Por primera vez desde su salida de Egipto, los israelitas hacen algo juntos. Cantan.
“Entonces Moshé y los hijos de Israel cantaron esta canción al Señor.”
Éxodo 15:1
Rashi, explicando la visión de Rabi Nehemías en el Talmud[1] de que ellos cantaron la canción juntos en forma espontánea, dice que el Espíritu Santo reposó sobre ellos y en forma milagrosa las mismas palabras llegaron a sus mentes al mismo tiempo. En recuerdo de este momento, la tradición ha llamado a esta semana Shabat Shirá, Shabat de la Canción.
¿Qué lugar tiene la canción en el judaísmo?
Existe una conexión interna entre la música y el espíritu. Cuando el lenguaje aspira a lo trascendente y el alma anhela liberarse de la fuerza de la gravedad que la tira hacia la tierra, se modula en canto. La música, dijo Arnold Bennet, es “un lenguaje que sólo el alma comprende pero que el alma no puede traducir.” Es, en palabras de Richter, “la poesía del aire.” Tolstoy la llamó “la abreviatura de la emoción.” Goethe dijo “el culto religioso no puede hacerse sin música. Es uno de los primeros medios para trabajar sobre el hombre con un efecto de asombro.”
Las palabras son el lenguaje de la mente. La música es el lenguaje del alma. Entonces cuando queremos expresar o evocar emociones nos volvemos hacia la melodía. Debora cantó después de la victoria de Israel sobre las fuerzas de Sisera (Jueces 5). Hana cantó cuando tuvo un hijo (Sam. I 2). Cuando Saúl estaba deprimido, David tocaba para él y su espíritu se restauraba (Sam. I 16). El propio David era conocido como el “dulce cantor de Israel” (Sam. II 23:1). Elisha llamó a un arpista a tocar para que el espíritu profético se posara sobre él (Reyes II 3:15). Los levitas cantaban en el templo. Todos los días, en el judaísmo, decimos Pesukei de-Zimra, los “Versos de Canción”, como prefacio a nuestras plegarias matutinas, con su magnífico crescendo, el Salmo 150, en el que instrumentos y la voz humana se combinan para cantar las alabanzas de Dios.
Los místicos van más allá y hablan de la canción del universo, aquello que Pitágoras llamó “la música de las esferas.” A esto se refiere el Salmo cuando dice:
Los cielos declaran la gloria de Dios; el firmamento proclama el trabajo de sus manos… No hay habla, no hay palabras, en la que su voz no es oída. Su música[2] se oye en toda la tierra, sus palabras llegan hasta el fin del mundo.
Salmo 19
Por debajo del silencio, audible sólo para el oído interno, la creación le canta a su Creador.
Entonces, cuando rezamos, no leemos: cantamos. Cuando estudiamos textos sagrados, no recitamos: cantamos. Cada texto y cada tiempo tiene, en el judaísmo, su propia melodía específica. Hay diferentes melodías para Shajarit, Minjá y Maariv, las plegarias de la mañana, la tarde y la noche. Hay diferentes melodías y estados de ánimo para las plegarias de un día de semana, Shabat, las tres fiestas de peregrinación, Pesaj, Shavuot y Sucot (que tienen mucho en común musicalmente, pero también sus melodías distintivas), y para los Iamim Noraim, Rosh Hashaná y Iom Kipur.
Hay diferentes melodías para diferentes textos. Existe un tipo de cantilación para la Torá, otra para la Haftará de los libros proféticos, y aún otra para los Ketuvim, los escritos, especialmente para las cinco Meguilot. Hay un canto particular para estudiar los textos de la Torá escrita, para estudiar Mishná y Guemará. Entonces sólo con la melodía podemos decir que tipo de día es, y qué tipo de texto está siendo usado. Hay un mapa de las palabras sagradas, y está escrito en melodías y canción.
La música tiene un poder extraordinario para evocar la emoción. La plegaria Kol Nidre con la que empieza Iom Kipur no es, en realidad, una plegaria. Es una fórmula legal árida para la anulación de promesas. Hay muy pocas dudas de que fue su antigua y atemorizante melodía lo que le ha dado su lugar en el imaginario judío. Es difícil escuchar esas notas y no sentir que estás en presencia de Dios en el Día del Juicio, de pie junto a los judíos de todos los lugares y todos los tiempos mientras piden perdon al cielo. Es el santo sanctorum del alma judía. (Lehavdil, Beethoven se acercó mucho en las notas de apertura del sexto movimiento de Cuarteto de cuerdas en do menor sostenido, op. 131, su obra más sublime y espiritual).
Tampoco puedes sentarte en Tishá BeAv leyendo Eja, el Libro de las Lamentaciones, con su única y propia cantilación, y no sentir las lágrimas de los judíos a través de los tiempos cuando sufrían por su fe y lloraban al recordar lo que habían perdido, el dolor tan fresco como si fuera el día en que el Templo fue destruido. Palabras sin música son como un cuerpo sin alma.
