Habiendo expuesto los principios generales del pacto, Moshé se dirige ahora a los detalles, que se extienden a lo largo de muchos capítulos y varias parashiot. La extensa revisión de las leyes que regirán a Israel en su tierra comienza y termina con Moshé planteando una elección trascendental. Así la formula en la parashá de esta semana:
Mira, hoy pongo delante de ustedes la bendición y la maldición: la bendición, si obedecen los mandamientos del Señor su Dios que hoy les ordeno; la maldición, si desobedecen los mandamientos del Señor su Dios y se apartan del camino que hoy les ordeno, siguiendo a otros dioses que no han conocido.
Deut. 11:26-28
Y así lo expresa al final:
Mira, hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… Llamo hoy por testigos al cielo y a la tierra, de que he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan.
Deut. 30:15, Deut. 30:19
Maimónides toma estos dos pasajes como prueba de nuestra creencia en el libre albedrío (Hiljot Teshuvá 5:3), lo cual, en efecto, son. Pero son más que eso. También son una declaración política. La conexión entre la libertad individual (de la que habla Maimónides) y la elección colectiva (de la que habla Moshé) es la siguiente: si los seres humanos son libres, entonces necesitan una sociedad libre en la que puedan ejercer esa libertad. El libro de Devarim representa el primer intento en la historia de crear una sociedad libre.
La visión de Moshé es profundamente política, pero de una manera única. No es política como búsqueda de poder, defensa de intereses o preservación de clases y castas. No es política como expresión de gloria y renombre nacional. No hay en las palabras de Moshé deseo de fama, honor, expansión o imperio. No hay una sola palabra de nacionalismo en el sentido convencional. Moshé no dice al pueblo que son grandes. Les dice que han sido rebeldes, que han pecado, y que su falta de fe durante el episodio de los espías les costó cuarenta años adicionales de demora antes de entrar en la tierra. Moshé no habría ganado unas elecciones. No era ese tipo de líder.
En cambio, convoca al pueblo a la humildad y a la responsabilidad. Somos la nación, dice en esencia, que ha sido elegida por Dios para un gran experimento: ¿podemos crear una sociedad que no sea Egipto, que no sea un imperio, que no esté dividida entre gobernantes y gobernados? ¿Podemos mantenernos fieles a la mano más-que-humana que ha guiado nuestro destino desde que me presenté ante el Faraón y pedí nuestra libertad? Porque, si realmente creemos en Dios – no en Dios como una abstracción filosófica, sino en el Dios que escribió nuestra historia de su puño y letra, al que juramos lealtad en el monte Sinaí, el Dios que es nuestro único Soberano – entonces podemos hacer grandes cosas.
No grandes en términos convencionales, sino grandes en términos morales. Porque si todo el poder, toda la riqueza, toda la fuerza pertenecen a Dios, entonces nada de eso puede, con justicia, separarnos unos de otros. Todos somos igualmente valiosos a Sus ojos. Él nos ha encomendado alimentar al pobre y acoger al huérfano y a la viuda, al levita sin tierra y al extranjero no israelita, para que participen en nuestras celebraciones y días de descanso. Nos ha ordenado crear una sociedad justa que honre la dignidad y la libertad humanas.
Moshé insiste en tres cosas. Primero, somos libres. La elección es nuestra. ¿Bendición o maldición? ¿Bien o mal? ¿Fidelidad o infidelidad? Tú decides, dice Moshé. Nunca la libertad ha sido definida de manera tan clara, no solo para un individuo, sino para toda una nación. No nos cuesta entender que, como individuos, enfrentamos decisiones morales. Adam y Java lo hicieron. También Caín. La elección está inscrita en la condición humana.
Pero que se nos diga esto como nación – esto es algo nuevo. No hay defensa, dice Moshé, en las protestas de impotencia: “No pudimos evitarlo. Éramos menos. Fuimos derrotados. Fue culpa de nuestros líderes o de nuestros enemigos.” No, dice Moshé: tu destino está en tus manos. La soberanía de Dios no elimina la responsabilidad humana. Al contrario, la sitúa en el centro. Si eres fiel a Dios, dice Moshé, prevalecerás sobre los imperios. Si no lo eres, nada más – ni la fuerza militar ni las alianzas políticas – podrá ayudarte.
