Algo que está implícito en la Torá desde el comienzo se vuelve explícito en el libro de Devarim: Dios es el Dios del amor. Más de lo que nosotros lo amamos a Él, Él nos ama a nosotros. Este es, por ejemplo, el comienzo de la parashá de esta semana:
Y será que si escuchan estos preceptos y son cuidadosos en su cumplimiento, el Señor tu Dios guardará Su pacto de amor [et ha-brit ve-et ha-chesed] contigo, como Él juró a tus antepasados. Te amará, te bendecirá y te multiplicará.
Deut. 7:12-13
Y nuevamente, en la parashá leemos:
Del Señor tu Dios son los cielos, los cielos de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella. Sin embargo, el Señor posóSu afecto con tus antepasados y los amó, y Él los escogió a ustedes, sus descendientes, de entre todos los pueblos, como sucede hoy.
Deut. 10:14-15
Y este es un versículo de la parashá de la semana pasada:
Porque Él amó a tus antepasados y escogió a sus descendientes después de ellos, te sacó de Egipto con Su Presencia y Su gran poder.
Deut. 4:37
El libro de Deuteronomio está impregnado del lenguaje del amor. La raíz hebrea a-h-v aparece en Shemot dos veces, en Vayikrá también dos veces (ambas en Levítico 19), en Bamidbar no aparece en absoluto, pero en el Sefer Devarim aparece 23 veces. Devarim es un libro sobre la dicha social y el poder transformador del amor.
Nada podría ser más engañoso e injusto que el contraste cristiano que presenta al cristianismo como una religión del amor y el perdón, y al judaísmo como una religión de la ley y el castigo. Como señalé en mi Convenio y Conversación sobre Vayigash, el perdón nace (como observa David Konstan en Before Forgiveness) en el judaísmo. El perdón interpersonal comienza cuando Iosef perdona a sus hermanos por haberlo vendido como esclavo. El perdón divino comienza con la institución de Iom Kipur como el día supremo del perdón Divino tras el pecado del becerro de oro.
Lo mismo ocurre con el amor: cuando el Nuevo Testamento habla del amor, lo hace citando directamente a Levítico (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”) y a Deuteronomio (“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”). Como escribe el filósofo Simon May en su excelente libro Love: A History:
“La creencia generalizada de que la Biblia hebrea trata solamente de venganza y de ‘ojo por ojo’, mientras que los Evangelios supuestamente inventan el amor como un valor incondicional y universal, debe contarse como uno de los malentendidos más extraordinarios de toda la historia occidental. Porque la Biblia hebrea no es sólo la fuente de los dos mandamientos del amor, sino de una visión moral más amplia inspirada por el asombro ante el poder del amor.”[1]
Su juicio es claro:
“Si el amor en el mundo occidental tiene un texto fundacional, ese texto es hebreo.”[2]
Aún más: en Ethical Life: The Past and Present of Ethical Cultures, el filósofo Harry Redner distingue cuatro visiones fundamentales de la vida ética en la historia de las civilizaciones.[3] La primera la llama ética cívica, la ética de la antigua Grecia y Roma. La segunda es la ética del deber, que identifica con el confucianismo, el krishnaismo y el estoicismo tardío. La tercera es la ética del honor, una combinación distintiva de decoro cortesano y militar presente entre persas, árabes y turcos, así como en el cristianismo medieval (el “caballero cortés”) y en el islam.
La cuarta, que simplemente llama moralidad, la remonta a Levítico y Deuteronomio. La define sencillamente como “la ética del amor”, y representa lo que hizo moralmente única a la civilización occidental:
“El ‘amor al prójimo’ bíblico es una forma de amor muy especial, un desarrollo único de la religión judía y distinto a cualquier otro fuera de ella. Es un amor supremamente altruista, porque amar al prójimo como a uno mismo significa ponerse siempre en su lugar y actuar en su favor tal como uno naturalmente y de forma egoísta actuaría por uno mismo.”[4]
Ciertamente el budismo también da lugar a la idea del amor, aunque con un matiz diferente: más impersonal y no relacionado con una relación con Dios.
