Hacia el final del libro de Éxodo, aparece una dificultad textual tan leve que puede pasar inadvertida, y sin embargo – como la interpreta Rashi – contiene una de las grandes claves de la identidad judía: un testimonio emocionante del desafío único que es el ser judío.
Ante todo, la situación. El Tabernáculo finalmente se completó. El relato de su construcción empleó muchos capítulos. Ningún otro evento de los años del desierto fue tan minuciosamente detallado. Ahora, el primer día del mes de Nisán, exactamente un año después de que Moshé le dijera al pueblo que comience a prepararse para el éxodo, ensambla los marcos y las colgaduras del Tabernáculo, y pone el mobiliario y las vasijas en su lugar. Hay un paralelismo inconfundible entre las palabras que usa la Torá para describir la finalización del trabajo de Moshé y las que usa para describir a Dios en el séptimo día de la Creación:
Y Dios terminó (vayejal) en el séptimo día, el trabajo (melajto) que Él había hecho
Génesis 2:2-3
Y Moshé terminó (vayejal) el trabajo (ha melajá).
Éxodo 40:34
El versículo siguiente en Pekudé describe el resultado:
“Y entonces la nube cubrió la Tienda de Reunión, y la gloria del Señor llenó el Tabernáculo.”
Ex. 40: 34
El significado es a la vez claro y revolucionario. La creación del Santuario por parte de los israelitas pretende representar un paralelo humano con la creación del universo por parte de Dios. Al hacer el mundo, Dios creó un hogar para la humanidad. Al hacer el Tabernáculo, la humanidad creó un hogar para Dios.
Desde una perspectiva humana, Dios llena el espacio que hacemos para Su presencia. Su gloria existe donde renunciamos a la nuestra. El inmenso detalle de la construcción está allí para decirnos que durante todo el proceso, los israelitas estaban cumpliendo con las instrucciones de Dios en lugar de improvisar las suyas propias. El dominio particular llamado “el santuario” es donde nos encontramos con Dios bajo Sus términos, no los nuestros. Sin embargo, esta es también la forma en que Dios confiere dignidad a la humanidad. Somos nosotros quienes construimos Su hogar para que Él pueda llenar lo que nosotros hemos construido. En palabras de una famosa película: “Si lo construyes, él vendrá.”
Bereshit comienza con Dios creando el cosmos. Shemot culmina con los seres humanos haciendo un microcosmos, un universo simbólico en miniatura. Entonces toda la narrativa de Génesis-Éxodo es una sola extensión que comienza y termina con el concepto de un espacio lleno de Dios, con esta diferencia: al comienzo el trabajo es realizado por Dios-el-Creador. Al final, es realizado por hombre-y-mujer-los-creadores. Toda esta intrincada historia ha sido una historia con un tema general: la transferencia de poder y responsabilidad por la creación del cielo a la tierra, de Dios a la imagen-de-Dios llamada humanidad.
Ese es el trasfondo. Sin embargo, los versículos finales del libro nos hablan de la relación entre la “Nube de Gloria” y el Tabernáculo. Recordemos que el Tabernáculo no era una estructura fija. Fue construido de tal forma que fuera portátil. Podía ser rápidamente desmantelado y sus componentes transportados cuando los israelitas pasaban de una etapa de su camino a la siguiente. Cuando llegaba el momento de continuar, la nube se trasladaba de su lugar de descanso en la Tienda de Reunión a una posición fuera del campo, señalando la dirección que debían tomar. Es así como la Torá lo describe:
Cuando la nube se elevó por sobre el Tabernáculo, los israelitas avanzaron en todas sus travesías, pero si la nube no se elevaba, no salían hasta que ello ocurriera. Porque la nube del Señor estaba sobre el Tabernáculo de día, y había fuego en la nube de noche, a la vista de toda la casa de Israel en todas sus travesías.
