Escuchen estas palabras. Están entre las más fatídicas y resonantes en toda la historia judía:
Yosef reconoció a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron a él.
Gén. 42:8
La Torá es un libro profundo. Cometemos un gran error si creemos que podemos comprenderla en un nivel superficial. En la superficie, la historia es simple. Celosos, los hermanos de Yosef inicialmente planean matarlo. Eventualmente lo venden como esclavo. Es llevado a Egipto. Allí, a través de una serie de vicisitudes, llega a convertirse en Primer Ministro, segundo del Faraón en rango y poder.
Han pasado ya varios años. Sus hermanos vinieron a Egipto a comprar comida. Se presentan ante Yosef, pero él ya no se ve como el hombre que conocieron muchos años atrás. En aquel entonces, era un joven de 17 años llamado Yosef. Ahora tiene 39 años, y es un gobernante egipcio llamado Tzofenat Paneaj, vestido con prendas oficiales y una cadena de oro en su cuello. Habla egipcio y usa un intérprete para comunicarse con los visitantes de la tierra de Canaán. No es extraño que no lo reconocieran, a pesar que él sí los reconoció.
Pero ese es solo el significado superficial. En lo profundo, el libro de Bereshit está explorando la fuente de conflicto más profunda de la historia. Freud sostenía que el gran símbolo del conflicto era Layo y Edipo, la tensión entre padre e hijos. Bereshit sostiene algo diferente. La raíz de los conflictos humanos es la rivalidad fraternal: Caín y Abel, Itzjak e Ismael, Yaakov y Esav, y ahora Yosef y sus hermanos.
Yosef tuvo la mala fortuna de ser el hermano más chico, excepto por uno. Simboliza la condición judía. Sus hermanos son más grandes que él. Sus hermanos sienten rencor hacia él. Lo ven como un alborotador. El hecho de que su padre lo ame solo los hace enojar más y sentirse más resentidos. Quieren matarlo. Al final, se deshacen de él en una forma que los hace sentir un poco menos culpables. Inventan una historia para contarle a su padre, y siguen con su vida nuevamente. Se pueden relajar. Ya no está Yosef para perturbar la paz.
Y ahora se encuentran frente a un extraño en una tierra extraña, y simplemente no se les ocurre pensar que este hombre podría ser Yosef. En cuanto a los que les concierne, no hay Yosef. No lo reconocen. Nunca lo hicieron. Nunca lo reconocieron como uno de ellos, como hijo de su padre, como su hermano con una identidad propia y el derecho a ser él mismo.
Yosef es el pueblo judío a lo largo de la historia.
Yosef reconoció a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron a él.
El judaísmo fue el primer monoteísmo del mundo, pero no el último. Otros dos emergieron, afirmando que descienden, literal o metafóricamente, de Abraham: el cristianismo y el islam. Sería justo llamar a la relación entre los tres monoteísmos abrahamicos como una de rivalidad entre hermanos. Lejos de ser de interés de un anticuario, el tema de Bereshit ha sido el leitmotiv de gran parte de la historia de los últimos dos mil años, con el pueblo judio elegido para representar el rol de Yosef.
Hubo momentos – la España de la Edad Media temprana fue uno de ellos – en que Yosef y sus hermanos vivieron juntos en relativa armonía, lo llamaron ‘convivencia’. Pero también hubo tiempos – los libelos de sangre, y las acusaciones de envenenar pozos o esparcir la plaga – en que intentaron matarlo. Y otro – las expulsiones que tuvieron lugar en Europa, Inglaterra en 1290, España en 1492, etc. – donde simplemente intentaron deshacerse de él. Que se vaya y sea esclavo en otro lugar, lejos de aquí.
Después vino el Holocausto. Y a continuación vino el Estado de Israel, el destino de la travesía del pueblo judio desde los tiempos de Abraham, la patria del pueblo judio desde los días de Yehoshua. Ninguna nación de sobre la tierra – con la posible excepción de los chinos – han tenido una relación tan larga con una tierra.
