Rivka, hasta entonces estéril, quedó embarazada. Sufriendo un dolor agudo, “fue a consultar al Señor” (vatelej lidrosh et Hashem) (Gén. 25:22). La explicación que recibió fue que llevaba en su vientre mellizos que contendían entre sí. Estaban destinados a hacerlo por mucho tiempo, incluso en el futuro:
Dos naciones hay en tu vientre;
Dos pueblos se dividirán de ti.
Un pueblo será más fuerte que el otro,
Y el mayor servirá al menor (ve-rav yaavod tsair).
Gén. 25:23
Eventualmente los mellizos nacieron: primero Esav, y luego (con su mano aferrada al talón de su hermano) Yaakov. Consciente de la profecía que había recibido, Rivka favoreció al hijo menor, Yaakov. Años más tarde, lo persuadió para que se cubriera con las ropas de Esav y recibiera la bendición que Itzjak había destinado para su hijo mayor. Un versículo de esa bendición decía: “Que las naciones te sirvan; que los pueblos se inclinen ante ti. Sé señor de tus hermanos y que los hijos de tu madre se postren ante ti.” (Gén. 27:29) La profecía se ha cumplido. La bendición de Itzjak no puede significar otra cosa que lo que fue revelado a Rivka antes del nacimiento de los niños: que “el mayor servirá al menor”. La historia parece haber llegado a su conclusión. O al menos eso parece en este punto.
Pero la narrativa bíblica nunca es lo que parece. Dos episodios posteriores subvierten todo lo que esperábamos. El primero ocurre cuando Esav llega y descubre que Yaakov le ha arrebatado la bendición. Conmovido por su angustia, Itzjak le otorga una bendición, una de cuyas cláusulas dice:
Por tu espada vivirás,
Y a tu hermano servirás;
Pero cuando te liberes,
Romperás su yugo de sobre tu cuello.
Gén. 27:40
Esto no es lo que habíamos anticipado. El mayor no servirá al menor para siempre.
El segundo episodio, muchos años después, ocurre cuando los hermanos se reencuentran tras una larga separación. Yaakov está aterrorizado por el encuentro. Huyó años atrás porque Esav había jurado matarlo. Solo después de una larga preparación y una lucha solitaria durante la noche logra enfrentarlo con cierta compostura. Se inclina ante él siete veces. Siete veces lo llama “mi señor”. Cinco veces se refiere a sí mismo como “tu siervo”. Los roles se han invertido. Esav no se convierte en el siervo de Yaakov; es Yaakov quien se presenta como el siervo de Esav. Pero esto no puede ser. Las palabras que Rivka oyó cuando “fue a consultar al Señor” sugerían precisamente lo contrario: que “el mayor servirá al menor”. Nos enfrentamos a una disonancia cognitiva.
Más precisamente, tenemos aquí uno de los recursos narrativos más notables de toda la Torá: el poder del futuro para transformar nuestra comprensión del pasado. Este es el núcleo del Midrash. Las nuevas situaciones revelan retrospectivamente nuevos significados en el texto.[1] El presente nunca está completamente determinado por el presente. A veces sólo más tarde comprendemos el ahora.
Este es el significado de la gran revelación de Dios a Moshé en Éxodo 33:23, donde Dios dice que solo Su espalda puede ser vista, lo que implica que Su Presencia sólo puede percibirse al mirar hacia el pasado; nunca puede conocerse o predecirse por adelantado. La indeterminación del significado en cualquier momento es lo que otorga al texto bíblico su apertura a una interpretación continua.
Vemos ahora que esta idea no fue inventada por los Sabios. Ya está presente en la propia Torá. Las palabras que Rivka escuchó – como ahora queda claro – parecían significar una cosa en su momento, pero más tarde se revela que podían significar otra.
Las palabras ve-rav yaavod tsair parecen simples: “el mayor servirá al menor”. Sin embargo, al volver a ellas a la luz de los acontecimientos posteriores, descubrimos que no son en absoluto claras. Contienen múltiples ambigüedades.