Éx. 40:36-38
Hay una pequeña pero significativa diferencia entre las dos instancias de la frase bejol mas’ehem, “en todas sus travesías”. En la primera, las palabras deben tomarse literalmente. Cuando se elevaba la nube y se adelantaba, los israelitas sabían que estaban por partir.
Pero la segunda instancia no puede tomarse literalmente. La nube no estaba sobre el tabernáculo en todos los viajes. Al contrario: estaba sólo cuando dejaban de viajar y armaban las carpas. Durante las travesías la nube iba adelante.
Ante esto, Rashi hace el siguiente comentario:
El lugar donde se levanta el campamento también se llama masá, “travesía”… Porque del lugar del campamento siempre se parte hacia una nueva travesía y por eso llaman a todo “travesías”.
Rashi, comentario a Éxodo 40:38
El tema es lingüístico, pero el mensaje es portentoso. Rashi encapsuló en pocas palabras la verdad existencial de la identidad judía. Mientras no hayamos llegado a nuestra destinación, incluso un lugar de descanso es meramente temporario. Todavía hay un lugar hacia el cual ir.
Ser judío es viajar, saber que aquí donde estamos es meramente un lugar de descanso, no aún un hogar. Está definido no por el hecho de estar aquí sino por el conocimiento de que eventualmente – dentro de un día, una semana, un mes, un año, un siglo o hasta un milenio – tendremos que seguir adelante. Por eso el tabernáculo portátil, aún más que el Templo de Jerusalem, se transformó en el símbolo de la vida judía.
¿Por qué es así? Porque los dioses de la antigüedad eran dioses de un determinado lugar: Sumeria, Memfis, Moab, Edom. Tenían un dominio específico. La teología estaba ligada a la geografía. Aquí, en este lugar santo, convertido en magnánimo a través de zigurat o templo, los dioses de la tribu o el estado gobiernan y ejercen el poder sobre la ciudad o el imperio. Cuando Faraón le dice a Moshé: “¿Quién es el Señor que yo debo obedecerLo y dejar ir a Israel? Yo no conozco al Señor y no dejaré salir a Israel” (Éx. 5:2), lo que quiere decir es ‘aquí, yo soy el poder soberano. Egipto tiene sus propios dioses. Dentro de sus límites, solo ellos gobiernan, y ellos han delegado su poder sobre mí, su representante terrenal. Puede que exista un Dios de Israel, pero Su poder y autoridad no se extienden a Egipto.’ La soberanía divina es como la soberanía política. Tiene fronteras. Tiene una ubicación espacial. Está limitada por un lugar en el mapa.
Con Israel nace una nueva idea (que según la Torá se remonta a Adam, Caín, Abraham y Yaakov, quienes sufrieron exilio): que Dios, estando en todas partes, puede ser encontrado en cualquier lado. Él es lo que Morris Berman llama “el Dios errante”.[2] Así como en el desierto Su Nube de Gloria acompañó a los israelitas en su larga y sinuosa travesía, así, dijeron los rabinos, “cuando Israel fue exiliado, la Presencia Divina fue exiliada junto a ellos.”[3] Dios no puede estar confinado a un lugar específico. Incluso en Israel, Su presencia entre el pueblo depende de su obediencia a Su palabra. Por lo tanto, no existe tal cosa como seguridad física, el saber con certeza que aquí-estoy-y-aquí-me-quedaré. Como dijo David:
Cuando me sentí seguro, dije “Nunca seré sacudido,” … pero cuando ocultaste Tu rostro, Estaba consternado.
Salmo 30
La sensación de seguridad no pertenece a un lugar sino a la persona, no al espacio físico de la superficie de la tierra sino al espacio espiritual del corazón humano.
