En su bestseller de 2011, The Social Animal, el columnista del New York Times David Brooks escribe:
Estamos viviendo en medio de la revolución de la conciencia. A lo largo de los últimos años los genetistas, neurocientíficos, psicólogos, sociólogos, economistas, antropólogos y otros, han hecho grandes avances en la comprobación de los fundamentos del florecimiento humano. Y un elemento central de sus trabajos es la evidencia de que no somos producto del pensamiento consciente. Somos primariamente resultantes del pensamiento que transcurre debajo del nivel de nuestra percepción.[1]
Demasiadas cosas ocurren en nuestra mente para que seamos capaces de percibirlas. Timothy Wilson de la Universidad de Virginia estima que la mente humana puede absorber once millones de elementos de información en cualquier momento dado. Podemos tener conciencia de sólo una pequeña fracción de todo esto. La mayor parte de lo que ocurre en nuestra mente queda debajo del umbral de la percepción.
Un resultado de la nueva neurociencia es que estamos comenzando a percibir el gran rol que tienen las emociones en la toma de decisiones. El Iluminismo francés enfatizó el rol de la razón, y veía a la emoción como una distracción y una distorsión. Ahora sabemos científicamente cuán equivocado es esto.
Antonio Damasio, en su Descartes’ Error, cuenta la historia de un hombre que, a raíz de un tumor, sufrió daños en los lóbulos frontales del cerebro. Se lo reconocía por su gran nivel de inteligencia, por estar siempre bien informado y por tener una excelente memoria. Pero después de la cirugía para remover el tumor, su vida entró en caída libre. No podía organizar sus tiempos. Hizo malas inversiones que le costaron todos sus ahorros. Se divorció de su esposa, se volvió a casar divorciándose nuevamente casi de inmediato. Podía aún razonar perfectamente, pero había perdido la capacidad de sentir emociones. Como resultado, fue incapaz de tomar decisiones razonables.
Otro caso, un hombre con una patología similar, al que le resultó imposible la toma de decisiones. Al final de la sesión, Damasio le sugirió dos fechas posibles para el próximo encuentro. El hombre sacó una libreta y calculó los pro y los contra de cada una. Comentó sobre las posibles condiciones climáticas, potenciales conflictos con otros compromisos y así, durante media hora, hasta que Dalmasio lo interrumpió y tomó la decisión por él. El hombre dijo inmediatamente, “Está bien”, y se fue.
Nuestras elecciones están definidas más por la emoción que por la razón, y se requiere tener inteligencia emocional para tomar buenas decisiones. El problema es que gran parte de nuestra vida emocional yace debajo de la mente consciente.
Como podemos percibir ahora, esa es la lógica de los jukim, los estatutos del judaísmo, las leyes que parecen no tener sentido en términos de racionalidad. Las leyes como la prohibición de sembrar distintos tipos granos juntos (kelayim); o vestir telas hechas con mezcla de lana y lino (shaatnez); o comer carne con leche. La ley de la vaca roja con la que comienza nuestra parashá, es descrita como el jok por excelencia:
“Este es el estatuto de la Torá.”
Núm. 19:2
Se han hecho muchas interpretaciones de los jukim a través de los tiempos. Pero a raíz de los nuevos descubrimientos de la neurociencia, podemos sugerir que son leyes destinadas a evitar la corteza prefrontal, la mente racional, y crear formas instintivas de conducta para contrarrestar algunas de las pulsiones emocionales oscuras que entran en juego en la mente humana.
Sabemos por ejemplo – según el relato de Jared Diamond en su libro Collapse – que en cualquier lugar que se haya establecido el ser humano a través de la historia ha, dejado tras de sí un desastre del medio ambiente, eliminando especies enteras de aves y animales, destruyendo bosques, dañando los suelos por cultivos demasiado intensivos, etc.
Las prohibiciones de sembrar mezclas de semillas, mezclar carne con leche o lana con lino, crean un respeto intelectual por la integridad de la naturaleza. Señalan fronteras. Fijan límites. Establecen el concepto de que no podemos hacer con animales, plantas o el medio ambiente, lo que queramos. Algunas cosas están prohibidas – como el fruto del árbol del centro del Jardín del Edén. Toda la historia del Edén, que acontece en los albores de la historia del hombre, es una parábola cuyo mensaje podemos comprender hoy más que cualquier generación anterior. Sin el concepto de límite, destruiremos la ecología y descubriremos que hemos perdido el paraíso.
