“Ve y aprende lo que quiso hacer Labán el arameo a nuestro padre Yaakov. El decreto del Faraón sólo se refería a los varones, mientras que Labán quiso destruir todo.”
Este pasaje de la Hagadá de Pesaj – evidentemente basado en la parashá de esta semana – es extraordinariamente difícil de entender.
En primer lugar, se trata de un comentario sobre una frase en Deuteronomio, Aramí oved avi. La inmensa mayoría de los comentaristas traduce esta frase como “mi padre era un arameo errante”, una referencia a Yaakov que escapó a Aram (Siria, una conexión con Haran donde vivía Labán), o a Abraham que dejó la tierra de Aram en respuesta al llamado de Dios para dirigirse a Canaán. No significa “un arameo (o sea Labán) trató de destruir a mi padre.” Algunos estudiosos lo ven de esta manera, pero casi con certeza debido a este pasaje de la Hagadá.
En segundo lugar, en ningún lugar de la parashá leemos que Labán de verdad quiso destruir a Yaakov. Lo engañó, trató de explotarlo y lo persiguió cuando huyó. Cuando estaba por alcanzarlo se le apareció Dios en un sueño a la noche y le dijo: “Ten mucho cuidado en no decirle nada, ni bueno ni malo, a Yaakov.” (Gén. 31: 22). Cuando Labán se queja de que Yaakov estaba tratando de huir, Yaakov le contesta: “Durante veinte años he estado trabajando para ti en tu propiedad – catorce años por tus dos hijas, y seis años para tu ganado. ¡Cambiaste mi salario diez veces!” (Gén. 31:41). Todo esto sugiere que Labán se comportó despiadadamente con Yaakov, tratándolo como un peón sin paga, casi un esclavo, pero no que lo hubiera tratado de “destruir” – o sea, matarlo, como trató de matar el faraón a todos los recién nacidos israelitas.
Tercero, la Hagadá y el texto del servicio del seder trata de cómo los egipcios esclavizaron y practicaron un lento genocidio a los israelitas y cómo Dios los salvó de la esclavitud y de la muerte. ¿Por qué intentar disminuir esta narrativa diciendo que, en realidad, el decreto no era tan malo, que el de Labán era peor? No parece tener ningún sentido, en referencia al tema central de la Hagadá ni en relación con los hechos concretos registrados en el texto bíblico.
Entonces, ¿cómo se entiende?
Quizás la explicación sea la siguiente: el comportamiento de Labán es el paradigma antisemita a través de todos los tiempos. No era tanto lo que hizo Labán a lo que se refiere la Hagadá, sino lo que generó esa acción a través de los siglos. ¿Cómo es esto?
Labán comienza actuando como un amigo. Le ofrece a Yaakov un refugio cuando está huyendo de Esav que ha jurado matarlo. Pero resultó que ese comportamiento no era tan generoso como parecía sino interesado y calculador. Yaakov trabaja para él durante siete años por Rajel. En la noche de bodas sustituye a Rajel por Lea, de tal forma que para casarse con Rajel debe trabajar siete años más. Cuando nace Yosef, hijo de Rajel, Yaakov trata de irse. Labán protesta, y Yaakov trabaja seis años más hasta que se da cuenta de que la situación es insostenible. Los hijos de Labán lo acusan de enriquecerse a costa de su padre. Yaakov percibe que Labán mismo se está tornando hostil. Rajel y Lea están de acuerdo diciendo, “¡nos trata como extrañas! ¡Nos vendió y se gastó el dinero!” (Gén. 31:14-15).
Yaakov se percata de que nada de lo que diga o haga persuadirá a Labán de dejarlo ir. No tiene otra opción que escapar. Labán entonces lo persigue, y si no fuera por la advertencia de Dios la noche antes de darle alcance, no cabe duda de que lo hubiera forzado a retornar y vivir el resto de sus días como peón impago. Como le dijo a Yaakov: “¡Las hijas son mis hijas! ¡Los hijos son mis hijos! ¡El ganado es mi ganado! ¡Todo lo que ves es mío!” (Gén. 31:43). Resultó que todo lo que ostensiblemente le había dado a Yaakov, internamente no se lo había cedido en absoluto.
Labán trata a Yaakov como si fuera de su propiedad, su esclavo. Es una no-persona. En su visión Yaakov no tiene ningún derecho, ninguna existencia independiente. Le dio a Yaakov sus hijas en matrimonio pero sigue alegando que ellas y sus hijos le pertenecen a él, no a Yaakov. Hizo un acuerdo con Yaakov de cederle animales como pago, pero aún insiste que “el ganado es mi ganado.”
