Sería razonable suponer que un idioma que contiene el verbo “ordenar” debe también contener el verbo “obedecer”. Uno implica al otro, así como el concepto de una pregunta implica la posibilidad de una respuesta. Sin embargo, estaríamos equivocados. Hay 613 mandamientos en la Torá, pero no hay ninguna palabra en hebreo bíblico que signifique “obedecer”. Cuando el hebreo fue revivido como lengua de uso cotidiano en el siglo XIX, se tuvo que tomar prestada de arameo la palabra letsayet. Hasta entonces no había en hebreo una palabra para “obedecer”.
Este es un hecho asombroso y no todos eran conscientes de ello. Llevó a algunos cristianos (y secularistas) a malinterpretar la naturaleza del judaísmo: muy pocos pensadores cristianos apreciaron realmente el concepto de mitzvá y la idea de que Dios pudiera elegir revelarse en forma de leyes. También llevó a algunos judíos a pensar en las mitzvot de un modo más cercano al islam (la palabra islam significa “someterse” a la ley de Dios) que al judaísmo. ¿Qué palabra utiliza la Torá como la respuesta apropiada a una mitzvá? Shemá.
La raíz sh-m-a es una palabra clave en el libro de Devarim, donde aparece 92 veces, generalmente en el sentido de lo que Dios quiere de nosotros en respuesta a los mandamientos. Pero el verbo sh-m-a significa muchas cosas. Aquí algunos de los significados que tiene en Génesis:
“Oír”, como en: “Cuando Abram oyó que su pariente [Lot] había sido llevado cautivo” (Gén. 14:14).
“Escuchar, prestar atención, atender”, como en: “Por cuanto escuchaste a la voz de tu mujer y comiste del árbol” (Gén. 3:17), y “Dijo Rajel: Dios me ha hecho justicia, y también escuchó mi voz y me dio un hijo” (Gén. 30:7).
“Entender”, como en: “Bajemos y confundamos allí su lengua, para que no entienda cada uno el habla de su compañero” (Gén. 11:7). Así entendió la tradición la posterior frase Naasé venishmá (Éx. 24:7), es decir: “primero haremos y luego entenderemos”.
“Estar dispuesto a obedecer”, como las palabras del ángel a Abraham tras la Ligadura de Isaac: “En tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra, porque estabas dispuesto a obedecerMe” (Gén. 22:18), cuando Abraham estaba dispuesto a cumplir la orden de Dios y, en el último instante, un ángel le llamó a detenerse.
“Responder en acción, hacer lo que otro desea”, como en: “Haz todo lo que te diga Sara” – shma bekolah (Gén. 21:12).
Es en este último sentido que el verbo sh-m-a se acerca más al significado de “obedecer”. El hecho de que signifique todas estas cosas sugiere que en la Torá no existe el concepto de obediencia ciega. En general, un comandante ordena y un soldado obedece. Un amo ordena y el esclavo obedece. No hay aquí un proceso de pensamiento activo. La relación entre la palabra del que manda y la acción del que obedece es de acción y reacción, estímulo y respuesta. A efectos prácticos, el soldado o esclavo no tiene mente propia. Como describió Tennyson la actitud de los soldados antes de la Carga de la Brigada Ligera: “No nos toca razonar por qué; sólo cumplir o morir.”
No es así como la Torá concibe la relación entre Dios y nosotros. Dios, que nos creó a Su imagen, otorgándonos libertad y poder de pensar, quiere que entendamos Sus mandamientos. Ralbag (Gersonides, 1288-1344) sostiene que es precisamente esto lo que hace diferente a la Torá:
He aquí que nuestra Torá es única entre todas las doctrinas y religiones que han tenido otras naciones, en que nuestra Torá no contiene nada que no provenga de la equidad y la razón. Por eso esta Ley Divina atrae a las personas en virtud de su propia esencia, de modo que se comportan de acuerdo con ella. Las leyes y religiones de otras naciones no son así: no se ajustan a la equidad y la sabiduría, sino que son ajenas a la naturaleza del ser humano, y las personas las cumplen por compulsión, por temor a la amenaza del castigo, pero no por su esencia.[1]
En la misma línea, el erudito moderno David Weiss Halivni habla de “la predilección judía por la ley justificada” y contrasta esto con otras culturas en el mundo antiguo:
La ley antigua en general es apodíctica, sin justificación y sin persuasión. Su estilo es categórico, demandante y mandatorio… La ley del Cercano Oriente antiguo en particular carece de cualquier rastro de deseo de convencer o ganar corazones. Impone, prescribe y ordena, esperando ser acatada únicamente en virtud de ser un decreto oficial. No solicita consentimiento (a través de la justificación) de aquellos a quienes se dirige.[1]
[1] David Weiss Halivni, Midrash, Mishnah, Gemara: the Jewish predilection for justified law, Harvard University Press, 1986, 5.
