Es una de las palabras más importantes del judaísmo, y una de las menos comprendidas. Sus dos instancias más famosas están en la parashá de la semana pasada y en la de esta semana: “Oye, oh Israel, El Señor nuestro Dios, el Señor es Uno”(Deut. 6:4) y “Y ocurrirá que si tú escuchas con seguridad mis mandamientos que te estoy ordenando hoy, de amar al Señor tu Dios y a servirlo con todo tu corazón y todo tu alma”(Deut. 11:13) - son los comienzos del primero y segundo párrafo de la Shemá. También aparece en la última línea de la parashá: “Y ocurrirá que si tú escuchas estas leyes…” (Deut. 7:12)
La palabra, naturalmente, es shemá. He mencionado en otros sitios[1] que es fundamentalmente intraducible ya que puede significar muchas cosas: oír, escuchar, prestar atención, comprender, internalizar, responder, obedecer. Es una de las palabras centrales del libro de Devarim, donde aparece en no menos de 92 oportunidades – más que en cualquier otro libro de la Torá. Repetidas veces en el último mes de vida Moshé le dijo al pueblo shemá: oye, escucha, presta atención. Escucha lo que estoy diciendo. Escucha lo que Dios está diciendo. Oye lo que Él pretende de nosotros. Si sólo escucharas… El judaísmo es una religión de escuchar. Esta es una de sus contribuciones más originales a la civilización.
El doble fundamento sobre el cual fue construida la cultura de Occidente es la antigua Grecia y el antiguo Israel. Los dos no podrían ser más disímiles. Grecia era una cultura profundamente visual. Su mayor logro tuvo que ver con el ojo, con la visión. Produjo los ejemplares artísticos más grandiosos que han registrado el arte, la arquitectura, la escultura, en el mundo. Sus manifestaciones grupales características – funciones teatrales, los juegos Olímpicos – eran espectáculos destinados a ser vistos. Platón consideró que el conocimiento era una especie de visión en profundidad, ver debajo de la superficie la verdadera forma de las cosas.
Esta idea – que conocer es ver – sigue siendo una metáfora dominante del Occidente al día de hoy. Hablamos de introspección, retrospección y de ver el futuro. Hacemos una observación. Adoptamos una perspectiva. Ilustramos. Iluminamos. Arrojamos luz sobre un tema. Cuando comprendemos algo decimos “ya lo veo.” [2]
El judaísmo ofreció una alternativa radicalmente distinta. Era la fe en un Dios que no podemos ver, un Dios que no se puede representar visualmente. El solo acto de producir una imagen grabada – un símbolo visual – era una forma de idolatría. Como recordó Moshé en la parashá anterior, cuando los israelitas tuvieron un encuentro directo con Dios en el Monte Sinaí, “ustedes oyeron el sonido de las palabras pero no vieron ninguna imagen; había solamente una voz.” (Deut. 4:12). Dios comunica con sonidos, no con imágenes. Él habla. Él ordena. Él llama. Es por eso que el acto religioso supremo es la Shemá. Cuando Dios habla, nosotros escuchamos. Cuando Él ordena, nosotros tratamos de obedecer.
El Rabino David Cohen (1887-1992), conocido como el nazarita, discípulo del Rav. Kook y padre de R. Shear-Yashuv Cohen, el gran rabino de Haifa, señaló que en el Talmud babilónico todas las metáforas de entendimiento están basadas no en ver sino en oír. Ta shemá, “ven y oye.” Ka mishma lan “nos enseña esto.” Shemá mina shmaitá “lo que fue escuchado.” Y así sucesivamente[3] . Son todas variaciones sobre la palabra shemá.[4]
Esto parecería una diferencia menor, pero en realidad es enorme. Para los griegos, la forma ideal de conocimiento involucra desconexión. Por un lado está el que mira, el sujeto, y por el otro está el que es visto, el objeto, y pertenecen a dos planos distintos. La persona que mira a un cuadro, una escultura, una obra de teatro o los juegos Olímpicos, no es en sí parte del arte, del drama o de la competencia atlética. Es espectador o espectadora, no participante.
