La parashá de Vaerá comienza con algunas palabras fatídicas. No sería mucho decir que cambiaron el curso de la historia, porque cambiaron la forma en que la gente piensa acerca de la historia. Escuchemos las palabras:
Dios le dijo a Moshé: “Yo soy Hashem. Me aparecí ante Abraham, a Itzjak y Yaakov como E-l Shadai, pero Mi nombre es ‘Hashem’, Yo no me di a conocer completamente a ellos.
Ex. 6:2-3
¿Qué significa esto? Como señala Rashi, no significa que Abraham, Itzjak y Yaakov, Rivka, Rajel y Lea no conocieran a Dios con el nombre Hashem. Por el contrario, las primeras palabras de Dios a Abraham, “Deja tu tierra, el lugar de tu nacimiento y la casa de tu padre,” fueron usando el nombre Hashem.
Incluso dice, tan solo unos versículos antes (Gen. 12:7), Vaerá Hashem el Abram: “Hashem se apareció ante Abraham y dijo: ‘A tus descendientes daré esta tierra.’” Entonces Dios se apareció ante Abraham como Hashem. Y en el versículo siguiente dice que Abraham construyó un altar y “él clamó en nombre de Hashem” (Gen. 12:8). Entonces Abram mismo conocía el nombre y lo había usado. Sin embargo, queda claro de lo que Dios le dice a Moshé que algo nuevo está a punto de suceder, una revelación Divina de un tipo que nunca había sucedido antes, algo que nadie, ni siquiera aquellas personas más cercanas a Dios, había visto aún. ¿Qué era?
La respuesta es que a lo largo de Bereshit, Dios es el Dios de la Creación, el Dios de la naturaleza, el aspecto de Dios que llamamos, con distintos matices pero en el mismo sentido general, Elokim, o E-l Shadai, o incluso koné shamaim va aretz, creador de los cielos y la tierra.
En cierta forma, ese aspecto de Dios era conocido por todos en el mundo antiguo. Es sólo que no veían a la naturaleza como el trabajo de un único Dios sino de muchos: el dios del sol, el dios de la lluvia, la diosa del mar y de la tierra, el vasto panteón de fuerzas responsables por las cosechas, la fertilidad, tormentas, sequías, y así sucesivamente.
Hay diferencias profundas entre los dioses del politeísmo y los mitos y el único Dios de Abraham, pero operaban, por así decirlo, en el mismo territorio, en la misma cancha.
El aspecto de Dios que aparece en los días de Moshé y los israelitas es radicalmente distinto, y es simplemente porque estamos muy familiarizados con la historia que no logramos ver cuán radical era.
Por primera vez en la historia Dios estaba a punto de involucrarse en la historia, no a través de desastres naturales como el Diluvio, sino con una interacción directa con las personas que dan forma a la historia. Dios estaba por mostrarse como la fuerza que da forma al destino de las naciones. Estaba por hacer algo de lo que nunca nadie había escuchado antes: sacar un pueblo de la esclavitud y la servidumbre, convencerlos de que Lo sigan a través del desierto, y llevarlos eventualmente a la Tierra Prometida, y allí construir un nuevo tipo de sociedad, basada no en el poder, sino en la justicia, el bienestar, el respeto por la dignidad de la persona humana y en la responsabilidad colectiva por el imperio de la ley.
Dios estaba por comenzar un nuevo tipo de drama y un nuevo concepto de tiempo. Según muchos de los más grandes historiadores del mundo, Arnaldo Momigliano, Yosef Jaim Yerushalmi, J.H. Plumb, Eric Voegelin, y el antropólogo Mircea Eliade, este fue el momento en el que nació la historia.
Hasta ese momento, el drama humano básico era la lucha por mantener el orden frente a las siempre presentes amenazas del caos, ya sean desastres naturales, conquistas extranjeras, o pujas internas por el poder. El éxito significaba mantener el status quo. De hecho, la religión en el mundo antiguo era intensamente conservadora. Se trataba acerca de enseñarle a las personas la inevitabilidad del status quo. El tiempo era un escenario en el que no había cambios fundamentales.
Y ahora Dios se aparece ante Moshé y le dice que algo completamente nuevo está por ocurrir, algo acerca de lo cual los patriarcas sabían sólo en teoría pero no vivieron para verlo en la práctica. Una nueva nación. Un nuevo tipo de fe. Un nuevo tipo de orden político. Un nuevo tipo de sociedad. Dios estaba por entrar en la historia y poner a Occidente en una trayectoria que ningún ser humano había contemplado antes.