En cuanto al ritual de la vaca roja, está dirigida al instinto pre-racional más destructivo de todos: lo que Freud llamó Thanatos, el instinto de muerte. Lo describió como algo “más primitivo, más elemental, más instintivo que el principio del placer, al que supera”.[2] En su ensayo “El Malestar en la Cultura”, escribió que “una parte del instinto de muerte es conducido al mundo exterior y aparece como instinto de agresividad”, que consideró como “el principal impedimento de la civilización.”
El ritual de la vaca roja es una fuerte afirmación de que lo sagrado puede hallarse en la vida, no en la muerte. Cualquiera que hubiera estado en contacto con un cadáver debía purificarse antes de entrar al santuario o al Templo. Los sacerdotes debían obedecer reglas estrictas y el Sumo Sacerdote más aún.
Esto hizo que el judaísmo bíblico fuera altamente singular. No contiene ningún culto a antepasados muertos, ni busca contactarse con sus espíritus. Probablemente con el objetivo de intentar evitar que la tumba de Moshé se convirtiera en un lugar sagrado, la Torá dice: “hasta este día nadie sabe dónde está su tumba” (Deut. 34:6). Dios y lo sagrado se encuentran en la vida. La muerte impurifica.
El tema es – y lo que la neurociencia actual ha demostrado con claridad fehaciente – que esto no se puede lograr sólo con la razón. Freud estaba en lo cierto al sugerir que el instinto de muerte es poderoso, irracional y en gran parte inconsciente, pero en determinadas condiciones puede conducir a la gente a realizar acciones devastadoras.
El término hebreo jok proviene del verbo que significa “grabar”. Así como un estatuto se graba en piedra, un hábito de conducta se graba en nuestro inconsciente y altera nuestras respuestas instintivas. El resultado es una personalidad entrenada para ver la muerte y la santidad como estados completamente opuestos – así como lo son la carne (muerte) y la leche (vida).
Los jukim son la manera que tiene el judaísmo de entrenar nuestra inteligencia emocional, sobre todo un condicionamiento para asociar la santidad con la vida, y la impurificación con la muerte. Es fascinante ver cómo esto ha sido reivindicado por la neurociencia moderna.
La racionalidad, vitalmente importante de por sí, es sólo la mitad de la historia de por qué somos como somos. Debemos modelar y controlar la otra mitad si queremos conquistar exitosamente el instinto de agresión, violencia y muerte que yace apenas bajo nuestra mente consciente.
[1] David Brooks, The Social Animal, Random House, 2011, x.
[2] Sigmund Freud, "Beyond the Pleasure Principle" in On Metapsychology, Harmondsworth, Penguin, 1984, p. 294.
¿Cómo crees que las emociones influencian la toma de decisiones?
¿Cómo enfrenta el instinto de muerte el ritual de la vaca roja?
Entender nuestra mente inconsciente, ¿puede ayudarnos a controlar la agresión y la violencia?
El error de Descartes
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En su bestseller de 2011, The Social Animal, el columnista del New York Times David Brooks escribe:
Demasiadas cosas ocurren en nuestra mente para que seamos capaces de percibirlas. Timothy Wilson de la Universidad de Virginia estima que la mente humana puede absorber once millones de elementos de información en cualquier momento dado. Podemos tener conciencia de sólo una pequeña fracción de todo esto. La mayor parte de lo que ocurre en nuestra mente queda debajo del umbral de la percepción.
Un resultado de la nueva neurociencia es que estamos comenzando a percibir el gran rol que tienen las emociones en la toma de decisiones. El Iluminismo francés enfatizó el rol de la razón, y veía a la emoción como una distracción y una distorsión. Ahora sabemos científicamente cuán equivocado es esto.
Antonio Damasio, en su Descartes’ Error, cuenta la historia de un hombre que, a raíz de un tumor, sufrió daños en los lóbulos frontales del cerebro. Se lo reconocía por su gran nivel de inteligencia, por estar siempre bien informado y por tener una excelente memoria. Pero después de la cirugía para remover el tumor, su vida entró en caída libre. No podía organizar sus tiempos. Hizo malas inversiones que le costaron todos sus ahorros. Se divorció de su esposa, se volvió a casar divorciándose nuevamente casi de inmediato. Podía aún razonar perfectamente, pero había perdido la capacidad de sentir emociones. Como resultado, fue incapaz de tomar decisiones razonables.
Otro caso, un hombre con una patología similar, al que le resultó imposible la toma de decisiones. Al final de la sesión, Damasio le sugirió dos fechas posibles para el próximo encuentro. El hombre sacó una libreta y calculó los pro y los contra de cada una. Comentó sobre las posibles condiciones climáticas, potenciales conflictos con otros compromisos y así, durante media hora, hasta que Dalmasio lo interrumpió y tomó la decisión por él. El hombre dijo inmediatamente, “Está bien”, y se fue.