Hablar y escuchar no son formas de desconexión. Son formas de compromiso. Generan una relación. La palabra hebrea para el conocimiento, da’at, implica compromiso, cercanía, intimidad. “Y Adán conoció a Eva su mujer y ella concibió y dio a luz” (Gén. 4:1). Eso es conocimiento en términos hebreos, no griegos. Podemos tener relación con Dios, aunque Él es infinito y nosotros finitos, porque estamos unidos por la palabra. En la revelación, Dios nos habla. En el rezo, nosotros le hablamos a Dios. Si se quiere entender cualquier relación, entre marido y mujer, padre e hijo, empleador y empleado, se debe prestar atención a cómo hablan y se escuchan uno a otro. Es necesario descartar cualquier otra cosa.
Los griegos nos enseñaron las formas del conocimiento que provienen de observar e inferir, principalmente en ciencia y filosofía. Los primeros científicos y filósofos provinieron de Grecia entre el sexto y cuarto siglo a.e.c.
Pero no todo puede ser comprendido solamente por la observación o la vista. Hay una historia muy impactante sobre este tema relatada en el primer libro de Samuel. Saúl, el primer rey de Israel, representaba visualmente el rol. Era alto. “De los hombros para arriba era más alto que el resto de la gente” (Sam. 9:2, 10:23). Tenía la imagen del rey. Pero moralmente, temperamentalmente no era para nada un líder; era un seguidor.
Dios le dijo entonces a Samuel que debía ungir a otro rey en lugar de él, y le dijo que debía provenir de los hijos de Ishai. Samuel fue a ver a Ishai, y quedó impresionado por uno de sus hijos, Eliav. Pensó que era él el que Dios había señalado. Pero Dios le dijo “No te dejes impresionar por su apariencia o su altura porque Yo lo he rechazado. Dios no ve de la misma forma que ve la gente. La gente ve la apariencia externa, pero Dios mira al corazón”(I Sam. 16:7).
Los judíos y el judaísmo nos enseñaron que no podemos ver a Dios, pero podemos oírlo y Él a nosotros. Es a través de la palabra – hablando y escuchando – que podemos tener una relación íntima con Dios como padre, socio, soberano, El que nos ama y a quien amamos. No podemos demostrar a Dios científicamente. No podemos comprobarlo lógicamente. Esas son formas de pensar griegas, no judías. Yo creo que desde una perspectiva judía, tratar de comprobar la existencia de Dios a través de la ciencia o la lógica es una tarea equivocada.[5] Dios no es un objeto sino un sujeto. El modo judío de relacionarse con Dios es en intimidad y con amor, como así también con temor y reverencia.
Un ejemplo fascinante de la modernidad provino de un judío que, durante una buena parte de su vida estuvo alejado del judaísmo: Sigmund Freud. Él llamó al psicoanálisis “la curación a través del habla”, pero ha sido descripta mejor como “la curación a través de la escucha.”[6] Está basado en que el escuchar activamente es en sí terapéutico. Fue sólo después de la difusión del psicoanálisis, especialmente en Norteamérica, que la frase “te escucho” ingresó en el idioma inglés como forma de comunicación con empatía.[7]
Hay algo profundamente espiritual en el hecho de escuchar. Es la forma más efectiva de resolución de conflictos que conozco. Hay muchas cosas que pueden generar un conflicto, pero lo que sostiene ese sentimiento en por lo menos una de las dos partes, es que no ha sido oída. Que no ha sido escuchada. Que no han “oído su dolor.” Ha habido una falla en la empatía. Es por eso que el uso de la fuerza – o del boicot, llegado el caso – para la resolución de los conflictos es tan profundamente autodestructiva. Puede eliminar el conflicto por un tiempo, pero retornará, generalmente con más intensidad que antes. Job, que sufrió injustamente, permaneció indiferente a los mensajes de consuelo de la gente. No es que insistiera en que tenía razón, lo que quería era ser escuchado. No es casual que la justicia presupone la regla de audi alteram partem, “Escucha a la otra parte.”
Escuchar yace en el corazón mismo de la relación. Significa que estamos abiertos al otro, que lo o la respetamos, que sus percepciones y sentimientos nos importan. Le damos permiso a ser francos aunque con eso resultemos más vulnerables. Un buen padre escucha a su hijo. Un buen empleador escucha a sus empleados.
Una buena empresa escucha a sus clientes. Un buen líder escucha a su gente. Escuchar no significa estar de acuerdo, pero sí tenerlo en consideración. Escuchar es el medio en que crecen el amor y el respeto.
