Nuestra parashá, que lidia con una variedad de sacrificios, dedica una sección extensa al jatat, la ofrenda de pecado, y cómo era llevada por diferentes individuos: primero el Sumo Sacerdote (Éx. 4:3-12), a continuación la comunidad como un todo (Éx. 4:13-21), a continuación un líder (Éx. 4:22-26) y finalmente un individuo común (Éx. 4:27-35).
El pasaje completo suena extraño en nuestros oídos modernos, no sólo porque no se han ofrecido sacrificios por casi dos milenios desde la destrucción del Segundo Templo, sino también porque es difícil para nosotros comprender los conceptos de pecado y expiación en la forma en que son tratados en la Torá.
El interrogante es que los pecados para los cuales debía llevarse una ofrenda eran esos cometido sin intención, be shogeg. El pecador había olvidado la ley o algún hecho relevante. Para dar un ejemplo contemporáneo: supongamos que el teléfono suena en Shabat y lo contestas. Estarías obligado a llevar una ofrenda de pecado si olvidaste la ley que dice que no puedes contestar el teléfono en Shabat, o si olvidaste el hecho de que ese día era Shabat. Si, por un momento, creíste que era viernes o domingo. Entonces tu pecado fue inadvertido.
Este es el tipo de acto que no tendemos a ver como un pecado. Fue un error. Te olvidaste. No tuviste intención de hacer algo mal. Y cuando te das cuenta de que inadvertidamente has quebrantado Shabat, es más probable que te arrepientas que sientas remordimiento. Te sientes apenado, no culpable.
Pensamos en un pecado como algo que hacemos intencionalmente, quizás cediendo a la tentación, o en un momento de rebelión. Eso es lo que la ley judía llama, en hebreo bíblico, be zadón y, en hebreo rabínico, be mezid. Es el tipo de acto que creeríamos que requiere una ofrenda de pecado. Pero de hecho, un acto tal no puede ser expiado a través de una ofrenda. Entonces, ¿cómo le damos sentido a la ofrenda de pecado?
La respuesta es que hay tres dimensiones de las infracciones entre nosotros y Dios. La primera es culpa y vergüenza. Cuando pecamos deliberada e intencionalmente, sabemos internamente que hemos hecho mal. Nuestra conciencia – la voz de Dios dentro del corazón humano – nos dice que hemos actuado incorrectamente. Eso es lo que les sucedió a Adán y Eva en el Jardín del Edén después de haber pecado. Sintieron vergüenza. Intentaron esconderse. Para ese tipo de pecado deliberado, consciente, intencional, la única respuesta moral adecuada es la teshuvá, el arrepentimiento. Eso implica (a) remordimiento, jarata, (b) confesión, vidui, y (c) kabalat he atid, la resolución de nunca volver a cometer el pecado. El resultado es selijá umejilá, Dios nos perdona. Un mero sacrificio no es suficiente.
Sin embargo, hay una segunda dimensión. Independientemente de la culpa y la responsabilidad, si cometemos un pecado hemos transgredido objetivamente un límite. La palabra jet significa errar el tiro, apartarse, desviarse del camino adecuado. Hemos cometido un acto que de alguna forma perturba el balance moral del mundo. Para hacer otro ejemplo secular, imagina que tu vehículo tiene el velocímetro fallado. Eres sorprendido manejando a 60 kilómetros por hora en una zona de 40 kilómetros por hora. Le dices al policía que te detiene que no lo sabías. Tu velocímetro marcaba 40 kilómetros por hora. Es posible que simpatice contigo, pero aún así has quebrantado la ley. Has transgredido el límite de velocidad, aunque inconscientemente, y deberás pagar la multa.
Eso es una ofrenda de pecado. Según el Rabino Shimshon Rafael Hirsch es una pena por ser descuidado. Según el Sefer haJinuj es una medida educativa y preventiva. Los hechos, en el judaísmo, son la forma en la que entrenamos a la mente. El hecho de que hayas pagado el precio de traer un sacrificio hará que en el futuro seas más cuidadoso.
El Rabino Isaac Arama (que vivió en España en el siglo XV) dice que la diferencia entre un pecado intencional y uno no intencional es que en el primer caso, tanto el cuerpo como el alma estuvieron en falta. En el caso del pecado no intencional, solo el cuerpo estuvo en falta, no el alma. Por lo tanto, un sacrificio físico ayuda, ya que fue sólo el acto físico del cuerpo el que estuvo equivocado. Un sacrificio físico no puede expiar un pecado intencional porque no puede rectificar un error del alma.
Lo que el sacrificio logra es kapará, no perdón como tal sino que “cubre” o destruye el pecado. A Noaj le fue dicho que “cubra” (ve japarta) la superficie del Arca con alquitrán (Gén. 6:14). La cobertura del Arca en el Tabernáculo era llamada kaporet (Éx. 25:17). Una vez que un pecado ha sido simbólicamente cubierto, es perdonado, pero, como señala el Malbim, en esos casos el verbo para perdón,s-l-j, es siempre pasivo (venislaj: Lev. 4:20, Lev. 4:26, Lev. 4:31). El perdón no es directo, como el caso del arrepentimiento, sino indirecto, una consecuencia del sacrificio.