El tiempo ya no sería lo que Platón describió tan bellamente como la imagen de la eternidad en movimiento. Sería el escenario en el que Dios y la humanidad viajarían juntos hacia el día en que todos los seres humanos – sin importar su clase, color, credo o cultura – puedan lograr su dignidad completa a imagen y semejanza de Dios. La religión estaba por convertirse de una fuerza conservadora en una fuerza evolutiva e incluso revolucionaria.
Piensa acerca de esto: mucho antes que occidente, los chinos inventaron la tinta, el papel, la imprenta, la fabricación de porcelana, la brújula, la pólvora, y muchas otras tecnologías. Pero no pudieron desarrollar una revolución científica, una revolución industrial, una economía de mercado, y una sociedad libre. ¿Por qué llegaron tan lejos y luego se detuvieron? El historiador Christopher Dawson argumenta que fue la religión de occidente lo que hizo la diferencia. Europa es la única entre las civilizaciones del mundo que “ha sido sacudida y transformada continuamente por una energía de agitación espiritual.” Él atribuyó esto al hecho de que “su ideal religioso no ha sido idolatrar la perfección atemporal e invariable sino un espíritu que se esfuerza por incorporarse a sí mismo en la humanidad y cambiar el mundo.”[1]
Para cambiar el mundo. Esa es la frase clave. La idea de que – junto a Dios – podemos cambiar el mundo, que podemos hacer historia, no ser hechos por ella, esta idea nació cuando Dios le dijo a Moshé que él y sus contemporáneos estaban por ver un aspecto de Dios que nadie había visto antes.
Aún siento un escalofrío cuando, cada año, leemos Vaerá y recordamos el momento en que nació la historia, el momento en que Dios entró a la historia y nos enseñó para todos los tiempos que la esclavitud, la opresión, injusticia, no están escritas en la trama del cosmos, grabadas en la condición humana. Las cosas pueden ser diferentes porque podemos ser diferentes, porque Dios nos ha demostrado cómo.
[1]Christopher Dawson, Religion and the Rise of Western Culture, New York: Doubleday, 1991, p. 15.
¿Qué piensas que esta transición de Dios nos enseña acerca de la relación entre lo Divino y lo humano?
¿Cómo ves a Dios en tu vida diaria?
¿En qué otro momento en el Tanaj, o la historia judía, la participación de Dios reproduce el Éxodo de Egipto?
El nacimiento de la historia
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La parashá de Vaerá comienza con algunas palabras fatídicas. No sería mucho decir que cambiaron el curso de la historia, porque cambiaron la forma en que la gente piensa acerca de la historia. Escuchemos las palabras:
¿Qué significa esto? Como señala Rashi, no significa que Abraham, Itzjak y Yaakov, Rivka, Rajel y Lea no conocieran a Dios con el nombre Hashem. Por el contrario, las primeras palabras de Dios a Abraham, “Deja tu tierra, el lugar de tu nacimiento y la casa de tu padre,” fueron usando el nombre Hashem.
Incluso dice, tan solo unos versículos antes (Gen. 12:7), Vaerá Hashem el Abram: “Hashem se apareció ante Abraham y dijo: ‘A tus descendientes daré esta tierra.’” Entonces Dios se apareció ante Abraham como Hashem. Y en el versículo siguiente dice que Abraham construyó un altar y “él clamó en nombre de Hashem” (Gen. 12:8). Entonces Abram mismo conocía el nombre y lo había usado. Sin embargo, queda claro de lo que Dios le dice a Moshé que algo nuevo está a punto de suceder, una revelación Divina de un tipo que nunca había sucedido antes, algo que nadie, ni siquiera aquellas personas más cercanas a Dios, había visto aún. ¿Qué era?
La respuesta es que a lo largo de Bereshit, Dios es el Dios de la Creación, el Dios de la naturaleza, el aspecto de Dios que llamamos, con distintos matices pero en el mismo sentido general, Elokim, o E-l Shadai, o incluso koné shamaim va aretz, creador de los cielos y la tierra.
En cierta forma, ese aspecto de Dios era conocido por todos en el mundo antiguo. Es sólo que no veían a la naturaleza como el trabajo de un único Dios sino de muchos: el dios del sol, el dios de la lluvia, la diosa del mar y de la tierra, el vasto panteón de fuerzas responsables por las cosechas, la fertilidad, tormentas, sequías, y así sucesivamente.
