En Vayakel encontramos, por segunda vez, al hombre que se convirtió en el símbolo del artista en el judaísmo, un hombre llamado Betzalel.
Entonces Moshé le dijo a los israelitas: “Sepan que el Señor ha elegido a Betzalel, hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Yehudá, y lo ha colmado de un espíritu Divino de sabiduría, entendimiento y sabiduría en todas las artes, para hacer diseños artísticos para trabajos en oro, plata y bronce, y también para cortar piedras para engarzar, tallar madera, y ocuparse en todas las otras artes.
Ex. 35:30-35
Sería Betzalel (junto a Oholiab) quien construiría el Tabernáculo y su equipamiento y quien sería celebrado por siglos como el artista inspirado que usó sus habilidades para engrandecer la gloria de Dios.
A la dimensión estética del judaísmo se le ha restado importancia hasta la era moderna, por obvias razones. Los israelitas adoraron al Dios invisible que trasciende el universo. A diferencia de las personas, Dios no tiene imagen. Incluso cuando Se reveló al pueblo en Sinaí:
“Escucharon el sonido de las palabras pero no vieron imagen alguna, sólo había una Voz.”
Deut. 4:12
Dada la intensa conexión – hasta el siglo dieciocho – entre el arte y la religión, hacer imágenes habría sido potencialmente idolatría. Por lo tanto, el segundo de los Diez Mandamientos:
“No hagas para tí una imagen grabada de ningún tipo o en la forma de ninguna criatura en el cielo o la tierra o bajo las aguas.”
Éx. 20:4
Esta preocupación continuó mucho tiempo después de la era bíblica. Los griegos, que alcanzaron una excelencia sin igual en las artes visuales, eran, en el ámbito religioso, un pueblo pagano de mitos y misterios, mientras que los romanos tenían una tendencia a hacer de los Césares dioses y erigir estatuas a ellos.
Sin embargo, la dimensión visual no estaba completamente ausente en el judaísmo. Hay símbolo visibles como los tzitzit y los tefiliín. Existe, según los Sabios, una meta-mitzvá conocida como hidur mitzvá – “embellecer el mandamiento” – para intentar asegurarse que todo los objetos usados para realizar un mandamiento son lo más hermosos posible.
La intrusión más significativa de la dimensión estética fue en el propio Tabernáculo, sus marcos y tapices, sus muebles, los querubines sobre el arca, la menorá, y las vestimentas de los sacerdotes y el Sumo Sacerdote, lekavod u letiferet, “para dignidad y belleza”. (Éx. 28:2)
Maimónides en Guía de los perplejos (III:45) dice que la mayoría de las personas están influenciadas por consideraciones estéticas, que es la razón por la cual el Santuario estaba diseñado para inspirar admiración y reverencia, la razón por la cual una luz eterna brillaba allí, por qué las vestimentas sacerdotales eran tan impresionantes, por qué había música en forma del coro de los levitas, y por qué se quemaba incienso para cubrir el olor de los sacrificios.
El propio Maimónides, en su obra conocida como Los Ocho Capítulos – la introducción a su comentario a la Mishná Avot – habla del poder terapéutico de la belleza y su importancia en combatir la depresión:
Alguien que se encuentra afectado por la melancolía puede alejarla escuchando música y varios tipos de canción, paseando por jardines, al experimentar hermosos edificios, al observar bellas pinturas, y otras cosas similares que ensanchan el alma…
Los Ocho Capítulos, capítulo 5
En breve, el arte es un bálsamo para el alma. En tiempos modernos, el pensador que habló más elocuentemente acerca de la estética fue el Rav Kook. En su Comentario al Sidur, escribió:
“La literatura, las pinturas y las esculturas dan una expresión material a todos los conceptos espirituales implantados en la profundidad del alma humana, y mientras quede una única línea escondida en lo profundo del alma a la que aún no se le ha dado una expresión externa, es la tarea del arte (avodat ha umanut) expresarla.
Olat Reaya, II, 3
Evidentemente, estas observaciones fueron consideradas controversiales, entonces en ediciones posteriores del Comentario la frase “literatura, pinturas y esculturas” fue reemplazada por “literatura, su diseño y entramado”.
El nombre Betzalel fue adoptado por el artista Boris Schatz de la Escuela de Artes y Artesanías que fundó en Israel en 1906, y Rav Kook escribió una conmovedora carta en apoyo a su creación. Él vio el renacimiento del arte en Tierra Santa como un símbolo de la regeneración del pueblo judío en su propia tierra, paisaje y lugar de nacimiento. El judaísmo en la diáspora, removido de una conexión natural con su propio ambiente histórico, era inevitablemente cerebral y espiritual, “alienado”. Sólo en Israel podría emerger una auténtica estética judía, fortalecida por, y a la vez fortaleciendo a, la espiritualidad judía.
