Entre los sacrificios descritos en la parasha de esta semana está el korbán todá, la ofrenda de agradecimiento:
Si lo ofrece (el sacrificio) como ofrenda de agradecimiento, entonces junto a su ofrenda de agradecimiento debe también ofrendar hogazas sin leudar mezcladas con aceite, galletas sin leudar untadas con aceite, y hogazas de harina fina bien amasadas y mezcladas con aceite. (Lev. 7:12)
A pesar de que no hemos tenido sacrificios por casi dos mil años, un rastro de la ofrenda de agradecimiento sobrevive hoy en día, en forma de la bendición conocida como Hagomel: “Aquel que otorga cosas buenas a los indignos”, pronunciada en la sinagoga en el momento de la lectura de la Torá por alguien que ha sobrevivido una situación peligrosa.
¿Qué constituye una situación peligrosa? Los sabios (Berajot 54b) encontraron la respuesta en el Salmo 107, una canción sobre el tema del agradecimiento, que comienza con las muy conocidas palabras de agradecimiento religioso en el judaísmo, Hodu laShem ki tov, ki leolam jasdó, “Agradezcan al Señor ya que Su bondad es eterna” (Salmo 107).
El Salmo describe cuatro situaciones específicas:
1. Cruzar el mar:
Algunos se hicieron a la mar en barcos, eran comerciantes en las poderosas aguas… Se remontaron a los cielos y bajaron hasta las profundidades; en momentos de peligro su coraje se desvaneció… Clamaron al Señor en su dificultad, y Él los sacó de su sufrimiento. Él volvió la tormenta en un suspiro; las olas del mal se volvieron calmas.
2. Cruzar un desierto:
Algunos vagaron por páramos desiertos, sin encontrar el camino a una ciudad donde asentarse. Estaban hambrientos y sedientos, y sus vidas se consumieron. Entonces clamaron al Señor en su dificultad, y Él los liberó de su sufrimiento.
3. Recuperarse de una enfermedad grave:
Ellos odiaron toda comida y se acercaron a los portones de la muerte. Clamaron al Señor en su dificultad, y Él los rescató de su sufrimiento. Él envió su palabra y los curó; Él los salvó de la tumba.
4. Ser liberado del cautiverio:
Algunos se sentaron en la oscuridad y en la penumbra más profunda, Prisioneros sufriendo en cadenas de hierro. Clamaron al Señor en su dificultad, Y Él los rescató de su sufrimiento. Él los sacó de la oscuridad y la penumbra más profunda Y rompió sus cadenas (Berajot 54b)
Hasta este día, estas son las situaciones peligrosas (muchas incluyen tanto vuelos como viajes por mar) por las que decimos Hagomel cuando las atravesamos con seguridad.
En su libro A Rumour of Angels, el sociólogo norteamericano Peter Berger describe lo que él llama “signos de trascendencia” – un fenómeno dentro de la situación humana que apunta a algo más allá. Entre ellas, incluye el humor y la esperanza. No hay nada en la naturaleza que explique nuestra capacidad de reformular situaciones dolorosas de forma tal que podemos reírnos de ellas, y tampoco hay algo que pueda explicar la capacidad humana de encontrar sentido incluso en las profundidades del sufrimiento.
Estas no son, en el sentido clásico, pruebas de la existencia de Dios, pero son evidencias experienciales. Nos dicen que no somos una concatenación aleatoria de genes egoístas, que se reproducen ciegamente. Nuestros cuerpos pueden ser producto de la naturaleza (“del polvo vienes, y al polvo regresarás), pero nuestras mentes, nuestros pensamientos, nuestras emociones – todo a lo que se refiere la palabra “alma” – no lo son. Hay algo dentro nuestro que intenta alcanzar algo por encima de nosotros: el alma del universo, el “Tú” Divino al que le hablamos en la plegaria, y al cual nuestros ancestros, cuando el Templo estaba en pie, hacían sus ofrendas.
A pesar de que Berger no lo incluye, una de las “señales de trascendencia” es ciertamente el deseo instintivo del ser humano de agradecer. Frecuentemente esto es simplemente humano. Alguien nos ha hecho un favor, nos ha dado un regalo, nos ha reconfortado en medio del dolor, o nos ha rescatado de un peligro. Sentimos que les debemos algo. Ese “algo” es todá, la palabra hebrea que significa tanto “reconocimiento” como “gracias”.
