Las tres voces del judaísmo

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El capítulo 19 de Vaikrá, con el cual comienza nuestra parashá, contiene una de las declaraciones supremas de la ética de la Torá. Trata acerca de lo correcto, lo bueno y lo santo, e incluye algunas de las más importantes ordenanzas morales del judaísmo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” y “Haz que el extranjero que habita contigo sea como nacido en tu tierra. Ámalo como a ti mismo, pues habéis sido extranjeros en la tierra de Egipto.”

Pero el capítulo en sí es sumamente extraño. Contiene lo que parecería una mezcolanza aleatoria de ordenanzas, muchas de las cuales no tienen nada que ver con la ética y sólo una remota conexión con la santidad:

No aparear distintos tipos de animales.

No plantar en tu campo dos tipos distintos de semilla.

No usar indumentaria hecha con dos hilados de distinto material.

Lev. 19:19

No comer carne que aún tiene sangre.

No practicar adivinanzas ni brujería.

No cortar los costados de tu cabello ni los bordes de tu barba.

Lev. 19:26-28)

Y así sucesivamente. ¿Qué tiene que ver todo esto con lo correcto, lo bueno y lo santo?

Para comprender esto debemos adentrarnos, mediante un gran salto introspectivo, en la singular visión moral/social/espiritual de la Torá, tan distinta a la que podría hallarse en otro lugar. Occidente ha hecho muchos intentos de definir un sistema moral. Algunos enfocados en la racionalidad, otros en lo emocional, como la simpatía y la empatía. Para algunos lo principal era el servicio al estado, en otros el deber moral, y aun en otros, la mayor felicidad para el mayor número de personas. Todas estas son manifestaciones de simpleza moral.

El judaísmo insiste en lo opuesto: la complejidad moral. La vida moral no es fácil. Algunas veces chocan los deberes y las lealtades. Algunas veces la razón dice una cosa y la emoción otra. En lo fundamental, el judaísmo distingue tres tipos distintos de sensibilidad moral, cada una de las cuales tiene su propia voz y su vocabulario. Ellas son 1) la ética del rey, 2) la ética del sacerdote y 3) la ética del profeta.

Jeremías y Ezequiel hablan de sus sensibilidades distintivas:

Para la enseñanza de la ley (la Torá) el sacerdote no cesará,

ni cesará el consejo (etzá) del sabio (jajam),

ni la palabra (davar) del profeta.

Jer. 18:18

Ellos seguirán buscando una visión (jazon) del profeta,

cesará la instrucción sacerdotal de la Ley (Torá),

el consejo (etzá) de los ancianos llegará a su fin.

Ez. 7: 26

Los sacerdotes piensan en términos de la Torá. Los profetas tienen una “visión” o una “palabra”. Los ancianos y los sabios tienen etzá. ¿Qué significa esto?

Los reyes y sus cortes se asocian en el judaísmo con la sabiduría – jojmá, etzá y sus sinónimos. Varios libros del Tanaj, especialmente Proverbios y Eclesiastés (Mishle y Kohelet) son libros de “sabiduría” en los cuales el ejemplo supremo es el Rey Salomón. La sabiduría en el judaísmo es la forma más universal del conocimiento, y la literatura de sabiduría es lo más cercano que existe entre la Biblia Hebrea y otras literaturas del Medio Oriente antiguo, así como la de los sabios helénicos. Es práctica, pragmática, basada en la experiencia y observación; es juiciosa, prudente. Es la descripción de una vida segura y centrada, sin excesos ni extremismos, y apenas dramática o transformadora. Es la voz de la sabiduría, la virtud de los reyes.

La voz profética es bastante diferente, apasionada, vívida, radical en su crítica al manejo indebido del poder y a la persecución explotadora de la riqueza. El profeta habla por el pueblo, el pobre, el disminuído, el abusado. Él (o ella) concibe la vida moral en términos de relaciones: entre Dios y la humanidad y entre los seres humanos mismos. El término clave para el profeta es tzedek (justicia distributiva), mishpat (justicia retributiva), jesed, (bondad, amor) y rajamim (misericordia, compasión). El profeta posee inteligencia emocional, simpatía y empatía, y siente el drama de los que están solos y oprimidos.

