¿Es un líder como un padre?

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Fue el momento de mayor abatimiento emocional en la vida de Moshé. Después del drama en el Sinaí, la Revelación, el Becerro de Oro, el perdón, la construcción del Tabernáculo y los extensos códigos de pureza y santidad, todo lo que el pueblo puede pensar es en comida:

“¿Quién nos dará carne para comer? Recordamos el pescado que comíamos gratis en Egipto, los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos. Pero ahora nuestra garganta está seca. No hay nada en absoluto excepto este maná ante nuestros ojos.”

Núm. 11:5-6

Era suficiente para desesperar a cualquiera, incluso a Moshé. Pero las palabras que él pronuncia son devastadoras. Le dice a Dios:

“¿Por qué has hecho mal a Tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia en Tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Acaso fui yo quien concibió a todo este pueblo? ¿Acaso yo lo di a luz, para que me digas: ‘Llévalo en tu regazo, como la nodriza lleva al niño’? […] Yo solo no puedo cargar a todo este pueblo, porque es demasiado pesado para mí. Si así haces conmigo, te ruego que me mates de una vez, si he hallado gracia en Tus ojos, y que yo no vea mi desgracia.”

Núm. 11:11-15

Estas palabras merecen nuestra máxima atención. Inevitablemente, nos centramos en su último comentario, el deseo de morir de Moshé. Pero en realidad, esa no es la parte más interesante de su discurso. Moshé no fue el único líder judío que pidió morir. También lo hicieron Eliahu, Yirmiyahu y Yoná. Liderar es difícil; liderar al pueblo judío es casi imposible. Esa es una historia antigua, y no especialmente edificante.

El verdadero interés está en otra parte, cuando Moshé dice: “¿Por qué me dices que los lleve en mis brazos, como una nodriza lleva a un bebé?” Pero Dios nunca dijo esas palabras. Ni siquiera insinuó tal cosa. Dios le pidió a Moshé que liderara, pero no Le dijo cómo hacerlo. Le dijo lo que debía hacer, pero no discutió su estilo de liderazgo.

Quien le dio a Moshé su primera lección de liderazgo fue su suegro, Itró, quien le advirtió del riesgo del mismo agotamiento que ahora está experimentando:

“No está bien lo que haces. Te desgastarás tú y también este pueblo que está contigo, porque la tarea es demasiado pesada para ti; no podrás hacerlo tú solo.”

Éx. 18:17-18

Luego le aconsejó delegar y compartir la carga con un equipo de líderes, tal como Dios está a punto de hacer en nuestra parashá.

Curiosamente, el agotamiento de Moshé ocurre justo después de que leemos, al final del capítulo anterior, sobre la partida de Itró. Algo muy similar ocurre más adelante en la parashá Jukat (Núm. 20). Primero se menciona la muerte de Miriam. Inmediatamente después sigue la escena de Merivá, cuando el pueblo pide agua y Moshé pierde el control y golpea la roca – acto que le cuesta la oportunidad de ingresar a la Tierra Prometida. Parece que, a su manera, tanto Itró como Miriam eran apoyos emocionales esenciales para Moshé. Cuando estaban presentes, él lograba sobrellevarlo. Cuando no, perdía la compostura. Los líderes necesitan almas gemelas, personas que eleven su espíritu y les den la fuerza para continuar. Nadie puede liderar en soledad.

Pero volvamos al discurso de Moshé a Dios. La Torá podría estar insinuando aquí que la manera en que Moshé concebía el rol del líder era en sí parte del problema: “¿Acaso yo concebí a este pueblo? ¿Lo di a luz? ¿Por qué Me dices que lo cargue en mis brazos, como una nodriza lleva a un infante?” Este es el lenguaje del liderazgo como paternidad, la teoría del “Gran Hombre”.

Desarrollando, e incluso yendo más allá, de las teorías de Gustave Le Bon sobre la “mente grupal”, Sigmund Freud argumentó que las masas se vuelven peligrosas cuando llega al poder un cierto tipo de líder.[1] Ese líder, a menudo altamente carismático, parece prometer soluciones a todos los problemas. Es fuerte, persuasivo y claro. Ofrece un análisis sencillo del sufrimiento del pueblo. Identifica enemigos, concentra las energías y hace sentir a la gente que son parte de algo grandioso. “Déjenmelo a mí”, parece decir. “Todo lo que tienen que hacer es seguirme y obedecer”.

