La Torá en Parashat Vayakel, que describe la construcción del Mishkán, va más allá de lo necesario para enfatizar el rol que tuvieron las mujeres en su construcción:
Los hombres acompañaron a las mujeres, y aquellas que deseaban hacer una donación entregaban brazaletes, aros, anillos y adornos corporales, todos ellos de oro.
Éx. 25:22
Cada mujer con destreza se ocupó en hilar, y (todas) ellas trajeron ovillos de lana hilada de color azul cielo, lana de color rojo oscuro, lana de color carmesí y lino fino. Las mujeres con mayor destreza se ofrecieron como voluntarias para también hilar lana de cabra.
Éx. 35:25-26
Cada hombre y mujer de entre los israelitas que sintió un deseo de dar algo para todo el trabajo que Dios había ordenado a través de Moshé, trajo una donación para Dios.
Éx. 25:29
De hecho, el énfasis es aún mayor de lo que aparenta en la traducción, debido a la locución inusual en el versículo 22, vayavou ha anashim al ha nashim, que implica que las mujeres fueron primeras a hacer sus donaciones, y los hombres meramente siguieron su ejemplo. (Ibn Ezra, Ramban y Rabenu Bajie)
Esto es aún más sorprendente ya que la Torá insinúa que las mujeres se rehusaron a contribuir a la construcción del Becerro de Oro (ver comentarios a Éx. 32:2). Las mujeres tenían un sentido de juicio en la vida religiosa – qué es verdadero servicio, y qué no – que faltaba a los hombres.
Kli Yakar (Rabino Shlomo Luntschitz, 1550-1619) va más allá y dice que ya que el Tabernáculo era para expiar por el Becerro de Oro, las mujeres no tenían necesidad de contribuir, ya que fueron los hombre y no las mujeres quienes necesitaban expiación. Sin embargo, las mujeres dieron, y lo hicieron antes que los hombres.
Aunque es aún más emocionante el críptico versículo:
Él (Betzalel) hizo el lavatorio de cobre y su base de cobre con los espejos de las dedicadas mujeres (ha tzoveot) que se congregaron en la entrada de la Tienda de Reunión.
Éx. 28:8
Los sabios (en Midrash Tanjuma) cuentan una historia acerca de esto. Así es como Rashi la relata:
Las mujeres israelitas poseían espejos, en los que se miraban cuando se embellecían. No retuvieron siquiera estos espejos al momento de donar para el Mishkán, pero Moshé los rechazó porque estaban hechos para la tentación (es decir, para inspirar pensamientos lujuriosos).
El Santo, Bendito Sea, le dijo: “Acéptalos, ya que estos son más preciosos para Mí que cualquier otra cosa, ya que a través de ellos las mujeres han creado muchas legiones (es decir, a través de los niños que les nacieron) en Egipto.” Cuando sus esposos estaban fatigados por el trabajo duro, ellas les traían comida y bebida. Entonces ellas tomarían los espejos y cada una se miraría en el espejo junto a su esposo, y lo seduciría con palabras, diciendo “yo soy más hermosa que tú.” Y de esta forma despertaban el deseo de sus esposos, e intimarían, concibiendo y dando a luz allí, como está dicho: “Bajo el manzano he despertado tu deseo” (Canción 8:5).
Este es (el significado) de qué es במראת הצבאת(lit., los espejos de que aquellos que crean legiones). De estos (espejos), el lavamanos fue hecho.
La historia es la siguiente. Los egipcios no solo buscaban esclavizar a, sino también poner un fin al pueblo de Israel. Una forma de hacerlo era matar a todos los niños hombres. Otra era simplemente interrumpir la vida familiar normal. El pueblo, tanto hombres como mujeres, estaban trabajando todo el día. Por la noche, dice el Midrash, tenían prohibido regresar a sus casas. Dormían donde trabajaban. La intención era destruir tanto la privacidad y el deseo sexual, para que los israelitas no tuvieran más hijos.