Si hay un factor que ha sido responsable de la inigualada fortaleza de la identidad judía durante los largos siglos en que fueron dispersados por todo el mundo, siempre en minoría en todos lados, es esto – el concepto al que los judíos y el judaísmo han dado al nombre de galut, exilio. Único entre las naciones de los tiempos antiguos o modernos, salvo raras excepciones, no se convirtieron a la fe dominante ni se asimilaron a la cultura prevalente. La única razón fue que nunca confundieron un lugar en particular con el hogar, una estación temporaria con su destinación ulterior. “Ahora estamos aquí” decían al comienzo del servicio del seder, “el año que viene, en la tierra de Israel.”
Según la ley judía, alguien que alquila una casa fuera de Israel está obligado a fijar una mezuzá después de 30 días.[4] Hasta ese momento no es considerada un lugar de residencia. Sólo después de treinta días se vuelve, de hecho, un hogar. En Israel, sin embargo, quien alquila una casa está obligado a hacerlo inmediatamente, mishum yishuv Eretz Israel, “debido al mandamiento de habitar en Israel.” Fuera de Israel, la vida judía es un pasaje, un camino, una ruta. Incluso en un campamento, un lugar de descanso, es llamado una travesía.
En este contexto, hay un detalle que llama la atención en la larga lista de instrucciones acerca del Tabernáculo. Concierne al Arca, en la que se guardaban las Tablas de piedra que Moshé bajó consigo de la montaña, un recordatorio permanente del pacto de Dios con Israel. A cada lado del Arca había argollas de oro, a través de los cuales se colocaban bastones o varas para que el Arca fuera transportada cuando llegara el momento de emprender el viaje (Éxodo 25:12-14). La Torá agrega lo siguiente:
Las varas deben permanecer en esta Arca, no deben ser removidas.
Éx. 25:15
¿Por qué? El Rabino Samson Rafael Hirsch explicó que el Arca debía estar permanentemente preparada en el momento en que los israelitas necesitaran emprender el viaje. ¿Por qué no era así con otros objetos del Tabernáculo, como el altar o la menorá? Para demostrar en forma suprema, dice Hirsch, que la Torá no está limitada a ningún lugar particular.[5] Y así fue. La Torá se convirtió, según la famosa frase de Heinrich Heine, en “el hogar portátil del judío.” A través de la historia los judíos se encontraron dispersados y diseminados entre las naciones, sin saber en ninguna instancia si serían obligados a partir y encontrar un nuevo hogar. En un solo siglo, el XV, los judíos fueron expulsados de Viena y Linz en 1421, de Colonia en 1424, de Augsburgo en 1439, de Bavaria en 1442, de Moravia en 1454, de Perugia en 1485, de Vicenza en 1486, de Parma en 1488, de Milán y de Luca en 1489, de España en 1492 y de Portugal en 1497.[6]
¿Cómo hicieron para sobrevivir, con su identidad intacta, su fe aunque severamente amenazada, aún sólida? Porque creyeron que Dios estaba con ellos, aún en el exilio. Porque estaban sostenidos por la frase del Salmo 23:4 “Aunque transite por el valle de la sombra de la muerte, no temeré por ningún mal, porque Tú estás conmigo.” Porque aún tenían a la Torá, el pacto inquebrantable con su promesa de que “pese a esto, cuando ellos estén en la tierra de sus enemigos, no los rechazaré, ni los detestaré ni los destruiré completamente, rompiendo mi pacto con ellos. Yo soy el Señor su Dios” (Lev. 26:44). Porque fue un pueblo acostumbrado a la travesía, sabiendo que incluso un campamento es una vivienda temporaria.
Emil Frackenheim, el distinguido teólogo, fue un sobreviviente del Holocausto. Nacido en Halle, Alemania, en 1916, fue arrestado en el Kristallnacht y encarcelado en el campo de concentración de Sachsenhausen, del que eventualmente escapó. Él recordaba un cuadro colgado en la casa de sus padres cuando era un niño:
No era nuestro tipo de pintura… porque lo que mostraba no era una experiencia judeo-alemana: judíos escapando de un pogrom. Aun así me conmovía profundamente, y la recuerdo muy bien. Los judíos escapando en la escena eran hombres ancianos con barba, aterrorizados, pero no tanto como para dejar atrás lo que era más precioso para ellos. Viendo a los antisemitas estos judíos sin dudas estarían abrazando bolsas de oro. De hecho, cada uno de ellos llevaba un pergamino de la Torá.