Si traicionas tu destino único, si adoras a los dioses de las naciones vecinas, te volverás como ellas. Sufrirás la suerte de todas las naciones pequeñas en una era de superpotencias. No culpes a otros, ni al azar, ni a la mala fortuna por tu derrota. La elección es tuya; la responsabilidad es solo tuya.
Segundo, somos colectivamente responsables. La frase “Todo Israel son garantes unos de otros” es rabínica, pero la idea ya está presente en la Torá. Esto también es radical. No hay en el judaísmo una “teoría del gran hombre” de la historia, nada de lo que Carlyle llamaba “héroes y culto al héroe”. El destino de Israel depende de la respuesta de Israel, todo Israel, desde “los jefes de sus tribus, sus ancianos y oficiales” hasta sus “cortadores de leña y aguadores”. Aquí se encuentra el origen de la frase estadounidense (sin equivalente en el vocabulario de la política británica) “Nosotros, el pueblo”. A diferencia de todas las demás naciones del mundo antiguo, y de la mayoría de las actuales, el pueblo del pacto no creía que su destino estuviera determinado por reyes, emperadores, cortes reales o élites gobernantes. Está determinado por cada uno de nosotros como agentes morales, corresponsables del bien común. Esto es lo que Michael Walzer quiere decir cuando, en su reciente libro In God’s Shadow: Politics in the Hebrew Bible, llama a Israel bíblico una “casi-democracia”.
Tercero, es una política centrada en Dios. Tampoco había una palabra para esto en el mundo antiguo, por lo que Josefo tuvo que acuñar una: la llamó “teocracia”. Sin embargo, esta palabra ha sido muy abusada y tomada para significar lo que no es: gobierno por clérigos o sacerdotes. Israel no era eso. De nuevo, viene a la mente una frase estadounidense: Israel era “una nación bajo Dios”. Si hay una palabra que hace justicia a la visión de Deuteronomio, no es teocracia sino nomocracia: “el gobierno de las leyes, no de los hombres”.
El Israel bíblico es el primer ejemplo en la historia de un intento de crear una sociedad libre. No libre en el sentido moderno de libertad de conciencia. Este concepto nació en el siglo XVII en una Europa marcada por un siglo de guerras religiosas entre católicos y protestantes. La libertad de conciencia es un intento por resolver el problema de cómo personas con creencias religiosas marcadamente diferentes (todos ellos cristianos) pueden vivir en paz los unos con los otros. Ese no es el problema al cual el Israel bíblico es una respuesta.
En cambio, era la respuesta a otra pregunta: ¿cómo pueden la libertad y la responsabilidad ser compartidas igualmente por todos? ¿Cómo se pueden poner límites al poder de los gobernantes para no convertir a la masa del pueblo en esclavos – no necesariamente esclavos literales, sino fuerza laboral para construir monumentos o librar guerras de conquista? Fue el gran historiador del siglo XIX, Lord Acton, quien comprendió que la libertad en este sentido nació en Israel bíblico:
El gobierno de los israelitas era una federación, unida no por autoridad política, sino por la unidad de raza y fe, y fundada no en la fuerza física, sino en un pacto voluntario… El trono se erigía sobre un acuerdo, y se privaba al rey del derecho de legislar entre un pueblo que no reconocía otro legislador que Dios… Los hombres inspirados que surgieron en sucesión ininterrumpida para profetizar contra el usurpador y el tirano proclamaban constantemente que las leyes, siendo divinas, estaban por encima de los gobernantes pecadores… Así, el ejemplo de la nación hebrea trazó las líneas paralelas sobre las que se ha ganado toda libertad.[1]
[1] Lord Acton, Essays in the History of Liberty (Liberty Press, 1985), 7
Es una idea hermosa, poderosa y desafiante. Si Dios es nuestro único soberano, entonces todo poder humano es delegado, limitado, sujeto a restricciones morales. Los judíos fueron los primeros en creer que toda una nación podía gobernarse a sí misma en libertad y dignidad igual. Esto no tiene que ver con estructuras políticas (monarquía, oligarquía, democracia – los judíos las han probado todas), sino con la responsabilidad moral colectiva.