Las mujeres se dieron cuenta de esto, y decidieron frustrar el plan del Faraón. Usaron espejos para hacerse más atractivas para sus esposos. El resultado fue que las relaciones íntimas continuaron. Las mujeres concibieron y tuvieron hijos (las “legiones” a las que se refiere la palabra tzoveot). Sólo debido a esto hubo una nueva generación de niños judíos. Las mujeres, a través de fe, coraje e ingenio aseguraron la supervivencia judía.
El Midrash continúa relatando que cuando Moshé ordenó a los israelitas traer ofrendas para hacer el Tabernáculo, algunos trajeron oro, otros plata, otros bronce, y algunos, joyas. Pero muchas mujeres no tenían nada de valor para contribuir más que los espejos que habían traído con ellas de Egipto. Los llevaron ante Moshé, que reaccionó con disgusto. Pensó ¿qué relación tienen estos objetos baratos, usados por las mujeres para verse bellas, con el Santuario y lo sagrado? Dios reprendió a Moshé por atreverse a pensar así, y le ordenó aceptarlos.
La historia es poderosa en sí misma. Nos dice, como tantos otros midrashim, que sin la fe de las mujeres, los judíos y el judaísmo nunca habrían sobrevivido. Pero también nos dice algo absolutamente fundamental acerca del entendimiento judío del amor en la vida religiosa.
En su reciente libro Love: A History (2011), el filósofo Simon May escribe:
“Si el amor en el mundo occidental tiene un texto fundacional, ese texto es hebreo.”
El judaísmo ve el amor como algo superlativamente físico y espiritual. Ese es el significado de “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas.” (Deut. 6:5)
Este no es el lenguaje de meditación o contemplación, filosófico o místico. Es el lenguaje de la pasión.
Incluso el normalmente racional Maimónides escribe esto acerca del amor a Dios:
¿Cuál es el amor a Dios que es apropiado? Es amar a Dios con un amor grande y superior, tan fuerte que el alma de uno debe estar entrelazada con el amor a Dios, de forma tal que está continuamente cautivada por él, como un individuo enfermo de amor cuya mente nunca se libera de la pasión por una mujer particular y está embelesado con ella en todo momento… Incluso más intenso debe ser el amor de Dios en los corazones de aquellos que Lo aman. Ellos deben estar cautivados por su amor en todo momento.
Rambam, Hiljot Teshubá, 10:5
Este es el amor que encontramos en los pasajes de Tehilim como “Mi alma está sedienta por ti, mi cuerpo te anhela, en una tierra seca y fatigada donde no hay agua.” (Salmo 63:2)
Solo porque los Sabios pensaban acerca del amor en esta forma, dieron por sentado que el Cantar de los Cantares – una serie de poemas de amor extremadamente sensuales – trata acerca del amor entre Dios e Israel. Rabi Akiva la llamó “el santo sanctorum” de la poesía religiosa.
Fue el cristianismo, bajo la influencia de la Grecia clásica, que marcó la diferencia entre eros (el amor como un deseo físico intenso) y ágape (un amor calmo e independiente de la humanidad en general y las cosas en general) y declaró al segundo, no el primero, como religioso. Fue esta misma influencia griega que llevó al cristianismo a leer la historia de Adán y Eva y la fruta prohibida como una historia de un deseo sexual pecaminoso – una interpretación que no debiera tener lugar alguno en el judaísmo.
Simon May habla acerca del amor a Dios en el judaísmo como algo caracterizado por “una devoción intensa, una confianza absoluta, un temor por su poder y presencia, y una entusiasta absorción en su deseo, aunque a veces cuestionadora… Sus humores son una combinación de piedad del vasallo, la intimidad de amigos, la fidelidad de esposos, la dependencia de un hijo, la pasión de amantes…” Más adelante agrega “la creencia generalizada de que la Biblia Hebrea trata solo acerca de venganza y ‘ojo por ojo’, mientras que los evangelios inventan el amor como un valor incondicional y universal, debe ser considerado uno de los malos entendidos más extraordinarios de la historia occidental.”
