Santidad y dar a luz

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Las sidrot Tazria y Metzorá contienen leyes que se encuentran entre las más difíciles de comprender. Tratan acerca de las condiciones de “impureza” que se producen por el hecho de que somos seres físicos, almas en un cuerpo, y por lo tanto expuestos (en palabras de Hamlet) a “los miles de golpes naturales de los que es heredera la carne.”

A pesar de que tenemos anhelos de inmortalidad, la mortalidad es una condición de la existencia humana, como lo es de todas las formas de vida.

Rambam explica:

Ya hemos demostrado que, de acuerdo a la sabiduría Divina, la creación sólo puede tener lugar a través de la destrucción, y sin la destrucción de los miembros individuales de las especies, las especies mismas no podrían existir en forma permanente… Aquel que piensa que podemos tener carne y hueso sin estar sujetos a cualquier influencia externa, o cualquiera de los accidentes de la materia, inconscientemente desea reconciliar dos opuestos, es decir, estar al mismo tiempo sujeto y exento de cambio.

Maimónides, Guía de los Perplejos, III:12

A lo largo de la historia han habido dos formas diferentes y opuestas de relacionarse con este hecho: el hedonismo (vivir por el placer físico) y el ascetismo (abandonar el placer físico). El primero idolatra a lo físico mientras niega lo espiritual, el segundo entroniza lo espiritual a cuenta de lo físico.

La forma judía siempre ha sido diferente: santificar lo físico – comer, beber, mantener relaciones sexuales y descansar – haciendo de la vida del cuerpo un vehículo para la Presencia Divina. La razón es simple. Creemos con fe perfecta que el Dios de la redención es también el Dios de la creación. El mundo físico en el que habitamos es el que Dios creó y sobre el que dijo “muy bueno.” Ser hedonista es negar a Dios. Ser ascético es negar la bondad en el mundo de Dios. Ser judío es celebrar tanto la creación como el Creador. Ese es el principio que explica muchas características de la vida judía que de otra forma son incomprensibles.

Las leyes con las que comienza la parashá son un claro ejemplo de esto:

Cuando una mujer concibe y da a luz a un varón, ella estará temeá por siete días, de la misma forma en que lo está durante el tiempo de separación cuando tiene su período… Después, por treinta y tres días adicionales deberá esperar un periodo de espera durante el cual su sangre será ritualmente pura. Hasta que este periodo de purificación sea completado, ella no debe tocar nada sagrado ni entrar al Santuario.

Si da a luz a una mujer, tendrá el mismo estatus de temeá por dos semanas como en su periodo menstrual. A continuación, por sesenta y seis días después de eso, tendrá un período de espera durante el cual su sangre será ritualmente pura.

Entonces debe traer una ofrenda quemada y una ofrenda de expiación de pecados, después de lo cual vuelve al estado de “pureza ritual". ¿Cuál es el significado de estas leyes? ¿Por qué el dar a luz vuelve a la madre temeá (traducido usualmente como “ritualmente impura”, mejor comprendido como “una condición que impide o exceptúa el encuentro directo con la santidad”)? ¿Y por qué el periodo de espera después de dar a luz una mujer es el doble que para un varón?

Existe la tentación de ver a estas leyes como algo inherentemente fuera del alcance de la comprensión humana. Muchas afirmaciones rabínicas parecen decirlo. De hecho, no es tan así, como Maimónides explica extensamente en la Guía. Ciertamente, nunca podemos saber – específicamente con respecto a las leyes de kedushá (santidad) y tahará (pureza) – si nuestro entendimiento es correcto. Pero no por ello nos vemos forzados a abandonar nuestra búsqueda de entendimiento, a pesar de que cualquier explicación sea como mucho especulativa y tentativa.

El primer principio esencial para comprender las leyes de pureza e impureza ritual es que Dios es vida. El judaísmo es un rechazo profundo a los cultos, antiguos y modernos, que glorifican la muerte. Las grandes pirámides de Egipto eran tumbas grandiosas. Arthur Koestler notó que sin la muerte “las grandes catedrales colapsan, las pirámides se desvanecen en la arena, los grandes órganos se vuelven silenciosos.” Los poetas metafísicos ingleses constantemente escribían acerca de ella como un tema. Como escribió T.S. Eliot:

Webster estaba muy poseído por la muerte
Y vio la calavera bajo la piel…
Donne, supongo, fue otro como él…
Él conoció la angustia de la médula
La fiebre del esqueleto…
Freud acuñó la palabra thanatos para describir el carácter dirigido a la muerte de la vida humana.

Whispers of Immortatility por T.S. Eliot

El judaísmo es una protesta a las culturas centradas en la muerte. “No son los muertos los que alaban al Señor, ni aquellos que caen en el silencio” (Salmo 114) “¿Qué provecho hay en mi muerte, si caigo en la fosa? ¿Puede el polvo reconocerTe? ¿Puede proclamar Tu verdad?” (Salmo 30). Cuando abrimos un Sefer Torá decimos: “Todos los que se aferran al Señor tu Dios están vivos hoy” (Deut. 4:4). La Torá es un árbol de vida. Dios es el Dios de la vida. Como Moshé expresó en dos palabras memorables: “Elegirás la vida” (Deut. 30:19).