Lo que más lo enoja e indigna es que Yaakov mantiene su independencia y dignidad. Enfrentado con una existencia imposible como esclavo de su suegro, Yaakov siempre encuentra forma de continuar. Efectivamente, fue engañado con su amada Rajel, pero trabajó para casarse con ella también. Se vió forzado a trabajar sin remuneración, pero utilizó su conocimiento superior de la reproducción del ganado, lo cual le permitió hacer una propuesta y crear un rebaño propio que le permitirá mantener su numerosa familia actual. Yaakov se niega a ser derrotado. Cercado por todos lados, encuentra una salida. Esa es su grandeza. Sus métodos no son los que hubiera elegido en otras circunstancias. Tiene que superar a un adversario extraordinariamente sagaz. Pero Yaakov se niega a ser derrotado, superado ni desmoralizado. En una situación aparentemente imposible mantiene su dignidad, independencia y libertad. Yaakov no es esclavo de nadie.
Labán es, en efecto, el primer antisemita. Siglo tras siglo los judíos buscaron refugio de los que, como Esav, quisieron matarlos. Las naciones que accedieron a rescatarlos parecían inicialmente ser sus benefactores. Pero exigieron su precio. Vieron, en los judíos, un pueblo que podía enriquecerlos. A cualquier lugar que fueran, los judíos hicieron prosperar a sus huéspedes. Pero se negaron a ser meros sirvientes. Se negaron a ser apropiados. Tenían su identidad y su forma de vida, e insistieron en el derecho humano básico de ser libres. La sociedad que los hospedó eventualmente se tornó contra ellos. Adujeron que los judíos los estaban explotando cuando en realidad los explotadores eran ellos. Y cuando eran exitosos, los acusaron de robo: “¡El ganado es mi ganado! ¡Todo lo que veses mío!” Se olvidaron de que los judíos habían contribuido masivamente a la prosperidad nacional. El hecho de que ellos habían conservado alguna dignidad, alguna independencia y que también habían progresado, los condujo no sólo a la envidia sino también al rencor. Fue ese el período en que ser judío era un peligro.
Labán fue el primero, pero no el último, en mostrar este síndrome. Ocurrió nuevamente en Egipto después de la muerte de Yosef. Ocurrió con los griegos y los romanos, los imperios cristianos y musulmanes de la Edad Media, en las naciones europeas de los siglos XIX y XX, y después de la revolución rusa.
En su fascinante obra World on Fire Amy Chua plantea que el odio étnico siempre se dirige contra cualquier minoría visiblemente exitosa. Deben presentarse tres condiciones para que así sea:
El grupo odiado debe ser minoritario o la gente temerá atacarla.
Deben tener éxito puesto que si no no los envidiarán, simplemente serían despreciados.
Debe ser conspicuo o la gente no lo notará.
Los judíos llenaban los tres requerimientos y por eso eran odiados. Y todo comenzó con la estadía de Yaakov en lo de Labán. Él era minoritario, superado en número por la familia de Labán. Era exitoso y conspicuo: se podía constatar simplemente viendo sus rebaños.
Lo que dicen los sabios en la Hagadá ahora resulta claro: el Faraón fue enemigo de los judíos por única vez, pero Labán existe, de una forma u otra, siglo tras siglo. El síndrome persiste hasta nuestros días. Como observa Amy Chua, Israel en el contexto del Medio Oriente, es una minoría exitosa y conspicua. De alguna forma, un pequeño país con escasos recursos naturales, ha superado a sus vecinos. El resultado es envidia que se transforma en enojo que se transforma en odio. ¿Dónde comenzó? Con Labán.
Visto de esta manera, comenzamos a ver a Yaakov bajo una nueva luz. Yaakov representa a las minorías y las naciones pequeñas de todos lados. Yaakov es la negación de que las grandes potencias aplasten a los pocos, los débiles, los refugiados. Yaakov se niega a definirse como esclavo, como propiedad de otro. Mantiene su dignidad interior y su libertad. Contribuye a la prosperidad de otros pueblos pero combate cualquier intención de que lo exploten. Yaakov es la voz que dice: yo también soy un ser humano. Yo también tengo derechos. Yo también soy libre.
Si Labán es el paradigma eterno del odio a las minorías notoriamente exitosas, entonces Yaakov es el paradigma eterno de la capacidad de sobrevivir al odio de otros. De esta manera extraña Yaakov se convierte en la voz de la esperanza en la conversación de la humanidad, la prueba viviente de que el odio nunca alcanza la victoria final, sino que la que vence es la libertad.