Quizá la más conmovedora observación de todas las observaciones que Rav Kook hizo acerca del arte proviene de una conversación que mantuvo con un escultor:
“Cuando viví en Londres solía visitar la Galería Nacional, y mis cuadros favoritos eran los de Rembrandt. Realmente pienso que Rembrandt fue un tzadik. ¿Sabes que cuando vi por primera vez los trabajos de Rembrandt me recordaron a la declaración de los sabios acerca de la creación de la luz?
Nos es dicho que cuando Dios creó una luz (en el primer día de la creación, en lugar de la creación de la luz natural del sol en el cuarto día), que era tan fuerte y pelúcida que uno podía ver de un extremo del mundo al otro, pero Dios temía que los malvados se abusarían de ella. ¿Qué hizo Él? Reservó esa luz para los justos en el Mundo Venidero. Pero de tanto en tanto hay grandes hombres que tienen el privilegio de verla. Yo pienso que Rembrandt era uno de ellos, y la luz de sus obras es la propia luz que Dios creó en el día del Génesis.”[1]
Me he preguntado muchas veces qué fue lo que cautivó al Rab de las pinturas de Rembrandt. Rembrandt vivía en el cuarto judío en Amsterdam, conocía judíos y los retrataba, y también pintó muchas escenas bíblicas, aunque su cercanía o su conexión con los judíos ha sido objeto de controversia. Sospecho que la admiración del Rab Kook por el artista no tenía nada que ver con esto y todo que ver con la luz que Rembrandt veía en las caras de la gente común, sin intentar embellecerlas. Su trabajo nos permite ver la cualidad trascendental del ser humano, la única cosa en el universo que Dios creó a Su imagen.
Arte en hebreo – omanut – tiene una conexión semántica con emuná, “fe” o “fidelidad”.
Un verdadero artista es fidedigno tanto a sus materiales como a su tarea, como nos enseña:
El nombre Betzalel significa “en la sombra de Dios.” El arte es la sombra proyectada por la radiancia que Dios embebe en todas las cosas:
El mundo está cargado con la grandeza de Dios.
Se encenderá, como brillando en una lámina agitada.[3]
Y como dijo Goethe: ‘Donde la luz es abundante, la sombra es profunda’.[4] Cuando el arte nos permite ver la maravilla de la creación como trabajo de Dios y a la persona humana como imagen de Dios, se vuelve una parte poderosa de la vida religiosa, con una condición. Los griegos creían en la santidad de la belleza. Los judíos creen en hadrat kodesh, la belleza de la santidad: no el arte por su propia cusa sino como una declaración del arte del Creador. Es así como omanut mejora la emuná, como el arte agrega maravilla a la fe.
[1] Rab Avraham Kook, artículo en The Jewish Chronicle; Londres; 13 de Septiembre de 1935, p. 21.
[2]Tomado de Auguries of Innocence por William Blake
[3] Tomado de God's Grandeur por Gerard Manley Hopkins
[4] Johann Wolfgang von Goethe, Götz von Berlichingen with the Iron Hand, traducido por Walter Scott, London; 1799.
¿Cómo nos inspira la historia de Betzalel usar nuestros talentos para un propósito significativo?
¿Puedes pensar en otros momentos en la Torá en que alguien utiliza sus talentos “artísticos” para conectarse con su espiritualidad?
El Rab Kook creía en una conexión profunda entre el arte y la espiritualidad. ¿Cómo puede el arte ayudarnos a expresar o entender nuestras creencias religiosas?
La sombra de Dios
Listen
Download PDF
Read In
Share
En Vayakel encontramos, por segunda vez, al hombre que se convirtió en el símbolo del artista en el judaísmo, un hombre llamado Betzalel.
Sería Betzalel (junto a Oholiab) quien construiría el Tabernáculo y su equipamiento y quien sería celebrado por siglos como el artista inspirado que usó sus habilidades para engrandecer la gloria de Dios.
A la dimensión estética del judaísmo se le ha restado importancia hasta la era moderna, por obvias razones. Los israelitas adoraron al Dios invisible que trasciende el universo. A diferencia de las personas, Dios no tiene imagen. Incluso cuando Se reveló al pueblo en Sinaí:
Dada la intensa conexión – hasta el siglo dieciocho – entre el arte y la religión, hacer imágenes habría sido potencialmente idolatría. Por lo tanto, el segundo de los Diez Mandamientos:
Esta preocupación continuó mucho tiempo después de la era bíblica. Los griegos, que alcanzaron una excelencia sin igual en las artes visuales, eran, en el ámbito religioso, un pueblo pagano de mitos y misterios, mientras que los romanos tenían una tendencia a hacer de los Césares dioses y erigir estatuas a ellos.
