Existe en principio una contradicción fundamental en la Torá. Por un lado escuchamos en el pasaje conocido como Los Trece Atributos de la Misericordia, lo siguiente:
“El Señor, el Señor compasivo y lleno de gracia, Dios tardío en la ira, lleno de amorosa bondad y verdad…pero que no absuelve al culpable porque caerá sobre los descendientes por los pecados de los padres, hijos y nietos hasta la tercera y cuarta generación.”
Ex. 34:7
La consecuencia es clara. Los hijos sufrirán por los pecados de los padres. Por el otro lado, leemos en la parashá de esta semana:
Los padres no serán ejecutados por sus hijos, ni los hijos serán ajusticiados por sus padres. La persona será ejecutada solamente por sus propios pecados.
Deut. 24:16
El libro de Reyes registra un episodio histórico en el que este principio resultó decisivo.
Cuando Amaziah fue confirmado como rey, ejecutó a los funcionarios que habían asesinado a su padre. Sin embargo, no lo hizo con los hijos de los asesinos, ya que obedeció la orden de Dios, como fue escrito por Moshé en el Libro de la Ley. “Los padres no serán ajusticiados junto a sus hijos, ni serán ejecutados los hijos por causa de los padres. La persona será juzgada solo por sus propios pecados”.
2 Reyes 14:5-6
Hay una resolución que es obvia. La primera afirmación se refiere a la justicia Divina, “en las manos del Cielo.” la segunda, en Deuteronomio, tiene que ver con la justicia humana administrada por una corte legal. ¿Cómo podrían simples mortales decidir la duración de la pena de un crimen de una persona que pudiera haber sido inducida por la influencia de otros? Claramente, el proceso judicial debe limitarse a los hechos visibles. La persona que cometió el crimen es culpable. Los que podrían haber modelado su carácter no lo son.
Pero el tema no es tan simple, porque encontramos a Jeremías y Ezequiel, dos grandes profetas del exilio del siglo VI a.e.c. reafirmando el principio de la responsabilidad individual en fuertes términos y además impactantemente similares. Jeremías dijo:
En esos días el pueblo ya no dirá ‘Los padres han comido uvas agrias, y se cariaron los dientes de los hijos’.En cambio, cada uno morirá por su propio pecado y quienes coman uvas agrias tendrán sus dientes dañados.
Jer. 31:29-30
Ezequiel dice:
La palabra del Señor vino hacia mí: “¿Qué es lo que ustedes quieren decir citando este proverbio sobre la Tierra de Israel? ‘¿Los padres comen uvas amargas y se dañarán los dientes de los hijos’? Con certeza mientras Yo viva,’ declara el Señor Soberano, ‘ustedes ya no citarán este proverbio en Israel. Pues todos Me pertenecen a Mí, tanto el padre como el hijo - ambos Me pertenecen. El que peque será el que morirá.”
Eze. 18:1-4
En este caso, los profetas no hablaban de un proceso judicial ni de responsabilidades legales. Están hablando del juicio Divino y de justicia. Le estaban brindando al pueblo esperanza en uno de los momentos más críticos de la historia judía: la conquista de Babilonia y la destrucción del Primer Templo. El pueblo, postrado y llorando ante las aguas de Babilonia, pudo haber perdido totalmente la esperanza. Estaban siendo juzgados por las falencias de sus antecesores que llevaron a la nación a esa situación desesperante y el exilio parecería extenderse hacia el futuro sin fin. Ezequiel, y su visión del valle de los huesos secos, oye a Dios comentando lo que el pueblo está diciendo: ”Nuestros huesos se han secado y nuestra esperanza se ha perdido.”(Eze. 37: 11) Él y Jeremías estaban luchando contra la desesperación. El futuro del pueblo estaba en sus propias manos. Si retornaban a Dios, Él volvería a ellos y los retornaría a su tierra. La culpa de las generaciones anteriores no estaría asociada a ellos.
Pero si esto es así, entonces las palabras de Jeremías y Ezequiel realmente entran en conflicto con la idea de que Dios castiga los pecados de hasta la tercera y cuarta generación. Reconociendo esto, el Talmud hace una impactante declaración:
Dijo el R. Yose b.Hanina: Nuestro maestro Moshé pronunció cuatro frases contrarias a Israel, pero vinieron cuatro profetas y las revocaron… Moshé dijo: “el Señor castiga a los hijos y a sus hijos por el pecado de los padres hasta la tercera y cuarta generación,” Vino Ezequiel y declaró: “El que peca será el que morirá.”