Emil Frackenheim, What is Judaism?, Nueva York: Macmillan, 1987, p.60
En la historia no hay nada parecido a esta habilidad judía de viajar, moverse, acompañados sólo por la palabra divina, con la fe puesta en la destinación ulterior. Así fue como comenzó la historia judía, con el llamado de Dios a Abraham que deje su tierra, su lugar de nacimiento, la casa de su padre (Gén. 12:1). Así continuó la historia judía durante más de cuatro mil años. Fuera de Israel, la única seguridad de los judíos era la fe en sí mismos y en el eterno registro en la Torá, la carta de amor de Dios al pueblo judío, su vínculo inquebrantable. Y durante todos esos siglos, aunque llamado despectivamente “el judío errante”[7], se convirtieron en el testimonio viviente de la posibilidad de fe en medio de la incertidumbre, en el Dios que hizo posible esta fe, el Dios de todos lados, simbolizado por el Tabernáculo, su hogar portátil.
Y cuando llegó el momento de que los judíos hicieran un viaje más, a la tierra prometida a Abraham, y hacia la cual Moshé empleó su vida como líder en arribar, lo hicieron sin dudarlo y sin demora. Escenas de partida se repitieron una y otra vez durante los años 1948 a 1951 cuando una comunidad judía tras otra establecidas en las tierras árabes – el Magreb, Iraq, Yemen – dijeron adiós a los hogares en los que habitaron durante siglos y partieron hacia Israel. Ellos sabían que esos hogares eran meros campamentos, etapas en la travesía cuya destinación última yacía en otro lado.
En 1990, el Dalai Lama, que había vivido exiliado del Tíbet desde 1951, invitó a un grupo de sabios judíos a visitarlo en el norte de India. Dándose cuenta de que él y sus seguidores tendrían que pasar muchos años en el exilio antes de que les fuera permitido volver, reflexionó acerca de la pregunta ¿cómo se sostiene una forma de vida lejos de casa? Se dio cuenta que un grupo por sobre todos los otros había enfrentado y resuelto ese problema: los judíos. Entonces se volvió hacia ellos en busca de consejo.[8]
Si la respuesta judía – que tiene que ver con la fe en el Dios de la historia – es aplicable al budismo es discutible, pero el encuentro fue fascinante a pesar de ello, porque demostró que aun el Dalai Lama, líder de un grupo muy alejado del judaísmo, reconoció que hay algo sin igual en la capacidad judía de mantenerse fiel a los términos de su existencia a pesar de la dispersión, nunca perdiendo la fe en que un día los exiliados regresaran a su tierra.
Cómo y por qué ocurrió, está expresado en esas simples palabras de Rashi al final de Éxodo. Aún en estado de reposo, los judíos sabían que algún día debían levantar campamento, desmantelar el tabernáculo y seguir hacia adelante. “Hasta el campamento es llamado ‘travesía’.” Un pueblo que nunca deja de viajar es un pueblo que no envejece, que no se torna desgastado ni complaciente. Puede vivir el aquí-y-ahora, pero estará siempre consciente de su pasado distante y del llamado del futuro. Pero tengo promesas que cumplir y millas que recorrer antes de ir a dormir.
[1] “Stopping by woods on a snowy evening” de The Poetry of Robert Frost, London, Vintage, 2001. 224-225.
[2] Morris Berman, Wandering God: A Study in Nomadic Spirituality (State University of New York Press, 2000).
[5] El Pentateuco, traducido con comentarios por Samson Rafael Hirsch (Gateshead: Judaica Press, 1982), 2:43-35.