La primera (señalada por Radak y Rabí Yosef ibn Kaspi) es que falta la palabra et, que indica el objeto del verbo. Normalmente, en hebreo bíblico, el sujeto precede y el objeto sigue al verbo, pero no siempre. En Job 14:19, por ejemplo, las palabras avanim shajaku mayim significan “el agua desgasta las piedras”, no “las piedras desgastan el agua”. Así, la frase podría significar “el mayor servirá al menor”, pero también podría significar “el menor servirá al mayor”. Ciertamente, esta última sería una formulación poética más que prosaica, pero eso es precisamente lo que este pasaje es: un poema.
La segunda es que rav y tsair no son opuestos, hecho que se oculta en la traducción al español de rav como “mayor”. El opuesto de tsair (“menor”) es bejir (“mayor” o “primogénito”). Rav no significa “mayor”; significa “grande” o posiblemente “principal”. Este emparejamiento de dos términos como si fueran opuestos – cuando en realidad no lo son – refuerza la ambigüedad. ¿Quién era el rav? ¿El mayor? ¿El líder? ¿El jefe? ¿El más numeroso? La palabra podría significar cualquiera de estas cosas.
La tercera – no del texto mismo, sino de la tradición posterior – es la notación musical. La forma normal de anotar estas tres palabras sería merja-tipja-sof pasuk, lo que apoyaría la lectura “el mayor servirá al menor”. En cambio, están anotadas como tipja-merja-sof pasuk, lo que sugiere: “el mayor, al menor servirá”; en otras palabras, “el menor servirá al mayor”.
Un episodio posterior añade otro elemento retrospectivo de duda. Hay un segundo caso en Bereshit de nacimiento de mellizos: el de Tamar. El pasaje recuerda claramente la historia de Esav y Yaakov:
Cuando llegó el momento de dar a luz, había mellizos en su vientre. Mientras estaba de parto, uno de los niños sacó la mano, y la partera tomó un hilo carmesí y lo ató a su muñeca, diciendo: “Este salió primero.” Pero retiró su mano, y luego nació su hermano. Ella dijo: “¡Qué brecha has abierto!” Por eso fue llamado Peretz. Después salió su hermano, con el hilo carmesí en la muñeca, y fue llamado Zéraj.
Gén. 38:27–30
¿Quién fue, entonces, el mayor? ¿Y qué implica esto en el caso de Esav y Yaakov?[2] Estas múltiples ambigüedades no son accidentales sino parte integral del texto. La sutileza es tal que no las notamos al principio. Sólo más tarde, cuando la narrativa no se desarrolla como esperábamos, nos vemos obligados a volver atrás y notar lo que habíamos pasado por alto: que las palabras que Rivka oyó pueden significar tanto “el mayor servirá al menor” como “el menor servirá al mayor”.
Varias cosas se vuelven claras ahora. La primera es que este es un raro ejemplo en la Torá de un oráculo en lugar de una profecía (este es probablemente el significado de la palabra jidot en Núm. 12:8, hablando de Moshé: “Con él hablo boca a boca, claramente y no en jidot”, usualmente traducido como “enigmas” o “acertijos”). Los oráculos – una forma común de comunicación sobrenatural en el mundo antiguo – solían ser oscuros y crípticos, a diferencia de la profecía israelita. Este podría ser el significado técnico de la frase “fue a consultar al Señor”, que desconcertó a los comentaristas medievales.
La segunda – y fundamental para comprender Bereshit – es que el futuro nunca es tan lineal como creemos. A Abraham se le promete una descendencia numerosa, pero tiene cien años antes de que nazca Itzjak. A los patriarcas se les promete una tierra, pero no la poseen en vida. El viaje judío – aunque tiene un destino – es largo y lleno de desvíos y desafíos. ¿Servirá Yaakov o será servido? No lo sabemos. Solo después de una larga y enigmática lucha solitaria durante la noche recibe Yaakov el nombre de Israel, que significa “aquel que lucha con Dios y con los hombres, y prevalece”. El mensaje más importante de este texto es a la vez literario y teológico: el futuro da forma a nuestra comprensión del pasado. Somos parte de una historia cuyo último capítulo aún no ha sido escrito. Ese capítulo depende de nosotros, como dependió de Yaakov.