Pero con frecuencia sentimos algo más. No es sólo al piloto a quién queremos agradecer cuando aterrizamos con seguridad después de un vuelo peligroso, no sólo al cirujano cuando sobrevivimos a una cirugía, no sólo al juez o el político cuando somos liberados de prisión o del cautiverio. Es como si una fuerza más grande estuviera en marcha, como si las mano que mueve las piezas en el tablero de ajedrez humano estuviera pensando en nosotros, como si el cielo mismo hubiera extendido su brazo para venir en nuestra ayuda.
Las compañías de seguros suelen describir a las catástrofes de la naturaleza como “actos de Dios”. La emoción humana hace lo opuesto. Dios está en las buenas noticias, en la supervivencia milagrosa, el escape de la catástrofe. Ese instinto – agradecer a una fuerza, una presencia, por encima y más allá de las circunstancias naturales y la intervención humana – es en sí misma una señal de trascendencia. Eso es lo que alguna vez fue expresado a través de la ofrenda de agradecimiento, y aún lo es, a través de la bendición Hagomel. Pero no es sólo al decir Hagomel que expresamos nuestro agradecimiento.
Elaine y yo estábamos en nuestra luna de miel. Era verano, el sol brillaba, la playa hermosa y el mar nos invitaban. Había un único problema. Yo no sabía nadar. Pero al mirar el mar, noté que cerca de la costa estaba ciertamente playo. Había personas a cientos de metros de la costa, y el agua sólo les llegaba a las rodillas. Pensé, qué podrías ser más seguro que simplemente caminar mar adentro y detenerme antes de que el agua pase mi altura.
Lo hice. Caminé varios cientos de metros y, sí, el mar sólo llegaba a mis rodillas. Di media vuelta y emprendí mi regreso. Para mi sorpresa y asombro, de repente me encontré envuelto por el agua. Evidentemente me introduje en un pozo en la arena. No lograba hacer pie. Luché intentando nadar. Fallé. Esto era peligroso. No había nadie cerca. Las personas que estaban nadando estaban muy alejadas. Me hundí una y otra y otra vez. A la quinta vez, comprendí que me estaba ahogando. Mi vida estaba a punto de llegar a su fin. Que manera – pensé – de comenzar una luna de miel.
Por supuesto, alguien me rescató, sino no estaría escribiendo estas líneas. Hasta este día no sé quién lo hizo: para ese momento estaba más o menos inconsciente. Todo lo que sé es que me deben haber visto luchando. Nadaron hacia mí, me tomaron, y me llevaron hacia un lugar seguro. Desde entonces, las palabras que decimos al despertarnos cada día han tenido un significado más profundo para mí: “yo Te agradezco, Dios viviente y eterno, ya que Tú me has restaurado mi vida: grande es Tú fidelidad.” Cualquiera que ha sobrevivido un gran peligro sabe lo que es sentir, no sólo estar consciente de forma abstracta, que la vida es un regalo de Dios, renovada a diario.
La primera palabra de esta plegaria, modé, proviene de la misma raíz hebrea que todá, ‘agradecimiento’. Y también la palabra iehudí, ‘judío’. Adquirimos ese nombre del cuarto hijo de Yaakov, Iehudá. Él recibió su nombre de Lea quién, en su nacimiento, dijo “Esta vez yo agradeceré (algunos lo traducen como ‘alabaré’) a Dios” (Gén. 29:35).
Ser judío es agradecer. Ese es el significado de nuestro nombre y el gesto constitutivo de nuestra fe.
Hubieron judíos que después del Holocausto, intentaron definir la identidad judía en términos de sufrimiento, victimización, supervivencia. Un teólogo habló de un 614° mandamiento: No le darás a Hitler una victoria póstuma. El historiador Salo Baron llamó a eso la lectura ‘lagrimosa’ de la historia: una historia escrita en lágrimas. Yo no puedo estar de acuerdo. Sí, existe el sufrimiento judío. Sin embargo, si esto hubiera sido todo los judíos no hubieran hecho lo que de hecho hizo la mayoría: transmitir su identidad a sus hijos como su más preciado legado.
Ser judío es sentir una sensación de agradecimiento, ver la vida misma como un regalo, ser capaz de vivir a través del sufrimiento sin ser definido por él, darle a la esperanza la victoria sobre el miedo. Ser judío es agradecer.
¿Cuándo fue la última vez que sentiste un sentimiento genuino de gratitud, y qué lo generó? ¿En qué forma la plegaria sirve como un tipo de sacrificio en la práctica judía contemporánea?
¿Cómo puede cambiar tu visión de los desafíos diarios el hecho de agradecer con regularidad?