En el judaísmo creemos que nuestra relación con Dios es un tutorial continuo de cómo relacionarnos con otra gente. ¿Cómo podemos esperar que Dios nos escuche si no logramos escuchar a nuestra esposa, a nuestros hijos o a las personas relacionadas con nuestro trabajo? ¿Y cómo esperar encontrarnos con Dios si no hemos aprendido a escuchar? En el Monte Horeb, Dios le enseñó a Elijah que Él no estaba en el huracán, en el terremoto ni en el fuego sino en el kol demamá daká, la “suave, pequeña voz” que yo definí como la voz que sólo se puede oír si uno está escuchando.
Las multitudes son movidas por grandes oradores pero las vidas se transforman por grandes escuchadores. Ya sea entre nosotros y Dios o entre nosotros y otras personas, el escuchar es el preludio al amor. [8]
[1] Ver Convenio y Conversación para Mishpatim: “Haciendo y Escuchando”
[2] Ver George Lakoff and Mark Johnson, Metaphors We Live By, University of Chicago Press, 1980.
[3] Aparece en el comienzo de su libro Kol Nevuah.
[4] El Zohar usa el término visual ta jazí, “Ven y mira”. Hay un fuerte parentesco entre el misticismo judío y el pensamiento platónico y neoplatónico. Para ambos el conocimiento es una forma de visión en profundidad.
[5] Muchos de los grandes filósofos medievales judíos hicieron justamente eso. Lo hicieron bajo la influencia del pensamiento neoplatónico y neoaristotélico, mediados por los grandes filósofos del Islam. Yehuda HaLevi con su Kuzari, fue la excepción.
[6] Ver Adam Philips, Equals, London, Faber and Faber, 2002, xii. Ver también Salman Ajtar, Listening to others: Development and clinical aspects of empathy and attunement. Lanham: Jason Aronson, 2007.
[7] Observar la diferencia entre empatía y simpatía. Decir “te escucho” es una forma de denotar – sinceramente o no – que tomo nota de tus sentimientos, esté de acuerdo o no con ellos o contigo.
[8] Para más acerca del escuchar, ver Convenio y Conversación parashat Bereshit, “El arte de escuchar”, y parashat Bamidbar, “El sonido del silencio”
¿Qué pueden lograr las palabras que las imágenes no pueden?
¿En qué forma son las palabras centrales en nuestra relación con Dios?
La espiritualidad de escuchar
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Es una de las palabras más importantes del judaísmo, y una de las menos comprendidas. Sus dos instancias más famosas están en la parashá de la semana pasada y en la de esta semana: “Oye, oh Israel, El Señor nuestro Dios, el Señor es Uno”(Deut. 6:4) y “Y ocurrirá que si tú escuchas con seguridad mis mandamientos que te estoy ordenando hoy, de amar al Señor tu Dios y a servirlo con todo tu corazón y todo tu alma”(Deut. 11:13) - son los comienzos del primero y segundo párrafo de la Shemá. También aparece en la última línea de la parashá: “Y ocurrirá que si tú escuchas estas leyes…” (Deut. 7:12)
La palabra, naturalmente, es shemá. He mencionado en otros sitios[1] que es fundamentalmente intraducible ya que puede significar muchas cosas: oír, escuchar, prestar atención, comprender, internalizar, responder, obedecer. Es una de las palabras centrales del libro de Devarim, donde aparece en no menos de 92 oportunidades – más que en cualquier otro libro de la Torá. Repetidas veces en el último mes de vida Moshé le dijo al pueblo shemá: oye, escucha, presta atención. Escucha lo que estoy diciendo. Escucha lo que Dios está diciendo. Oye lo que Él pretende de nosotros. Si sólo escucharas… El judaísmo es una religión de escuchar. Esta es una de sus contribuciones más originales a la civilización.
El doble fundamento sobre el cual fue construida la cultura de Occidente es la antigua Grecia y el antiguo Israel. Los dos no podrían ser más disímiles. Grecia era una cultura profundamente visual. Su mayor logro tuvo que ver con el ojo, con la visión. Produjo los ejemplares artísticos más grandiosos que han registrado el arte, la arquitectura, la escultura, en el mundo. Sus manifestaciones grupales características – funciones teatrales, los juegos Olímpicos – eran espectáculos destinados a ser vistos. Platón consideró que el conocimiento era una especie de visión en profundidad, ver debajo de la superficie la verdadera forma de las cosas.