El día en que nació el Estado (14 de Mayo de 1948) David Ben Gurion, el Primer Ministro, buscó hacer la paz con sus vecinos, e Israel no ha cesado de buscar la paz desde entonces hasta hoy.
Pero este no es un conflicto ordinario. Los enemigos de Israel – Hamas en Gaza, Hezbolá en el Líbano, el Presidente Mahmoud Ahmadinejad de Irán, no están envueltos en una disputa fronteriza, esta frontera o aquella. Ellos niegan, como un principio religioso – no solo político – no negociable, el derecho de Israel a existir dentro de cualquier límite. Hoy en día existen 56 estados islámicos. Pero para los vecinos de Israel, un único estado judio del tamaño de Gales es demasiado.
Yosef reconoció a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron a él.
No existe otro estado dentro de los 192 miembros de las Naciones Unidas cuya mera existencia sea cuestionada de esta forma. Y mientras que los judios discutimos entre nosotros acerca de esta política o aquella, como si fueran remotamente relevantes al proceso de paz, perdemos de vista el problema real, que es: mientras que los hermanos de Yosef no reconozcan su derecho a ser, no puede haber paz, simplemente una serie de escalas en el camino de una guerra que no terminará hasta que ya no haya un Estado judio.
Hasta que no termine esta rivalidad entre hermanos, hasta el que el pueblo judia no gane su derecho a existir, hasta que las personas – incluidos nosotros mismos – no se den cuenta que la amenaza que enfrenta Israel es final y total, hasta que Irán, Hamas y Hezbolá no estén de acuerdo en que los judios tienen un derecho a su propia tierra con las fronteras que sean, cualquier otro debate es una mera distracción.
[1] Este ensayo fue escrito por el Rabino Sacks en Noviembre de 2010.
¿Qué otros ejemplos impactantes de rivalidad entre hermanos puedes encontrar en el Tanaj?
Piensa acerca de un momento en el que no hayas sido reconocido por lo que realmente eres. ¿Cómo te hizo sentir, y cuál fue el resultado?
¿Cuáles crees que son algunos pasos clave para lograr una paz duradera y reconocimiento mutuo entre naciones y culturas diferentes?
Rivalidad fraternal
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Escuchen estas palabras. Están entre las más fatídicas y resonantes en toda la historia judía:
La Torá es un libro profundo. Cometemos un gran error si creemos que podemos comprenderla en un nivel superficial. En la superficie, la historia es simple. Celosos, los hermanos de Yosef inicialmente planean matarlo. Eventualmente lo venden como esclavo. Es llevado a Egipto. Allí, a través de una serie de vicisitudes, llega a convertirse en Primer Ministro, segundo del Faraón en rango y poder.
Han pasado ya varios años. Sus hermanos vinieron a Egipto a comprar comida. Se presentan ante Yosef, pero él ya no se ve como el hombre que conocieron muchos años atrás. En aquel entonces, era un joven de 17 años llamado Yosef. Ahora tiene 39 años, y es un gobernante egipcio llamado Tzofenat Paneaj, vestido con prendas oficiales y una cadena de oro en su cuello. Habla egipcio y usa un intérprete para comunicarse con los visitantes de la tierra de Canaán. No es extraño que no lo reconocieran, a pesar que él sí los reconoció.
Pero ese es solo el significado superficial. En lo profundo, el libro de Bereshit está explorando la fuente de conflicto más profunda de la historia. Freud sostenía que el gran símbolo del conflicto era Layo y Edipo, la tensión entre padre e hijos. Bereshit sostiene algo diferente. La raíz de los conflictos humanos es la rivalidad fraternal: Caín y Abel, Itzjak e Ismael, Yaakov y Esav, y ahora Yosef y sus hermanos.