Lo radical de esta idea es, primero, que la Torá afirma, en contra de prácticamente todo el mundo antiguo, que los elementos que constituyen la realidad no son hostiles ni indiferentes hacia la humanidad. Estamos aquí porque Alguien quiso que estuviéramos, Alguien que se preocupa por nosotros, que nos cuida y busca nuestro bienestar.
Segundo, el amor con el que Dios creó el universo no es sólo Divino. Debe servirnos como modelo en nuestra humanidad. Se nos ordena amar al prójimo y al extranjero, practicar la bondad y la compasión, y construir una sociedad basada en el amor. Así lo expresa nuestra parashá:
Porque el Señor su Dios es Dios de dioses y Señor de señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no demuestra parcialidad hacia las personas ni acepta sobornos. Él defiende la causa del huérfano y de la viuda, y ama al extranjero, dándole alimento y vestido. Así ustedes deben amar al extranjero, porque también ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto.
Deut. 10:17-19
En resumen: Dios creó el mundo con amor y perdón, y nos pide amar y perdonar a los demás. Creo que esa es la idea moral más profunda de la historia humana.
Sin embargo, hay una pregunta evidente: ¿por qué el amor, que tiene un papel tan importante en el libro de Devarim, aparece mucho menos en los libros anteriores Shemot, Vayikrá (salvo el capítulo 19) y Bamidbar?
La mejor forma de responder esa pregunta es hacer otra: ¿por qué el perdón no tiene un papel, al menos en la superficie del relato, en el libro de Bereshit?[5] Dios no perdona a Adam y Javá, ni a Caín (aunque mitiga sus castigos). El perdón no aparece en las historias del Diluvio, la Torre de Babel o la destrucción de Sodoma y las ciudades de la llanura (la súplica de Abraham es que las ciudades sean salvadas si hay cincuenta o diez justos en ellas; no es un pedido de perdón). El perdón Divino aparece por primera vez en el libro de Éxodo, tras la súplica de Moshé luego del episodio del Becerro de Oro, y se institucionaliza en Iom Kipur (Lev. 16), pero no antes. ¿Por qué?
La respuesta, simple y radical, es: Dios no perdona a los seres humanos hasta que los seres humanos aprenden a perdonarse entre sí. Génesis termina con Iosef perdonando a sus hermanos. Solo después de eso, Dios perdona a la humanidad.
Volviendo al amor: Génesis contiene muchas referencias a él. Abraham ama a Itzjak. Itzjak ama a Esav. Rivká ama a Iaakov. Iaakov ama a Rajel. También ama a Iosef. Hay abundante amor interpersonal. Pero casi todos los amores en Bereshit terminan siendo fuente de división. Generan tensiones entre Iaakov y Esav, entre Rajel y Leá, y entre Iosef y sus hermanos. Implícita en Génesis hay una observación profunda, pasada por alto por la mayoría de los moralistas y teólogos. El amor por sí solo – el amor real, personal y apasionado, del tipo que impregna buena parte de la literatura profética y el Shir HaShirim, el mayor canto de amor del Tanaj, en contraposición al amor desapegado y generalizado llamado ágape que asociamos a la antigua Grecia – no es suficiente como base para una sociedad. Puede dividir tanto como unir.
