En español, el libro que comenzamos esta semana se llama Números, y por una razón obvia. Comienza con un censo, e incluso hay un segundo conteo hacia el final del libro. Visto de esta manera, el tema central del libro es la demografía. Los israelitas, que se encuentran en Sinaí al comienzo del libro y en las puertas de la Tierra Prometida hacia el final, son ahora una nación considerable, con 600.000 hombres en edad de realizar el servicio militar.
Sin embargo, en la tradición judía este libro se conoce como Bamidbar, “en el desierto,” sugiriendo un tema completamente diferente. La razón superficial es que esta es la primera palabra distintiva en el primer versículo del libro. Pero el trabajo de dos antropólogos, Arnold van Gennep y Victor Turner, sugiere una posibilidad más profunda. El hecho de que la experiencia formativa de Israel se haya dado en el desierto resulta ser muy significativa. Porque es allí donde el pueblo experimenta una de las ideas más revolucionarias de la Torá, es decir la idea de que una sociedad ideal es aquella en la que todos tienen la misma dignidad bajo la soberanía de Dios.
Arnold van Gennep, es us libro The Rites of Passage (en español, Los ritos de pasaje), argumentó que las sociedades desarrollan rituales para marcar la transición de un estado al próximo – de la niñez a la adultez, por ejemplo, o de estar soltero a estar casado – e implican tres fases. La primera es separación, un rompimiento simbólico con el pasado. La tercera es la incorporación, re-ingresar a la sociedad con una nueva identidad. Entre los dos está la fase crucial de transición en la que, habiendo dicho adiós a quién eras pero aún no hola a quien te estas por convertir, eres re-moldeado, renaces, eres reestructurado.[1]
Van Gennep usó el término liminal, que proviene de la palabra latina para umbral, para describir este segundo estadío cuando te encuentras en una especie de tierra de nadie entre lo viejo y lo nuevo. Eso es claramente lo que el desierto simboliza para Israel: espacio liminal entre Egipto y la Tierra Prometida. Allí Israel renace, ya no un grupo de esclavos que estaban escapando sino “un reino de sacerdotes y una nación santa.” El desierto – una tierra de nadie sin asentamientos de poblaciones, sin ciudades, sin un orden civilizado – es el lugar en el que los descendientes de Yaakov, a solas con Dios, abandonaron una identidad para asumir otra.
Este análisis nos ayuda a entender algunos de los detalles del libro de Éxodo. Pintar los marcos de las puertas con sangre (Éx. 12:7) es parte de la primera fase, la separación, durante la cual la puerta por la que caminas dejando atrás tu antigua vida tiene un significado simbólico especial.
De la misma forma la división del Mar Rojo. La división de algo en dos, a través del cual algo o alguien pasa, es una representación simbólica de transición, como lo fue para Abraham en el pasaje en el que Dios le dice acerca del futuro exilio y esclavización de sus hijos (Gén. 15:10-21). Abraham divide animales, Dios divide el mar, pero el movimiento entre las dos mitades es lo que marca el cambio de fase.
Notemos también que Yaakov tiene sus dos encuentros determinantes con Dios en el espacio liminal, durante su travesía desde su hogar hacia la morada de Labán (Gén. 28:10-22, y Gén. 32:22-32).
Victor Turner agregó un elemento adicional a este análisis. El marcó una distinción entre la sociedad y lo que él llamó communitas. La sociedad está siempre marcada por estructura y jerarquía. Algunos tienen poder, otros no. Hay clases, castas, rangos, órdenes, grados de estatus y honor.[2]
Para Turner lo que hace a la experiencia del espacio liminal vívida y transformativa es que en el desierto no hay jerarquías. En su lugar, hay “una intensa camaradería e igualitarismo. Las distinciones seculares de rango y estatus desaparecen o son homogeneizadas.” Las personas arrojadas juntas a la tierra de nadie del desierto experimentan el “vínculo humano esencial y genérico.” Eso es a lo que se refiere con communitas, un estadío poco frecuente y especial en el que, por un breve pero memorable periodo, todos son iguales.[3]
Ahora comenzamos a comprender el significado de midbar, “desierto,” en la vida espiritual de Israel. Ese fue el lugar en el que ellos experimentaron con una intensidad que nunca habían sentido antes ni que volverían a sentir fácilmente otra vez, una cercanía a Dios sin mediadores que los unió a Él y el uno al otro.
Ese es el significado de lo que Oseas dice cuando habla en nombre de Dios de un día en que Israel experimentará, por así decirlo, una segunda luna de miel:
“Por lo tanto Yo la atraeré, la guiaré hacia el desierto y le hablaré tiernamente… Allí ella responderá como en los días de su juventud, como en el día que ella salió de Egipto. “En ese día,” declara el Señor, “Me llamarás ‘mi esposo’; ya no Me llamarás ‘mi Maestro’”.