¿Qué significa “elegir la esperanza sobre el miedo” en tu vida diaria?
En The Watchman’s Rattle, subtitulado Thinking Our Way Out of Extinction (en español, La campana del centinela: pensando nuestro escape de la extinción), Rebecca Costa…
La ofrenda de agradecimiento
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Entre los sacrificios descritos en la parasha de esta semana está el korbán todá, la ofrenda de agradecimiento:
Si lo ofrece (el sacrificio) como ofrenda de agradecimiento, entonces junto a su ofrenda de agradecimiento debe también ofrendar hogazas sin leudar mezcladas con aceite, galletas sin leudar untadas con aceite, y hogazas de harina fina bien amasadas y mezcladas con aceite. (Lev. 7:12)
A pesar de que no hemos tenido sacrificios por casi dos mil años, un rastro de la ofrenda de agradecimiento sobrevive hoy en día, en forma de la bendición conocida como Hagomel: “Aquel que otorga cosas buenas a los indignos”, pronunciada en la sinagoga en el momento de la lectura de la Torá por alguien que ha sobrevivido una situación peligrosa.
¿Qué constituye una situación peligrosa? Los sabios (Berajot 54b) encontraron la respuesta en el Salmo 107, una canción sobre el tema del agradecimiento, que comienza con las muy conocidas palabras de agradecimiento religioso en el judaísmo, Hodu laShem ki tov, ki leolam jasdó, “Agradezcan al Señor ya que Su bondad es eterna” (Salmo 107).
El Salmo describe cuatro situaciones específicas:
1. Cruzar el mar:
Algunos se hicieron a la mar en barcos,
eran comerciantes en las poderosas aguas…
Se remontaron a los cielos y bajaron hasta las profundidades;
en momentos de peligro su coraje se desvaneció…
Clamaron al Señor en su dificultad,
y Él los sacó de su sufrimiento.
Él volvió la tormenta en un suspiro;
las olas del mal se volvieron calmas.
2. Cruzar un desierto:
Algunos vagaron por páramos desiertos,
sin encontrar el camino a una ciudad donde asentarse.
Estaban hambrientos y sedientos,
y sus vidas se consumieron.
Entonces clamaron al Señor en su dificultad,
y Él los liberó de su sufrimiento.
3. Recuperarse de una enfermedad grave:
Ellos odiaron toda comida
y se acercaron a los portones de la muerte.
Clamaron al Señor en su dificultad,
y Él los rescató de su sufrimiento.
Él envió su palabra y los curó;
Él los salvó de la tumba.
4. Ser liberado del cautiverio:
Algunos se sentaron en la oscuridad y en la penumbra más profunda,
Prisioneros sufriendo en cadenas de hierro.
Clamaron al Señor en su dificultad,
Y Él los rescató de su sufrimiento.
Él los sacó de la oscuridad y la penumbra más profunda
Y rompió sus cadenas (Berajot 54b)
Hasta este día, estas son las situaciones peligrosas (muchas incluyen tanto vuelos como viajes por mar) por las que decimos Hagomel cuando las atravesamos con seguridad.
En su libro A Rumour of Angels, el sociólogo norteamericano Peter Berger describe lo que él llama “signos de trascendencia” – un fenómeno dentro de la situación humana que apunta a algo más allá. Entre ellas, incluye el humor y la esperanza. No hay nada en la naturaleza que explique nuestra capacidad de reformular situaciones dolorosas de forma tal que podemos reírnos de ellas, y tampoco hay algo que pueda explicar la capacidad humana de encontrar sentido incluso en las profundidades del sufrimiento.
Estas no son, en el sentido clásico, pruebas de la existencia de Dios, pero son evidencias experienciales. Nos dicen que no somos una concatenación aleatoria de genes egoístas, que se reproducen ciegamente. Nuestros cuerpos pueden ser producto de la naturaleza (“del polvo vienes, y al polvo regresarás), pero nuestras mentes, nuestros pensamientos, nuestras emociones – todo a lo que se refiere la palabra “alma” – no lo son. Hay algo dentro nuestro que intenta alcanzar algo por encima de nosotros: el alma del universo, el “Tú” Divino al que le hablamos en la plegaria, y al cual nuestros ancestros, cuando el Templo estaba en pie, hacían sus ofrendas.
A pesar de que Berger no lo incluye, una de las “señales de trascendencia” es ciertamente el deseo instintivo del ser humano de agradecer. Frecuentemente esto es simplemente humano. Alguien nos ha hecho un favor, nos ha dado un regalo, nos ha reconfortado en medio del dolor, o nos ha rescatado de un peligro. Sentimos que les debemos algo. Ese “algo” es todá, la palabra hebrea que significa tanto “reconocimiento” como “gracias”.
