perder todo.”[3]
En el judaísmo, la fe no rivaliza con la ciencia en la intención de explicar el universo. Es una sensación de asombro, nacida de un sentimiento de gratitud. El judaísmo se trata de tomar la vida con ambas manos y hacer sobre ella una bendición. Es como si Dios nos dijera: hice todo esto para ti. Este es mi regalo. Disfrútalo y haz que otros también lo disfruten. En todo momento que puedas, ayuda a menguar la pena que inflige una persona a otra, o los mil incidentes naturales a los que está sometido el cuerpo. Porque el dolor, la tristeza, el temor, el resentimiento, son todas cosas que nublan la vista y te separan de otros y de Mí.
Kirkegaard una vez escribió: “Se necesita coraje moral para penar. Se necesita coraje religioso para regocijarse.”[4] Creo en esto con todo mi corazón. Me moviliza la forma en que los judíos, que saben lo que significa caminar por el valle de la muerte, aún ven la alegría como la emoción religiosa suprema. Cada día comenzamos los rezos matinales con una letanía de agradecimientos, por estar aquí, en el mundo en el que vivimos, con familia y amigos a quienes amar y por quienes ser amados, por comenzar un día lleno de posibilidades, en el cual, mediante actos de bondad amorosa, permitimos que la presencia de Dios fluya a través de nosotros en la vida de otros. La alegría contribuye a sanar las heridas de nuestro mundo lastimado y problematizado.
[1] William Wordsworth, “Lines composed a few miles above Tintern Abbey, On revisiting the banks of the Wye during a tour. July 13, 1798.”
[2] Aristóteles, Ética Nicomaquea 1097 a 30-34
[3] Robert Louis Stevenson, “The Lantern-Bearers,” in The Lantern-Bearers and Other Essays (New York: Cooper Square Press, 1999).
[4] Soren Kirkegaard, Journals and Papers, 2179.
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