La profecía nunca es abstracta. No piensa en términos universales. Responde al aquí y al ahora en el tiempo y el lugar. El sacerdote oye la palabra eterna de Dios. El profeta oye la voz de Dios para este momento.

La ética del sacerdote y de la santidad en general, también es distinta. Las actividades centrales del sacerdote son lehavdil – discriminar, distinguir, dividir – y lehorot – instruir al pueblo sobre la ley, en forma general como maestro y en instancias específicas como juez. Las palabras claves del sacerdote son kodesh y jol (sagrado y secular), tamei y tahor (impuro y puro).

El pasaje singular más importante de la Torá que habla con la voz sacerdotal es el primer capítulo de Bereshit, la narrativa de la creación. Aquí también la palabra clave es lehavdil, dividir, que aparece cinco veces. Dios divide entre luz y oscuridad, aguas superiores e inferiores, día y noche. Otras palabras claves son “bendecir” – Dios bendice a los animales, seres humanos y al séptimo día; y “santificar” (kadesh) – al finalizar la creación Dios santifica el Shabat. En otros pasajes de la Torá el verbo lehavdil y la raíz kodesh ocurren mayoritariamente en el contexto sacerdotal, y son los sacerdotes los que bendicen al pueblo.

La tarea del sacerdote, como la de Dios en la creación, es traer orden al caos. El sacerdote establece los límites en el tiempo y el espacio. Hay tiempos y lugares sagrados, y cada tiempo y lugar tiene su propia integridad, su propio lugar en el esquema total de las cosas. La protesta del cohen es contra el desdibujamiento de los límites, tan común en las religiones paganas – entre dioses y seres humanos, entre la vida y la muerte, entre los sexos, y así sucesivamente. Un pecado, para el cohen, es un acto en el lugar equivocado, y el castigo es el exilio, ser echado  de su lugar. Una sociedad buena, para el cohen, es aquélla en la cual cada cosa está en el lugar que le corresponde, y el cohen tiene una especial sensibilidad hacia el extranjero, la persona que no tiene un lugar propio.

La extraña colección de ordenanzas en Kedoshim entonces deja de serlo. El código de santidad ve al amor y la justicia como parte de una visión total de un universo ordenado en el cual cada cosa, cada persona y cada acto tiene su lugar correcto, y es ese orden el que está siendo amenazado cuando el límite entre distintos tipos de animales, cereales y tejidos se vulnera; cuando el cuerpo humano es lacerado; o cuando come la sangre, la señal de la muerte, para alimentar la vida.

En el mundo secular del Occidente estamos familiarizados con la voz de la sabiduría. Hay un terreno en común entre los libros de Proverbios y Eclesiastés y los grandes sabios desde Aristóteles y Marco Aurelio hasta Montaigne. Conocemos también la voz profética y lo que Einstein llamó su “casi fanático amor por la justicia.” Estamos mucho menos familiarizados con la idea sacerdotal de que así como hay un orden científico en la naturaleza, también hay un orden moral, y consiste en mantener separadas las cosas separadas, y mantener los límites que respetan la integridad del mundo creado por Dios y declarado bueno siete veces.

La voz sacerdotal no es marginal en el judaísmo. Es central, esencial. Es la voz del primer capítulo de la Torá. Es la que definió la vocación judía como “un reinado de sacerdotes y una nación santa.” Domina Vaikrá, el libro central de la Torá. Y mientras el espíritu profético está vivo en la agadá, la voz sacerdotal prevalece en la halajá. Y el nombre mismo de la Torá – del verbo lehorot – es una palabra sacerdotal.

Quizás la idea de la ecología, uno de los principales descubrimientos de los tiempos modernos, nos permitirá entender mejor la visión sacerdotal y su código de santidad, ya que ambos ven a la ética no sólo como sabiduría práctica o justicia profética sino honrando la estructura profunda – la ontología sagrada – del ser. Un universo ordenado es un universo moral, un mundo en paz con el Creador y consigo mismo.


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Consideremos las voces del rey, el profeta y el sacerdote a lo largo del Tanaj.

  1. ¿Puedes pensar en algún momento en que escuches a cada perspectiva brillar en forma diferente?
  2. ¿Por qué crees que tener un enfoque más matizado de las leyes de santidad es importante?
  3. ¿Con qué “voz” te identificas más al momento de tomar decisiones? ¿Ético, apasionado o con discernimiento?