Los judíos nunca lograron materializar la visión completamente, pero nunca dejaron de inspirarse en ella. Las palabras de Moshé aún nos desafían hoy. Dios nos ha dado libertad. Usemos esa libertad para crear una sociedad justa, generosa y bondadosa. Dios no lo hace por nosotros, pero nos ha enseñado cómo hacerlo. Como dijo Moshé: la elección es nuestra.
[1] Lord Acton, Essays in the History of Liberty (Liberty Press, 1985), 7
¿Qué significa “elegir la vida” en tus decisiones cotidianas?
¿Qué papel juega la fe en la construcción de una sociedad fuerte?
¿Cómo sería una versión moderna de la visión de Moshé?
La Política de la Libertad
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Reé
The Politics of Freedom
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Habiendo expuesto los principios generales del pacto, Moshé se dirige ahora a los detalles, que se extienden a lo largo de muchos capítulos y varias parashiot. La extensa revisión de las leyes que regirán a Israel en su tierra comienza y termina con Moshé planteando una elección trascendental. Así la formula en la parashá de esta semana:
Y así lo expresa al final:
Maimónides toma estos dos pasajes como prueba de nuestra creencia en el libre albedrío (Hiljot Teshuvá 5:3), lo cual, en efecto, son. Pero son más que eso. También son una declaración política. La conexión entre la libertad individual (de la que habla Maimónides) y la elección colectiva (de la que habla Moshé) es la siguiente: si los seres humanos son libres, entonces necesitan una sociedad libre en la que puedan ejercer esa libertad. El libro de Devarim representa el primer intento en la historia de crear una sociedad libre.
La visión de Moshé es profundamente política, pero de una manera única. No es política como búsqueda de poder, defensa de intereses o preservación de clases y castas. No es política como expresión de gloria y renombre nacional. No hay en las palabras de Moshé deseo de fama, honor, expansión o imperio. No hay una sola palabra de nacionalismo en el sentido convencional. Moshé no dice al pueblo que son grandes. Les dice que han sido rebeldes, que han pecado, y que su falta de fe durante el episodio de los espías les costó cuarenta años adicionales de demora antes de entrar en la tierra. Moshé no habría ganado unas elecciones. No era ese tipo de líder.
En cambio, convoca al pueblo a la humildad y a la responsabilidad. Somos la nación, dice en esencia, que ha sido elegida por Dios para un gran experimento: ¿podemos crear una sociedad que no sea Egipto, que no sea un imperio, que no esté dividida entre gobernantes y gobernados? ¿Podemos mantenernos fieles a la mano más-que-humana que ha guiado nuestro destino desde que me presenté ante el Faraón y pedí nuestra libertad? Porque, si realmente creemos en Dios – no en Dios como una abstracción filosófica, sino en el Dios que escribió nuestra historia de su puño y letra, al que juramos lealtad en el monte Sinaí, el Dios que es nuestro único Soberano – entonces podemos hacer grandes cosas.
No grandes en términos convencionales, sino grandes en términos morales. Porque si todo el poder, toda la riqueza, toda la fuerza pertenecen a Dios, entonces nada de eso puede, con justicia, separarnos unos de otros. Todos somos igualmente valiosos a Sus ojos. Él nos ha encomendado alimentar al pobre y acoger al huérfano y a la viuda, al levita sin tierra y al extranjero no israelita, para que participen en nuestras celebraciones y días de descanso. Nos ha ordenado crear una sociedad justa que honre la dignidad y la libertad humanas.
Moshé insiste en tres cosas. Primero, somos libres. La elección es nuestra. ¿Bendición o maldición? ¿Bien o mal? ¿Fidelidad o infidelidad? Tú decides, dice Moshé. Nunca la libertad ha sido definida de manera tan clara, no solo para un individuo, sino para toda una nación. No nos cuesta entender que, como individuos, enfrentamos decisiones morales. Adam y Java lo hicieron. También Caín. La elección está inscrita en la condición humana.