Makkot 24b
En términos generales, los sabios rechazaron la idea de que los hijos pudieran ser castigados, aún por el Cielo, por los pecados de los padres. Como resultado de ello, sistemáticamente reinterpretaron cada pasaje que daba la impresión opuesta, de que los hijos realmente estaban siendo castigados por los pecados de los padres. Su posición en general es la siguiente:
¿Los hijos entonces no serán ajusticiados por los pecados cometidos por los padres? No está escrito, “Visitando las iniquidades de los padres sobre los hijos?” - Ahí la referencia corresponde a los hijos que siguen los pasos de los padres (literalmente “toman los hechos de los padres en sus manos,” o sea, cometen ellos los mismos pecados).
Berajot 7a Sanhedrin 27b
Explicaron específicamente los episodios bíblicos en los que los hijos fueron castigados junto con sus padres diciendo que esos fueron los casos en los que los hijos “tuvieron la posibilidad de protestar o prevenir que sus padres pecaran y no lo hicieron”. (Sanhedrin 27b, Yalkut Shimoni, 1: 290) Como dice Maimónides, el que tiene la capacidad de evitar que alguien cometa un pecado y no lo hace, también debe ser aprehendido (castigado, hecho responsable) por ese pecado[1].
Entonces, ¿la idea de la responsabilidad individual llegó tarde al judaísmo como afirman algunos estudiosos? Es altamente improbable. Durante la rebelión de Koraj cuando Dios amenazó con destruir al pueblo, Moshé dijo: “¿Será que por el pecado de un solo hombre estarás enojado con toda la congregación?” (Núm. 16:22) Cuando comenzó la matanza del pueblo después de que el rey David hubiera pecado por instituir un censo, él rezó a Dios diciendo: “He pecado yo, el pastor, he hecho mal. Pero estos no son más que ovejas. ¿Qué han hecho ellas? Que Tu mano caiga sobre mí y mi familia.” (II Sam. 24: 17) El principio de la responsabilidad individual es fundamental en el judaísmo, como lo era para otras culturas antiguas del Oriente Cercano[2].
Más bien, lo que está en juego es la comprensión profunda del rango de responsabilidades que nos cabe si tomamos seriamente nuestro rol como padres, vecinos, ciudadanos, e hijos del pacto. Jurídicamente, solo el criminal es responsable de su crimen. Pero la Torá señala que también somos los guardianes de nuestros hermanos. Compartimos la responsabilidad colectiva de la salud moral y espiritual de la sociedad. “Todos los israelitas” dijeron los sabios “son responsables el uno por el otro”. (Shavuot 39a) La responsabilidad legal es algo fácilmente definible. Pero la responsabilidad moral es absolutamente más grande, aunque necesariamente más indefinida. “Que una persona no diga ‘no he pecado y si algún otro ha pecado, es un tema entre él y Dios.’ Esto es contrario a la Torá,” escribe Maimónides en su Sefer HaMitzvot[3].
Esto es particularmente cierto cuando se trata de la relación entre padres e hijos. Abraham fue elegido, dice la Torá, solamente “para que le enseñe a sus hijos y a su familia a seguir el camino de Dios haciendo lo que es correcto y justo”. (Gén. 18: 19) El deber de los padres de enseñar a sus hijos es fundamental para el judaísmo. Aparece en los dos párrafos iniciales de la Shemá, así como en determinados pasajes citados en la Hagadá en la sección de los “Cuatro Hijos”. Maimónides considera que se trata de uno de los más graves pecados - tan así que Dios no concede la oportunidad de arrepentimiento - “al que ve a su hijo caer en malas prácticas y no hace nada para evitarlo”. “La razón” dice, es que “como su hijo está bajo su autoridad, si lo hubiera detenido, su hijo habría desistido”. Por lo tanto, el pecado es asignado al padre como si hubiera estimulado activamente a su hijo a pecar[4].
Si fuera así, comenzamos a escuchar la verdad desafiante de los Trece Atributos de la Misericordia. Ciertamente, no somos responsables por los pecados tanto de nuestros padres como de nuestros hijos. Pero en un sentido más profundo y amorfo, lo que hacemos y cómo vivimos tienen efecto sobre la tercera y cuarta generación.