Hay diferencias profundas entre los dioses del politeísmo y los mitos y el único Dios de Abraham, pero operaban, por así decirlo, en el mismo territorio, en la misma cancha.
El aspecto de Dios que aparece en los días de Moshé y los israelitas es radicalmente distinto, y es simplemente porque estamos muy familiarizados con la historia que no logramos ver cuán radical era.
Por primera vez en la historia Dios estaba a punto de involucrarse en la historia, no a través de desastres naturales como el Diluvio, sino con una interacción directa con las personas que dan forma a la historia. Dios estaba por mostrarse como la fuerza que da forma al destino de las naciones. Estaba por hacer algo de lo que nunca nadie había escuchado antes: sacar un pueblo de la esclavitud y la servidumbre, convencerlos de que Lo sigan a través del desierto, y llevarlos eventualmente a la Tierra Prometida, y allí construir un nuevo tipo de sociedad, basada no en el poder, sino en la justicia, el bienestar, el respeto por la dignidad de la persona humana y en la responsabilidad colectiva por el imperio de la ley.
Dios estaba por comenzar un nuevo tipo de drama y un nuevo concepto de tiempo. Según muchos de los más grandes historiadores del mundo, Arnaldo Momigliano, Yosef Jaim Yerushalmi, J.H. Plumb, Eric Voegelin, y el antropólogo Mircea Eliade, este fue el momento en el que nació la historia.
Hasta ese momento, el drama humano básico era la lucha por mantener el orden frente a las siempre presentes amenazas del caos, ya sean desastres naturales, conquistas extranjeras, o pujas internas por el poder. El éxito significaba mantener el status quo. De hecho, la religión en el mundo antiguo era intensamente conservadora. Se trataba acerca de enseñarle a las personas la inevitabilidad del status quo. El tiempo era un escenario en el que no había cambios fundamentales.
Y ahora Dios se aparece ante Moshé y le dice que algo completamente nuevo está por ocurrir, algo acerca de lo cual los patriarcas sabían sólo en teoría pero no vivieron para verlo en la práctica. Una nueva nación. Un nuevo tipo de fe. Un nuevo tipo de orden político. Un nuevo tipo de sociedad. Dios estaba por entrar en la historia y poner a Occidente en una trayectoria que ningún ser humano había contemplado antes.
El tiempo ya no sería lo que Platón describió tan bellamente como la imagen de la eternidad en movimiento. Sería el escenario en el que Dios y la humanidad viajarían juntos hacia el día en que todos los seres humanos – sin importar su clase, color, credo o cultura – puedan lograr su dignidad completa a imagen y semejanza de Dios. La religión estaba por convertirse de una fuerza conservadora en una fuerza evolutiva e incluso revolucionaria.
Piensa acerca de esto: mucho antes que occidente, los chinos inventaron la tinta, el papel, la imprenta, la fabricación de porcelana, la brújula, la pólvora, y muchas otras tecnologías. Pero no pudieron desarrollar una revolución científica, una revolución industrial, una economía de mercado, y una sociedad libre. ¿Por qué llegaron tan lejos y luego se detuvieron? El historiador Christopher Dawson argumenta que fue la religión de occidente lo que hizo la diferencia. Europa es la única entre las civilizaciones del mundo que “ha sido sacudida y transformada continuamente por una energía de agitación espiritual.” Él atribuyó esto al hecho de que “su ideal religioso no ha sido idolatrar la perfección atemporal e invariable sino un espíritu que se esfuerza por incorporarse a sí mismo en la humanidad y cambiar el mundo.”[1]
Para cambiar el mundo. Esa es la frase clave. La idea de que – junto a Dios – podemos cambiar el mundo, que podemos hacer historia, no ser hechos por ella, esta idea nació cuando Dios le dijo a Moshé que él y sus contemporáneos estaban por ver un aspecto de Dios que nadie había visto antes.
Aún siento un escalofrío cuando, cada año, leemos Vaerá y recordamos el momento en que nació la historia, el momento en que Dios entró a la historia y nos enseñó para todos los tiempos que la esclavitud, la opresión, injusticia, no están escritas en la trama del cosmos, grabadas en la condición humana. Las cosas pueden ser diferentes porque podemos ser diferentes, porque Dios nos ha demostrado cómo.
[1]Christopher Dawson, Religion and the Rise of Western Culture, New York: Doubleday, 1991, p. 15.
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