Los sabios entendieron el tzaraat, el tema de la parashá de esta semana, no como una enfermedad sino como una exposición pública milagrosa del pecado de lashón hará, hablar mal acerca de otras personas. El judaísmo es una meditación sostenida sobre el poder de las palabras para curar o dañar, reparar o destruir. Así como Dios creó el mundo con palabras, Él nos empoderó para crear, y destruir, relaciones con palabras.
Los rabinos han dicho mucho acerca del lashón hará, pero prácticamente nada acerca del corolario, lashón tov, “buen habla”. La frase no aparece en el Talmud Babilónico o en el Talmud Yerushalmi. Aparece sólo en dos pasajes midráshicos (donde se refiere a la alabanza a Dios).
Pero el lashón hará no significa hablar mal de Dios. Significa hablar mal de otros seres humanos. Si hablar mal de las personas es un pecado, ¿es una mitzvá hablar bien de ellos? Mi argumento será que lo es, para demostrarlo, hagamos una travesía por las fuentes.
En la Mishná Avot leemos lo siguiente:
Rabán Yojanán Ben Zakai tenía cinco discípulos (preeminentes), Rabí Eliezer ben Hircanus, Rabí Iehoshúa ben Janania, Rabí Iose el Sacerdote, Rabí Shimón ben Netanel, y Rabí Elazar ben Araj.
Solía decir su alabanza: Eliezer ben Hircanus: un pozo enyesado que nunca pierde agua. Iehoshúa ben Janania: feliz con quien lo dio a luz. Iose el Sacerdote: un hombre piadoso. Shimon ben Netanel: un hombre que teme el pecado. Elazar ben Araj: un manantial que siempre fluye.
Ética de los padres 2:10-11
Sin embargo, la práctica de Rabán Yojanán de alabar a sus discípulos parece estar en contradicción con el principio talmúdico:
Rav Dimi, hermano de Rav Safra dijo: Nunca permitas que alguien hable alabanzas de su vecino, pues la alabanza llevará al criticismo.
Arajin 16a
Rashi da dos explicaciones para esta afirmación. Habiendo dicho demasiadas alabanzas (ioter midai), el propio orador calificará sus dichos, y admitirá en aras de balance que la persona de la que habla también tiene fallas. Alternativamente, otros pueden señalar sus fallas en respuesta a las alabanzas. Para Rashi, la consideración crucial es ¿la alabanza es sensata, acertada, verdadera o es exagerada? Si es lo primero, está permitido. Si es lo segundo, está prohibido. Evidentemente Rabán Yojanán fue cuidadoso de no exagerar.
Sin embargo, Rambam ve el asunto de forma diferente. Escribe: “Quienquiera que hable bien acerca de su vecino en presencia de sus enemigos, es culpable de una forma secundaria de lashón hará (avak lashón hará), ya que los alentará a hablar mal de él.” (Hiljot Deot 7:4) Según el Rambam el problema no es si la alabanza es moderada o excesiva, sino el contexto en el que es hecha. Si es hecha en presencia de amigos de la persona acerca de la que estás hablando, está permitido. Está prohibido sólo cuando te encuentras entre sus enemigos y detractores. La alabanza se vuelve entonces una provocación, con consecuencias devastadoras.
¿Son estas meramente dos opiniones, o hay algo más profundo en juego? Hay un pasaje famoso en el Talmud que discute cómo debe uno cantar las alabanzas a una novia el dia de su boda:
Nuestros Rabinos enseñaros: ¿Cómo debe uno bailar frente a la novia (es decir, qué debe uno cantar)?
Los discípulos de Hilel sostenían que en la boda uno debe cantar que la novia es hermosa, lo sea o no. Los discípulos de Shamai estaban en desacuerdo. Sea cual fuere la ocasión, no mientas. “¿Llamas a eso una mentira?” respondieron los discípulos de Hilel. “En los ojos del novio, la novia es hermosa.”
Lo que está en juego aquí no es sólo temperamento – shamaitas puritanos versus hilelitas bondadosos – sino dos visiones acerca de la naturaleza del lenguaje. Los shamaitas piensas acerca del lenguaje como una forma de hacer declaraciones. Podemos usar el lenguaje para alentar, empatizar, motivar e inspirar. O podemos usarlo para desalentar, menospreciar, criticar y deprimir. El lenguaje hace más que solo transmitir información. Conlleva emoción. Crea o interrumpe un estado de ánimo. El uso sensible del habla implica inteligencia social y emocional. El lenguaje, en la famosa explicación de J. L. Austin, puede ser performativo tanto como informativo.[1]
El discurso entre los discípulos de Hilel y de Shamai es similar a la discusión entre Rambam y Rashi. Para Rashi, al igual que para Shamai, la cuestión clave acerca de la alabanza es: ¿es verdad, o es excesiva? Para Rambam y para Hilel, la cuestión es: ¿cuál es el contexto? ¿Es dicha entre enemigos o amigos? ¿Creará calidez y estima o envidia y resentimiento?