Pero con frecuencia sentimos algo más. No es sólo al piloto a quién queremos agradecer cuando aterrizamos con seguridad después de un vuelo peligroso, no sólo al cirujano cuando sobrevivimos a una cirugía, no sólo al juez o el político cuando somos liberados de prisión o del cautiverio. Es como si una fuerza más grande estuviera en marcha, como si las mano que mueve las piezas en el tablero de ajedrez humano estuviera pensando en nosotros, como si el cielo mismo hubiera extendido su brazo para venir en nuestra ayuda.
Las compañías de seguros suelen describir a las catástrofes de la naturaleza como “actos de Dios”. La emoción humana hace lo opuesto. Dios está en las buenas noticias, en la supervivencia milagrosa, el escape de la catástrofe. Ese instinto – agradecer a una fuerza, una presencia, por encima y más allá de las circunstancias naturales y la intervención humana – es en sí misma una señal de trascendencia. Eso es lo que alguna vez fue expresado a través de la ofrenda de agradecimiento, y aún lo es, a través de la bendición Hagomel. Pero no es sólo al decir Hagomel que expresamos nuestro agradecimiento.
Elaine y yo estábamos en nuestra luna de miel. Era verano, el sol brillaba, la playa hermosa y el mar nos invitaban. Había un único problema. Yo no sabía nadar. Pero al mirar el mar, noté que cerca de la costa estaba ciertamente playo. Había personas a cientos de metros de la costa, y el agua sólo les llegaba a las rodillas. Pensé, qué podrías ser más seguro que simplemente caminar mar adentro y detenerme antes de que el agua pase mi altura.
Lo hice. Caminé varios cientos de metros y, sí, el mar sólo llegaba a mis rodillas. Di media vuelta y emprendí mi regreso. Para mi sorpresa y asombro, de repente me encontré envuelto por el agua. Evidentemente me introduje en un pozo en la arena. No lograba hacer pie. Luché intentando nadar. Fallé. Esto era peligroso. No había nadie cerca. Las personas que estaban nadando estaban muy alejadas. Me hundí una y otra y otra vez. A la quinta vez, comprendí que me estaba ahogando. Mi vida estaba a punto de llegar a su fin. Que manera – pensé – de comenzar una luna de miel.
Por supuesto, alguien me rescató, sino no estaría escribiendo estas líneas. Hasta este día no sé quién lo hizo: para ese momento estaba más o menos inconsciente. Todo lo que sé es que me deben haber visto luchando. Nadaron hacia mí, me tomaron, y me llevaron hacia un lugar seguro. Desde entonces, las palabras que decimos al despertarnos cada día han tenido un significado más profundo para mí: “yo Te agradezco, Dios viviente y eterno, ya que Tú me has restaurado mi vida: grande es Tú fidelidad.” Cualquiera que ha sobrevivido un gran peligro sabe lo que es sentir, no sólo estar consciente de forma abstracta, que la vida es un regalo de Dios, renovada a diario.
La primera palabra de esta plegaria, modé, proviene de la misma raíz hebrea que todá, ‘agradecimiento’. Y también la palabra iehudí, ‘judío’. Adquirimos ese nombre del cuarto hijo de Yaakov, Iehudá. Él recibió su nombre de Lea quién, en su nacimiento, dijo “Esta vez yo agradeceré (algunos lo traducen como ‘alabaré’) a Dios” (Gén. 29:35).
Ser judío es agradecer. Ese es el significado de nuestro nombre y el gesto constitutivo de nuestra fe.
Hubieron judíos que después del Holocausto, intentaron definir la identidad judía en términos de sufrimiento, victimización, supervivencia. Un teólogo habló de un 614° mandamiento: No le darás a Hitler una victoria póstuma. El historiador Salo Baron llamó a eso la lectura ‘lagrimosa’ de la historia: una historia escrita en lágrimas. Yo no puedo estar de acuerdo. Sí, existe el sufrimiento judío. Sin embargo, si esto hubiera sido todo los judíos no hubieran hecho lo que de hecho hizo la mayoría: transmitir su identidad a sus hijos como su más preciado legado.
Ser judío es sentir una sensación de agradecimiento, ver la vida misma como un regalo, ser capaz de vivir a través del sufrimiento sin ser definido por él, darle a la esperanza la victoria sobre el miedo. Ser judío es agradecer.
¿Por qué sacrificamos?
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