Comentando acerca de un versículo clave en la parashá de hoy, un Midrash cuenta una historia muy apropiada:
Una vez Rabi Yanai estaba caminando por el camino cuando se encontró con un hombre vestido elegantemente. Él le dijo: “¿El señor será mi huésped?” Él respondió “Como guste.”
Entonces Rabi Yanai lo llevó a su casa y le hizo preguntas acerca de la Biblia, pero no sabía nada. Acerca del Talmud, pero no sabía nada. De agadá, pero no sabía nada. Finalmente le pidió que dijera la Bendición después de la Comida. Sin embargo, el hombre respondió: “Que Yanai diga la bendición en su propia casa.”
Rabi Yanai entonces le dijo “¿Puedes repetir lo que te digo?”
El hombre respondió “Sí.”
A continuación Rabi Yanai dijo: “Di ‘un perro ha comido el pan de Yanai.’”
El huésped se puso de pie, tomó a Rabi Yanai y demandó “¿Dónde está mi herencia que tú tienes y estás ocultando de mí?”
“¿Qué herencia tuya tengo?”
Él respondió “Los niños recitan ‘Moshé nos entregó la Torá, herencia de la congregación de Yaakov’ (Deuteronomio 33:5). No está escrito ‘congregación de Yanai’, sino ‘congregación de Yaakov.’
Vaikrá Rabá 9
Es una historia poderosa. Rabi Yanai ve a un extraño vestido con ropas elegantes y asume que debe ser alguien instruido. Lo lleva a su casa y descubre que el hombre no tenía ningún tipo de educación judía. No sabía nada de la literatura rabínica. Ni siquiera era capaz de decir la Bendición después de las Comidas.
Rabi Yanai, un erudito en Torá, menosprecia a su invitado. Pero el extraño, con gran dignidad, le dice en efecto “La Torá es mi herencia tanto como la tuya. Ya que tu tienes mucha, y yo no tengo nada, comparte un poco de lo que tú tienes conmigo. En lugar de despreciarme, enséñame.”
Pocas ideas en la historia del judaísmo tiene más poder que esta: la idea de que la sabiduría de la Torá pertenece a todos, que todos deberían tener la oportunidad de aprender, que la educación debería ser universal. Que todos deberían ser, en la medida de lo posible, instruidos en las leyes, la historia, y la fe del judaísmo. Que la educación es la forma más alta de dignidad, y que debe ser accesible para todos.
Esta idea es tan antigua y tan profunda en el judaísmo que es fácil olvidar cuán revolucionaria es. El conocimiento – en la famosa frase de Sir Francis Bacon – es poder.[1] Aquellos que lo tienen normalmente son reacios a compartirlo con otros. Muchas sociedades han tenido élites instruidas que controlaban la administración del gobierno. Hasta el día de hoy, muchos profesionales usan un vocabulario técnico inteligible sólo para aquellos versados en el tema, haciendo que su conocimiento sea impenetrable para las personas de fuera.
El judaísmo era profundamente diferente. He especulado que esto está conectado con el hecho que el nacimiento del judaísmo ocurrió casi al mismo tiempo que el nacimiento del alfabeto[2] – protosemita, que apareció en la época de los patriarcas, y cuyos trazados más tempranos han sido encontrados en el desierto del Sinaí en un área donde trabajan los esclavos.
La Mesopotamia, de donde provenía Abraham, y Egipto en los días de Moshé tuvieron las dos primeras formas de escritura, cuneiforme y jeroglíficos respectivamente. Pero estos sistemas – pictogramas, ideogramas, silabarios en los cuales los símbolos representaban palabras completas o sílabas – requerían demasiados símbolos para ser enseñados a todos. El alfabeto, con sólo 22 símbolos, abrió por primera vez la posibilidad a una sociedad de alfabetismo universal.