La tercera dimensión del pecado es que corrompe. Deja una mancha en tu carácter. Isaias, en la presencia de Dios, siente que tiene “labios impuros” (Is. 6:5). El Rey David dice a Dios “Lávame minuciosamente de mi iniquidad, y límpiame de mi pecado” – “me jatati tahareni” (Sal. 51:4)
Y acerca de Iom Kipur la Torá dice:
“Ese día será para tí un día de expiación, para limpiarte (le taher etjem). Entonces, frente al Señor, estarás limpio de todos tus pecados.”
Lev. 16:30
Ramban dice que esta es la lógica del sacrificio de pecado. Todos los pecados, aún aquellos cometidos inadvertidamente, tienen consecuencias. Cada uno “deja una mancha en el alma y constituye una imperfección en ella, y el alma sólo puede encontrarse con su Creador cuando ha sido limpiada de todo pecado” (Ramban a Lev. 4:2)
El resultado de la ofrenda de pecado es tehorá, limpieza, purificación. Entonces, la ofrenda de pecado no se trata de culpa sino de otras dimensiones de la transgresión. Una de las características más extrañas de la civilización occidental, debida en parte al cristianismo paulino, y en parte a la influencia del filósofo Immanuel Kant, es que tendemos a pensar en la moralidad y la espiritualidad como asuntos casi exclusivos de la mente y sus motivos. Pero nuestros actos dejan marcas en el mundo. E incluso los pecados no intencionales pueden hacernos sentir corrompidos.
La ley de la ofrenda de pecado nos recuerda que podemos hacer daño sin intención, y esto puede dejar consecuencias psicológicas. La mejor manera de corregir las cosas es hacer un sacrificio: hacer algo que nos cueste.
En tiempos antiguos, eso tenía la forma de un sacrificio ofrecido en el altar del Templo. Hoy en día la mejor forma de hacerlo es donar dinero a caridad (tzedaká) o hacer un acto de bondad (jesed). El profeta dijo, hace mucho tiempo, en nombre de Dios:
“Ya que Yo deseo bondad amorosa, no sacrificio.”
Hosea 6:6
La caridad y la bondad son nuestros sustitutos de los sacrificios, al igual que la ofrenda de pecado de antaño, nos ayudan a enmendar lo que está fracturado en el mundo y en nuestra alma.
En ausencia del Mishkán y korbanot (ofrendas), ¿cuáles son los equivalentes modernos a hacer un “sacrificio” por nuestros errores no intencionales?
¿De qué forma las consecuencias nos educan, o previenen errores futuros, en nuestras vidas, y nuestras comunidades?
Piensa de otras situaciones en las que las personas traían korbanot en el Tanaj. ¿Qué tipo de emociones estaban tratando de comunicar a Hashem?
Las dimensiones del pecado
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Nuestra parashá, que lidia con una variedad de sacrificios, dedica una sección extensa al jatat, la ofrenda de pecado, y cómo era llevada por diferentes individuos: primero el Sumo Sacerdote (Éx. 4:3-12), a continuación la comunidad como un todo (Éx. 4:13-21), a continuación un líder (Éx. 4:22-26) y finalmente un individuo común (Éx. 4:27-35).
El pasaje completo suena extraño en nuestros oídos modernos, no sólo porque no se han ofrecido sacrificios por casi dos milenios desde la destrucción del Segundo Templo, sino también porque es difícil para nosotros comprender los conceptos de pecado y expiación en la forma en que son tratados en la Torá.
El interrogante es que los pecados para los cuales debía llevarse una ofrenda eran esos cometido sin intención, be shogeg. El pecador había olvidado la ley o algún hecho relevante. Para dar un ejemplo contemporáneo: supongamos que el teléfono suena en Shabat y lo contestas. Estarías obligado a llevar una ofrenda de pecado si olvidaste la ley que dice que no puedes contestar el teléfono en Shabat, o si olvidaste el hecho de que ese día era Shabat. Si, por un momento, creíste que era viernes o domingo. Entonces tu pecado fue inadvertido.
Este es el tipo de acto que no tendemos a ver como un pecado. Fue un error. Te olvidaste. No tuviste intención de hacer algo mal. Y cuando te das cuenta de que inadvertidamente has quebrantado Shabat, es más probable que te arrepientas que sientas remordimiento. Te sientes apenado, no culpable.
Pensamos en un pecado como algo que hacemos intencionalmente, quizás cediendo a la tentación, o en un momento de rebelión. Eso es lo que la ley judía llama, en hebreo bíblico, be zadón y, en hebreo rabínico, be mezid. Es el tipo de acto que creeríamos que requiere una ofrenda de pecado. Pero de hecho, un acto tal no puede ser expiado a través de una ofrenda. Entonces, ¿cómo le damos sentido a la ofrenda de pecado?
