Libertad significa relatar la historia

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He aquí un experimento. Camina alrededor de los grandes monumentos en Washington D.C. Allí, en el extremo más lejano, está la figura de Abraham Lincoln, cuatro veces su tamaño real. A su alrededor, en las paredes del monumento conmemorativo están los textos de dos de los más grandes discursos de la historia, el discurso de Gettysburg y el segundo discurso inaugural de Lincoln:

“Con malicia hacia nadie, con caridad hacia todos, con firmeza en lo correcto ya que Dios nos permite ver lo correcto…”

Un poco más allá está el monumento en memoria de Franklin Delano Roosvelt con sus citas de cada período de la vida del presidente como líder, incluida su cita más famosa:

“A lo único que debemos temer es al propio miedo.”

Sigue caminando a lo largo del Potomac y llegas al monumento conmemorativo de Jefferson, modelado como el Panteón en Roma. Aquí también encontrarás, alrededor del domo y en las paredes interiores, citas de este gran hombre, una de las más conocidas de la Declaración de Independencia:

“Tomamos estas verdades como evidentes…”

Ahora visita Londres. Encontrarás muchos monumentos conmemorativos y estatuas de grandes personas. Pero no encontrarás citas. La base de la estatua te dirá a quién representa, cuando vivieron, y la posición que ocuparon o el trabajo que hicieron, pero no encontrarás una narrativa, ni una cita, ni frases memorables o palabras definitorias.

Toma la estatua de Winston Churchill en la Plaza del Parlamento. Churchill fue uno de los más grandes oradores de todos los tiempos. Sus discursos y difusiones en tiempos de guerra son parte de la historia británica. Pero sus palabras no están inscritas en el monumento, y lo mismo aplica a casi todos los otros personajes con monumentos conmemorativos públicos.

Es una diferencia impactante. Una sociedad – los Estados Unidos de América – relata una historia en sus monumentos, una historia tejida con los discursos de sus grandes líderes. La otra, Inglaterra, no lo hace. Construye monumentos conmemorativos pero no cuenta una historia. Esta es una de las diferencias más profundas entre una sociedad basada en el pacto y una sociedad basada en las tradiciones.

En una sociedad basada en las tradiciones como Inglaterra, las cosas son lo que son porque es así como fueron. Inglaterra, escribe Roger Scruton, “no era una nación o una creencia o un lenguaje o un estado sino un hogar. Las cosas en el hogar no necesitan una explicación. Están ahí porque están ahí.”

Las sociedades basadas en el pacto son diferentes. No veneran la tradición por la tradición misma. No valoran el pasado porque es antiguo. Recuerdan el pasado porque fueron los eventos del pasado los que derivaron en la determinación colectiva que movilizó a la personas a crear la sociedad en primer lugar. Los padres peregrinos de Estados Unidos estaban escapando de persecuciones religiosas en busca de libertad religiosa. Su sociedad nació en un acto de compromiso moral, transmitido a las generaciones siguientes.

Las sociedades basadas en el pacto existen no porque han existido un largo tiempo, ni por un acto de conquista, ni debido a una ventaja económica o militar. Existen para honrar una promesa, un vínculo moral, un compromiso moral. Es por eso que relatar la historia es esencial para una sociedad de pacto. Les recuerda a sus ciudadanos por qué están ahí.

El ejemplo clásico de relatar la historia ocurre en la parashá de esta semana, en el contexto de llevar las primicias a Jerusalem:

El sacerdote tomará la cesta de tus manos y la depositará frente al altar del Señor tu Dios. Entonces debes declarar ante el Señor tu Dios: “Mi padre fue un arameo errante, y bajó a Egipto con unas pocas personas y vivió allí y se convirtió en una gran nación, poderosa y numerosa… Entonces el Señor nos sacó de Egipto con una mano fuerte y brazo extendido, con gran terror y signos y portentos. Nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra de la que fluye leche y miel, y ahora yo traigo las primicias de la cosecha de la tierra que Tú, Señor, me has dado.”