Raras veces ha sido más devastador ese efecto que como fue descrito en libros recientes por dos de los críticos sociales más incisivos de nuestro tiempo: Charles Murray del American Enterprise Institute y Robert Putnam de la Universidad de Harvard. Pese a sus enfoques políticos radicalmente distintos, Murray en Coming Apart y Putnam en Our Kids, manifiestan esencialmente la misma advertencia profética sobre una catástrofe social en proceso. Para Putnam, el “Sueño Americano” está en crisis[5]. Para Murray, la división de los Estados Unidos en dos clases sociales, la rica y la pobre con movilidad decreciente entre ambas “pondrá fin a lo que hizo que Norteamérica sea lo que es[6]”.
Sus posturas son, a grandes rasgos, que en determinado momento, a fines de 1950 y comienzos de los 60, una serie de instituciones y códigos morales que comenzaron a disolverse. El matrimonio fue devaluado. Las familias comenzaron a fracturarse. Cada vez más niños crecían sin una relación estable con sus padres biológicos. Nuevas formas de pobreza infantil comenzaron a aparecer, así como prácticas disfuncionales: excesos de drogas y alcohol, embarazos adolescentes y delincuencia y desempleo en áreas de bajos ingresos. Posteriormente, la clase alta salió de esa situación y comenzó a preparar a sus hijos para alto rendimiento, a la vez que en el sector opuesto los niños crecían con escasa posibilidad de llegar al éxito en áreas de educación, social y ocupacional. El Sueño Americano de la oportunidad para todos se desvanece.
Lo que hace que este desarrollo sea tan trágico es que, por un momento, la gente olvidó la verdad bíblica de que lo que nosotros hacemos no nos afecta solo a nosotros. Tendrá efecto sobre nuestros hijos hasta la tercera y cuarta generación. Aún el más grande de los libertarios de nuestro tiempo, John Stuart Mills, puso especial énfasis sobre las responsabilidades parentales. Escribió:
El hecho en sí, de generar un ser humano, es una de las acciones más responsables en el ámbito de la vida. Asumir esta responsabilidad - otorgar una vida que puede ser una bendición o una maldición - y no otorgar a ese ser un mínimo de posibilidades para lograr una existencia deseable, es un crimen contra ese mismo ser[7].
Si no honramos nuestras responsabilidades como padres - aunque ninguna ley nos halle responsables - los hijos de la sociedad sufrirán las consecuencias de nuestros pecados.
[4] Hiljot Teshuvah 4:1. La referencia es, claramente, por un hijo menor a trece años.
[5] Robert Putnam, Our Kids: The American Dream in Crisis (New York: Simon & Schuster, 2015).
[6] Charles Murray, Coming Apart: The State of White America, 1960–2010 (New York: Crown Forum, 2012), p. 11.
[7] On Liberty and Other Writings, ed. Stefan Collini (New York: Cambridge University Press, 1989), p. 117.
¿Cuáles son los deberes fundamentales de los padres para con los hijos?
¿Hasta qué punto crees que los hijos deben asumir la responsabilidad por sus errores?
¿Hasta qué punto crees que los judíos deben asumir la responsabilidad por el otro?
With thanks to the Wohl Legacy for their generous sponsorship of Covenant &
Conversation.
Maurice was a visionary philanthropist. Vivienne was a woman of the deepest humility.
Together, they were a unique partnership of dedication and grace, for whom living was
giving.
En esta parashá abundante en leyes, una en particular es especialmente fascinante. Veamos: Si un hombre posee dos esposas, una amada y otra no, (senuah,…
A la Tercera y Cuarta Generación
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Ki Tetzé
Existe en principio una contradicción fundamental en la Torá. Por un lado escuchamos en el pasaje conocido como Los Trece Atributos de la Misericordia, lo siguiente:
La consecuencia es clara. Los hijos sufrirán por los pecados de los padres. Por el otro lado, leemos en la parashá de esta semana:
El libro de Reyes registra un episodio histórico en el que este principio resultó decisivo.