La Torá utiliza al menos tres recursos para mostrar que la ley judía no es arbitraria, un mero decreto. Primero, especialmente evidente en todo el libro de Devarim, está el dar razones para los mandamientos. A menudo, aunque no siempre, la razón tiene que ver con la experiencia de los israelitas en Egipto. Ellos saben lo que se siente ser oprimido, ser extranjero, un marginado. Quiero que creen un tipo de sociedad diferentem dice Dios a través de Moshé, donde la esclavitud sea más limitada, donde todos sean libres un día a la semana, donde los pobres no pasen hambre y a los indefensos no se les niegue justicia.
El segundo, más notable en el libro de Bamidbar, es la yuxtaposición de narrativa y ley, como para decir que la ley se entiende mejor en el trasfondo de la historia y la experiencia de los israelitas en sus años formativos. Así, la ley de la vaca roja – para la purificación del contacto con los muertos – aparece justo antes de la muerte de Miriam y Aharón, como para decir: el duelo y la pena interfieren en nuestro contacto con Dios, pero esto no dura para siempre. Podemos volver a purificarnos. La ley de tsitsit aparece tras la historia de los espías porque (como expliqué en un Convenio y Conversación anterior) ambas tienen que ver con modos de ver: la diferencia entre ver con miedo y ver con fe.
El tercero es la conexión entre ley y metafísica. Hay un fuerte vínculo entre Génesis 1, la historia de la creación, y las leyes de kedushá, santidad. Ambos pertenecen a torat kohanim, la voz sacerdotal, y ambos tratan del orden y del mantenimiento de los límites. Las leyes que prohíben mezclar carne y leche, lana y lino, etc., tratan de respetar la estructura profunda de la naturaleza tal como se describe en el capítulo inicial de la Torá.
A lo largo de Devarim (Deuteronomio), cuando Moshé alcanza la cumbre de su liderazgo, se convierte en un educador, explicando a la nueva generación, que eventualmente conquistará y habitará la tierra, que las leyes que Dios les dio no son meros decretos Divinos. Tienen sentido en términos humanos. Constituyen la arquitectura de una sociedad libre y justa. Respetan la dignidad humana. Honran la integridad de la naturaleza. Dan a la tierra la posibilidad de descansar y recuperarse. Protegen a Israel contra las inexorables leyes de auge y caída de las naciones.
Sólo reconociendo a Dios como su soberano se guardarán contra reyes tiránicos y las corrupciones del poder. Una y otra vez, Moshé dice al pueblo que si siguen las leyes de Dios prosperarán, y si no lo hacen sufrirán derrota y exilio. Todo esto puede entenderse en términos sobrenaturales, pero también puede entenderse de manera natural.
Por eso Moshé, consistentemente en todo Devarim, utiliza el verbo sh-m-a. Quiere que los israelitas obedezcan a Dios, pero no ciega ni meramente por temor. Dios no es un autócrata. Los israelitas deberían saberlo por su propia experiencia directa. Habían visto cómo Dios, creador del cielo y la tierra, había escogido a este pueblo como Suyo, lo había sacado de la esclavitud a la libertad, alimentado, sostenido y protegido en el desierto, y conducido a la victoria contra sus enemigos. Dios no entregó la Torá a Israel por Su propio bien, sino por el de ellos. Como dice Weiss Halivni: la Torá “invita al receptor de la ley a unirse en la comprensión del efecto benéfico de la ley, otorgándole así dignidad y dándole la sensación de ser un socio en la ley.”[1]
Ese es el significado de las grandes palabras de Moshé en la parashá de esta semana:
“Guarda silencio, Israel, y escucha. Hoy te has convertido en el pueblo del Señor tu Dios. Escucha al Señor tu Dios y cumple Sus mandamientos y decretos que yo te ordeno hoy.”