De ellos se desprende que la kedushá (santidad) – un punto en el tiempo o el espacio en que nos paramos en la presencia inmediata de Dios – requiere una conciencia suprema de la vida. Es por eso que el caso paradigmático de la tumá es el contacto con un cadáver. Otros casos de tumá incluyen enfermedades o emisiones corporales que nos recuerdan nuestra mortalidad. El dominio de Dios es la vida. Por lo tanto no debe ser asociado con ningún tipo de insinuación de la muerte.

Así es como Yehuda HaLeví explica las leyes de pureza:

Un cuerpo muerto representa el nivel más alto de pérdida de vida, y un miembro con lepra es como si estuviera muerto. Es lo mismo con la pérdida de simiente, porque ha sido dotada con un poder vital, capaz de engendrar un ser humano. Su pérdida, por lo tanto, representa un contraste con los que están vivos y respiran.

El Kuzarí, II:60

Las leyes de pureza se aplican exclusivamente a Israel, argumenta HaLeví, precisamente porque el judaísmo es la religión de vida suprema, y sus adherentes son por lo tanto hiper sensibles incluso a las más sutiles distinciones entre la vida y la muerte.

Un segundo principio, igualmente sorprendente, es la aguda sensibilidad que el judaísmo demuestra hacia el nacimiento de un niño. Nada es más “natural” que la procreación. Todas las cosas vivientes lo hacen. Los sociobiólogos van tan lejos como afirmar que un ser humano es la forma que tienen los genes de crear otro gen. En contraste, la Torá va muy lejos para describir cuántas de las heroínas de la Biblia – entre ellas Sara, Rivka, Rajel, Hana y la mujer sunamita – eran infértiles y tuvieron hijos sólo a través de un milagro.

La Torá claramente pretende darnos un mensaje, y es inequívoco. Ser judío es saber que la supervivencia no es una cuestion meramente biológica. Lo que otras culturas pueden tomar como natural es para nosotros un milagro. Cada niño judío es un regalo de Dios. Ninguna fe ha tomado más seriamente o dedicado más de sus esfuerzos por criar a la siguiente generación. Dar a luz es algo maravilloso. Ser un padre es lo más cerca que cada uno de nosotros puede estar de el propio Dios. Es precisamente por esto que las mujeres están más cerca de Dios que los hombres, porque ellas, a diferencia de los hombres, saben lo que significa generar una nueva vida desde dentro de ellas mismas, de la misma forma en que Dios genera vida de Sí mismo. Esta idea es capturada hermosamente en el versículo en el que, al dejar el Edén, Adam se vuelve hacia su esposa y la llama Java “porque ella es la madre de toda vida.”

Ahora podemos especular acerca de las leyes relativas al nacimiento. Cuando una madre da a luz, ella atraviesa un gran riesgo. A lo largo de los siglos, el dar a luz ponía tanto a la madre como al bebe en peligro de muerte, e incluso hoy hay grandes riesgos en muchos casos. Es más, durante el proceso de dar a luz, una mujer es separada de lo que hasta ese momento era parte de su propio cuerpo (un feto, dijeron los rabinos, “es un como un miembro de la madre”) y que ahora se vuelve una persona independiente. Si es así en el caso de un varón, doblemente así en el caso de una niña – quien, con la ayuda de Dios, no solamente vivirá sino que en el futuro también podrá ella misma convertirse en una fuente de nueva vida. En un nivel, por lo tanto, las leyes señalan la separación de una vida de otra vida.

En otro nivel, ciertamente sugieren algo más profundo. Hay un principio halájico: “El que se está ocupado en una mitzvá está exento de otras mitzvot.” Es como si Dios estuviera diciendo a la madre: por cuarenta días en el caso de un varón, y el doble en el caso de una mujer (el vínculo madre-hija es ontológicamente más fuerte que aquel de madre-hijo): te eximo de venir ante Mí en el lugar de santidad porque te encuentras ocupada en uno de los actos más sagrados de todos, criando y cuidando de tu hijo. A diferencia de otros, no necesitas visitar el Templo para estar apegada a la vida en todo su sagrado esplendor. Estás experimentándolo tú misma, directamente y con cada fibra de tu ser. Días, semanas desde hoy vendrás y darás las gracias frente a Mí (junto con las ofrendas por haber pasado por un momento de peligro). Pero por ahora, cuida a tu hijo con admiración. Ya que te ha sido dado un vistazo del gran secreto, sólo conocido por Dios.

Dar a luz exime a la nueva madre de acudir al Templo porque su lecho replica la experiencia del Templo. Ella sabe lo que significa que el amor genere vida, y, en medio de la mortalidad, ser tocada por una intimación de la inmortalidad.


questions spanish table 5783 preguntas paea la mesa de shabat
  1. ¿Qué crees que significa el concepto de “quien se ocupa de una mitzvá está exento de otras”?
  2. ¿Por qué crees que el judaísmo es considerado una “protesta contra las culturas centradas en la muerte”?
  3. ¿Qué hace única a la visión del judaísmo del placer físico cuando es comparada con el hedonismo y el ascetismo?

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