Por muchos años tuve el privilegio de ser parte de una misión musical (junto al Coro Shabaton y los cantantes Rabino Lionel Rosenfeld y jazanim Shimon Craimer y Jonny Turgel). Viajamos a Israel a cantar a victimas del terrorismo, personas en hospitales, centros comunitarios, y cocinas populares. Cantamos para, y con, los heridos, los afligidos, los enfermos y aquellos con el corazón roto. Un niño que había quedado ciego y perdido a la mitad de su familia en un bombardeo suicida, cantó en dúo con el miembro más jóven del coro, haciendo llorar a enfermeras y pacientes por igual. Momentos como ese son epifanías, que redimen un fragmento de la humanidad y la esperanza de las crueldades aleatorias del destino.
Beethoven escribió en el manuscrito del tercer movimiento de su Cuarteto en A menor las palabras Neue Kraft fühlend, “Sintiendo nuevas fuerzas.” Eso es lo que sientes en esas salas de hospital. Entiendes qué quiso decir el Rey David cuando cantó a Dios las palabras: “Tú vuelves mi duelo en danza; Tú removiste mis ropas de duelo y me vestiste con alegría, para que mi corazón pueda cantarTe y no estar en silencio.” Unidos en la canción, sentimos la fuerza del espíritu humano que ningún terror puede destruir.
En su libro Musicophilia, el neurólogo y escritor Oliver Sacks (por desgracia, no un pariente) relata la conmovedora historia de Clive Wearing, un eminente musicólogo que sufrió una devastadora infección cerebral. El resultado fue amnesia aguda. Era incapaz de recordar algo por más de unos pocos segundos. Como cuenta su esposa Debora, ‘era como si cada momento fuera el primer momento.’
Incapaz de conectar diferentes experiencias, estaba atrapado en un presente sin fin que no tenía conexión con lo que había sucedido antes. Un día su esposa lo encontró sosteniendo un chocolate en una mano, y repetidamente cubriéndolo y abriéndolo con la otra, diciendo cada vez, ‘Mira, es nuevo.’ ‘Es el mismo chocolate’, dijo ella. ‘No’, replicó él. ‘Mira. Ha cambiado.’ No tenía habilidad para aferrarse a sus memorias.Había perdido su pasado. En un momento de conciencia dijo acerca de sí mismo: ‘No he oído, visto o tocado nada, no he olido nada. Es como estar muerto.’
Dos cosas rompieron su aislamiento. Una fue el amor por su esposa. La otra fue la música. Aún podía cantar, tocar el órgano, y conducir un coro con toda su habilidad y energía previas. ¿Qué tiene la música, preguntó Oliver Sacks, que le permitió, mientras tocaba o conducía, superar su amnesia? Sugiere que cuando ‘recordamos’ una melodía, recordamos una nota a la vez, y sin embargo cada nota se conecta con el todo. Cita al filósofo de la música Víctor Zuckerkandl, que escribió: ‘Escuchar una melodía es escuchar, haber escuchado y estar a punto de escuchar, todo al mismo tiempo. Cada melodía nos declara que el pasado puede estar ahí sin ser recordado, y el futuro sin ser conocido de antemano.’ La música es una forma de continuidad sentida que puede, a veces, atravesar las más poderosas desconexiones en nuestra experiencia del tiempo.
La fe es más como la música que como la ciencia. La ciencia analiza, la música integra. Y así como la música conecta una nota con otra, la fe conecta un episodio con otros, una vida con otra, una era con otra era en una melodía atemporal que atraviesa el tiempo. Dios es el compositor y libretista. Cada uno de nosotros es llamado a ser una de las voces en el coro, cantantes de la canción de Dios. La fe nos enseña a escuchar la música que yace debajo del ruido.
Entonces la música es una señal de trascendencia. El filósofo y músico Roger Scruton escribe que es “un encuentro con el sujeto puro, liberado del mundo de los objetos, y moviéndose obedeciendo solamente las leyes de la libertad.” Cita a Rilke:
Las palabras aún salen suavemente hacia lo indecible, Y la música, siempre nueva, desde rocas palpitantes Construye en el espacio inútil su hogar divino.
La historia del espíritu judío está escrita en sus canciones. Las palabras no cambian, pero cada generación necesita sus propias melodías.
Nuestra generación necesita nuevas canciones para que también nosotros podamos cantar alegremente a Dios como lo hicieron nuestros ancestros en ese momento de transfiguración en el que cruzaron el Mar Rojo y emergieron, en el otro lado, libres finalmente. Cuando el alma canta, el espíritu se eleva.
[2]Kavam, literalmente “su línea”, refiriéndose posiblemente a las cuerdas reverberantes de un instrumento musical.t.