Deut. 26:4-10

Todos conocemos el pasaje. En lugar de decirlo en Shavuot cuando traemos los primeros frutos, ahora lo decimos en Pesaj en la parte central de la Hagadá. Lo que sigue siendo notable es que, incluso en tiempos bíblicos, se esperaba que cada miembro de la nación conociera la historia de la nación, y la recitara anualmente, y la hiciera parte de su memoria e identidad personal – “Mi padre… Entonces el Señor nos sacó.”

Por ejemplo, aquí Lyndon Baines Johnson habla acerca del pacto norteamericano:

“Vinieron aquí – los exiliados y extranjeros… Hicieron un pacto con esta tierra. Concebido en justicia, escrito en libertad, ligado en unión, estaba pensado para un día inspirar la esperanza de toda la humanidad, y aún es vinculante. Si cuidamos sus términos, floreceremos.”

Las sociedades de pacto – de las cuales los Estados Unidos de América es el ejemplo contemporáneo supremo – son sociedades morales, esto no significa que sus miembros son más justos que otros sino que se ven a sí mismos como públicamente responsables de ciertos estándares morales que son parte del texto y la textura de su identidad nacional. Están honrando las obligaciones impuestas sobre ellos por los fundadores.

De hecho, como deja claro la cita de Johnson, las sociedades de pacto ven su propio destino ligado a la forma en que cumplen o no logran cumplir esas obligaciones. “Si cuidamos estos términos, floreceremos” – implicando que si no lo hacemos, no floreceremos. Esta es una forma de pensar que occidente le debe completamente al libro de Devarim, expresado más famosamente en el segundo párrafo de la Shemá:

Ten cuidado, no sea que seas tentado a alejarte y adorar a otros dioses y prosternarse ante ellos. Entonces la ira del Señor arderá contra tí, y Él cerrará los cielos para que no haya lluvias y los suelos no den su fruto, y tú pronto morirás en la buena tierra que el Señor te está entregando.

Deut. 11:13-17

Las sociedades de pacto no son sociedades étnicas unidas por un origen racial común. Hacen lugar a extraños – inmigrantes, buscadores de asilo, residentes extranjeros – que se vuelven parte de la sociedad al tomar su historia y hacerla parte de sí mismos, como hizo Ruth en el libro bíblico que lleva su nombre (“Tu pueblo será mi pueblo, tu Dios, mi Dios”) o como lo hicieron sucesivas olas de inmigrantes que llegaron a los Estados Unidos. De hecho, la conversión al judaísmo es entendida de mejor manera no como la conversión a otra religión – como el cristianismo o el islam – sino como la adquisición de la ciudadanía en una nación como los Estados Unidos.

Resulta completamente sorprendente que el simple hecho de contar la historia, regularmente, como un deber religioso, sostuvo la identidad judía a lo largo de los siglos, incluso en ausencia de todos los componentes normales de una nación – tierra, proximidad geográfica, independencia, autodeterminación – y le permitió al pueblo nunca olvidar sus ideales, sus aspiraciones, su proyecto colectivo de construir una sociedad que sería opuesta a Egipto, un lugar de libertad y justicia y dignidad humana, en la que ningún ser humano es soberano, en la que sólo Dios es Rey.

Una de las verdades más profundas acerca de la política del pacto – el mensaje de la declaración de las primeras frutas en la parashá de esta semana – es: si quieres sostener la libertad, nunca dejes de contar la historia.


questions spanish table 5783 preguntas paea la mesa de shabat
  1. ¿Por qué contar la historia es esencial para una sociedad de pacto?
  2. ¿Por qué crees que es importante relatar y re-relatar la historia de los orígenes de una sociedad?
  3. ¿Puedes pensar en una historia que sea importante en tu propia vida – que quisieras compartir con las generaciones futuras?

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