Sin embargo, la dimensión visual no estaba completamente ausente en el judaísmo. Hay símbolo visibles como los tzitzit y los tefiliín. Existe, según los Sabios, una meta-mitzvá conocida como hidur mitzvá – “embellecer el mandamiento” – para intentar asegurarse que todo los objetos usados para realizar un mandamiento son lo más hermosos posible.
La intrusión más significativa de la dimensión estética fue en el propio Tabernáculo, sus marcos y tapices, sus muebles, los querubines sobre el arca, la menorá, y las vestimentas de los sacerdotes y el Sumo Sacerdote, lekavod u letiferet, “para dignidad y belleza”. (Éx. 28:2)
Maimónides en Guía de los perplejos (III:45) dice que la mayoría de las personas están influenciadas por consideraciones estéticas, que es la razón por la cual el Santuario estaba diseñado para inspirar admiración y reverencia, la razón por la cual una luz eterna brillaba allí, por qué las vestimentas sacerdotales eran tan impresionantes, por qué había música en forma del coro de los levitas, y por qué se quemaba incienso para cubrir el olor de los sacrificios.
El propio Maimónides, en su obra conocida como Los Ocho Capítulos – la introducción a su comentario a la Mishná Avot – habla del poder terapéutico de la belleza y su importancia en combatir la depresión:
En breve, el arte es un bálsamo para el alma. En tiempos modernos, el pensador que habló más elocuentemente acerca de la estética fue el Rav Kook. En su Comentario al Sidur, escribió:
Evidentemente, estas observaciones fueron consideradas controversiales, entonces en ediciones posteriores del Comentario la frase “literatura, pinturas y esculturas” fue reemplazada por “literatura, su diseño y entramado”.
El nombre Betzalel fue adoptado por el artista Boris Schatz de la Escuela de Artes y Artesanías que fundó en Israel en 1906, y Rav Kook escribió una conmovedora carta en apoyo a su creación. Él vio el renacimiento del arte en Tierra Santa como un símbolo de la regeneración del pueblo judío en su propia tierra, paisaje y lugar de nacimiento. El judaísmo en la diáspora, removido de una conexión natural con su propio ambiente histórico, era inevitablemente cerebral y espiritual, “alienado”. Sólo en Israel podría emerger una auténtica estética judía, fortalecida por, y a la vez fortaleciendo a, la espiritualidad judía.
Quizá la más conmovedora observación de todas las observaciones que Rav Kook hizo acerca del arte proviene de una conversación que mantuvo con un escultor:
“Cuando viví en Londres solía visitar la Galería Nacional, y mis cuadros favoritos eran los de Rembrandt. Realmente pienso que Rembrandt fue un tzadik. ¿Sabes que cuando vi por primera vez los trabajos de Rembrandt me recordaron a la declaración de los sabios acerca de la creación de la luz?
Me he preguntado muchas veces qué fue lo que cautivó al Rab de las pinturas de Rembrandt. Rembrandt vivía en el cuarto judío en Amsterdam, conocía judíos y los retrataba, y también pintó muchas escenas bíblicas, aunque su cercanía o su conexión con los judíos ha sido objeto de controversia. Sospecho que la admiración del Rab Kook por el artista no tenía nada que ver con esto y todo que ver con la luz que Rembrandt veía en las caras de la gente común, sin intentar embellecerlas. Su trabajo nos permite ver la cualidad trascendental del ser humano, la única cosa en el universo que Dios creó a Su imagen.
Arte en hebreo – omanut – tiene una conexión semántica con emuná, “fe” o “fidelidad”.
Un verdadero artista es fidedigno tanto a sus materiales como a su tarea, como nos enseña:
El nombre Betzalel significa “en la sombra de Dios.” El arte es la sombra proyectada por la radiancia que Dios embebe en todas las cosas:
Y como dijo Goethe: ‘Donde la luz es abundante, la sombra es profunda’.[4] Cuando el arte nos permite ver la maravilla de la creación como trabajo de Dios y a la persona humana como imagen de Dios, se vuelve una parte poderosa de la vida religiosa, con una condición. Los griegos creían en la santidad de la belleza. Los judíos creen en hadrat kodesh, la belleza de la santidad: no el arte por su propia cusa sino como una declaración del arte del Creador. Es así como omanut mejora la emuná, como el arte agrega maravilla a la fe.
[1] Rab Avraham Kook, artículo en The Jewish Chronicle; Londres; 13 de Septiembre de 1935, p. 21.
[2]Tomado de Auguries of Innocence por William Blake
[3] Tomado de God's Grandeur por Gerard Manley Hopkins
[4] Johann Wolfgang von Goethe, Götz von Berlichingen with the Iron Hand, traducido por Walter Scott, London; 1799.
Entre la verdad y la paz
< AnteriorAcerca del carácter judío
Siguiente >