[6] Paul Johnson, A history of the Jews, Weidenfeld and Nicolson, 1987, 230-231
[7] Ver Galit Hasan-Rokem and Alan Dundes, The Wandering Jew: Essays in the Interpretation of a Christian Legend (Bloomington: Indiana University Press, 1986).
[8] La historia completa de este encuentro es relatada en el libro de Roger Kamenetz, The Jew in the Lotus (HarperOne, 2007).
¿Qué tradiciones portátiles transporta tu familia hacia cualquier lugar donde viva?
¿Por qué crees que “estar en movimiento” inspira resiliencia?
¿Cómo haces que tu espacio temporal se sienta sagrado y especial?
Pekudei ha sido llamada “la parashá de los contadores”, porque comienza con el balance y la auditoría del dinero y los materiales donados al Santuario.…
En Vayakel encontramos, por segunda vez, al hombre que se convirtió en el símbolo del artista en el judaísmo, un hombre llamado Betzalel. Entonces Moshé…
Campamentos y travesías
ויקהל-פקודי
Listen
Download PDF
Read In
Share
Hacia el final del libro de Éxodo, aparece una dificultad textual tan leve que puede pasar inadvertida, y sin embargo – como la interpreta Rashi – contiene una de las grandes claves de la identidad judía: un testimonio emocionante del desafío único que es el ser judío.
Ante todo, la situación. El Tabernáculo finalmente se completó. El relato de su construcción empleó muchos capítulos. Ningún otro evento de los años del desierto fue tan minuciosamente detallado. Ahora, el primer día del mes de Nisán, exactamente un año después de que Moshé le dijera al pueblo que comience a prepararse para el éxodo, ensambla los marcos y las colgaduras del Tabernáculo, y pone el mobiliario y las vasijas en su lugar. Hay un paralelismo inconfundible entre las palabras que usa la Torá para describir la finalización del trabajo de Moshé y las que usa para describir a Dios en el séptimo día de la Creación:
El versículo siguiente en Pekudé describe el resultado:
El significado es a la vez claro y revolucionario. La creación del Santuario por parte de los israelitas pretende representar un paralelo humano con la creación del universo por parte de Dios. Al hacer el mundo, Dios creó un hogar para la humanidad. Al hacer el Tabernáculo, la humanidad creó un hogar para Dios.
Desde una perspectiva humana, Dios llena el espacio que hacemos para Su presencia. Su gloria existe donde renunciamos a la nuestra. El inmenso detalle de la construcción está allí para decirnos que durante todo el proceso, los israelitas estaban cumpliendo con las instrucciones de Dios en lugar de improvisar las suyas propias. El dominio particular llamado “el santuario” es donde nos encontramos con Dios bajo Sus términos, no los nuestros. Sin embargo, esta es también la forma en que Dios confiere dignidad a la humanidad. Somos nosotros quienes construimos Su hogar para que Él pueda llenar lo que nosotros hemos construido. En palabras de una famosa película: “Si lo construyes, él vendrá.”
Bereshit comienza con Dios creando el cosmos. Shemot culmina con los seres humanos haciendo un microcosmos, un universo simbólico en miniatura. Entonces toda la narrativa de Génesis-Éxodo es una sola extensión que comienza y termina con el concepto de un espacio lleno de Dios, con esta diferencia: al comienzo el trabajo es realizado por Dios-el-Creador. Al final, es realizado por hombre-y-mujer-los-creadores. Toda esta intrincada historia ha sido una historia con un tema general: la transferencia de poder y responsabilidad por la creación del cielo a la tierra, de Dios a la imagen-de-Dios llamada humanidad.