Moshé nunca fue ese tipo de líder. Dijo de sí mismo: “No soy hombre de palabras”. No era especialmente cercano al pueblo. Aarón sí lo era. Tal vez Miriam también. Caleb tenía el poder de calmar al pueblo, al menos temporalmente. Moshé no tenía el don ni el deseo de convencer a las masas, resolver complejidades, atraer seguidores o ganar popularidad. Ese no era el tipo de líder que Israel necesitaba, y por eso Dios eligió a Moshé: no a un hombre que buscaba el poder, sino a alguien con un profundo sentido de justicia y una pasión por la libertad.

Sin embargo, Moshé parece haber sentido que el líder debía hacerlo todo: debía ser padre, madre y nodriza del pueblo. Debía ser quien actúa, quien resuelve problemas, omnisciente y todopoderoso. Si hay algo que hacer, le corresponde al líder – volviéndose a Dios para pedir Su ayuda – hacerlo.

El problema es que si el líder es un padre, entonces los seguidores siguen siendo niños. Son totalmente dependientes de él. No desarrollan sus propias habilidades, ni adquieren sentido de responsabilidad o la autoconfianza que surge de ejercerla. Así, cuando Moshé no está – ha estado en la montaña por mucho tiempo y no saben qué le ha pasado – el pueblo entra en pánico y construye un Becerro de Oro. Por eso Dios le dice a Moshé que reúna un equipo de setenta líderes para compartir la carga. No intentes hacerlo todo tú solo.

La teoría de liderazgo del “Gran Hombre” persigue a la historia judía como una pesadilla recurrente. En tiempos del profeta Shmuel, el pueblo creyó que todos sus problemas se resolverían si nombraban un rey “como las demás naciones”. Shmuel les advirtió en vano que eso sólo agravaría las cosas. Shaúl tenía la apariencia: era apuesto, recto, “una cabeza más alto que el resto” (véase I Shmuel 9), pero le faltaba carácter. David cometió adulterio. Shlomo, dotado de sabiduría, fue seducido por sus esposas hacia la insensatez. El reino se dividió. Solo unos pocos reyes posteriores estuvieron a la altura del desafío moral y espiritual de combinar la fe en Dios con un gobierno realista y virtuoso.

Durante el período del Segundo Templo, el éxito de los Macabeos fue dramático pero efímero. Los reyes hasmoneos se helenizaron. El cargo de Sumo Sacerdote se volvió político. Nadie pudo contener las crecientes divisiones internas. Tras derrotar a los griegos, la nación cayó ante los romanos. Sesenta años después, el Rabi Akiva identificó a Bar Kojba como otro “gran hombre” al estilo de Yehudá el Macabeo, y el resultado fue la peor tragedia en la historia judía hasta el Holocausto.

El judaísmo se basa en la responsabilidad compartida, en hacer que cada individuo cuente, en construir equipos cohesionados sobre la base de una visión común, en educar a las personas para que alcancen su máximo potencial, y en valorar el debate honesto y la dignidad de disentir. Esa es la cultura que los Rabinos promovieron durante los siglos de dispersión. Es como los pioneros construyeron la tierra y el Estado de Israel en tiempos modernos. Es la visión que Moshé articuló en el último mes de su vida, en el libro de Devarim.

Esto requiere líderes que inspiren a otros con su visión, que deleguen, empoderen, orienten, animen y hagan espacio. Eso es lo que Dios le estaba insinuando a Moshé cuando le dijo que tomara a setenta ancianos y que se presentaran con él en la Tienda de Reunión. Entonces:

“Descenderé y hablaré contigo allí, y tomaré del espíritu que está sobre ti y lo pondré sobre ellos.”

Núm. 11:17

Dios le estaba diciendo a Moshé que los grandes líderes no crean seguidores: crean líderes. Comparten su inspiración. Entregan parte de su espíritu a los demás. No ven al pueblo que lideran como niños que necesitan un padre-madre-nodriza, sino como adultos que deben ser educados para asumir la responsabilidad individual y colectiva de su propio futuro.

Las personas llegan a ser lo que su líder les da el espacio para ser. Cuando ese espacio es amplio, pueden crecer hasta alcanzar la grandeza.


[1] Véase Sigmund Freud, Totem and Taboo, y Moses and Monotheism, parte III. Véase también Mark Edmundson, The Death of Sigmund Freud: The Legacy of His Last Days (2007), quien sostiene que esta es la razón por la cual Freud dedicó el último año de su vida a escribir la tercera parte de Moses and Monotheism, como advertencia sobre el peligro del deseo de un liderazgo fuerte.


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  1. ¿Cómo te sientes cuando alguien te da espacio para asumir responsabilidades?
  2. ¿Quiénes son tus compañeros del alma en tu camino de liderazgo?
  3. Compara y contrasta a otros líderes del Tanaj con Moshé: ¿quién se le parecía en su estilo? ¿Quién lideró de manera distinta?

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