¿Hay alguna canción con la que sientes una conexión emocional o espiritual profunda?
¿Qué otras experiencias sensoriales en el judaísmo nos ayudan a conectarnos con Dios?
Si pudieras escribir una canción acerca de otro momento en la Torá (uno que aún no tenga una canción), ¿qué momento elegirías, y cómo sonaría su melodía?
Música, el lenguaje del alma
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Por primera vez desde su salida de Egipto, los israelitas hacen algo juntos. Cantan.
Rashi, explicando la visión de Rabi Nehemías en el Talmud[1] de que ellos cantaron la canción juntos en forma espontánea, dice que el Espíritu Santo reposó sobre ellos y en forma milagrosa las mismas palabras llegaron a sus mentes al mismo tiempo. En recuerdo de este momento, la tradición ha llamado a esta semana Shabat Shirá, Shabat de la Canción.
¿Qué lugar tiene la canción en el judaísmo?
Existe una conexión interna entre la música y el espíritu. Cuando el lenguaje aspira a lo trascendente y el alma anhela liberarse de la fuerza de la gravedad que la tira hacia la tierra, se modula en canto. La música, dijo Arnold Bennet, es “un lenguaje que sólo el alma comprende pero que el alma no puede traducir.” Es, en palabras de Richter, “la poesía del aire.” Tolstoy la llamó “la abreviatura de la emoción.” Goethe dijo “el culto religioso no puede hacerse sin música. Es uno de los primeros medios para trabajar sobre el hombre con un efecto de asombro.”
Las palabras son el lenguaje de la mente. La música es el lenguaje del alma. Entonces cuando queremos expresar o evocar emociones nos volvemos hacia la melodía. Debora cantó después de la victoria de Israel sobre las fuerzas de Sisera (Jueces 5). Hana cantó cuando tuvo un hijo (Sam. I 2). Cuando Saúl estaba deprimido, David tocaba para él y su espíritu se restauraba (Sam. I 16). El propio David era conocido como el “dulce cantor de Israel” (Sam. II 23:1). Elisha llamó a un arpista a tocar para que el espíritu profético se posara sobre él (Reyes II 3:15). Los levitas cantaban en el templo. Todos los días, en el judaísmo, decimos Pesukei de-Zimra, los “Versos de Canción”, como prefacio a nuestras plegarias matutinas, con su magnífico crescendo, el Salmo 150, en el que instrumentos y la voz humana se combinan para cantar las alabanzas de Dios.
Los místicos van más allá y hablan de la canción del universo, aquello que Pitágoras llamó “la música de las esferas.” A esto se refiere el Salmo cuando dice:
Por debajo del silencio, audible sólo para el oído interno, la creación le canta a su Creador.
Entonces, cuando rezamos, no leemos: cantamos. Cuando estudiamos textos sagrados, no recitamos: cantamos. Cada texto y cada tiempo tiene, en el judaísmo, su propia melodía específica. Hay diferentes melodías para Shajarit, Minjá y Maariv, las plegarias de la mañana, la tarde y la noche. Hay diferentes melodías y estados de ánimo para las plegarias de un día de semana, Shabat, las tres fiestas de peregrinación, Pesaj, Shavuot y Sucot (que tienen mucho en común musicalmente, pero también sus melodías distintivas), y para los Iamim Noraim, Rosh Hashaná y Iom Kipur.
Hay diferentes melodías para diferentes textos. Existe un tipo de cantilación para la Torá, otra para la Haftará de los libros proféticos, y aún otra para los Ketuvim, los escritos, especialmente para las cinco Meguilot. Hay un canto particular para estudiar los textos de la Torá escrita, para estudiar Mishná y Guemará. Entonces sólo con la melodía podemos decir que tipo de día es, y qué tipo de texto está siendo usado. Hay un mapa de las palabras sagradas, y está escrito en melodías y canción.
La música tiene un poder extraordinario para evocar la emoción. La plegaria Kol Nidre con la que empieza Iom Kipur no es, en realidad, una plegaria. Es una fórmula legal árida para la anulación de promesas. Hay muy pocas dudas de que fue su antigua y atemorizante melodía lo que le ha dado su lugar en el imaginario judío. Es difícil escuchar esas notas y no sentir que estás en presencia de Dios en el Día del Juicio, de pie junto a los judíos de todos los lugares y todos los tiempos mientras piden perdon al cielo. Es el santo sanctorum del alma judía. (Lehavdil, Beethoven se acercó mucho en las notas de apertura del sexto movimiento de Cuarteto de cuerdas en do menor sostenido, op. 131, su obra más sublime y espiritual).