¿Crees que la resiliencia que demostró Yaakov es una característica inherentemente judía?
¿En qué forma apegarnos a nuestra identidad nos ayuda en situaciones difíciles?
Considera otras historias de resiliencia en la Torá y en la historia moderna. ¿Qué similitudes puedes encontrar entre las narrativas?
El nacimiento del odio más antiguo del mundo
ויצא
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Este pasaje de la Hagadá de Pesaj – evidentemente basado en la parashá de esta semana – es extraordinariamente difícil de entender.
En primer lugar, se trata de un comentario sobre una frase en Deuteronomio, Aramí oved avi. La inmensa mayoría de los comentaristas traduce esta frase como “mi padre era un arameo errante”, una referencia a Yaakov que escapó a Aram (Siria, una conexión con Haran donde vivía Labán), o a Abraham que dejó la tierra de Aram en respuesta al llamado de Dios para dirigirse a Canaán. No significa “un arameo (o sea Labán) trató de destruir a mi padre.” Algunos estudiosos lo ven de esta manera, pero casi con certeza debido a este pasaje de la Hagadá.
En segundo lugar, en ningún lugar de la parashá leemos que Labán de verdad quiso destruir a Yaakov. Lo engañó, trató de explotarlo y lo persiguió cuando huyó. Cuando estaba por alcanzarlo se le apareció Dios en un sueño a la noche y le dijo: “Ten mucho cuidado en no decirle nada, ni bueno ni malo, a Yaakov.” (Gén. 31: 22). Cuando Labán se queja de que Yaakov estaba tratando de huir, Yaakov le contesta: “Durante veinte años he estado trabajando para ti en tu propiedad – catorce años por tus dos hijas, y seis años para tu ganado. ¡Cambiaste mi salario diez veces!” (Gén. 31:41). Todo esto sugiere que Labán se comportó despiadadamente con Yaakov, tratándolo como un peón sin paga, casi un esclavo, pero no que lo hubiera tratado de “destruir” – o sea, matarlo, como trató de matar el faraón a todos los recién nacidos israelitas.
Tercero, la Hagadá y el texto del servicio del seder trata de cómo los egipcios esclavizaron y practicaron un lento genocidio a los israelitas y cómo Dios los salvó de la esclavitud y de la muerte. ¿Por qué intentar disminuir esta narrativa diciendo que, en realidad, el decreto no era tan malo, que el de Labán era peor? No parece tener ningún sentido, en referencia al tema central de la Hagadá ni en relación con los hechos concretos registrados en el texto bíblico.
Entonces, ¿cómo se entiende?
Quizás la explicación sea la siguiente: el comportamiento de Labán es el paradigma antisemita a través de todos los tiempos. No era tanto lo que hizo Labán a lo que se refiere la Hagadá, sino lo que generó esa acción a través de los siglos. ¿Cómo es esto?
Labán comienza actuando como un amigo. Le ofrece a Yaakov un refugio cuando está huyendo de Esav que ha jurado matarlo. Pero resultó que ese comportamiento no era tan generoso como parecía sino interesado y calculador. Yaakov trabaja para él durante siete años por Rajel. En la noche de bodas sustituye a Rajel por Lea, de tal forma que para casarse con Rajel debe trabajar siete años más. Cuando nace Yosef, hijo de Rajel, Yaakov trata de irse. Labán protesta, y Yaakov trabaja seis años más hasta que se da cuenta de que la situación es insostenible. Los hijos de Labán lo acusan de enriquecerse a costa de su padre. Yaakov percibe que Labán mismo se está tornando hostil. Rajel y Lea están de acuerdo diciendo, “¡nos trata como extrañas! ¡Nos vendió y se gastó el dinero!” (Gén. 31:14-15).
Yaakov se percata de que nada de lo que diga o haga persuadirá a Labán de dejarlo ir. No tiene otra opción que escapar. Labán entonces lo persigue, y si no fuera por la advertencia de Dios la noche antes de darle alcance, no cabe duda de que lo hubiera forzado a retornar y vivir el resto de sus días como peón impago. Como le dijo a Yaakov: “¡Las hijas son mis hijas! ¡Los hijos son mis hijos! ¡El ganado es mi ganado! ¡Todo lo que ves es mío!” (Gén. 31:43). Resultó que todo lo que ostensiblemente le había dado a Yaakov, internamente no se lo había cedido en absoluto.
Labán trata a Yaakov como si fuera de su propiedad, su esclavo. Es una no-persona. En su visión Yaakov no tiene ningún derecho, ninguna existencia independiente. Le dio a Yaakov sus hijas en matrimonio pero sigue alegando que ellas y sus hijos le pertenecen a él, no a Yaakov. Hizo un acuerdo con Yaakov de cederle animales como pago, pero aún insiste que “el ganado es mi ganado.”
