La parashá Nasó aparenta ser una colección heterogénea de temas inconexos. Primero aparece un relato de las familias levíticas de Gershon y Merari y su responsabilidad en el transporte de las partes del Tabernáculo cada vez que los israelitas emprendían la travesía. A continuación, después de dos breves leyes sobre la remoción de personas impuras del campamento y sobre su restitución, aparece el extraño procedimiento de la sotá, la mujer sospechada por su esposo de haber cometido adulterio.
Luego viene la ley del nazir, la persona que voluntariamente, y generalmente por un tiempo determinado, asumía sobre sí restricciones especiales de santidad, como renunciar al vino y derivados de la uva, a cortarse el pelo y evitar la impurificación causada por el contacto con cadáveres.
A continuación, y aparentemente sin conexión alguna, se recita una de las plegarias más antiguas del mundo que aún se enuncia en la actualidad: la bendición sacerdotal. Por último, y en forma inexplicablemente reiterada, se narra el detalle de los obsequios traídos por los príncipes de cada tribu para ser dedicados al Tabernáculo: una larga serie de doce párrafos repetidos no menos de doce veces ya que todos los príncipes aportaron ofrendas idénticas.
¿Por qué la Torá destina tanto tiempo a describir un evento que podría haberse desarrollado más brevemente, nombrando los príncipes y después contándonos genéricamente que cada uno aportó una bandeja de plata, un recipiente de plata, y así sucesivamente? Pero la pregunta que supera a las demás es: ¿dónde está la lógica en detallar esta serie de hechos aparentemente desconectados entre sí?
La respuesta se halla en la última palabra de la bendición sacerdotal: shalom, paz. En un extenso análisis, el comentarista español del siglo XV Rab Isaac Arama explica que shalom no sólo significa ausencia de lucha o de guerra. También significa completud, perfección en el funcionamiento armónico de un sistema complejo, diversidad integrada: un estado en el que todo está en su lugar correcto y todo se unifica con las leyes físicas y éticas que gobiernan al universo.
“La paz es el hilo conductor de gracia emitido por Él, exaltado Sea, uniendo a todos los seres, superiores, intermedios e inferiores. Subyace a y sostiene la realidad y la existencia única de cada uno.”
Akedat Itzjak, cap. 74
En consonancia, Isaac Abrabanel escribe:
“Es por eso que Dios es llamado paz, porque es Él el que une a todo el mundo y ordena todas las cosas de acuerdo a su particular carácter y postura. Porque cuando las cosas están en su lugar propio, la paz reinará.”
Abrabanel, Comentario sobre Avot 1:12
Este concepto de paz depende fuertemente de la visión de Génesis 1, donde Dios trae orden del tohu va bohu, el caos, creando un mundo en el que cada objeto y forma de vida es una parte vital del sistema como un todo y donde no hay discordancia entre ellos. Las distintas previsiones de la parashá Nasó se refieren a conducir a la paz en este sentido.
El caso más obvio es el de la sotá, la mujer sospechada por su marido de adulterio. Lo que impactó más intensamente a los sabios acerca del ritual de la sotá es el hecho de que oculta el nombre de Dios, algo estrictamente prohibido en otras circunstancias. El sacerdote oficiante emite una maldición que incluye el nombre de Dios, lo escribe en un rollo de pergamino, y luego disuelve la escritura mediante una solución acuosa especialmente preparada. Los sabios interpretan que Dios estaba dispuesto a renunciar a Su propio honor, permitiendo que Su nombre sea borrado “con tal de lograr la paz entre el hombre y su mujer” al liberar a una mujer inocente de toda sospecha. Aunque el procedimiento fue eventualmente abolido por Rabban Yohanan ben Zakkai después de la destrucción del Segundo Templo, la ley sirvió de recordatorio de cuán importante es la paz doméstica en la escala de valores del judaísmo.
El pasaje relativo a las familias levíticas de Gershon y Merari señala que se les había asignado un rol de honor al transportar las partes del Tabernáculo durante las travesías del pueblo a través del desierto. Estaban evidentemente satisfechos con esa distinción, a diferencia de la familia de Kehat – expuesto al final de la parashá de la semana pasada – un miembro de la cual, Koraj, eventualmente instigaría una rebelión contra Moshé y Aarón.
