Mantuve el diálogo con un Imán de Medio Oriente por dos años, un hombre gentil y aparentemente moderado. Un día, en medio de nuestra conversación, se volvió hacia mí y me preguntó: “¿Por qué ustedes los judíos necesitan una tierra? Después de todo, el judaísmo es una religión, no un país o una nación.”
En ese momento decidí suspender el diálogo. Hay 56 estados islámicos y más de 100 naciones en la que los cristianos conforman la mayoría de la población. Existe un único estado judío, un venticincoavo del tamaño de Francia, aproximadamente del mismo tamaño que el Parque Nacional Kruger en Sudáfrica. Es dificil mantener una conversación con aquellos que creen que sólo los judíos, de entre todas las naciones del mundo, no tienen derecho a su propia tierra.
Aún así, vale la pena explorar la pregunta de la necesidad de tener nuestra propia tierra. No hay duda, como lo explica D.J. Clines en su libro El tema del Pentateuco, que la narrativa central de la Torá es la promesa de y el viaje hacia la tierra de Israel. Pero, ¿por qué es así? ¿Por qué el pueblo del pacto necesita su propia tierra? ¿Por qué el judaísmo no fue, por un lado, una religión que puede ser practicada por individuos dondequiera que se encuentren, o por el otro, una religión como el cristianismo o el islamismo cuyo propósito último es convertir a todo el mundo para que todos practiquen la fe única y verdadera?
La mejor forma de aproximarse a una respuesta es a través de un importante comentario de Ramban (Najmánides, el Rabino Moshé ben Najman Girondi, nacido en Girona en 1194, fallido en Israel en 1270) a la parashá de esta semana. El capítulo 18 contiene una lista de prácticas sexuales prohibidas. Finaliza con esta advertencia solemne:
No se profanen a vosotros mismos en ninguna de estas formas, porque es así como las naciones que voy a remover delante de ustedes se profanaron. La tierra fue mancillada, entonces Yo los castigué por su pecado, y la tierra vomitó a sus habitantes. Pero tú debes cuidar Mis decretos y Mis leyes… Si vosotros profanan la tierra, ella los vomitará como vomitó a las naciones que estaban antes que vosotros.
Lev. 18:24-28
Najmánides hace la pregunta obvia. En la Torá, la recompensa y el castigo están basados en el principio de midá kenegued midá, medida por medida. El castigo debe ajustarse al pecado o al crimen. Tendría sentido decir que si los israelitas descuidaran o rompieran las mitzvot hateluiot ba-aretz, los mandamientos relativos a la tierra de Israel, el castigo sería el exilio de la tierra de Israel. Así lo dice la Torá en las maldiciones de Bejukotai:
“Durante todo el tiempo que se encuentre desolada, la tierra tendrá el descanso que no tuvo durante todos los shabatot que viviste en ella.”
Lev. 26:35
El significado es claro: este será el castigo por no observar las leyes de shemitá, el año sabático. Shemitá es un mandamiento relativo a la tierra. Por lo tanto, el castigo por no observarlo es el exilio de la tierra.
Pero las ofensas sexuales no tienen nada que ver con la tierra. Son mitzvot hateluiot baguf, mandamientos relativos a las personas, no a un lugar. Ramban responde a esto al sostener que todos los mandamientos están intrínsecamente relacionados a la tierra de Israel. Simplemente no es lo mismo ponerse tefilín o cuidar kashrut o observar el Shabat en la diáspora que hacerlo en Israel. Para dar soporte a esta posición cita al Talmud (Ketubot 110b) que dice: “Quienquiera que viva fuera de la tierra es como si no tuviera Dios.” En forma similar, Sifri sostiene que “vivir en la tierra de Israel es de igual importancia a todos los mandamientos de la Torá.” Todo esto para decir que la Torá es la constitución de un pueblo santo en la tierra santa.