Por eso no aparece como tema central hasta que llegamos a la visión social, moral y política integrada de Deuteronomio, que combina amor y justicia. Tzedek – justicia – resulta ser otra palabra clave de Deuteronomio: aparece 18 veces. Sólo aparece cuatro veces en Shemot, ninguna en Bamidbar, y en Vayikrá solo en el capítulo 19, el único capítulo que también contiene la palabra “amor”. Es decir, en el judaísmo, amor y justicia van de la mano. También lo nota Simon May:
[L]o que debemos señalar aquí, pues es fundamental para la historia del amor occidental, es la justicia extraordinaria y radical que subyace al mandamiento del amor en Vayikrá. No una justicia fría, en la que los merecimientos se reparten mecánicamente, sino una justicia que trae al otro, como individuo con necesidades e intereses, a una relación de respeto. Todos nuestros prójimos deben ser reconocidos como iguales a nosotros ante la ley del amor. Justicia y amor, por tanto, se vuelven inseparables.[6]
El amor sin justicia lleva a la rivalidad y, eventualmente, al odio. La justicia sin amor carece de las fuerzas humanizadoras de la compasión y la misericordia. Necesitamos ambas. Esta visión ética única – el amor de Dios por los seres humanos y de los seres humanos por Dios, traducido en una ética de amor tanto hacia el prójimo como hacia el extranjero – es el fundamento de la civilización occidental y su gloria perdurable.
Nace aquí, en el libro de Devarim, el libro de la ley-como-amor y del amor-como- ley.
[1] Simon May, Love: A History (Yale University Press, 2011), 19-20.
La moralidad del amor
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Algo que está implícito en la Torá desde el comienzo se vuelve explícito en el libro de Devarim: Dios es el Dios del amor. Más de lo que nosotros lo amamos a Él, Él nos ama a nosotros. Este es, por ejemplo, el comienzo de la parashá de esta semana:
Y nuevamente, en la parashá leemos:
Y este es un versículo de la parashá de la semana pasada:
El libro de Deuteronomio está impregnado del lenguaje del amor. La raíz hebrea a-h-v aparece en Shemot dos veces, en Vayikrá también dos veces (ambas en Levítico 19), en Bamidbar no aparece en absoluto, pero en el Sefer Devarim aparece 23 veces. Devarim es un libro sobre la dicha social y el poder transformador del amor.
Nada podría ser más engañoso e injusto que el contraste cristiano que presenta al cristianismo como una religión del amor y el perdón, y al judaísmo como una religión de la ley y el castigo. Como señalé en mi Convenio y Conversación sobre Vayigash, el perdón nace (como observa David Konstan en Before Forgiveness) en el judaísmo. El perdón interpersonal comienza cuando Iosef perdona a sus hermanos por haberlo vendido como esclavo. El perdón divino comienza con la institución de Iom Kipur como el día supremo del perdón Divino tras el pecado del becerro de oro.
Lo mismo ocurre con el amor: cuando el Nuevo Testamento habla del amor, lo hace citando directamente a Levítico (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”) y a Deuteronomio (“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”). Como escribe el filósofo Simon May en su excelente libro Love: A History:
Su juicio es claro:
Aún más: en Ethical Life: The Past and Present of Ethical Cultures, el filósofo Harry Redner distingue cuatro visiones fundamentales de la vida ética en la historia de las civilizaciones.[3] La primera la llama ética cívica, la ética de la antigua Grecia y Roma. La segunda es la ética del deber, que identifica con el confucianismo, el krishnaismo y el estoicismo tardío. La tercera es la ética del honor, una combinación distintiva de decoro cortesano y militar presente entre persas, árabes y turcos, así como en el cristianismo medieval (el “caballero cortés”) y en el islam.
La cuarta, que simplemente llama moralidad, la remonta a Levítico y Deuteronomio. La define sencillamente como “la ética del amor”, y representa lo que hizo moralmente única a la civilización occidental:
Ciertamente el budismo también da lugar a la idea del amor, aunque con un matiz diferente: más impersonal y no relacionado con una relación con Dios.
Lo radical de esta idea es, primero, que la Torá afirma, en contra de prácticamente todo el mundo antiguo, que los elementos que constituyen la realidad no son hostiles ni indiferentes hacia la humanidad. Estamos aquí porque Alguien quiso que estuviéramos, Alguien que se preocupa por nosotros, que nos cuida y busca nuestro bienestar.