El judaísmo lleva completamente la marca de esto. Abraham fue elegido para ser un maestro, “Ya que Yo lo he elegido, para que el enseñe a sus hijos y a los miembros de su casa a mantener los caminos del Señor. (Gén. 18:19)
Moshé habla una y otra vez acerca de la educación:
“Enséñalas a tus hijos, habla acerca de ellas cuando te sientas en tu casa y cuando andas por el camino, cuando te acuestas y cuando te levantas.”
Deut. 11:19
El verbo l-m-d, “enseñar”, aparece no menos de 17 veces en el libro de Deuteronomio, haciendo de él un tema central del libro como un todo.
Por encima de todo, está la experiencia personal del propio Moshé. Devarim, el libro completo de Deuteronomio, es una experiencia educativa para adultos masiva, el Profeta Maestro tomando a todo el pueblo como sus discípulos y enseñándoles tanto la ley – los mandamientos, estatutos y juicios – y, no menos importante, la historia que yace detrás de ellos.
Esto llega a su clímax al final del libro, en la forma de “canción” de Haazinu, la parashá de esta semana, que es precedida y seguida por estas palabras:
“Moshé recitó las palabras de esta canción desde el principio hasta el final frente a toda la asamblea de Israel.”
Deut. 31:30
“Esta es la bendición que Moshé, el hombre de Dios pronunció sobre los israelitas antes de su muerte… Moshé nos ordenó la Torá, una herencia para toda la congregación de Yaakov.”
Deut. 33:1, Deut. 33:4
Notemos la insistencia, en el primero de estos estos dos versículos, en el hecho de que Moshé estaba hablando a todos, no sólo a una élite. El segundo pasaje contiene la famosa frase citada por el huésped de Rabi Yanai como prueba de que la Torá pertenece a todos. No es la posesión de los letrados, los elegidos, los dotados especialmente, no de una clase o una casta. Es la herencia de toda la congregación de Yaakov.
No fue sino hasta tiempos relativamente modernos que esta idea de educación universal se expandió más allá del judaísmo. No existió en Inglaterra, entonces primera potencia mundial, sino hasta el Acta de Educación de 1870. Se necesitó de la revolución de Internet – Google y demás plataformas – para hacerla una realidad a lo largo y ancho del mundo. Incluso hoy, unos 70 millones de niños están privados de acceso a la educación, en países como Somalia, Eritrea, Haití, Comoros y Etiopía.
La educación es la clave para la dignidad humana y debería estar disponible para todos en forma igualitaria. Esta una de las ideas más profundas de toda la historia, y nació en esas poderosas palabras, inmediatamente a continuación de la parashá de esta semana: “Moshé nos ordenó la Torá, una herencia para la congregación de Yaakov.”
[1] La famosa frase “el conocimiento es poder” atribuida a Francis Bacon proviene de su libro Meditationes Sacrae (1597). Esta cita está disponible en línea en Bartleby.com.
La herencia que pertenece a todos
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Comentando acerca de un versículo clave en la parashá de hoy, un Midrash cuenta una historia muy apropiada:
Es una historia poderosa. Rabi Yanai ve a un extraño vestido con ropas elegantes y asume que debe ser alguien instruido. Lo lleva a su casa y descubre que el hombre no tenía ningún tipo de educación judía. No sabía nada de la literatura rabínica. Ni siquiera era capaz de decir la Bendición después de las Comidas.
Rabi Yanai, un erudito en Torá, menosprecia a su invitado. Pero el extraño, con gran dignidad, le dice en efecto “La Torá es mi herencia tanto como la tuya. Ya que tu tienes mucha, y yo no tengo nada, comparte un poco de lo que tú tienes conmigo. En lugar de despreciarme, enséñame.”
Pocas ideas en la historia del judaísmo tiene más poder que esta: la idea de que la sabiduría de la Torá pertenece a todos, que todos deberían tener la oportunidad de aprender, que la educación debería ser universal. Que todos deberían ser, en la medida de lo posible, instruidos en las leyes, la historia, y la fe del judaísmo. Que la educación es la forma más alta de dignidad, y que debe ser accesible para todos.