Deut. 27:9-10
Cumplir los mandamientos implica un acto de escuchar, no sólo sumisión u obediencia ciega – escuchar en todos sus múltiples sentidos: atender, meditar y reflexionar sobre la naturaleza de Dios a través de la creación, la revelación y la redención. Significa intentar comprender nuestros límites e imperfecciones como seres humanos. Significa recordar lo que se sintió ser esclavo en Egipto. Implica humildad, memoria y gratitud. Pero no implica abdicar del intelecto ni silenciar la mente que cuestiona.
Dios no es un tirano[1] sino un maestro[2]. No busca sólo nuestra obediencia sino también nuestro entendimiento. Todas las naciones tienen leyes, y las leyes están para cumplirse. Pero pocas naciones, aparte de Israel, establecieron como su más alta tarea comprender por qué la ley es como es. Eso es lo que la Torá quiere decir con la palabra shemá.
He aquí un experimento. Camina alrededor de los grandes monumentos en Washington D.C. Allí, en el extremo más lejano, está la figura de Abraham Lincoln,…
Escuchar y la Ley
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Sería razonable suponer que un idioma que contiene el verbo “ordenar” debe también contener el verbo “obedecer”. Uno implica al otro, así como el concepto de una pregunta implica la posibilidad de una respuesta. Sin embargo, estaríamos equivocados. Hay 613 mandamientos en la Torá, pero no hay ninguna palabra en hebreo bíblico que signifique “obedecer”. Cuando el hebreo fue revivido como lengua de uso cotidiano en el siglo XIX, se tuvo que tomar prestada de arameo la palabra letsayet. Hasta entonces no había en hebreo una palabra para “obedecer”.
Este es un hecho asombroso y no todos eran conscientes de ello. Llevó a algunos cristianos (y secularistas) a malinterpretar la naturaleza del judaísmo: muy pocos pensadores cristianos apreciaron realmente el concepto de mitzvá y la idea de que Dios pudiera elegir revelarse en forma de leyes. También llevó a algunos judíos a pensar en las mitzvot de un modo más cercano al islam (la palabra islam significa “someterse” a la ley de Dios) que al judaísmo. ¿Qué palabra utiliza la Torá como la respuesta apropiada a una mitzvá? Shemá.
La raíz sh-m-a es una palabra clave en el libro de Devarim, donde aparece 92 veces, generalmente en el sentido de lo que Dios quiere de nosotros en respuesta a los mandamientos. Pero el verbo sh-m-a significa muchas cosas. Aquí algunos de los significados que tiene en Génesis:
Es en este último sentido que el verbo sh-m-a se acerca más al significado de “obedecer”. El hecho de que signifique todas estas cosas sugiere que en la Torá no existe el concepto de obediencia ciega. En general, un comandante ordena y un soldado obedece. Un amo ordena y el esclavo obedece. No hay aquí un proceso de pensamiento activo. La relación entre la palabra del que manda y la acción del que obedece es de acción y reacción, estímulo y respuesta. A efectos prácticos, el soldado o esclavo no tiene mente propia. Como describió Tennyson la actitud de los soldados antes de la Carga de la Brigada Ligera: “No nos toca razonar por qué; sólo cumplir o morir.”
No es así como la Torá concibe la relación entre Dios y nosotros. Dios, que nos creó a Su imagen, otorgándonos libertad y poder de pensar, quiere que entendamos Sus mandamientos. Ralbag (Gersonides, 1288-1344) sostiene que es precisamente esto lo que hace diferente a la Torá:
En la misma línea, el erudito moderno David Weiss Halivni habla de “la predilección judía por la ley justificada” y contrasta esto con otras culturas en el mundo antiguo:
La Torá utiliza al menos tres recursos para mostrar que la ley judía no es arbitraria, un mero decreto. Primero, especialmente evidente en todo el libro de Devarim, está el dar razones para los mandamientos. A menudo, aunque no siempre, la razón tiene que ver con la experiencia de los israelitas en Egipto. Ellos saben lo que se siente ser oprimido, ser extranjero, un marginado. Quiero que creen un tipo de sociedad diferentem dice Dios a través de Moshé, donde la esclavitud sea más limitada, donde todos sean libres un día a la semana, donde los pobres no pasen hambre y a los indefensos no se les niegue justicia.