Segundo, el amor con el que Dios creó el universo no es sólo Divino. Debe servirnos como modelo en nuestra humanidad. Se nos ordena amar al prójimo y al extranjero, practicar la bondad y la compasión, y construir una sociedad basada en el amor. Así lo expresa nuestra parashá:
En resumen: Dios creó el mundo con amor y perdón, y nos pide amar y perdonar a los demás. Creo que esa es la idea moral más profunda de la historia humana.
Sin embargo, hay una pregunta evidente: ¿por qué el amor, que tiene un papel tan importante en el libro de Devarim, aparece mucho menos en los libros anteriores Shemot, Vayikrá (salvo el capítulo 19) y Bamidbar?
La mejor forma de responder esa pregunta es hacer otra: ¿por qué el perdón no tiene un papel, al menos en la superficie del relato, en el libro de Bereshit?[5] Dios no perdona a Adam y Javá, ni a Caín (aunque mitiga sus castigos). El perdón no aparece en las historias del Diluvio, la Torre de Babel o la destrucción de Sodoma y las ciudades de la llanura (la súplica de Abraham es que las ciudades sean salvadas si hay cincuenta o diez justos en ellas; no es un pedido de perdón). El perdón Divino aparece por primera vez en el libro de Éxodo, tras la súplica de Moshé luego del episodio del Becerro de Oro, y se institucionaliza en Iom Kipur (Lev. 16), pero no antes. ¿Por qué?
La respuesta, simple y radical, es: Dios no perdona a los seres humanos hasta que los seres humanos aprenden a perdonarse entre sí. Génesis termina con Iosef perdonando a sus hermanos. Solo después de eso, Dios perdona a la humanidad.
Volviendo al amor: Génesis contiene muchas referencias a él. Abraham ama a Itzjak. Itzjak ama a Esav. Rivká ama a Iaakov. Iaakov ama a Rajel. También ama a Iosef. Hay abundante amor interpersonal. Pero casi todos los amores en Bereshit terminan siendo fuente de división. Generan tensiones entre Iaakov y Esav, entre Rajel y Leá, y entre Iosef y sus hermanos. Implícita en Génesis hay una observación profunda, pasada por alto por la mayoría de los moralistas y teólogos. El amor por sí solo – el amor real, personal y apasionado, del tipo que impregna buena parte de la literatura profética y el Shir HaShirim, el mayor canto de amor del Tanaj, en contraposición al amor desapegado y generalizado llamado ágape que asociamos a la antigua Grecia – no es suficiente como base para una sociedad. Puede dividir tanto como unir.
Por eso no aparece como tema central hasta que llegamos a la visión social, moral y política integrada de Deuteronomio, que combina amor y justicia. Tzedek – justicia – resulta ser otra palabra clave de Deuteronomio: aparece 18 veces. Sólo aparece cuatro veces en Shemot, ninguna en Bamidbar, y en Vayikrá solo en el capítulo 19, el único capítulo que también contiene la palabra “amor”. Es decir, en el judaísmo, amor y justicia van de la mano. También lo nota Simon May:
El amor sin justicia lleva a la rivalidad y, eventualmente, al odio. La justicia sin amor carece de las fuerzas humanizadoras de la compasión y la misericordia. Necesitamos ambas. Esta visión ética única – el amor de Dios por los seres humanos y de los seres humanos por Dios, traducido en una ética de amor tanto hacia el prójimo como hacia el extranjero – es el fundamento de la civilización occidental y su gloria perdurable.
Nace aquí, en el libro de Devarim, el libro de la ley-como-amor y del amor-como- ley.
[1] Simon May, Love: A History (Yale University Press, 2011), 19-20.
[2] Ibid., 14.
[3] Harry Redner, Ethical Life: The Past and Present of Ethical Cultures, New York, Rowman and Littlefield, 2001.
[4] Ibid., 50.
[5] No incluyo aquí lecturas midráshicas de estos textos, algunas de las cuales sí hacen referencia al perdón.
[6] Loc. Cit. 17.
Un pueblo diminuto y preciado
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