Yosef tuvo la mala fortuna de ser el hermano más chico, excepto por uno. Simboliza la condición judía. Sus hermanos son más grandes que él. Sus hermanos sienten rencor hacia él. Lo ven como un alborotador. El hecho de que su padre lo ame solo los hace enojar más y sentirse más resentidos. Quieren matarlo. Al final, se deshacen de él en una forma que los hace sentir un poco menos culpables. Inventan una historia para contarle a su padre, y siguen con su vida nuevamente. Se pueden relajar. Ya no está Yosef para perturbar la paz.
Y ahora se encuentran frente a un extraño en una tierra extraña, y simplemente no se les ocurre pensar que este hombre podría ser Yosef. En cuanto a los que les concierne, no hay Yosef. No lo reconocen. Nunca lo hicieron. Nunca lo reconocieron como uno de ellos, como hijo de su padre, como su hermano con una identidad propia y el derecho a ser él mismo.
Yosef es el pueblo judío a lo largo de la historia.
El judaísmo fue el primer monoteísmo del mundo, pero no el último. Otros dos emergieron, afirmando que descienden, literal o metafóricamente, de Abraham: el cristianismo y el islam. Sería justo llamar a la relación entre los tres monoteísmos abrahamicos como una de rivalidad entre hermanos. Lejos de ser de interés de un anticuario, el tema de Bereshit ha sido el leitmotiv de gran parte de la historia de los últimos dos mil años, con el pueblo judio elegido para representar el rol de Yosef.
Hubo momentos – la España de la Edad Media temprana fue uno de ellos – en que Yosef y sus hermanos vivieron juntos en relativa armonía, lo llamaron ‘convivencia’. Pero también hubo tiempos – los libelos de sangre, y las acusaciones de envenenar pozos o esparcir la plaga – en que intentaron matarlo. Y otro – las expulsiones que tuvieron lugar en Europa, Inglaterra en 1290, España en 1492, etc. – donde simplemente intentaron deshacerse de él. Que se vaya y sea esclavo en otro lugar, lejos de aquí.
Después vino el Holocausto. Y a continuación vino el Estado de Israel, el destino de la travesía del pueblo judio desde los tiempos de Abraham, la patria del pueblo judio desde los días de Yehoshua. Ninguna nación de sobre la tierra – con la posible excepción de los chinos – han tenido una relación tan larga con una tierra.
El día en que nació el Estado (14 de Mayo de 1948) David Ben Gurion, el Primer Ministro, buscó hacer la paz con sus vecinos, e Israel no ha cesado de buscar la paz desde entonces hasta hoy.
Pero este no es un conflicto ordinario. Los enemigos de Israel – Hamas en Gaza, Hezbolá en el Líbano, el Presidente Mahmoud Ahmadinejad de Irán, no están envueltos en una disputa fronteriza, esta frontera o aquella. Ellos niegan, como un principio religioso – no solo político – no negociable, el derecho de Israel a existir dentro de cualquier límite. Hoy en día existen 56 estados islámicos. Pero para los vecinos de Israel, un único estado judio del tamaño de Gales es demasiado.
No existe otro estado dentro de los 192 miembros de las Naciones Unidas cuya mera existencia sea cuestionada de esta forma. Y mientras que los judios discutimos entre nosotros acerca de esta política o aquella, como si fueran remotamente relevantes al proceso de paz, perdemos de vista el problema real, que es: mientras que los hermanos de Yosef no reconozcan su derecho a ser, no puede haber paz, simplemente una serie de escalas en el camino de una guerra que no terminará hasta que ya no haya un Estado judio.
Hasta que no termine esta rivalidad entre hermanos, hasta el que el pueblo judia no gane su derecho a existir, hasta que las personas – incluidos nosotros mismos – no se den cuenta que la amenaza que enfrenta Israel es final y total, hasta que Irán, Hamas y Hezbolá no estén de acuerdo en que los judios tienen un derecho a su propia tierra con las fronteras que sean, cualquier otro debate es una mera distracción.
[1] Este ensayo fue escrito por el Rabino Sacks en Noviembre de 2010.
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