El segundo, más notable en el libro de Bamidbar, es la yuxtaposición de narrativa y ley, como para decir que la ley se entiende mejor en el trasfondo de la historia y la experiencia de los israelitas en sus años formativos. Así, la ley de la vaca roja – para la purificación del contacto con los muertos – aparece justo antes de la muerte de Miriam y Aharón, como para decir: el duelo y la pena interfieren en nuestro contacto con Dios, pero esto no dura para siempre. Podemos volver a purificarnos. La ley de tsitsit aparece tras la historia de los espías porque (como expliqué en un Convenio y Conversación anterior) ambas tienen que ver con modos de ver: la diferencia entre ver con miedo y ver con fe.
El tercero es la conexión entre ley y metafísica. Hay un fuerte vínculo entre Génesis 1, la historia de la creación, y las leyes de kedushá, santidad. Ambos pertenecen a torat kohanim, la voz sacerdotal, y ambos tratan del orden y del mantenimiento de los límites. Las leyes que prohíben mezclar carne y leche, lana y lino, etc., tratan de respetar la estructura profunda de la naturaleza tal como se describe en el capítulo inicial de la Torá.
A lo largo de Devarim (Deuteronomio), cuando Moshé alcanza la cumbre de su liderazgo, se convierte en un educador, explicando a la nueva generación, que eventualmente conquistará y habitará la tierra, que las leyes que Dios les dio no son meros decretos Divinos. Tienen sentido en términos humanos. Constituyen la arquitectura de una sociedad libre y justa. Respetan la dignidad humana. Honran la integridad de la naturaleza. Dan a la tierra la posibilidad de descansar y recuperarse. Protegen a Israel contra las inexorables leyes de auge y caída de las naciones.
Sólo reconociendo a Dios como su soberano se guardarán contra reyes tiránicos y las corrupciones del poder. Una y otra vez, Moshé dice al pueblo que si siguen las leyes de Dios prosperarán, y si no lo hacen sufrirán derrota y exilio. Todo esto puede entenderse en términos sobrenaturales, pero también puede entenderse de manera natural.
Por eso Moshé, consistentemente en todo Devarim, utiliza el verbo sh-m-a. Quiere que los israelitas obedezcan a Dios, pero no ciega ni meramente por temor. Dios no es un autócrata. Los israelitas deberían saberlo por su propia experiencia directa. Habían visto cómo Dios, creador del cielo y la tierra, había escogido a este pueblo como Suyo, lo había sacado de la esclavitud a la libertad, alimentado, sostenido y protegido en el desierto, y conducido a la victoria contra sus enemigos. Dios no entregó la Torá a Israel por Su propio bien, sino por el de ellos. Como dice Weiss Halivni: la Torá “invita al receptor de la ley a unirse en la comprensión del efecto benéfico de la ley, otorgándole así dignidad y dándole la sensación de ser un socio en la ley.”[1]
[1] Ibid., 14.
Ese es el significado de las grandes palabras de Moshé en la parashá de esta semana:
Cumplir los mandamientos implica un acto de escuchar, no sólo sumisión u obediencia ciega – escuchar en todos sus múltiples sentidos: atender, meditar y reflexionar sobre la naturaleza de Dios a través de la creación, la revelación y la redención. Significa intentar comprender nuestros límites e imperfecciones como seres humanos. Significa recordar lo que se sintió ser esclavo en Egipto. Implica humildad, memoria y gratitud. Pero no implica abdicar del intelecto ni silenciar la mente que cuestiona.
Dios no es un tirano[1] sino un maestro[2]. No busca sólo nuestra obediencia sino también nuestro entendimiento. Todas las naciones tienen leyes, y las leyes están para cumplirse. Pero pocas naciones, aparte de Israel, establecieron como su más alta tarea comprender por qué la ley es como es. Eso es lo que la Torá quiere decir con la palabra shemá.
[1] Avodá Zará 3a.
[2] Tanjuma (Buber), Itró, 16.
[1] Gersonides, Commentary to Va-etchanan, par. 14.
[2] David Weiss Halivni, Midrash, Mishnah, Gemara: the Jewish predilection for justified law, Harvard University Press, 1986, 5.
[3] Ibid., 14.
[4] Avodah Zarah 3a.
[5] Tamhuma (Buber), Yitro, 16.
Dejando ir el Odio
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