El empujón de Dios

פרשת משפטים

Listen

En Itró aparecen por primera vez los aseret hadibrot, las “diez expresiones”, los Diez Mandamientos, expresados como principios generales. Ahora en Mishpatim se presentan los detalles. Y así es como comienzan:

Si compras un siervo hebreo, deberá servirte por seis años. Pero en el séptimo año, será libre, sin ningún tipo de pago… Más si el siervo declara ‘amo a mi señor y a mi esposa y mis hijos y no quiero ser libre’, entonces su señor lo llevará ante los jueces. Lo llevará a la puerta o a la jamba y perforará su oreja con una lezna. Entonces será su siervo por siempre.

Éx. 21:2-6

Hay una pregunta obvia. ¿Por qué comenzar aquí, con esta ley? Hay 613 mandamientos. ¿Por qué Mishpatim, el primer código de leyes completo de la Torá, comienza de esta forma?

La respuesta es igualmente obvia. Los israelitas acababan de sufrir la esclavitud en Egipto. Debe haber habido una razón para que esto sucediera, porque Dios sabía que esto sucedería. Evidentemente Él pretendía que suceda. Siglos antes, Él ya le había dicho a Abraham que sucedería:

Cuando el sol se estaba poniendo, Abram cayó en un sueño profundo, y una oscuridad espesa y temible lo cubrió. El Señor le dijo ‘Sabe con certeza que por cuatrocientos años tus descendientes serán extranjeros en una tierra que no es la suya, y que serán maltratados y esclavizados allí.

Gén. 15:12-13

Parece que esta fue la primera experiencia necesaria de los israelitas como nación. Desde el comienzo mismo de la historia humana, el Dios de la libertad buscó la alabanza libre de seres humanos libres. Pero una vez tras otra, las personas abusaron de la libertad: primero Adam y Java, después Caín, después la generación del Diluvio, después los constructores de Babel.

Dios comenzó de nuevo, esta vez no con toda la humanidad, sino con un sólo hombre, una mujer, una familia que serían pioneros de la libertad. Aun así, la libertad es difícil. Cada uno la busca para sí mismo, pero se la negamos a los otros cuando su libertad entra en conflicto con la nuestra. Esto es verdad, con una profundidad tal que en la tercera generación de los hijos de Abraham, los hermanos de Yosef estaban dispuestos a venderlo como esclavo: una tragedia que no terminó hasta que Yehuda estuvo listo para entregar su propia libertad a cambio de que su hermano Benjamín pudiera ser libre.

Se necesitó la experiencia colectiva de los israelitas, su profunda, íntima, personal, agotadora, amarga experiencia de la esclavitud – una memoria que fuimos comandados a nunca olvidar – para convertirlos en una pueblo que ya no convertiría a sus hermanos y hermanas en esclavos, un pueblo capaz de construir una sociedad libre, el logro más difícil de todos los logros dentro del ámbito humano.

Entonces, no resulta sorpresivo que las primeras leyes que fueran comandadas después de Sinaí trataran la esclavitud. Habría sido sorprendente que trataran sobre algo diferente. Pero ahora viene la pregunta real. Si Dios no quiere esclavitud, si Él la considera una afronta a la condición humana, ¿por qué no la abolió inmediatamente? ¿Por qué Él permitió que continúe, aunque sea en una forma restringida y regulada, como se describe en la parashá de esta semana? ¿Es concebible que Dios, capaz de producir agua de una roca, maná del cielo, y convertir el mar en tierra seca, no pueda pedir este cambio en el comportamiento humano? ¿Existen áreas en las que el Todopoderoso es, por así decirlo, impotente?

En 2008 el economista Richard Thaler y el profesor de leyes Cass Sunstein publicaron un libro fascinante llamado Nudge.[1] En él, abordan un problema fundamental en la lógica de la libertad. Por un lado, la libertad depende de no sobre-legislar. Significa crear un espacio dentro del cual las personas tienen derecho a elegir por sí mismas.