El Midrash dramatiza este contraste entre eros y ágape como una discusión entre Dios y Moshé. Moshé cree que la cercanía de Dios se trata de celibato y pureza. Dios le enseña lo contrario, que el amor pasional, cuando es ofrecido como un regalo a Dios, es el amor más precioso de todos. Este es el amor que leemos en Shir haShirim. Este es el amor que escuchamos en Yedid Nefesh[1], la atrevida canción que cantamos al comienzo y hacia el final de Shabat. Cuando las mujeres ofrecieron a Dios los espejos con los cuales despertaban el amor de sus esposos en los días oscuros de Egipto, Dios le dijo a Moshé “estos son más preciosos para Mí que cualquier otra cosa.” Las mujeres comprendieron, mejor que los hombres, lo que significa amar a Dios “con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas.”
[1]Yedid Nefesh es usualmente atribuido al Rabino Elazar ben Moshé Azikri (1533-1600). Sin embargo, Stefan Reif (The Hebrew Manuscripts at Cambridge University Libraries, 1997, p. 93) se refiere a una aparición más temprana de la canción en un manuscrito por Samuel ben David ben Salomón, fecha circa 1438.
¿Cómo demuestras amor por las personas y las cosas que son más importantes para tí? ¿Es a través de palabras, acciones o algo más?
¿Cómo se conecta este detalle acerca de los espejos con lo que hemos aprendido acerca de la estética judía?
¿En qué otra parte del Tanaj hemos visto la fisicalidad como una forma de expresar el amor a Dios?
En Vayakel encontramos, por segunda vez, al hombre que se convirtió en el símbolo del artista en el judaísmo, un hombre llamado Betzalel. Entonces Moshé…
Espejos de amor
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La Torá en Parashat Vayakel, que describe la construcción del Mishkán, va más allá de lo necesario para enfatizar el rol que tuvieron las mujeres en su construcción:
De hecho, el énfasis es aún mayor de lo que aparenta en la traducción, debido a la locución inusual en el versículo 22, vayavou ha anashim al ha nashim, que implica que las mujeres fueron primeras a hacer sus donaciones, y los hombres meramente siguieron su ejemplo. (Ibn Ezra, Ramban y Rabenu Bajie)
Esto es aún más sorprendente ya que la Torá insinúa que las mujeres se rehusaron a contribuir a la construcción del Becerro de Oro (ver comentarios a Éx. 32:2). Las mujeres tenían un sentido de juicio en la vida religiosa – qué es verdadero servicio, y qué no – que faltaba a los hombres.
Kli Yakar (Rabino Shlomo Luntschitz, 1550-1619) va más allá y dice que ya que el Tabernáculo era para expiar por el Becerro de Oro, las mujeres no tenían necesidad de contribuir, ya que fueron los hombre y no las mujeres quienes necesitaban expiación. Sin embargo, las mujeres dieron, y lo hicieron antes que los hombres.
Aunque es aún más emocionante el críptico versículo:
Los sabios (en Midrash Tanjuma) cuentan una historia acerca de esto. Así es como Rashi la relata:
La historia es la siguiente. Los egipcios no solo buscaban esclavizar a, sino también poner un fin al pueblo de Israel. Una forma de hacerlo era matar a todos los niños hombres. Otra era simplemente interrumpir la vida familiar normal. El pueblo, tanto hombres como mujeres, estaban trabajando todo el día. Por la noche, dice el Midrash, tenían prohibido regresar a sus casas. Dormían donde trabajaban. La intención era destruir tanto la privacidad y el deseo sexual, para que los israelitas no tuvieran más hijos.
Las mujeres se dieron cuenta de esto, y decidieron frustrar el plan del Faraón. Usaron espejos para hacerse más atractivas para sus esposos. El resultado fue que las relaciones íntimas continuaron. Las mujeres concibieron y tuvieron hijos (las “legiones” a las que se refiere la palabra tzoveot). Sólo debido a esto hubo una nueva generación de niños judíos. Las mujeres, a través de fe, coraje e ingenio aseguraron la supervivencia judía.