De igual manera, el largo relato de las ofrendas de los príncipes de las doce tribus, es una manera contundente de indicar que cada uno se consideraba lo suficientemente importante para ameritar un pasaje propio en la Torá. El ser humano puede ser muy destructivo si se siente desplazado, y si no recibe el rol y el reconocimiento que cree merecer. Nuevamente, el caso de Koraj y sus aliados es prueba de ello. Al dar a las familias levíticas y a los príncipes de las tribus su cuota de honor y atención, la Torá nos está diciendo cuán importante es preservar la armonía de la nación honrando a todos.
El caso del nazir es, de cierta forma, el más interesante. Existe un conflicto interno dentro del judaísmo entre, por una parte, el fuerte énfasis en la dignidad de todos por igual ante Dios, y la existencia de una élite religiosa: la tribu de Levi en general, y de los kohanim, los sacerdotes, en particular. Parecería que la ley del nazir era una forma de permitir que los no-kohanim tuvieran un nivel de santidad cercano, aunque no exactamente idéntico, al de los kohanim mismos. Esta es también una forma de evitar los resentimientos dolorosos que pueden surgir cuando las personas quedan excluidas por nacimiento de ciertas posiciones de status social dentro de la comunidad.
Si este análisis es correcto, entonces un solo tema liga las leyes y la narrativa de esta parashá: el tema de hacer esfuerzos especiales para preservar o restaurar la paz entre las personas.
La paz es fácil de dañar y difícil de reparar. Gran parte del resto del libro de Bamidbar consiste en una serie de variaciones sobre el tema de luchas y enfrentamientos internos. Así ha sido a lo largo de toda la historia judía. Nasó nos dice que tenemos que esforzarnos para lograr la paz entre el hombre y su mujer, entre los líderes de la comunidad, y entre las personas que aspiran a hacer algo más que lo habitual en materia de santidad.
No es casual entonces que la bendición sacerdotal finalice – como la gran mayoría de las plegarias judías – con un rezo por la paz. Paz, dicen los rabinos, es uno de los nombres propios de Dios, y Maimónides escribe que toda la Torá nos fue dada para hacer la paz en el mundo (Leyes de Janucá 4:14). Nasó constituye una serie de lecciones prácticas de cómo asegurar, en la medida de lo posible, que todo el mundo se sienta reconocido y respetado, que la sospecha se desarticule y se disuelva.
Es necesario trabajar para la paz, además de rezar por ella.
¿Por qué la Torá habría de incluir un detalle tan detallado y repetitivo de las ofrendas llevadas por los príncipes de cada tribu?
¿Cómo crees que la ley del nazir “promueve” la paz entre los miembros de la comunidad de Israel?
¿En qué formas podrías traer armonía social a tu propia vida?
Perseguir la paz
פרשת נשא
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La parashá Nasó aparenta ser una colección heterogénea de temas inconexos. Primero aparece un relato de las familias levíticas de Gershon y Merari y su responsabilidad en el transporte de las partes del Tabernáculo cada vez que los israelitas emprendían la travesía. A continuación, después de dos breves leyes sobre la remoción de personas impuras del campamento y sobre su restitución, aparece el extraño procedimiento de la sotá, la mujer sospechada por su esposo de haber cometido adulterio.
Luego viene la ley del nazir, la persona que voluntariamente, y generalmente por un tiempo determinado, asumía sobre sí restricciones especiales de santidad, como renunciar al vino y derivados de la uva, a cortarse el pelo y evitar la impurificación causada por el contacto con cadáveres.
A continuación, y aparentemente sin conexión alguna, se recita una de las plegarias más antiguas del mundo que aún se enuncia en la actualidad: la bendición sacerdotal. Por último, y en forma inexplicablemente reiterada, se narra el detalle de los obsequios traídos por los príncipes de cada tribu para ser dedicados al Tabernáculo: una larga serie de doce párrafos repetidos no menos de doce veces ya que todos los príncipes aportaron ofrendas idénticas.
¿Por qué la Torá destina tanto tiempo a describir un evento que podría haberse desarrollado más brevemente, nombrando los príncipes y después contándonos genéricamente que cada uno aportó una bandeja de plata, un recipiente de plata, y así sucesivamente? Pero la pregunta que supera a las demás es: ¿dónde está la lógica en detallar esta serie de hechos aparentemente desconectados entre sí?