Por el otro, sabemos que las personas no siempre tomarán las decisiones correctas. El viejo modelo sobre el cual estaba basado la economía clásica, que al dejarlas solas las personas tomarán decisiones racionales, resulta no ser verdadero. Somos profundamente irracionales, un descubrimiento al que muchos académicos judíos hicieron grandes contribuciones. Los psicólogos Solomon Asch y Stanley Milgram demostraron cuánto somos influenciados por el deseo de conformar, incluso cuando sabemos que los otros están equivocados. Los economistas israelíes, Daniel Kahneman y Amos Tversky, demostraron que incluso cuando tomamos decisiones económicas frecuentemente erramos al calcular sus efectos y fallamos en reconocer nuestras motivaciones, un descubrimiento por el cual Kahneman ganó el Premio Nobel.

¿Cómo haces, entonces, para evitar que las personas hagan cosas dañinas sin quitarles su libertad? La respuesta de Thaler y Sunstein es que hay formas indirectas en que puedes influenciar a las personas. En una cafetería, por ejemplo, puedes poner la comida saludable a la altura de los ojos y la comida chatarra en un lugar menos accesible y notorio. Puedes ajustar sutilmente lo que llaman “la arquitectura de la elección” de las personas.

Eso es exactamente lo que hace Dios en el caso de la esclavitud. Él no la prohíbe, pero la circunscribe de forma tal que pone en marcha un proceso que previsiblemente llevará a las personas a abandonarla por decisión propia, aunque tome muchos siglos.

Un esclavo hebreo deberá ser liberado después de seis años. Si el esclavo se ha acostumbrado a su condición tal que no desea ser liberado, entonces requiere que se someta a una ceremonia estigmatizante, a perforar su oreja, que de ahí en adelante será visible como un símbolo de vergüenza. En Shabat no se puede forzar al esclavo a trabajar. Todas estas estipulaciones tienen el efecto de convertir a la esclavitud de un destino vitalicio en una condición temporal, y una que es percibida como una humillación más que algo escrito en forma indeleble en el guión humano.

¿Por qué elegir esta forma de hacer las cosas? Porque las personas deben elegir libremente abolir la esclavitud si es que quieren ser libres. Se necesitó un reino de terror después de la Revolución Francesa para demostrar cuán equivocado estaba Rousseau cuando escribió en El Contrato Social que, si es necesario, las personas deben ser forzadas a ser libres. Esa es una contradicción de términos, y llevó, en el título del gran libro de J. L. Talmon acerca del pensamiento detrás de la Revolución Francesa, a una democracia totalitaria.

Dios puede cambiar la naturaleza, sostiene Maimónides, pero Él no puede, o elige no hacerlo, cambiar la naturaleza humana, precisamente porque el judaísmo está construido sobre el principio de la libertad humana. Entonces Él no podía abolir la esclavitud de la noche a la mañana, pero Él podía cambiar nuestra arquitectura de elección, o en palabras simples, darnos un pequeño empujón, indicandonos que la esclavitud está mal pero que debemos ser nosotros los que debemos abolirla, en nuestro propio tiempo y según nuestro propio entendimiento. Efectivamente tomó mucho tiempo, y en Estados Unidos, no sin una guerra civil. Pero sucedió.

Hay algunos asuntos sobre los cuales Dios nos da un empujón. El resto depende de nosotros.


[1] Richard H. Thaler and Cass R Sunstein, Nudge: Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness, Penguin Books, 2008.

questions spanish table 5783 preguntas paea la mesa de shabat
  1. ¿Puedes pensar en ejemplos en tu vida donde la “arquitectura de elección” ha influenciado tus propias decisiones?
  2. ¿De qué forma crees que Dios te “da empujones” hacia ciertos caminos? ¿Puedes pensar de otro momento en la Torá en que Dios guió a los Benei Israel hacia una cierta decisión moral?
  3. Si pudieras crear una regla para que todos sigan, ¿cuál sería y por qué?