Esta idea – que conocer es ver – sigue siendo una metáfora dominante del Occidente al día de hoy. Hablamos de introspección, retrospección y de ver el futuro. Hacemos una observación. Adoptamos una perspectiva. Ilustramos. Iluminamos. Arrojamos luz sobre un tema. Cuando comprendemos algo decimos “ya lo veo.” [2]
El judaísmo ofreció una alternativa radicalmente distinta. Era la fe en un Dios que no podemos ver, un Dios que no se puede representar visualmente. El solo acto de producir una imagen grabada – un símbolo visual – era una forma de idolatría. Como recordó Moshé en la parashá anterior, cuando los israelitas tuvieron un encuentro directo con Dios en el Monte Sinaí, “ustedes oyeron el sonido de las palabras pero no vieron ninguna imagen; había solamente una voz.” (Deut. 4:12). Dios comunica con sonidos, no con imágenes. Él habla. Él ordena. Él llama. Es por eso que el acto religioso supremo es la Shemá. Cuando Dios habla, nosotros escuchamos. Cuando Él ordena, nosotros tratamos de obedecer.
El Rabino David Cohen (1887-1992), conocido como el nazarita, discípulo del Rav. Kook y padre de R. Shear-Yashuv Cohen, el gran rabino de Haifa, señaló que en el Talmud babilónico todas las metáforas de entendimiento están basadas no en ver sino en oír. Ta shemá, “ven y oye.” Ka mishma lan “nos enseña esto.” Shemá mina shmaitá “lo que fue escuchado.” Y así sucesivamente[3] . Son todas variaciones sobre la palabra shemá.[4]
Esto parecería una diferencia menor, pero en realidad es enorme. Para los griegos, la forma ideal de conocimiento involucra desconexión. Por un lado está el que mira, el sujeto, y por el otro está el que es visto, el objeto, y pertenecen a dos planos distintos. La persona que mira a un cuadro, una escultura, una obra de teatro o los juegos Olímpicos, no es en sí parte del arte, del drama o de la competencia atlética. Es espectador o espectadora, no participante.
Hablar y escuchar no son formas de desconexión. Son formas de compromiso. Generan una relación. La palabra hebrea para el conocimiento, da’at, implica compromiso, cercanía, intimidad. “Y Adán conoció a Eva su mujer y ella concibió y dio a luz” (Gén. 4:1). Eso es conocimiento en términos hebreos, no griegos. Podemos tener relación con Dios, aunque Él es infinito y nosotros finitos, porque estamos unidos por la palabra. En la revelación, Dios nos habla. En el rezo, nosotros le hablamos a Dios. Si se quiere entender cualquier relación, entre marido y mujer, padre e hijo, empleador y empleado, se debe prestar atención a cómo hablan y se escuchan uno a otro. Es necesario descartar cualquier otra cosa.
Los griegos nos enseñaron las formas del conocimiento que provienen de observar e inferir, principalmente en ciencia y filosofía. Los primeros científicos y filósofos provinieron de Grecia entre el sexto y cuarto siglo a.e.c.
Pero no todo puede ser comprendido solamente por la observación o la vista. Hay una historia muy impactante sobre este tema relatada en el primer libro de Samuel. Saúl, el primer rey de Israel, representaba visualmente el rol. Era alto. “De los hombros para arriba era más alto que el resto de la gente” (Sam. 9:2, 10:23). Tenía la imagen del rey. Pero moralmente, temperamentalmente no era para nada un líder; era un seguidor.
Dios le dijo entonces a Samuel que debía ungir a otro rey en lugar de él, y le dijo que debía provenir de los hijos de Ishai. Samuel fue a ver a Ishai, y quedó impresionado por uno de sus hijos, Eliav. Pensó que era él el que Dios había señalado. Pero Dios le dijo “No te dejes impresionar por su apariencia o su altura porque Yo lo he rechazado. Dios no ve de la misma forma que ve la gente. La gente ve la apariencia externa, pero Dios mira al corazón”(I Sam. 16:7).
Los judíos y el judaísmo nos enseñaron que no podemos ver a Dios, pero podemos oírlo y Él a nosotros. Es a través de la palabra – hablando y escuchando – que podemos tener una relación íntima con Dios como padre, socio, soberano, El que nos ama y a quien amamos. No podemos demostrar a Dios científicamente. No podemos comprobarlo lógicamente. Esas son formas de pensar griegas, no judías. Yo creo que desde una perspectiva judía, tratar de comprobar la existencia de Dios a través de la ciencia o la lógica es una tarea equivocada.[5] Dios no es un objeto sino un sujeto. El modo judío de relacionarse con Dios es en intimidad y con amor, como así también con temor y reverencia.