Ese es el trasfondo. Sin embargo, los versículos finales del libro nos hablan de la relación entre la “Nube de Gloria” y el Tabernáculo. Recordemos que el Tabernáculo no era una estructura fija. Fue construido de tal forma que fuera portátil. Podía ser rápidamente desmantelado y sus componentes transportados cuando los israelitas pasaban de una etapa de su camino a la siguiente. Cuando llegaba el momento de continuar, la nube se trasladaba de su lugar de descanso en la Tienda de Reunión a una posición fuera del campo, señalando la dirección que debían tomar. Es así como la Torá lo describe:
Hay una pequeña pero significativa diferencia entre las dos instancias de la frase bejol mas’ehem, “en todas sus travesías”. En la primera, las palabras deben tomarse literalmente. Cuando se elevaba la nube y se adelantaba, los israelitas sabían que estaban por partir.
Pero la segunda instancia no puede tomarse literalmente. La nube no estaba sobre el tabernáculo en todos los viajes. Al contrario: estaba sólo cuando dejaban de viajar y armaban las carpas. Durante las travesías la nube iba adelante.
Ante esto, Rashi hace el siguiente comentario:
El tema es lingüístico, pero el mensaje es portentoso. Rashi encapsuló en pocas palabras la verdad existencial de la identidad judía. Mientras no hayamos llegado a nuestra destinación, incluso un lugar de descanso es meramente temporario. Todavía hay un lugar hacia el cual ir.
En las famosas palabras del poeta Robert Frost:
Ser judío es viajar, saber que aquí donde estamos es meramente un lugar de descanso, no aún un hogar. Está definido no por el hecho de estar aquí sino por el conocimiento de que eventualmente – dentro de un día, una semana, un mes, un año, un siglo o hasta un milenio – tendremos que seguir adelante. Por eso el tabernáculo portátil, aún más que el Templo de Jerusalem, se transformó en el símbolo de la vida judía.
¿Por qué es así? Porque los dioses de la antigüedad eran dioses de un determinado lugar: Sumeria, Memfis, Moab, Edom. Tenían un dominio específico. La teología estaba ligada a la geografía. Aquí, en este lugar santo, convertido en magnánimo a través de zigurat o templo, los dioses de la tribu o el estado gobiernan y ejercen el poder sobre la ciudad o el imperio. Cuando Faraón le dice a Moshé: “¿Quién es el Señor que yo debo obedecerLo y dejar ir a Israel? Yo no conozco al Señor y no dejaré salir a Israel” (Éx. 5:2), lo que quiere decir es ‘aquí, yo soy el poder soberano. Egipto tiene sus propios dioses. Dentro de sus límites, solo ellos gobiernan, y ellos han delegado su poder sobre mí, su representante terrenal. Puede que exista un Dios de Israel, pero Su poder y autoridad no se extienden a Egipto.’ La soberanía divina es como la soberanía política. Tiene fronteras. Tiene una ubicación espacial. Está limitada por un lugar en el mapa.
Con Israel nace una nueva idea (que según la Torá se remonta a Adam, Caín, Abraham y Yaakov, quienes sufrieron exilio): que Dios, estando en todas partes, puede ser encontrado en cualquier lado. Él es lo que Morris Berman llama “el Dios errante”.[2] Así como en el desierto Su Nube de Gloria acompañó a los israelitas en su larga y sinuosa travesía, así, dijeron los rabinos, “cuando Israel fue exiliado, la Presencia Divina fue exiliada junto a ellos.”[3] Dios no puede estar confinado a un lugar específico. Incluso en Israel, Su presencia entre el pueblo depende de su obediencia a Su palabra. Por lo tanto, no existe tal cosa como seguridad física, el saber con certeza que aquí-estoy-y-aquí-me-quedaré. Como dijo David:
La sensación de seguridad no pertenece a un lugar sino a la persona, no al espacio físico de la superficie de la tierra sino al espacio espiritual del corazón humano.