Podemos ir más allá, ya que el desacuerdo entre Rashi y Rambam acerca de la alabanza puede estar relacionado a un desacuerdo más fundamental acerca de la naturaleza del mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Lev. 19:18). Rashi interpreta el mandamiento con el significado: no hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a tí (Rashi a Sanhedrín 84b). Sin embargo, Rambam dice que el mandamiento incluye la obligación de “hablar en su alabanza” (Hiljot Deot 6:3). Evidentemente Rashi entiende que la alabanza de tu prójimo es opcional, mientras que Rambam lo ve como parte del mandamiento de amar.
Ahora podemos responder una pregunta que deberíamos habernos hecho al comienzo acerca de la Mishná en Avot que habla de los discípulos de Yojanán ben Zakai. Avot trata acerca de ética, no acerca de historia o biografía. Entonces, ¿por qué nos dice que Rabán Yojanán tenía discípulos? Eso es, ciertamente, un hecho no un valor, una porción de información, no una guía acerca de cómo vivir.
Sin embargo, ahora podemos ver que la Mishná nos está diciendo algo ciertamente profundo. La primera declaración en Avot incluye el principio: “forma muchos discípulos.” Pero, ¿cómo formas discípulos? ¿Cómo inspiras a las personas a convertirse en lo que pueden, a alcanzar su máximo potencial? Respuesta: al actuar como Rabán Yojanán ben Zakai cuando alabó a sus alumnos, mostrándoles sus fortalezas específicas.
No los aduló. Los guió para que vean sus talentos distintivos. Eliezer ben Hircanus, el “pozo que nunca pierde una gota”, no era creativo pero tenía una memoria destacable – algo no menor en los días antes que la Torá Oral fuera escrita en libros. Elazar ben Araj, el “manantial que siempre fluye”, era creativo pero necesitaba ser alimentado por las aguas de las montañas (años más tarde se separó de sus colegas y se dice que olvidó todo lo que había aprendido).
Rabán Yojanán ben Zakai tomó un enfoque de Hilel-Rambam de las alabanzas. No lo usaba para describir, sino para motivar. Y eso es lashón tov. La maledicencia nos disminuye, el buen habla nos ayuda a crecer. La maledicencia nos hace sentir menospreciados, el buen habla nos eleva. Alabanzas enfocadas y específicas, creadas considerando por juicios examinados de fortalezas individuales, y sostenidas por la fe en las personas y su potencial, es lo que hace a los grandes maestros y a sus discípulos aún más grandes de lo que podrían haber sido. Eso es lo que aprendemos de Rabán Yojanán ben Zakai.
Entonces existe algo así como lashón tov. Según Rambam es parte del mandamiento de “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Según Avot es una forma de “formar muchos discípulos.” Es tan creativo como el lashón hará es destructivo. Ver el bien en las personas y decírselo es una forma de ayudar a que sea real, es como ser una partera en su crecimiento personal. Entonces, no sólo debemos alabar a Dios. También debemos alabar a las personas.
[1] Ver How to Do Things with Words por J. L. Austin, Harvard University Press, 1962.
¿En qué otras partes del Tanaj vemos a las figuras bíblicas usando lashón tov para elevarse unos a los otros?
¿Cuánto impacto han tenido las palabras que otras personas te han dicho? ¿Han influido tus decisiones en forma positiva?
¿Qué es algo genuino que puedes decirle a alguien cercano para elevarlos?
¿Existe algo así como lashón tov?
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Los sabios entendieron el tzaraat, el tema de la parashá de esta semana, no como una enfermedad sino como una exposición pública milagrosa del pecado de lashón hará, hablar mal acerca de otras personas. El judaísmo es una meditación sostenida sobre el poder de las palabras para curar o dañar, reparar o destruir. Así como Dios creó el mundo con palabras, Él nos empoderó para crear, y destruir, relaciones con palabras.
Los rabinos han dicho mucho acerca del lashón hará, pero prácticamente nada acerca del corolario, lashón tov, “buen habla”. La frase no aparece en el Talmud Babilónico o en el Talmud Yerushalmi. Aparece sólo en dos pasajes midráshicos (donde se refiere a la alabanza a Dios).
Pero el lashón hará no significa hablar mal de Dios. Significa hablar mal de otros seres humanos. Si hablar mal de las personas es un pecado, ¿es una mitzvá hablar bien de ellos? Mi argumento será que lo es, para demostrarlo, hagamos una travesía por las fuentes.
En la Mishná Avot leemos lo siguiente:
Sin embargo, la práctica de Rabán Yojanán de alabar a sus discípulos parece estar en contradicción con el principio talmúdico:
Rashi da dos explicaciones para esta afirmación. Habiendo dicho demasiadas alabanzas (ioter midai), el propio orador calificará sus dichos, y admitirá en aras de balance que la persona de la que habla también tiene fallas. Alternativamente, otros pueden señalar sus fallas en respuesta a las alabanzas. Para Rashi, la consideración crucial es ¿la alabanza es sensata, acertada, verdadera o es exagerada? Si es lo primero, está permitido. Si es lo segundo, está prohibido. Evidentemente Rabán Yojanán fue cuidadoso de no exagerar.