Os. 2:14-16
Ahora también comprendemos el significado del relato al inicio de Bamidbar, en el que las doce tribus se encontraban acampando, en filas de tres, en los cuatro lados del Tabernáculo, cada una a la misma distancia del santuario. Cada tribu era diferente, pero (con la excepción de los levitas) todas eran iguales. Todos comían la misma comida, maná del cielo. Tomaban la misma agua, agua de una roca o un pozo. Ninguna tenía aún sus propias tierras, ya que el desierto no tiene propietarios. No había conflictos económicos ni territoriales entre ellos.
La descripción completa del campamento al comienzo de Bamidbar, con su énfasis en la igualdad, encaja perfectamente en la descripción de Turner de communitas, el estado ideal que las personas sólo experimentan en el espacio liminal cuando hay dejado el pasado (Egipto) atrás pero aún no han llegado a su destino futuro, la tierra de Israel. Aún no comenzaron a construir una sociedad con todas las desigualdades que una sociedad genera. Por el momento están juntos, sus tiendas formando un cuadrado perfecto con el Santuario en su centro.
La conmoción del libro de Bamidbar radica en el hecho de que esta communitas duró muy brevemente. El ánimo sereno de su comienzo se verá pronto destrozado por pelea tras pelea, rebelión tras rebelión, una serie de disrupciones que le costarían a una generación entera su oportunidad de entrar a la tierra.
Sin embargo, Bamidbar abre, como lo hace el libro de Bereshit, con una escena de orden sagrado, allá natural, aquí social, allá dividido en seis días, aquí en doce (2×6) tribus, cada persona en Bamidbar como cada especie en Bereshit, en su lugar correcto, “cada uno con su estandarte, bajo las banderas de su casa ancestral.” (Núm. 2:1)
Entonces, el desierto no fue solo un lugar, fue un estado del ser, un momento de solidaridad, el punto medio entre la esclavitud en Egipto y las desigualdades sociales que surgirían más adelante en Israel, un ideal nunca olvidado incluso si nunca fue capturado nuevamente en el tiempo y el espacio reales.
El judaísmo nunca olvidó su visión de armonía natural y social, expuesta al comienzo de los libros de Génesis y Números, como diciéndonos que aquello que alguna vez fue puede ser posible otra vez, si sólo escuchamos la palabra de Dios.
[1] Arnold Van Gennep, The Rites of Passage, University of Chicago Press, 1960.
[2] Victor Turner, The Ritual Process, Transaction Publishers, 1969.
[3] Victor Turner, Dramas, Fields and Metaphors, Cornell University Press, 1974.
¿Qué crees que hace que una experiencia sea “formativa”?¿Puedes pensar en un momento en que hayas tenido una experiencia así?
¿Cuáles son algunos rituales que tienes durante las transiciones?
¿Puedes relacionarte con la idea de que los tiempos difíciles pueden llevar a transformaciones positivas? ¿Por qué sí, o por qué no?
Espacio liminal
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En español, el libro que comenzamos esta semana se llama Números, y por una razón obvia. Comienza con un censo, e incluso hay un segundo conteo hacia el final del libro. Visto de esta manera, el tema central del libro es la demografía. Los israelitas, que se encuentran en Sinaí al comienzo del libro y en las puertas de la Tierra Prometida hacia el final, son ahora una nación considerable, con 600.000 hombres en edad de realizar el servicio militar.
Sin embargo, en la tradición judía este libro se conoce como Bamidbar, “en el desierto,” sugiriendo un tema completamente diferente. La razón superficial es que esta es la primera palabra distintiva en el primer versículo del libro. Pero el trabajo de dos antropólogos, Arnold van Gennep y Victor Turner, sugiere una posibilidad más profunda. El hecho de que la experiencia formativa de Israel se haya dado en el desierto resulta ser muy significativa. Porque es allí donde el pueblo experimenta una de las ideas más revolucionarias de la Torá, es decir la idea de que una sociedad ideal es aquella en la que todos tienen la misma dignidad bajo la soberanía de Dios.
Arnold van Gennep, es us libro The Rites of Passage (en español, Los ritos de pasaje), argumentó que las sociedades desarrollan rituales para marcar la transición de un estado al próximo – de la niñez a la adultez, por ejemplo, o de estar soltero a estar casado – e implican tres fases. La primera es separación, un rompimiento simbólico con el pasado. La tercera es la incorporación, re-ingresar a la sociedad con una nueva identidad. Entre los dos está la fase crucial de transición en la que, habiendo dicho adiós a quién eras pero aún no hola a quien te estas por convertir, eres re-moldeado, renaces, eres reestructurado.[1]
Van Gennep usó el término liminal, que proviene de la palabra latina para umbral, para describir este segundo estadío cuando te encuentras en una especie de tierra de nadie entre lo viejo y lo nuevo. Eso es claramente lo que el desierto simboliza para Israel: espacio liminal entre Egipto y la Tierra Prometida. Allí Israel renace, ya no un grupo de esclavos que estaban escapando sino “un reino de sacerdotes y una nación santa.” El desierto – una tierra de nadie sin asentamientos de poblaciones, sin ciudades, sin un orden civilizado – es el lugar en el que los descendientes de Yaakov, a solas con Dios, abandonaron una identidad para asumir otra.