[1] Véase, por ejemplo, el ensayo The Midrashic Imagination de Michael Fishbane.
[2] Véase Rashi sobre Gén. 25:26, quien sugiere que Yaakov fue, en realidad, el mayor.
¿Cómo desafía la cambiante relación entre Yaakov y Esav la idea de “ganadores” y “perdedores” claros?
Yaakov y Esav recibieron bendiciones. ¿Qué nos enseña esto sobre cómo el plan de Dios puede incluir más de una “verdad” a la vez?
Rivka actuó según lo que creyó que Dios quería, pero ¿hizo lo correcto? ¿Cómo equilibramos fe, confianza y acción?
Entre profecía y oráculo
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Rivka, hasta entonces estéril, quedó embarazada. Sufriendo un dolor agudo, “fue a consultar al Señor” (vatelej lidrosh et Hashem) (Gén. 25:22). La explicación que recibió fue que llevaba en su vientre mellizos que contendían entre sí. Estaban destinados a hacerlo por mucho tiempo, incluso en el futuro:
Eventualmente los mellizos nacieron: primero Esav, y luego (con su mano aferrada al talón de su hermano) Yaakov. Consciente de la profecía que había recibido, Rivka favoreció al hijo menor, Yaakov. Años más tarde, lo persuadió para que se cubriera con las ropas de Esav y recibiera la bendición que Itzjak había destinado para su hijo mayor. Un versículo de esa bendición decía: “Que las naciones te sirvan; que los pueblos se inclinen ante ti. Sé señor de tus hermanos y que los hijos de tu madre se postren ante ti.” (Gén. 27:29) La profecía se ha cumplido. La bendición de Itzjak no puede significar otra cosa que lo que fue revelado a Rivka antes del nacimiento de los niños: que “el mayor servirá al menor”. La historia parece haber llegado a su conclusión. O al menos eso parece en este punto.
Pero la narrativa bíblica nunca es lo que parece. Dos episodios posteriores subvierten todo lo que esperábamos. El primero ocurre cuando Esav llega y descubre que Yaakov le ha arrebatado la bendición. Conmovido por su angustia, Itzjak le otorga una bendición, una de cuyas cláusulas dice:
Esto no es lo que habíamos anticipado. El mayor no servirá al menor para siempre.
El segundo episodio, muchos años después, ocurre cuando los hermanos se reencuentran tras una larga separación. Yaakov está aterrorizado por el encuentro. Huyó años atrás porque Esav había jurado matarlo. Solo después de una larga preparación y una lucha solitaria durante la noche logra enfrentarlo con cierta compostura. Se inclina ante él siete veces. Siete veces lo llama “mi señor”. Cinco veces se refiere a sí mismo como “tu siervo”. Los roles se han invertido. Esav no se convierte en el siervo de Yaakov; es Yaakov quien se presenta como el siervo de Esav. Pero esto no puede ser. Las palabras que Rivka oyó cuando “fue a consultar al Señor” sugerían precisamente lo contrario: que “el mayor servirá al menor”. Nos enfrentamos a una disonancia cognitiva.
Más precisamente, tenemos aquí uno de los recursos narrativos más notables de toda la Torá: el poder del futuro para transformar nuestra comprensión del pasado. Este es el núcleo del Midrash. Las nuevas situaciones revelan retrospectivamente nuevos significados en el texto.[1] El presente nunca está completamente determinado por el presente. A veces sólo más tarde comprendemos el ahora.
Este es el significado de la gran revelación de Dios a Moshé en Éxodo 33:23, donde Dios dice que solo Su espalda puede ser vista, lo que implica que Su Presencia sólo puede percibirse al mirar hacia el pasado; nunca puede conocerse o predecirse por adelantado. La indeterminación del significado en cualquier momento es lo que otorga al texto bíblico su apertura a una interpretación continua.
Vemos ahora que esta idea no fue inventada por los Sabios. Ya está presente en la propia Torá. Las palabras que Rivka escuchó – como ahora queda claro – parecían significar una cosa en su momento, pero más tarde se revela que podían significar otra.