La respuesta se halla en la última palabra de la bendición sacerdotal: shalom, paz. En un extenso análisis, el comentarista español del siglo XV Rab Isaac Arama explica que shalom no sólo significa ausencia de lucha o de guerra. También significa completud, perfección en el funcionamiento armónico de un sistema complejo, diversidad integrada: un estado en el que todo está en su lugar correcto y todo se unifica con las leyes físicas y éticas que gobiernan al universo.
En consonancia, Isaac Abrabanel escribe:
Este concepto de paz depende fuertemente de la visión de Génesis 1, donde Dios trae orden del tohu va bohu, el caos, creando un mundo en el que cada objeto y forma de vida es una parte vital del sistema como un todo y donde no hay discordancia entre ellos. Las distintas previsiones de la parashá Nasó se refieren a conducir a la paz en este sentido.
El caso más obvio es el de la sotá, la mujer sospechada por su marido de adulterio. Lo que impactó más intensamente a los sabios acerca del ritual de la sotá es el hecho de que oculta el nombre de Dios, algo estrictamente prohibido en otras circunstancias. El sacerdote oficiante emite una maldición que incluye el nombre de Dios, lo escribe en un rollo de pergamino, y luego disuelve la escritura mediante una solución acuosa especialmente preparada. Los sabios interpretan que Dios estaba dispuesto a renunciar a Su propio honor, permitiendo que Su nombre sea borrado “con tal de lograr la paz entre el hombre y su mujer” al liberar a una mujer inocente de toda sospecha. Aunque el procedimiento fue eventualmente abolido por Rabban Yohanan ben Zakkai después de la destrucción del Segundo Templo, la ley sirvió de recordatorio de cuán importante es la paz doméstica en la escala de valores del judaísmo.
El pasaje relativo a las familias levíticas de Gershon y Merari señala que se les había asignado un rol de honor al transportar las partes del Tabernáculo durante las travesías del pueblo a través del desierto. Estaban evidentemente satisfechos con esa distinción, a diferencia de la familia de Kehat – expuesto al final de la parashá de la semana pasada – un miembro de la cual, Koraj, eventualmente instigaría una rebelión contra Moshé y Aarón.
De igual manera, el largo relato de las ofrendas de los príncipes de las doce tribus, es una manera contundente de indicar que cada uno se consideraba lo suficientemente importante para ameritar un pasaje propio en la Torá. El ser humano puede ser muy destructivo si se siente desplazado, y si no recibe el rol y el reconocimiento que cree merecer. Nuevamente, el caso de Koraj y sus aliados es prueba de ello. Al dar a las familias levíticas y a los príncipes de las tribus su cuota de honor y atención, la Torá nos está diciendo cuán importante es preservar la armonía de la nación honrando a todos.
El caso del nazir es, de cierta forma, el más interesante. Existe un conflicto interno dentro del judaísmo entre, por una parte, el fuerte énfasis en la dignidad de todos por igual ante Dios, y la existencia de una élite religiosa: la tribu de Levi en general, y de los kohanim, los sacerdotes, en particular. Parecería que la ley del nazir era una forma de permitir que los no-kohanim tuvieran un nivel de santidad cercano, aunque no exactamente idéntico, al de los kohanim mismos. Esta es también una forma de evitar los resentimientos dolorosos que pueden surgir cuando las personas quedan excluidas por nacimiento de ciertas posiciones de status social dentro de la comunidad.
Si este análisis es correcto, entonces un solo tema liga las leyes y la narrativa de esta parashá: el tema de hacer esfuerzos especiales para preservar o restaurar la paz entre las personas.
La paz es fácil de dañar y difícil de reparar. Gran parte del resto del libro de Bamidbar consiste en una serie de variaciones sobre el tema de luchas y enfrentamientos internos. Así ha sido a lo largo de toda la historia judía. Nasó nos dice que tenemos que esforzarnos para lograr la paz entre el hombre y su mujer, entre los líderes de la comunidad, y entre las personas que aspiran a hacer algo más que lo habitual en materia de santidad.
No es casual entonces que la bendición sacerdotal finalice – como la gran mayoría de las plegarias judías – con un rezo por la paz. Paz, dicen los rabinos, es uno de los nombres propios de Dios, y Maimónides escribe que toda la Torá nos fue dada para hacer la paz en el mundo (Leyes de Janucá 4:14). Nasó constituye una serie de lecciones prácticas de cómo asegurar, en la medida de lo posible, que todo el mundo se sienta reconocido y respetado, que la sospecha se desarticule y se disuelva.
Es necesario trabajar para la paz, además de rezar por ella.