El Midrash continúa relatando que cuando Moshé ordenó a los israelitas traer ofrendas para hacer el Tabernáculo, algunos trajeron oro, otros plata, otros bronce, y algunos, joyas. Pero muchas mujeres no tenían nada de valor para contribuir más que los espejos que habían traído con ellas de Egipto. Los llevaron ante Moshé, que reaccionó con disgusto. Pensó ¿qué relación tienen estos objetos baratos, usados por las mujeres para verse bellas, con el Santuario y lo sagrado? Dios reprendió a Moshé por atreverse a pensar así, y le ordenó aceptarlos.
La historia es poderosa en sí misma. Nos dice, como tantos otros midrashim, que sin la fe de las mujeres, los judíos y el judaísmo nunca habrían sobrevivido. Pero también nos dice algo absolutamente fundamental acerca del entendimiento judío del amor en la vida religiosa.
En su reciente libro Love: A History (2011), el filósofo Simon May escribe:
El judaísmo ve el amor como algo superlativamente físico y espiritual. Ese es el significado de “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas.” (Deut. 6:5)
Este no es el lenguaje de meditación o contemplación, filosófico o místico. Es el lenguaje de la pasión.
Incluso el normalmente racional Maimónides escribe esto acerca del amor a Dios:
Este es el amor que encontramos en los pasajes de Tehilim como “Mi alma está sedienta por ti, mi cuerpo te anhela, en una tierra seca y fatigada donde no hay agua.” (Salmo 63:2)
Solo porque los Sabios pensaban acerca del amor en esta forma, dieron por sentado que el Cantar de los Cantares – una serie de poemas de amor extremadamente sensuales – trata acerca del amor entre Dios e Israel. Rabi Akiva la llamó “el santo sanctorum” de la poesía religiosa.
Fue el cristianismo, bajo la influencia de la Grecia clásica, que marcó la diferencia entre eros (el amor como un deseo físico intenso) y ágape (un amor calmo e independiente de la humanidad en general y las cosas en general) y declaró al segundo, no el primero, como religioso. Fue esta misma influencia griega que llevó al cristianismo a leer la historia de Adán y Eva y la fruta prohibida como una historia de un deseo sexual pecaminoso – una interpretación que no debiera tener lugar alguno en el judaísmo.
Simon May habla acerca del amor a Dios en el judaísmo como algo caracterizado por “una devoción intensa, una confianza absoluta, un temor por su poder y presencia, y una entusiasta absorción en su deseo, aunque a veces cuestionadora… Sus humores son una combinación de piedad del vasallo, la intimidad de amigos, la fidelidad de esposos, la dependencia de un hijo, la pasión de amantes…” Más adelante agrega “la creencia generalizada de que la Biblia Hebrea trata solo acerca de venganza y ‘ojo por ojo’, mientras que los evangelios inventan el amor como un valor incondicional y universal, debe ser considerado uno de los malos entendidos más extraordinarios de la historia occidental.”
El Midrash dramatiza este contraste entre eros y ágape como una discusión entre Dios y Moshé. Moshé cree que la cercanía de Dios se trata de celibato y pureza. Dios le enseña lo contrario, que el amor pasional, cuando es ofrecido como un regalo a Dios, es el amor más precioso de todos. Este es el amor que leemos en Shir haShirim. Este es el amor que escuchamos en Yedid Nefesh[1], la atrevida canción que cantamos al comienzo y hacia el final de Shabat. Cuando las mujeres ofrecieron a Dios los espejos con los cuales despertaban el amor de sus esposos en los días oscuros de Egipto, Dios le dijo a Moshé “estos son más preciosos para Mí que cualquier otra cosa.” Las mujeres comprendieron, mejor que los hombres, lo que significa amar a Dios “con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas.”
[1] Yedid Nefesh es usualmente atribuido al Rabino Elazar ben Moshé Azikri (1533-1600). Sin embargo, Stefan Reif (The Hebrew Manuscripts at Cambridge University Libraries, 1997, p. 93) se refiere a una aparición más temprana de la canción en un manuscrito por Samuel ben David ben Salomón, fecha circa 1438.
El nacimiento de una nueva libertad
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