Las palabras ve-rav yaavod tsair parecen simples: “el mayor servirá al menor”. Sin embargo, al volver a ellas a la luz de los acontecimientos posteriores, descubrimos que no son en absoluto claras. Contienen múltiples ambigüedades.
La primera (señalada por Radak y Rabí Yosef ibn Kaspi) es que falta la palabra et, que indica el objeto del verbo. Normalmente, en hebreo bíblico, el sujeto precede y el objeto sigue al verbo, pero no siempre. En Job 14:19, por ejemplo, las palabras avanim shajaku mayim significan “el agua desgasta las piedras”, no “las piedras desgastan el agua”. Así, la frase podría significar “el mayor servirá al menor”, pero también podría significar “el menor servirá al mayor”. Ciertamente, esta última sería una formulación poética más que prosaica, pero eso es precisamente lo que este pasaje es: un poema.
La segunda es que rav y tsair no son opuestos, hecho que se oculta en la traducción al español de rav como “mayor”. El opuesto de tsair (“menor”) es bejir (“mayor” o “primogénito”). Rav no significa “mayor”; significa “grande” o posiblemente “principal”. Este emparejamiento de dos términos como si fueran opuestos – cuando en realidad no lo son – refuerza la ambigüedad. ¿Quién era el rav? ¿El mayor? ¿El líder? ¿El jefe? ¿El más numeroso? La palabra podría significar cualquiera de estas cosas.
La tercera – no del texto mismo, sino de la tradición posterior – es la notación musical. La forma normal de anotar estas tres palabras sería merja-tipja-sof pasuk, lo que apoyaría la lectura “el mayor servirá al menor”. En cambio, están anotadas como tipja-merja-sof pasuk, lo que sugiere: “el mayor, al menor servirá”; en otras palabras, “el menor servirá al mayor”.
Un episodio posterior añade otro elemento retrospectivo de duda. Hay un segundo caso en Bereshit de nacimiento de mellizos: el de Tamar. El pasaje recuerda claramente la historia de Esav y Yaakov:
¿Quién fue, entonces, el mayor? ¿Y qué implica esto en el caso de Esav y Yaakov?[2] Estas múltiples ambigüedades no son accidentales sino parte integral del texto. La sutileza es tal que no las notamos al principio. Sólo más tarde, cuando la narrativa no se desarrolla como esperábamos, nos vemos obligados a volver atrás y notar lo que habíamos pasado por alto: que las palabras que Rivka oyó pueden significar tanto “el mayor servirá al menor” como “el menor servirá al mayor”.
Varias cosas se vuelven claras ahora. La primera es que este es un raro ejemplo en la Torá de un oráculo en lugar de una profecía (este es probablemente el significado de la palabra jidot en Núm. 12:8, hablando de Moshé: “Con él hablo boca a boca, claramente y no en jidot”, usualmente traducido como “enigmas” o “acertijos”). Los oráculos – una forma común de comunicación sobrenatural en el mundo antiguo – solían ser oscuros y crípticos, a diferencia de la profecía israelita. Este podría ser el significado técnico de la frase “fue a consultar al Señor”, que desconcertó a los comentaristas medievales.
La segunda – y fundamental para comprender Bereshit – es que el futuro nunca es tan lineal como creemos. A Abraham se le promete una descendencia numerosa, pero tiene cien años antes de que nazca Itzjak. A los patriarcas se les promete una tierra, pero no la poseen en vida. El viaje judío – aunque tiene un destino – es largo y lleno de desvíos y desafíos. ¿Servirá Yaakov o será servido? No lo sabemos. Solo después de una larga y enigmática lucha solitaria durante la noche recibe Yaakov el nombre de Israel, que significa “aquel que lucha con Dios y con los hombres, y prevalece”. El mensaje más importante de este texto es a la vez literario y teológico: el futuro da forma a nuestra comprensión del pasado. Somos parte de una historia cuyo último capítulo aún no ha sido escrito. Ese capítulo depende de nosotros, como dependió de Yaakov.
[1] Véase, por ejemplo, el ensayo The Midrashic Imagination de Michael Fishbane.
[2] Véase Rashi sobre Gén. 25:26, quien sugiere que Yaakov fue, en realidad, el mayor.
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