Ramban explica esto en forma mística, pero lo podemos comprender no-místicamente al reflexionar en los capítulos iniciales de la Torá y la historia que relatan acerca de la condición humana y acerca de la desilusión de Dios con la única especie – nosotros – que Él creó a Su imagen. Dios buscó una humanidad que eligiera libremente hacer la voluntad de su Creador. La humanidad eligió lo opuesto. Adán y Eva pecaron. Caín asesinó a su hermano Abel. En poco tiempo “la tierra estaba repleta de violencia” y Dios “se arrepintió de haber creado al ser humano en la tierra.” Él provocó un diluvio y comenzó nuevamente, esta vez con el justo Noaj, pero una vez más los humanos decepcionaron a Dios al construir una torre con la que buscaron alcanzar el cielo, y Dios eligió otra forma de hacer que la humanidad Lo reconozca – esta vez no a través de reglas universales (si bien esas se mantuvieron, es decir el pacto con toda la humanidad a través de Noaj), sino como un ejemplo viviente: Abraham, Sara y sus hijos.
Tomados en forma colectiva, los mandamientos de la Torá son la receta para la construcción de una sociedad con la conciencia de Dios en su centro. Dios pide al pueblo judío que se convierta en un modelo para la humanidad a través de la forma y la textura de la sociedad que construyen, una sociedad caracterizada por la justicia y el imperio de la ley, el bienestar y la preocupación por los pobres, los marginados, los vulnerables y los débiles, una sociedad en la que todos tienen la misma dignidad bajo la soberanía de Dios. Tal sociedad ganaría la admiración, y eventualmente la emulación, de otros:
Mira, Yo te he enseñado decretos y leyes… para que puedas cumplirlos en la tierra a la que estás ingresando para tomar posesión de ella. Obsérvalos cuidadosamente, ya que esta será tu sabiduría y entendimiento para las naciones, que escucharán acerca de estos decretos y dirán “ciertamente esta gran nación es un pueblo sabio y con entendimiento”... ¿Qué otra nación es tan grande como para tener decretos y leyes tan justas como estas leyes que hoy prescribo ante ustedes?
Deut. 4:5-8
Una sociedad necesita una tierra, un hogar, una ubicación en el espacio, donde una nación puede dar forma a su propio destino de acuerdo a sus aspiraciones e ideales más profundos. Los judíos han estado presentes por mucho tiempo, casi cuatro mil años desde que Abraham comenzó su travesía. Durante ese periodo han vivido en todos los países sobre la faz de la tierra, con condiciones buenas y malas, libertad y persecución. Sin embargo en todo ese tiempo hay un único lugar donde fueron mayoría y ejercieron su soberanía, la tierra de Israel, un pequeño país de terrenos difíciles y muy escasas lluvias, rodeados por enemigos e imperios.
Los judíos nunca renegaron del sueño de regresar. Dondequiera que estaban, rezaban acerca de Israel y mirando hacia Israel. El pueblo judío ha sido siempre la circunferencia de un círculo en cuyo centro se encuentra la tierra santa y Jerusalem, la ciudad santa. Durante esos largos siglos de exilio vivieron suspendidos entre memoria y esperanza, sostenidos por la promesa de que un día Dios los traería de regreso.
Sólo en Israel el cumplimiento de los mandamientos se vuelve un ejercicio para construir una sociedad, para dar forma a los contornos de una cultura como un todo. Sólo en Israel podemos cumplir los mandamientos en una tierra, un paisaje, y un lenguaje saturado de memorias y esperanzas judías. Sólo en Israel el calendario marca los ritmos del año judío. En Israel, el judaísmo es parte de la plaza pública, no sólo del espacio privado y aislado de la sinagoga, la escuela y el hogar.
Este mensaje, que los judíos necesitan una tierra para crear su sociedad y seguir el plan divino, contiene un mensaje para los judíos, cristianos y musulmanes por igual. A los cristianos y musulmanes les dice: si crees en el Dios de Abraham, reconoce que los hijos de Abraham tienen derecho a la Tierra que el Dios en quien tú crees les prometió, y a la que les prometió que ellos regresarían después del exilio.