Lo que más lo enoja e indigna es que Yaakov mantiene su independencia y dignidad. Enfrentado con una existencia imposible como esclavo de su suegro, Yaakov siempre encuentra forma de continuar. Efectivamente, fue engañado con su amada Rajel, pero trabajó para casarse con ella también. Se vió forzado a trabajar sin remuneración, pero utilizó su conocimiento superior de la reproducción del ganado, lo cual le permitió hacer una propuesta y crear un rebaño propio que le permitirá mantener su numerosa familia actual. Yaakov se niega a ser derrotado. Cercado por todos lados, encuentra una salida. Esa es su grandeza. Sus métodos no son los que hubiera elegido en otras circunstancias. Tiene que superar a un adversario extraordinariamente sagaz. Pero Yaakov se niega a ser derrotado, superado ni desmoralizado. En una situación aparentemente imposible mantiene su dignidad, independencia y libertad. Yaakov no es esclavo de nadie.
Labán es, en efecto, el primer antisemita. Siglo tras siglo los judíos buscaron refugio de los que, como Esav, quisieron matarlos. Las naciones que accedieron a rescatarlos parecían inicialmente ser sus benefactores. Pero exigieron su precio. Vieron, en los judíos, un pueblo que podía enriquecerlos. A cualquier lugar que fueran, los judíos hicieron prosperar a sus huéspedes. Pero se negaron a ser meros sirvientes. Se negaron a ser apropiados. Tenían su identidad y su forma de vida, e insistieron en el derecho humano básico de ser libres. La sociedad que los hospedó eventualmente se tornó contra ellos. Adujeron que los judíos los estaban explotando cuando en realidad los explotadores eran ellos. Y cuando eran exitosos, los acusaron de robo: “¡El ganado es mi ganado! ¡Todo lo que veses mío!” Se olvidaron de que los judíos habían contribuido masivamente a la prosperidad nacional. El hecho de que ellos habían conservado alguna dignidad, alguna independencia y que también habían progresado, los condujo no sólo a la envidia sino también al rencor. Fue ese el período en que ser judío era un peligro.
Labán fue el primero, pero no el último, en mostrar este síndrome. Ocurrió nuevamente en Egipto después de la muerte de Yosef. Ocurrió con los griegos y los romanos, los imperios cristianos y musulmanes de la Edad Media, en las naciones europeas de los siglos XIX y XX, y después de la revolución rusa.
En su fascinante obra World on Fire Amy Chua plantea que el odio étnico siempre se dirige contra cualquier minoría visiblemente exitosa. Deben presentarse tres condiciones para que así sea:
Los judíos llenaban los tres requerimientos y por eso eran odiados. Y todo comenzó con la estadía de Yaakov en lo de Labán. Él era minoritario, superado en número por la familia de Labán. Era exitoso y conspicuo: se podía constatar simplemente viendo sus rebaños.
Lo que dicen los sabios en la Hagadá ahora resulta claro: el Faraón fue enemigo de los judíos por única vez, pero Labán existe, de una forma u otra, siglo tras siglo. El síndrome persiste hasta nuestros días. Como observa Amy Chua, Israel en el contexto del Medio Oriente, es una minoría exitosa y conspicua. De alguna forma, un pequeño país con escasos recursos naturales, ha superado a sus vecinos. El resultado es envidia que se transforma en enojo que se transforma en odio. ¿Dónde comenzó? Con Labán.
Visto de esta manera, comenzamos a ver a Yaakov bajo una nueva luz. Yaakov representa a las minorías y las naciones pequeñas de todos lados. Yaakov es la negación de que las grandes potencias aplasten a los pocos, los débiles, los refugiados. Yaakov se niega a definirse como esclavo, como propiedad de otro. Mantiene su dignidad interior y su libertad. Contribuye a la prosperidad de otros pueblos pero combate cualquier intención de que lo exploten. Yaakov es la voz que dice: yo también soy un ser humano. Yo también tengo derechos. Yo también soy libre.
Si Labán es el paradigma eterno del odio a las minorías notoriamente exitosas, entonces Yaakov es el paradigma eterno de la capacidad de sobrevivir al odio de otros. De esta manera extraña Yaakov se convierte en la voz de la esperanza en la conversación de la humanidad, la prueba viviente de que el odio nunca alcanza la victoria final, sino que la que vence es la libertad.
La tragedia de las buenas intenciones
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El carácter de Yaakov