Sin embargo, Rambam ve el asunto de forma diferente. Escribe: “Quienquiera que hable bien acerca de su vecino en presencia de sus enemigos, es culpable de una forma secundaria de lashón hará (avak lashón hará), ya que los alentará a hablar mal de él.” (Hiljot Deot 7:4) Según el Rambam el problema no es si la alabanza es moderada o excesiva, sino el contexto en el que es hecha. Si es hecha en presencia de amigos de la persona acerca de la que estás hablando, está permitido. Está prohibido sólo cuando te encuentras entre sus enemigos y detractores. La alabanza se vuelve entonces una provocación, con consecuencias devastadoras.
¿Son estas meramente dos opiniones, o hay algo más profundo en juego? Hay un pasaje famoso en el Talmud que discute cómo debe uno cantar las alabanzas a una novia el dia de su boda:
Lo que está en juego aquí no es sólo temperamento – shamaitas puritanos versus hilelitas bondadosos – sino dos visiones acerca de la naturaleza del lenguaje. Los shamaitas piensas acerca del lenguaje como una forma de hacer declaraciones. Podemos usar el lenguaje para alentar, empatizar, motivar e inspirar. O podemos usarlo para desalentar, menospreciar, criticar y deprimir. El lenguaje hace más que solo transmitir información. Conlleva emoción. Crea o interrumpe un estado de ánimo. El uso sensible del habla implica inteligencia social y emocional. El lenguaje, en la famosa explicación de J. L. Austin, puede ser performativo tanto como informativo.[1]
El discurso entre los discípulos de Hilel y de Shamai es similar a la discusión entre Rambam y Rashi. Para Rashi, al igual que para Shamai, la cuestión clave acerca de la alabanza es: ¿es verdad, o es excesiva? Para Rambam y para Hilel, la cuestión es: ¿cuál es el contexto? ¿Es dicha entre enemigos o amigos? ¿Creará calidez y estima o envidia y resentimiento?
Podemos ir más allá, ya que el desacuerdo entre Rashi y Rambam acerca de la alabanza puede estar relacionado a un desacuerdo más fundamental acerca de la naturaleza del mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Lev. 19:18). Rashi interpreta el mandamiento con el significado: no hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a tí (Rashi a Sanhedrín 84b). Sin embargo, Rambam dice que el mandamiento incluye la obligación de “hablar en su alabanza” (Hiljot Deot 6:3). Evidentemente Rashi entiende que la alabanza de tu prójimo es opcional, mientras que Rambam lo ve como parte del mandamiento de amar.
Ahora podemos responder una pregunta que deberíamos habernos hecho al comienzo acerca de la Mishná en Avot que habla de los discípulos de Yojanán ben Zakai. Avot trata acerca de ética, no acerca de historia o biografía. Entonces, ¿por qué nos dice que Rabán Yojanán tenía discípulos? Eso es, ciertamente, un hecho no un valor, una porción de información, no una guía acerca de cómo vivir.
Sin embargo, ahora podemos ver que la Mishná nos está diciendo algo ciertamente profundo. La primera declaración en Avot incluye el principio: “forma muchos discípulos.” Pero, ¿cómo formas discípulos? ¿Cómo inspiras a las personas a convertirse en lo que pueden, a alcanzar su máximo potencial? Respuesta: al actuar como Rabán Yojanán ben Zakai cuando alabó a sus alumnos, mostrándoles sus fortalezas específicas.
No los aduló. Los guió para que vean sus talentos distintivos. Eliezer ben Hircanus, el “pozo que nunca pierde una gota”, no era creativo pero tenía una memoria destacable – algo no menor en los días antes que la Torá Oral fuera escrita en libros. Elazar ben Araj, el “manantial que siempre fluye”, era creativo pero necesitaba ser alimentado por las aguas de las montañas (años más tarde se separó de sus colegas y se dice que olvidó todo lo que había aprendido).
Rabán Yojanán ben Zakai tomó un enfoque de Hilel-Rambam de las alabanzas. No lo usaba para describir, sino para motivar. Y eso es lashón tov. La maledicencia nos disminuye, el buen habla nos ayuda a crecer. La maledicencia nos hace sentir menospreciados, el buen habla nos eleva. Alabanzas enfocadas y específicas, creadas considerando por juicios examinados de fortalezas individuales, y sostenidas por la fe en las personas y su potencial, es lo que hace a los grandes maestros y a sus discípulos aún más grandes de lo que podrían haber sido. Eso es lo que aprendemos de Rabán Yojanán ben Zakai.
Entonces existe algo así como lashón tov. Según Rambam es parte del mandamiento de “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Según Avot es una forma de “formar muchos discípulos.” Es tan creativo como el lashón hará es destructivo. Ver el bien en las personas y decírselo es una forma de ayudar a que sea real, es como ser una partera en su crecimiento personal. Entonces, no sólo debemos alabar a Dios. También debemos alabar a las personas.
[1] Ver How to Do Things with Words por J. L. Austin, Harvard University Press, 1962.
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