Un ejemplo fascinante de la modernidad provino de un judío que, durante una buena parte de su vida estuvo alejado del judaísmo: Sigmund Freud. Él llamó al psicoanálisis “la curación a través del habla”, pero ha sido descripta mejor como “la curación a través de la escucha.”[6] Está basado en que el escuchar activamente es en sí terapéutico. Fue sólo después de la difusión del psicoanálisis, especialmente en Norteamérica, que la frase “te escucho” ingresó en el idioma inglés como forma de comunicación con empatía.[7]
Hay algo profundamente espiritual en el hecho de escuchar. Es la forma más efectiva de resolución de conflictos que conozco. Hay muchas cosas que pueden generar un conflicto, pero lo que sostiene ese sentimiento en por lo menos una de las dos partes, es que no ha sido oída. Que no ha sido escuchada. Que no han “oído su dolor.” Ha habido una falla en la empatía. Es por eso que el uso de la fuerza – o del boicot, llegado el caso – para la resolución de los conflictos es tan profundamente autodestructiva. Puede eliminar el conflicto por un tiempo, pero retornará, generalmente con más intensidad que antes. Job, que sufrió injustamente, permaneció indiferente a los mensajes de consuelo de la gente. No es que insistiera en que tenía razón, lo que quería era ser escuchado. No es casual que la justicia presupone la regla de audi alteram partem, “Escucha a la otra parte.”
Escuchar yace en el corazón mismo de la relación. Significa que estamos abiertos al otro, que lo o la respetamos, que sus percepciones y sentimientos nos importan. Le damos permiso a ser francos aunque con eso resultemos más vulnerables. Un buen padre escucha a su hijo. Un buen empleador escucha a sus empleados.
Una buena empresa escucha a sus clientes. Un buen líder escucha a su gente. Escuchar no significa estar de acuerdo, pero sí tenerlo en consideración. Escuchar es el medio en que crecen el amor y el respeto.
En el judaísmo creemos que nuestra relación con Dios es un tutorial continuo de cómo relacionarnos con otra gente. ¿Cómo podemos esperar que Dios nos escuche si no logramos escuchar a nuestra esposa, a nuestros hijos o a las personas relacionadas con nuestro trabajo? ¿Y cómo esperar encontrarnos con Dios si no hemos aprendido a escuchar? En el Monte Horeb, Dios le enseñó a Elijah que Él no estaba en el huracán, en el terremoto ni en el fuego sino en el kol demamá daká, la “suave, pequeña voz” que yo definí como la voz que sólo se puede oír si uno está escuchando.
Las multitudes son movidas por grandes oradores pero las vidas se transforman por grandes escuchadores. Ya sea entre nosotros y Dios o entre nosotros y otras personas, el escuchar es el preludio al amor. [8]
[1] Ver Convenio y Conversación para Mishpatim: “Haciendo y Escuchando”
[2] Ver George Lakoff and Mark Johnson, Metaphors We Live By, University of Chicago Press, 1980.
[3] Aparece en el comienzo de su libro Kol Nevuah.
[4] El Zohar usa el término visual ta jazí, “Ven y mira”. Hay un fuerte parentesco entre el misticismo judío y el pensamiento platónico y neoplatónico. Para ambos el conocimiento es una forma de visión en profundidad.
[5] Muchos de los grandes filósofos medievales judíos hicieron justamente eso. Lo hicieron bajo la influencia del pensamiento neoplatónico y neoaristotélico, mediados por los grandes filósofos del Islam. Yehuda HaLevi con su Kuzari, fue la excepción.
[6] Ver Adam Philips, Equals, London, Faber and Faber, 2002, xii. Ver también Salman Ajtar, Listening to others: Development and clinical aspects of empathy and attunement. Lanham: Jason Aronson, 2007.
[7] Observar la diferencia entre empatía y simpatía. Decir “te escucho” es una forma de denotar – sinceramente o no – que tomo nota de tus sentimientos, esté de acuerdo o no con ellos o contigo.
[8] Para más acerca del escuchar, ver Convenio y Conversación parashat Bereshit, “El arte de escuchar”, y parashat Bamidbar, “El sonido del silencio”
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