Si hay un factor que ha sido responsable de la inigualada fortaleza de la identidad judía durante los largos siglos en que fueron dispersados por todo el mundo, siempre en minoría en todos lados, es esto – el concepto al que los judíos y el judaísmo han dado al nombre de galut, exilio. Único entre las naciones de los tiempos antiguos o modernos, salvo raras excepciones, no se convirtieron a la fe dominante ni se asimilaron a la cultura prevalente. La única razón fue que nunca confundieron un lugar en particular con el hogar, una estación temporaria con su destinación ulterior. “Ahora estamos aquí” decían al comienzo del servicio del seder, “el año que viene, en la tierra de Israel.”
Según la ley judía, alguien que alquila una casa fuera de Israel está obligado a fijar una mezuzá después de 30 días.[4] Hasta ese momento no es considerada un lugar de residencia. Sólo después de treinta días se vuelve, de hecho, un hogar. En Israel, sin embargo, quien alquila una casa está obligado a hacerlo inmediatamente, mishum yishuv Eretz Israel, “debido al mandamiento de habitar en Israel.” Fuera de Israel, la vida judía es un pasaje, un camino, una ruta. Incluso en un campamento, un lugar de descanso, es llamado una travesía.
En este contexto, hay un detalle que llama la atención en la larga lista de instrucciones acerca del Tabernáculo. Concierne al Arca, en la que se guardaban las Tablas de piedra que Moshé bajó consigo de la montaña, un recordatorio permanente del pacto de Dios con Israel. A cada lado del Arca había argollas de oro, a través de los cuales se colocaban bastones o varas para que el Arca fuera transportada cuando llegara el momento de emprender el viaje (Éxodo 25:12-14). La Torá agrega lo siguiente:
¿Por qué? El Rabino Samson Rafael Hirsch explicó que el Arca debía estar permanentemente preparada en el momento en que los israelitas necesitaran emprender el viaje. ¿Por qué no era así con otros objetos del Tabernáculo, como el altar o la menorá? Para demostrar en forma suprema, dice Hirsch, que la Torá no está limitada a ningún lugar particular.[5] Y así fue. La Torá se convirtió, según la famosa frase de Heinrich Heine, en “el hogar portátil del judío.” A través de la historia los judíos se encontraron dispersados y diseminados entre las naciones, sin saber en ninguna instancia si serían obligados a partir y encontrar un nuevo hogar. En un solo siglo, el XV, los judíos fueron expulsados de Viena y Linz en 1421, de Colonia en 1424, de Augsburgo en 1439, de Bavaria en 1442, de Moravia en 1454, de Perugia en 1485, de Vicenza en 1486, de Parma en 1488, de Milán y de Luca en 1489, de España en 1492 y de Portugal en 1497.[6]
¿Cómo hicieron para sobrevivir, con su identidad intacta, su fe aunque severamente amenazada, aún sólida? Porque creyeron que Dios estaba con ellos, aún en el exilio. Porque estaban sostenidos por la frase del Salmo 23:4 “Aunque transite por el valle de la sombra de la muerte, no temeré por ningún mal, porque Tú estás conmigo.” Porque aún tenían a la Torá, el pacto inquebrantable con su promesa de que “pese a esto, cuando ellos estén en la tierra de sus enemigos, no los rechazaré, ni los detestaré ni los destruiré completamente, rompiendo mi pacto con ellos. Yo soy el Señor su Dios” (Lev. 26:44). Porque fue un pueblo acostumbrado a la travesía, sabiendo que incluso un campamento es una vivienda temporaria.
Emil Frackenheim, el distinguido teólogo, fue un sobreviviente del Holocausto. Nacido en Halle, Alemania, en 1916, fue arrestado en el Kristallnacht y encarcelado en el campo de concentración de Sachsenhausen, del que eventualmente escapó. Él recordaba un cuadro colgado en la casa de sus padres cuando era un niño:
En la historia no hay nada parecido a esta habilidad judía de viajar, moverse, acompañados sólo por la palabra divina, con la fe puesta en la destinación ulterior. Así fue como comenzó la historia judía, con el llamado de Dios a Abraham que deje su tierra, su lugar de nacimiento, la casa de su padre (Gén. 12:1). Así continuó la historia judía durante más de cuatro mil años. Fuera de Israel, la única seguridad de los judíos era la fe en sí mismos y en el eterno registro en la Torá, la carta de amor de Dios al pueblo judío, su vínculo inquebrantable. Y durante todos esos siglos, aunque llamado despectivamente “el judío errante”[7], se convirtieron en el testimonio viviente de la posibilidad de fe en medio de la incertidumbre, en el Dios que hizo posible esta fe, el Dios de todos lados, simbolizado por el Tabernáculo, su hogar portátil.