Tampoco puedes sentarte en Tishá BeAv leyendo Eja, el Libro de las Lamentaciones, con su única y propia cantilación, y no sentir las lágrimas de los judíos a través de los tiempos cuando sufrían por su fe y lloraban al recordar lo que habían perdido, el dolor tan fresco como si fuera el día en que el Templo fue destruido. Palabras sin música son como un cuerpo sin alma.
Por muchos años tuve el privilegio de ser parte de una misión musical (junto al Coro Shabaton y los cantantes Rabino Lionel Rosenfeld y jazanim Shimon Craimer y Jonny Turgel). Viajamos a Israel a cantar a victimas del terrorismo, personas en hospitales, centros comunitarios, y cocinas populares. Cantamos para, y con, los heridos, los afligidos, los enfermos y aquellos con el corazón roto. Un niño que había quedado ciego y perdido a la mitad de su familia en un bombardeo suicida, cantó en dúo con el miembro más jóven del coro, haciendo llorar a enfermeras y pacientes por igual. Momentos como ese son epifanías, que redimen un fragmento de la humanidad y la esperanza de las crueldades aleatorias del destino.
Beethoven escribió en el manuscrito del tercer movimiento de su Cuarteto en A menor las palabras Neue Kraft fühlend, “Sintiendo nuevas fuerzas.” Eso es lo que sientes en esas salas de hospital. Entiendes qué quiso decir el Rey David cuando cantó a Dios las palabras: “Tú vuelves mi duelo en danza; Tú removiste mis ropas de duelo y me vestiste con alegría, para que mi corazón pueda cantarTe y no estar en silencio.” Unidos en la canción, sentimos la fuerza del espíritu humano que ningún terror puede destruir.
En su libro Musicophilia, el neurólogo y escritor Oliver Sacks (por desgracia, no un pariente) relata la conmovedora historia de Clive Wearing, un eminente musicólogo que sufrió una devastadora infección cerebral. El resultado fue amnesia aguda. Era incapaz de recordar algo por más de unos pocos segundos. Como cuenta su esposa Debora, ‘era como si cada momento fuera el primer momento.’
Incapaz de conectar diferentes experiencias, estaba atrapado en un presente sin fin que no tenía conexión con lo que había sucedido antes. Un día su esposa lo encontró sosteniendo un chocolate en una mano, y repetidamente cubriéndolo y abriéndolo con la otra, diciendo cada vez, ‘Mira, es nuevo.’ ‘Es el mismo chocolate’, dijo ella. ‘No’, replicó él. ‘Mira. Ha cambiado.’ No tenía habilidad para aferrarse a sus memorias.Había perdido su pasado. En un momento de conciencia dijo acerca de sí mismo: ‘No he oído, visto o tocado nada, no he olido nada. Es como estar muerto.’
Dos cosas rompieron su aislamiento. Una fue el amor por su esposa. La otra fue la música. Aún podía cantar, tocar el órgano, y conducir un coro con toda su habilidad y energía previas. ¿Qué tiene la música, preguntó Oliver Sacks, que le permitió, mientras tocaba o conducía, superar su amnesia? Sugiere que cuando ‘recordamos’ una melodía, recordamos una nota a la vez, y sin embargo cada nota se conecta con el todo. Cita al filósofo de la música Víctor Zuckerkandl, que escribió: ‘Escuchar una melodía es escuchar, haber escuchado y estar a punto de escuchar, todo al mismo tiempo. Cada melodía nos declara que el pasado puede estar ahí sin ser recordado, y el futuro sin ser conocido de antemano.’ La música es una forma de continuidad sentida que puede, a veces, atravesar las más poderosas desconexiones en nuestra experiencia del tiempo.
La fe es más como la música que como la ciencia. La ciencia analiza, la música integra. Y así como la música conecta una nota con otra, la fe conecta un episodio con otros, una vida con otra, una era con otra era en una melodía atemporal que atraviesa el tiempo. Dios es el compositor y libretista. Cada uno de nosotros es llamado a ser una de las voces en el coro, cantantes de la canción de Dios. La fe nos enseña a escuchar la música que yace debajo del ruido.
Entonces la música es una señal de trascendencia. El filósofo y músico Roger Scruton escribe que es “un encuentro con el sujeto puro, liberado del mundo de los objetos, y moviéndose obedeciendo solamente las leyes de la libertad.” Cita a Rilke:
La historia del espíritu judío está escrita en sus canciones. Las palabras no cambian, pero cada generación necesita sus propias melodías.
Nuestra generación necesita nuevas canciones para que también nosotros podamos cantar alegremente a Dios como lo hicieron nuestros ancestros en ese momento de transfiguración en el que cruzaron el Mar Rojo y emergieron, en el otro lado, libres finalmente. Cuando el alma canta, el espíritu se eleva.
[1] Sotá 30b
[2] Kavam, literalmente “su línea”, refiriéndose posiblemente a las cuerdas reverberantes de un instrumento musical.t.
La necesidad de preguntar
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