Esta idea es tan antigua y tan profunda en el judaísmo que es fácil olvidar cuán revolucionaria es. El conocimiento – en la famosa frase de Sir Francis Bacon – es poder.[1] Aquellos que lo tienen normalmente son reacios a compartirlo con otros. Muchas sociedades han tenido élites instruidas que controlaban la administración del gobierno. Hasta el día de hoy, muchos profesionales usan un vocabulario técnico inteligible sólo para aquellos versados en el tema, haciendo que su conocimiento sea impenetrable para las personas de fuera.
El judaísmo era profundamente diferente. He especulado que esto está conectado con el hecho que el nacimiento del judaísmo ocurrió casi al mismo tiempo que el nacimiento del alfabeto[2] – protosemita, que apareció en la época de los patriarcas, y cuyos trazados más tempranos han sido encontrados en el desierto del Sinaí en un área donde trabajan los esclavos.
La Mesopotamia, de donde provenía Abraham, y Egipto en los días de Moshé tuvieron las dos primeras formas de escritura, cuneiforme y jeroglíficos respectivamente. Pero estos sistemas – pictogramas, ideogramas, silabarios en los cuales los símbolos representaban palabras completas o sílabas – requerían demasiados símbolos para ser enseñados a todos. El alfabeto, con sólo 22 símbolos, abrió por primera vez la posibilidad a una sociedad de alfabetismo universal.
El judaísmo lleva completamente la marca de esto. Abraham fue elegido para ser un maestro, “Ya que Yo lo he elegido, para que el enseñe a sus hijos y a los miembros de su casa a mantener los caminos del Señor. (Gén. 18:19)
Moshé habla una y otra vez acerca de la educación:
El verbo l-m-d, “enseñar”, aparece no menos de 17 veces en el libro de Deuteronomio, haciendo de él un tema central del libro como un todo.
Por encima de todo, está la experiencia personal del propio Moshé. Devarim, el libro completo de Deuteronomio, es una experiencia educativa para adultos masiva, el Profeta Maestro tomando a todo el pueblo como sus discípulos y enseñándoles tanto la ley – los mandamientos, estatutos y juicios – y, no menos importante, la historia que yace detrás de ellos.
Esto llega a su clímax al final del libro, en la forma de “canción” de Haazinu, la parashá de esta semana, que es precedida y seguida por estas palabras:
Notemos la insistencia, en el primero de estos estos dos versículos, en el hecho de que Moshé estaba hablando a todos, no sólo a una élite. El segundo pasaje contiene la famosa frase citada por el huésped de Rabi Yanai como prueba de que la Torá pertenece a todos. No es la posesión de los letrados, los elegidos, los dotados especialmente, no de una clase o una casta. Es la herencia de toda la congregación de Yaakov.
No fue sino hasta tiempos relativamente modernos que esta idea de educación universal se expandió más allá del judaísmo. No existió en Inglaterra, entonces primera potencia mundial, sino hasta el Acta de Educación de 1870. Se necesitó de la revolución de Internet – Google y demás plataformas – para hacerla una realidad a lo largo y ancho del mundo. Incluso hoy, unos 70 millones de niños están privados de acceso a la educación, en países como Somalia, Eritrea, Haití, Comoros y Etiopía.
La educación es la clave para la dignidad humana y debería estar disponible para todos en forma igualitaria. Esta una de las ideas más profundas de toda la historia, y nació en esas poderosas palabras, inmediatamente a continuación de la parashá de esta semana: “Moshé nos ordenó la Torá, una herencia para la congregación de Yaakov.”
[1] La famosa frase “el conocimiento es poder” atribuida a Francis Bacon proviene de su libro Meditationes Sacrae (1597). Esta cita está disponible en línea en Bartleby.com.
[2] Ver On the Internet and Judaism, y The Home of the Book for The People of the Book.
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