A los judíos les dice: ese derecho viene de la mano con un deber de vivir individual y colectivamente según los estándares de justicia y compasión, fidelidad y generosidad, amor por el prójimo y el extranjero, eso solo constituye nuestra misión y destino: un pueblo santo en la tierra santa.
¿De qué formas podemos continuar elevando a la Tierra de Israel a través de nuestros actos?
¿Puedes pensar en un momento de tu vida en que tu “hogar” fue más que sólo un lugar donde vivir?
¿Hay otras formas en que debemos mantener la santidad de la tierra, como está escrito en la Torá?
Pueblo santo, tierra santa
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Mantuve el diálogo con un Imán de Medio Oriente por dos años, un hombre gentil y aparentemente moderado. Un día, en medio de nuestra conversación, se volvió hacia mí y me preguntó: “¿Por qué ustedes los judíos necesitan una tierra? Después de todo, el judaísmo es una religión, no un país o una nación.”
En ese momento decidí suspender el diálogo. Hay 56 estados islámicos y más de 100 naciones en la que los cristianos conforman la mayoría de la población. Existe un único estado judío, un venticincoavo del tamaño de Francia, aproximadamente del mismo tamaño que el Parque Nacional Kruger en Sudáfrica. Es dificil mantener una conversación con aquellos que creen que sólo los judíos, de entre todas las naciones del mundo, no tienen derecho a su propia tierra.
Aún así, vale la pena explorar la pregunta de la necesidad de tener nuestra propia tierra. No hay duda, como lo explica D.J. Clines en su libro El tema del Pentateuco, que la narrativa central de la Torá es la promesa de y el viaje hacia la tierra de Israel. Pero, ¿por qué es así? ¿Por qué el pueblo del pacto necesita su propia tierra? ¿Por qué el judaísmo no fue, por un lado, una religión que puede ser practicada por individuos dondequiera que se encuentren, o por el otro, una religión como el cristianismo o el islamismo cuyo propósito último es convertir a todo el mundo para que todos practiquen la fe única y verdadera?
La mejor forma de aproximarse a una respuesta es a través de un importante comentario de Ramban (Najmánides, el Rabino Moshé ben Najman Girondi, nacido en Girona en 1194, fallido en Israel en 1270) a la parashá de esta semana. El capítulo 18 contiene una lista de prácticas sexuales prohibidas. Finaliza con esta advertencia solemne:
Najmánides hace la pregunta obvia. En la Torá, la recompensa y el castigo están basados en el principio de midá kenegued midá, medida por medida. El castigo debe ajustarse al pecado o al crimen. Tendría sentido decir que si los israelitas descuidaran o rompieran las mitzvot hateluiot ba-aretz, los mandamientos relativos a la tierra de Israel, el castigo sería el exilio de la tierra de Israel. Así lo dice la Torá en las maldiciones de Bejukotai:
El significado es claro: este será el castigo por no observar las leyes de shemitá, el año sabático. Shemitá es un mandamiento relativo a la tierra. Por lo tanto, el castigo por no observarlo es el exilio de la tierra.
Pero las ofensas sexuales no tienen nada que ver con la tierra. Son mitzvot hateluiot baguf, mandamientos relativos a las personas, no a un lugar. Ramban responde a esto al sostener que todos los mandamientos están intrínsecamente relacionados a la tierra de Israel. Simplemente no es lo mismo ponerse tefilín o cuidar kashrut o observar el Shabat en la diáspora que hacerlo en Israel. Para dar soporte a esta posición cita al Talmud (Ketubot 110b) que dice: “Quienquiera que viva fuera de la tierra es como si no tuviera Dios.” En forma similar, Sifri sostiene que “vivir en la tierra de Israel es de igual importancia a todos los mandamientos de la Torá.” Todo esto para decir que la Torá es la constitución de un pueblo santo en la tierra santa.