Hay una resolución que es obvia. La primera afirmación se refiere a la justicia Divina, “en las manos del Cielo.” la segunda, en Deuteronomio, tiene que ver con la justicia humana administrada por una corte legal. ¿Cómo podrían simples mortales decidir la duración de la pena de un crimen de una persona que pudiera haber sido inducida por la influencia de otros? Claramente, el proceso judicial debe limitarse a los hechos visibles. La persona que cometió el crimen es culpable. Los que podrían haber modelado su carácter no lo son.
Pero el tema no es tan simple, porque encontramos a Jeremías y Ezequiel, dos grandes profetas del exilio del siglo VI a.e.c. reafirmando el principio de la responsabilidad individual en fuertes términos y además impactantemente similares. Jeremías dijo:
Ezequiel dice:
En este caso, los profetas no hablaban de un proceso judicial ni de responsabilidades legales. Están hablando del juicio Divino y de justicia. Le estaban brindando al pueblo esperanza en uno de los momentos más críticos de la historia judía: la conquista de Babilonia y la destrucción del Primer Templo. El pueblo, postrado y llorando ante las aguas de Babilonia, pudo haber perdido totalmente la esperanza. Estaban siendo juzgados por las falencias de sus antecesores que llevaron a la nación a esa situación desesperante y el exilio parecería extenderse hacia el futuro sin fin. Ezequiel, y su visión del valle de los huesos secos, oye a Dios comentando lo que el pueblo está diciendo: ”Nuestros huesos se han secado y nuestra esperanza se ha perdido.”(Eze. 37: 11) Él y Jeremías estaban luchando contra la desesperación. El futuro del pueblo estaba en sus propias manos. Si retornaban a Dios, Él volvería a ellos y los retornaría a su tierra. La culpa de las generaciones anteriores no estaría asociada a ellos.
Pero si esto es así, entonces las palabras de Jeremías y Ezequiel realmente entran en conflicto con la idea de que Dios castiga los pecados de hasta la tercera y cuarta generación. Reconociendo esto, el Talmud hace una impactante declaración:
En términos generales, los sabios rechazaron la idea de que los hijos pudieran ser castigados, aún por el Cielo, por los pecados de los padres. Como resultado de ello, sistemáticamente reinterpretaron cada pasaje que daba la impresión opuesta, de que los hijos realmente estaban siendo castigados por los pecados de los padres. Su posición en general es la siguiente:
Explicaron específicamente los episodios bíblicos en los que los hijos fueron castigados junto con sus padres diciendo que esos fueron los casos en los que los hijos “tuvieron la posibilidad de protestar o prevenir que sus padres pecaran y no lo hicieron”. (Sanhedrin 27b, Yalkut Shimoni, 1: 290) Como dice Maimónides, el que tiene la capacidad de evitar que alguien cometa un pecado y no lo hace, también debe ser aprehendido (castigado, hecho responsable) por ese pecado[1].
Entonces, ¿la idea de la responsabilidad individual llegó tarde al judaísmo como afirman algunos estudiosos? Es altamente improbable. Durante la rebelión de Koraj cuando Dios amenazó con destruir al pueblo, Moshé dijo: “¿Será que por el pecado de un solo hombre estarás enojado con toda la congregación?” (Núm. 16:22) Cuando comenzó la matanza del pueblo después de que el rey David hubiera pecado por instituir un censo, él rezó a Dios diciendo: “He pecado yo, el pastor, he hecho mal. Pero estos no son más que ovejas. ¿Qué han hecho ellas? Que Tu mano caiga sobre mí y mi familia.” (II Sam. 24: 17) El principio de la responsabilidad individual es fundamental en el judaísmo, como lo era para otras culturas antiguas del Oriente Cercano[2].
Más bien, lo que está en juego es la comprensión profunda del rango de responsabilidades que nos cabe si tomamos seriamente nuestro rol como padres, vecinos, ciudadanos, e hijos del pacto. Jurídicamente, solo el criminal es responsable de su crimen. Pero la Torá señala que también somos los guardianes de nuestros hermanos. Compartimos la responsabilidad colectiva de la salud moral y espiritual de la sociedad. “Todos los israelitas” dijeron los sabios “son responsables el uno por el otro”. (Shavuot 39a) La responsabilidad legal es algo fácilmente definible. Pero la responsabilidad moral es absolutamente más grande, aunque necesariamente más indefinida. “Que una persona no diga ‘no he pecado y si algún otro ha pecado, es un tema entre él y Dios.’ Esto es contrario a la Torá,” escribe Maimónides en su Sefer HaMitzvot[3].