Y cuando llegó el momento de que los judíos hicieran un viaje más, a la tierra prometida a Abraham, y hacia la cual Moshé empleó su vida como líder en arribar, lo hicieron sin dudarlo y sin demora. Escenas de partida se repitieron una y otra vez durante los años 1948 a 1951 cuando una comunidad judía tras otra establecidas en las tierras árabes – el Magreb, Iraq, Yemen – dijeron adiós a los hogares en los que habitaron durante siglos y partieron hacia Israel. Ellos sabían que esos hogares eran meros campamentos, etapas en la travesía cuya destinación última yacía en otro lado.
En 1990, el Dalai Lama, que había vivido exiliado del Tíbet desde 1951, invitó a un grupo de sabios judíos a visitarlo en el norte de India. Dándose cuenta de que él y sus seguidores tendrían que pasar muchos años en el exilio antes de que les fuera permitido volver, reflexionó acerca de la pregunta ¿cómo se sostiene una forma de vida lejos de casa? Se dio cuenta que un grupo por sobre todos los otros había enfrentado y resuelto ese problema: los judíos. Entonces se volvió hacia ellos en busca de consejo.[8]
Si la respuesta judía – que tiene que ver con la fe en el Dios de la historia – es aplicable al budismo es discutible, pero el encuentro fue fascinante a pesar de ello, porque demostró que aun el Dalai Lama, líder de un grupo muy alejado del judaísmo, reconoció que hay algo sin igual en la capacidad judía de mantenerse fiel a los términos de su existencia a pesar de la dispersión, nunca perdiendo la fe en que un día los exiliados regresaran a su tierra.
Cómo y por qué ocurrió, está expresado en esas simples palabras de Rashi al final de Éxodo. Aún en estado de reposo, los judíos sabían que algún día debían levantar campamento, desmantelar el tabernáculo y seguir hacia adelante. “Hasta el campamento es llamado ‘travesía’.” Un pueblo que nunca deja de viajar es un pueblo que no envejece, que no se torna desgastado ni complaciente. Puede vivir el aquí-y-ahora, pero estará siempre consciente de su pasado distante y del llamado del futuro. Pero tengo promesas que cumplir
y millas que recorrer antes de ir a dormir.
[1] “Stopping by woods on a snowy evening” de The Poetry of Robert Frost, London, Vintage, 2001. 224-225.
[2] Morris Berman, Wandering God: A Study in Nomadic Spirituality (State University of New York Press, 2000).
[3] Meguila 29a; Sifrei, Números, p. 161.
[4] Yoré Dea 286:22
[5] El Pentateuco, traducido con comentarios por Samson Rafael Hirsch (Gateshead: Judaica Press, 1982), 2:43-35.
[6] Paul Johnson, A history of the Jews, Weidenfeld and Nicolson, 1987, 230-231
[7] Ver Galit Hasan-Rokem and Alan Dundes, The Wandering Jew: Essays in the Interpretation of a Christian Legend (Bloomington: Indiana University Press, 1986).
[8] La historia completa de este encuentro es relatada en el libro de Roger Kamenetz, The Jew in the Lotus (HarperOne, 2007).
Espejos de amor
< Anterior¿Por qué sacrificamos?
Siguiente >More on Vayakhel, Pekudei
Espejos de amor
Acerca del carácter judío
La sombra de Dios