Nuestras elecciones están definidas más por la emoción que por la razón, y se requiere tener inteligencia emocional para tomar buenas decisiones. El problema es que gran parte de nuestra vida emocional yace debajo de la mente consciente.
Como podemos percibir ahora, esa es la lógica de los jukim, los estatutos del judaísmo, las leyes que parecen no tener sentido en términos de racionalidad. Las leyes como la prohibición de sembrar distintos tipos granos juntos (kelayim); o vestir telas hechas con mezcla de lana y lino (shaatnez); o comer carne con leche. La ley de la vaca roja con la que comienza nuestra parashá, es descrita como el jok por excelencia:
Se han hecho muchas interpretaciones de los jukim a través de los tiempos. Pero a raíz de los nuevos descubrimientos de la neurociencia, podemos sugerir que son leyes destinadas a evitar la corteza prefrontal, la mente racional, y crear formas instintivas de conducta para contrarrestar algunas de las pulsiones emocionales oscuras que entran en juego en la mente humana.
Sabemos por ejemplo – según el relato de Jared Diamond en su libro Collapse – que en cualquier lugar que se haya establecido el ser humano a través de la historia ha, dejado tras de sí un desastre del medio ambiente, eliminando especies enteras de aves y animales, destruyendo bosques, dañando los suelos por cultivos demasiado intensivos, etc.
Las prohibiciones de sembrar mezclas de semillas, mezclar carne con leche o lana con lino, crean un respeto intelectual por la integridad de la naturaleza. Señalan fronteras. Fijan límites. Establecen el concepto de que no podemos hacer con animales, plantas o el medio ambiente, lo que queramos. Algunas cosas están prohibidas – como el fruto del árbol del centro del Jardín del Edén. Toda la historia del Edén, que acontece en los albores de la historia del hombre, es una parábola cuyo mensaje podemos comprender hoy más que cualquier generación anterior. Sin el concepto de límite, destruiremos la ecología y descubriremos que hemos perdido el paraíso.
En cuanto al ritual de la vaca roja, está dirigida al instinto pre-racional más destructivo de todos: lo que Freud llamó Thanatos, el instinto de muerte. Lo describió como algo “más primitivo, más elemental, más instintivo que el principio del placer, al que supera”.[2] En su ensayo “El Malestar en la Cultura”, escribió que “una parte del instinto de muerte es conducido al mundo exterior y aparece como instinto de agresividad”, que consideró como “el principal impedimento de la civilización.”
El ritual de la vaca roja es una fuerte afirmación de que lo sagrado puede hallarse en la vida, no en la muerte. Cualquiera que hubiera estado en contacto con un cadáver debía purificarse antes de entrar al santuario o al Templo. Los sacerdotes debían obedecer reglas estrictas y el Sumo Sacerdote más aún.
Esto hizo que el judaísmo bíblico fuera altamente singular. No contiene ningún culto a antepasados muertos, ni busca contactarse con sus espíritus. Probablemente con el objetivo de intentar evitar que la tumba de Moshé se convirtiera en un lugar sagrado, la Torá dice: “hasta este día nadie sabe dónde está su tumba” (Deut. 34:6). Dios y lo sagrado se encuentran en la vida. La muerte impurifica.
El tema es – y lo que la neurociencia actual ha demostrado con claridad fehaciente – que esto no se puede lograr sólo con la razón. Freud estaba en lo cierto al sugerir que el instinto de muerte es poderoso, irracional y en gran parte inconsciente, pero en determinadas condiciones puede conducir a la gente a realizar acciones devastadoras.
El término hebreo jok proviene del verbo que significa “grabar”. Así como un estatuto se graba en piedra, un hábito de conducta se graba en nuestro inconsciente y altera nuestras respuestas instintivas. El resultado es una personalidad entrenada para ver la muerte y la santidad como estados completamente opuestos – así como lo son la carne (muerte) y la leche (vida).
Los jukim son la manera que tiene el judaísmo de entrenar nuestra inteligencia emocional, sobre todo un condicionamiento para asociar la santidad con la vida, y la impurificación con la muerte. Es fascinante ver cómo esto ha sido reivindicado por la neurociencia moderna.
La racionalidad, vitalmente importante de por sí, es sólo la mitad de la historia de por qué somos como somos. Debemos modelar y controlar la otra mitad si queremos conquistar exitosamente el instinto de agresión, violencia y muerte que yace apenas bajo nuestra mente consciente.
[1] David Brooks, The Social Animal, Random House, 2011, x.
[2] Sigmund Freud, "Beyond the Pleasure Principle" in On Metapsychology, Harmondsworth, Penguin, 1984, p. 294.
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