La respuesta es que hay tres dimensiones de las infracciones entre nosotros y Dios. La primera es culpa y vergüenza. Cuando pecamos deliberada e intencionalmente, sabemos internamente que hemos hecho mal. Nuestra conciencia – la voz de Dios dentro del corazón humano – nos dice que hemos actuado incorrectamente. Eso es lo que les sucedió a Adán y Eva en el Jardín del Edén después de haber pecado. Sintieron vergüenza. Intentaron esconderse. Para ese tipo de pecado deliberado, consciente, intencional, la única respuesta moral adecuada es la teshuvá, el arrepentimiento. Eso implica (a) remordimiento, jarata, (b) confesión, vidui, y (c) kabalat he atid, la resolución de nunca volver a cometer el pecado. El resultado es selijá umejilá, Dios nos perdona. Un mero sacrificio no es suficiente.
Sin embargo, hay una segunda dimensión. Independientemente de la culpa y la responsabilidad, si cometemos un pecado hemos transgredido objetivamente un límite. La palabra jet significa errar el tiro, apartarse, desviarse del camino adecuado. Hemos cometido un acto que de alguna forma perturba el balance moral del mundo. Para hacer otro ejemplo secular, imagina que tu vehículo tiene el velocímetro fallado. Eres sorprendido manejando a 60 kilómetros por hora en una zona de 40 kilómetros por hora. Le dices al policía que te detiene que no lo sabías. Tu velocímetro marcaba 40 kilómetros por hora. Es posible que simpatice contigo, pero aún así has quebrantado la ley. Has transgredido el límite de velocidad, aunque inconscientemente, y deberás pagar la multa.
Eso es una ofrenda de pecado. Según el Rabino Shimshon Rafael Hirsch es una pena por ser descuidado. Según el Sefer haJinuj es una medida educativa y preventiva. Los hechos, en el judaísmo, son la forma en la que entrenamos a la mente. El hecho de que hayas pagado el precio de traer un sacrificio hará que en el futuro seas más cuidadoso.
El Rabino Isaac Arama (que vivió en España en el siglo XV) dice que la diferencia entre un pecado intencional y uno no intencional es que en el primer caso, tanto el cuerpo como el alma estuvieron en falta. En el caso del pecado no intencional, solo el cuerpo estuvo en falta, no el alma. Por lo tanto, un sacrificio físico ayuda, ya que fue sólo el acto físico del cuerpo el que estuvo equivocado. Un sacrificio físico no puede expiar un pecado intencional porque no puede rectificar un error del alma.
Lo que el sacrificio logra es kapará, no perdón como tal sino que “cubre” o destruye el pecado. A Noaj le fue dicho que “cubra” (ve japarta) la superficie del Arca con alquitrán (Gén. 6:14). La cobertura del Arca en el Tabernáculo era llamada kaporet (Éx. 25:17). Una vez que un pecado ha sido simbólicamente cubierto, es perdonado, pero, como señala el Malbim, en esos casos el verbo para perdón,s-l-j, es siempre pasivo (venislaj: Lev. 4:20, Lev. 4:26, Lev. 4:31). El perdón no es directo, como el caso del arrepentimiento, sino indirecto, una consecuencia del sacrificio.
La tercera dimensión del pecado es que corrompe. Deja una mancha en tu carácter. Isaias, en la presencia de Dios, siente que tiene “labios impuros” (Is. 6:5). El Rey David dice a Dios “Lávame minuciosamente de mi iniquidad, y límpiame de mi pecado” – “me jatati tahareni” (Sal. 51:4)
Y acerca de Iom Kipur la Torá dice:
Ramban dice que esta es la lógica del sacrificio de pecado. Todos los pecados, aún aquellos cometidos inadvertidamente, tienen consecuencias. Cada uno “deja una mancha en el alma y constituye una imperfección en ella, y el alma sólo puede encontrarse con su Creador cuando ha sido limpiada de todo pecado” (Ramban a Lev. 4:2)
El resultado de la ofrenda de pecado es tehorá, limpieza, purificación. Entonces, la ofrenda de pecado no se trata de culpa sino de otras dimensiones de la transgresión. Una de las características más extrañas de la civilización occidental, debida en parte al cristianismo paulino, y en parte a la influencia del filósofo Immanuel Kant, es que tendemos a pensar en la moralidad y la espiritualidad como asuntos casi exclusivos de la mente y sus motivos. Pero nuestros actos dejan marcas en el mundo. E incluso los pecados no intencionales pueden hacernos sentir corrompidos.
La ley de la ofrenda de pecado nos recuerda que podemos hacer daño sin intención, y esto puede dejar consecuencias psicológicas. La mejor manera de corregir las cosas es hacer un sacrificio: hacer algo que nos cueste.
En tiempos antiguos, eso tenía la forma de un sacrificio ofrecido en el altar del Templo. Hoy en día la mejor forma de hacerlo es donar dinero a caridad (tzedaká) o hacer un acto de bondad (jesed). El profeta dijo, hace mucho tiempo, en nombre de Dios:
La caridad y la bondad son nuestros sustitutos de los sacrificios, al igual que la ofrenda de pecado de antaño, nos ayudan a enmendar lo que está fracturado en el mundo y en nuestra alma.
Acerca del carácter judío
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