Este análisis nos ayuda a entender algunos de los detalles del libro de Éxodo. Pintar los marcos de las puertas con sangre (Éx. 12:7) es parte de la primera fase, la separación, durante la cual la puerta por la que caminas dejando atrás tu antigua vida tiene un significado simbólico especial.
De la misma forma la división del Mar Rojo. La división de algo en dos, a través del cual algo o alguien pasa, es una representación simbólica de transición, como lo fue para Abraham en el pasaje en el que Dios le dice acerca del futuro exilio y esclavización de sus hijos (Gén. 15:10-21). Abraham divide animales, Dios divide el mar, pero el movimiento entre las dos mitades es lo que marca el cambio de fase.
Notemos también que Yaakov tiene sus dos encuentros determinantes con Dios en el espacio liminal, durante su travesía desde su hogar hacia la morada de Labán (Gén. 28:10-22, y Gén. 32:22-32).
Victor Turner agregó un elemento adicional a este análisis. El marcó una distinción entre la sociedad y lo que él llamó communitas. La sociedad está siempre marcada por estructura y jerarquía. Algunos tienen poder, otros no. Hay clases, castas, rangos, órdenes, grados de estatus y honor.[2]
Para Turner lo que hace a la experiencia del espacio liminal vívida y transformativa es que en el desierto no hay jerarquías. En su lugar, hay “una intensa camaradería e igualitarismo. Las distinciones seculares de rango y estatus desaparecen o son homogeneizadas.” Las personas arrojadas juntas a la tierra de nadie del desierto experimentan el “vínculo humano esencial y genérico.” Eso es a lo que se refiere con communitas, un estadío poco frecuente y especial en el que, por un breve pero memorable periodo, todos son iguales.[3]
Ahora comenzamos a comprender el significado de midbar, “desierto,” en la vida espiritual de Israel. Ese fue el lugar en el que ellos experimentaron con una intensidad que nunca habían sentido antes ni que volverían a sentir fácilmente otra vez, una cercanía a Dios sin mediadores que los unió a Él y el uno al otro.
Ese es el significado de lo que Oseas dice cuando habla en nombre de Dios de un día en que Israel experimentará, por así decirlo, una segunda luna de miel:
Ahora también comprendemos el significado del relato al inicio de Bamidbar, en el que las doce tribus se encontraban acampando, en filas de tres, en los cuatro lados del Tabernáculo, cada una a la misma distancia del santuario. Cada tribu era diferente, pero (con la excepción de los levitas) todas eran iguales. Todos comían la misma comida, maná del cielo. Tomaban la misma agua, agua de una roca o un pozo. Ninguna tenía aún sus propias tierras, ya que el desierto no tiene propietarios. No había conflictos económicos ni territoriales entre ellos.
La descripción completa del campamento al comienzo de Bamidbar, con su énfasis en la igualdad, encaja perfectamente en la descripción de Turner de communitas, el estado ideal que las personas sólo experimentan en el espacio liminal cuando hay dejado el pasado (Egipto) atrás pero aún no han llegado a su destino futuro, la tierra de Israel. Aún no comenzaron a construir una sociedad con todas las desigualdades que una sociedad genera. Por el momento están juntos, sus tiendas formando un cuadrado perfecto con el Santuario en su centro.
La conmoción del libro de Bamidbar radica en el hecho de que esta communitas duró muy brevemente. El ánimo sereno de su comienzo se verá pronto destrozado por pelea tras pelea, rebelión tras rebelión, una serie de disrupciones que le costarían a una generación entera su oportunidad de entrar a la tierra.
Sin embargo, Bamidbar abre, como lo hace el libro de Bereshit, con una escena de orden sagrado, allá natural, aquí social, allá dividido en seis días, aquí en doce (2×6) tribus, cada persona en Bamidbar como cada especie en Bereshit, en su lugar correcto, “cada uno con su estandarte, bajo las banderas de su casa ancestral.” (Núm. 2:1)
Entonces, el desierto no fue solo un lugar, fue un estado del ser, un momento de solidaridad, el punto medio entre la esclavitud en Egipto y las desigualdades sociales que surgirían más adelante en Israel, un ideal nunca olvidado incluso si nunca fue capturado nuevamente en el tiempo y el espacio reales.
El judaísmo nunca olvidó su visión de armonía natural y social, expuesta al comienzo de los libros de Génesis y Números, como diciéndonos que aquello que alguna vez fue puede ser posible otra vez, si sólo escuchamos la palabra de Dios.
[1] Arnold Van Gennep, The Rites of Passage, University of Chicago Press, 1960.
[2] Victor Turner, The Ritual Process, Transaction Publishers, 1969.
[3] Victor Turner, Dramas, Fields and Metaphors, Cornell University Press, 1974.
El rechazo del rechazo
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