Pero que se nos diga esto como nación – esto es algo nuevo. No hay defensa, dice Moshé, en las protestas de impotencia: “No pudimos evitarlo. Éramos menos. Fuimos derrotados. Fue culpa de nuestros líderes o de nuestros enemigos.” No, dice Moshé: tu destino está en tus manos. La soberanía de Dios no elimina la responsabilidad humana. Al contrario, la sitúa en el centro. Si eres fiel a Dios, dice Moshé, prevalecerás sobre los imperios. Si no lo eres, nada más – ni la fuerza militar ni las alianzas políticas – podrá ayudarte.
Si traicionas tu destino único, si adoras a los dioses de las naciones vecinas, te volverás como ellas. Sufrirás la suerte de todas las naciones pequeñas en una era de superpotencias. No culpes a otros, ni al azar, ni a la mala fortuna por tu derrota. La elección es tuya; la responsabilidad es solo tuya.
Segundo, somos colectivamente responsables. La frase “Todo Israel son garantes unos de otros” es rabínica, pero la idea ya está presente en la Torá. Esto también es radical. No hay en el judaísmo una “teoría del gran hombre” de la historia, nada de lo que Carlyle llamaba “héroes y culto al héroe”. El destino de Israel depende de la respuesta de Israel, todo Israel, desde “los jefes de sus tribus, sus ancianos y oficiales” hasta sus “cortadores de leña y aguadores”. Aquí se encuentra el origen de la frase estadounidense (sin equivalente en el vocabulario de la política británica) “Nosotros, el pueblo”. A diferencia de todas las demás naciones del mundo antiguo, y de la mayoría de las actuales, el pueblo del pacto no creía que su destino estuviera determinado por reyes, emperadores, cortes reales o élites gobernantes. Está determinado por cada uno de nosotros como agentes morales, corresponsables del bien común. Esto es lo que Michael Walzer quiere decir cuando, en su reciente libro In God’s Shadow: Politics in the Hebrew Bible, llama a Israel bíblico una “casi-democracia”.
Tercero, es una política centrada en Dios. Tampoco había una palabra para esto en el mundo antiguo, por lo que Josefo tuvo que acuñar una: la llamó “teocracia”. Sin embargo, esta palabra ha sido muy abusada y tomada para significar lo que no es: gobierno por clérigos o sacerdotes. Israel no era eso. De nuevo, viene a la mente una frase estadounidense: Israel era “una nación bajo Dios”. Si hay una palabra que hace justicia a la visión de Deuteronomio, no es teocracia sino nomocracia: “el gobierno de las leyes, no de los hombres”.
El Israel bíblico es el primer ejemplo en la historia de un intento de crear una sociedad libre. No libre en el sentido moderno de libertad de conciencia. Este concepto nació en el siglo XVII en una Europa marcada por un siglo de guerras religiosas entre católicos y protestantes. La libertad de conciencia es un intento por resolver el problema de cómo personas con creencias religiosas marcadamente diferentes (todos ellos cristianos) pueden vivir en paz los unos con los otros. Ese no es el problema al cual el Israel bíblico es una respuesta.
En cambio, era la respuesta a otra pregunta: ¿cómo pueden la libertad y la responsabilidad ser compartidas igualmente por todos? ¿Cómo se pueden poner límites al poder de los gobernantes para no convertir a la masa del pueblo en esclavos – no necesariamente esclavos literales, sino fuerza laboral para construir monumentos o librar guerras de conquista? Fue el gran historiador del siglo XIX, Lord Acton, quien comprendió que la libertad en este sentido nació en Israel bíblico:
Es una idea hermosa, poderosa y desafiante. Si Dios es nuestro único soberano, entonces todo poder humano es delegado, limitado, sujeto a restricciones morales. Los judíos fueron los primeros en creer que toda una nación podía gobernarse a sí misma en libertad y dignidad igual. Esto no tiene que ver con estructuras políticas (monarquía, oligarquía, democracia – los judíos las han probado todas), sino con la responsabilidad moral colectiva.
Los judíos nunca lograron materializar la visión completamente, pero nunca dejaron de inspirarse en ella. Las palabras de Moshé aún nos desafían hoy. Dios nos ha dado libertad. Usemos esa libertad para crear una sociedad justa, generosa y bondadosa. Dios no lo hace por nosotros, pero nos ha enseñado cómo hacerlo. Como dijo Moshé: la elección es nuestra.
[1] Lord Acton, Essays in the History of Liberty (Liberty Press, 1985), 7
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