Ramban explica esto en forma mística, pero lo podemos comprender no-místicamente al reflexionar en los capítulos iniciales de la Torá y la historia que relatan acerca de la condición humana y acerca de la desilusión de Dios con la única especie – nosotros – que Él creó a Su imagen. Dios buscó una humanidad que eligiera libremente hacer la voluntad de su Creador. La humanidad eligió lo opuesto. Adán y Eva pecaron. Caín asesinó a su hermano Abel. En poco tiempo “la tierra estaba repleta de violencia” y Dios “se arrepintió de haber creado al ser humano en la tierra.” Él provocó un diluvio y comenzó nuevamente, esta vez con el justo Noaj, pero una vez más los humanos decepcionaron a Dios al construir una torre con la que buscaron alcanzar el cielo, y Dios eligió otra forma de hacer que la humanidad Lo reconozca – esta vez no a través de reglas universales (si bien esas se mantuvieron, es decir el pacto con toda la humanidad a través de Noaj), sino como un ejemplo viviente: Abraham, Sara y sus hijos.
Tomados en forma colectiva, los mandamientos de la Torá son la receta para la construcción de una sociedad con la conciencia de Dios en su centro. Dios pide al pueblo judío que se convierta en un modelo para la humanidad a través de la forma y la textura de la sociedad que construyen, una sociedad caracterizada por la justicia y el imperio de la ley, el bienestar y la preocupación por los pobres, los marginados, los vulnerables y los débiles, una sociedad en la que todos tienen la misma dignidad bajo la soberanía de Dios. Tal sociedad ganaría la admiración, y eventualmente la emulación, de otros:
Una sociedad necesita una tierra, un hogar, una ubicación en el espacio, donde una nación puede dar forma a su propio destino de acuerdo a sus aspiraciones e ideales más profundos. Los judíos han estado presentes por mucho tiempo, casi cuatro mil años desde que Abraham comenzó su travesía. Durante ese periodo han vivido en todos los países sobre la faz de la tierra, con condiciones buenas y malas, libertad y persecución. Sin embargo en todo ese tiempo hay un único lugar donde fueron mayoría y ejercieron su soberanía, la tierra de Israel, un pequeño país de terrenos difíciles y muy escasas lluvias, rodeados por enemigos e imperios.
Los judíos nunca renegaron del sueño de regresar. Dondequiera que estaban, rezaban acerca de Israel y mirando hacia Israel. El pueblo judío ha sido siempre la circunferencia de un círculo en cuyo centro se encuentra la tierra santa y Jerusalem, la ciudad santa. Durante esos largos siglos de exilio vivieron suspendidos entre memoria y esperanza, sostenidos por la promesa de que un día Dios los traería de regreso.
Sólo en Israel el cumplimiento de los mandamientos se vuelve un ejercicio para construir una sociedad, para dar forma a los contornos de una cultura como un todo. Sólo en Israel podemos cumplir los mandamientos en una tierra, un paisaje, y un lenguaje saturado de memorias y esperanzas judías. Sólo en Israel el calendario marca los ritmos del año judío. En Israel, el judaísmo es parte de la plaza pública, no sólo del espacio privado y aislado de la sinagoga, la escuela y el hogar.
Este mensaje, que los judíos necesitan una tierra para crear su sociedad y seguir el plan divino, contiene un mensaje para los judíos, cristianos y musulmanes por igual. A los cristianos y musulmanes les dice: si crees en el Dios de Abraham, reconoce que los hijos de Abraham tienen derecho a la Tierra que el Dios en quien tú crees les prometió, y a la que les prometió que ellos regresarían después del exilio.
A los judíos les dice: ese derecho viene de la mano con un deber de vivir individual y colectivamente según los estándares de justicia y compasión, fidelidad y generosidad, amor por el prójimo y el extranjero, eso solo constituye nuestra misión y destino: un pueblo santo en la tierra santa.
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