Esto es particularmente cierto cuando se trata de la relación entre padres e hijos. Abraham fue elegido, dice la Torá, solamente “para que le enseñe a sus hijos y a su familia a seguir el camino de Dios haciendo lo que es correcto y justo”. (Gén. 18: 19) El deber de los padres de enseñar a sus hijos es fundamental para el judaísmo. Aparece en los dos párrafos iniciales de la Shemá, así como en determinados pasajes citados en la Hagadá en la sección de los “Cuatro Hijos”. Maimónides considera que se trata de uno de los más graves pecados - tan así que Dios no concede la oportunidad de arrepentimiento - “al que ve a su hijo caer en malas prácticas y no hace nada para evitarlo”. “La razón” dice, es que “como su hijo está bajo su autoridad, si lo hubiera detenido, su hijo habría desistido”. Por lo tanto, el pecado es asignado al padre como si hubiera estimulado activamente a su hijo a pecar[4].
Si fuera así, comenzamos a escuchar la verdad desafiante de los Trece Atributos de la Misericordia. Ciertamente, no somos responsables por los pecados tanto de nuestros padres como de nuestros hijos. Pero en un sentido más profundo y amorfo, lo que hacemos y cómo vivimos tienen efecto sobre la tercera y cuarta generación.
Raras veces ha sido más devastador ese efecto que como fue descrito en libros recientes por dos de los críticos sociales más incisivos de nuestro tiempo: Charles Murray del American Enterprise Institute y Robert Putnam de la Universidad de Harvard. Pese a sus enfoques políticos radicalmente distintos, Murray en Coming Apart y Putnam en Our Kids, manifiestan esencialmente la misma advertencia profética sobre una catástrofe social en proceso. Para Putnam, el “Sueño Americano” está en crisis[5]. Para Murray, la división de los Estados Unidos en dos clases sociales, la rica y la pobre con movilidad decreciente entre ambas “pondrá fin a lo que hizo que Norteamérica sea lo que es[6]”.
Sus posturas son, a grandes rasgos, que en determinado momento, a fines de 1950 y comienzos de los 60, una serie de instituciones y códigos morales que comenzaron a disolverse. El matrimonio fue devaluado. Las familias comenzaron a fracturarse. Cada vez más niños crecían sin una relación estable con sus padres biológicos. Nuevas formas de pobreza infantil comenzaron a aparecer, así como prácticas disfuncionales: excesos de drogas y alcohol, embarazos adolescentes y delincuencia y desempleo en áreas de bajos ingresos. Posteriormente, la clase alta salió de esa situación y comenzó a preparar a sus hijos para alto rendimiento, a la vez que en el sector opuesto los niños crecían con escasa posibilidad de llegar al éxito en áreas de educación, social y ocupacional. El Sueño Americano de la oportunidad para todos se desvanece.
Lo que hace que este desarrollo sea tan trágico es que, por un momento, la gente olvidó la verdad bíblica de que lo que nosotros hacemos no nos afecta solo a nosotros. Tendrá efecto sobre nuestros hijos hasta la tercera y cuarta generación. Aún el más grande de los libertarios de nuestro tiempo, John Stuart Mills, puso especial énfasis sobre las responsabilidades parentales. Escribió:
Si no honramos nuestras responsabilidades como padres - aunque ninguna ley nos halle responsables - los hijos de la sociedad sufrirán las consecuencias de nuestros pecados.
[1] Hiljot Deot 6:7.
[2] Ver Yejezkel Kaufmann, The Religion of Israel, New York, Schocken, 1972, pp. 329-333.
[3] Sefer ha-Mitzvot, mandamiento positivo 205.
[4] Hiljot Teshuvah 4:1. La referencia es, claramente, por un hijo menor a trece años.
[5] Robert Putnam, Our Kids: The American Dream in Crisis (New York: Simon & Schuster, 2015).
[6] Charles Murray, Coming Apart: The State of White America, 1960–2010 (New York: Crown Forum, 2012), p. 11.
[7] On Liberty and Other Writings, ed. Stefan Collini (New York: Cambridge University Press, 1989), p. 117.
Maurice was a visionary philanthropist. Vivienne was a woman of the deepest humility.
Together, they were a unique partnership of dedication and grace, for whom living was giving.
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