Hay una pregunta profunda en el corazón de la fe judía, que raramente es articulada. Al comienzo de la Torá vemos a Dios creando el universo día por día, generando orden del caos, vida de la materia inanimada, flora y fauna en toda su majestuosa diversidad. En cada etapa Dios admira lo que Él creó y lo declara bueno.
Entonces, ¿qué salió mal? ¿Cómo entró en escena la maldad, poniendo en movimiento el drama acerca del cual la Torá, y en cierta forma la historia completa, es un recuento? La respuesta corta es: el hombre, Homo Sapiens, nosotros mismos. Sólo nosotros de todas las formas de vida conocidas tenemos libre albedrío, responsabilidad moral y sobre nuestras elecciones. Los gatos no debaten la ética de matar ratones. Los murciélagos vampiros no se vuelven vegetarianos. Las vacas no se preocupan acerca del calentamiento global.
Es la compleja capacidad de hablar, pensar y elegir entre distintos cursos de acción que es a la vez nuestra gloria, nuestra carga y nuestra vergüenza. Cuando hacemos cosas buenas estamos sólo un pequeño escalón por debajo de los ángeles. Cuando hacemos el mal, caemos más bajo que las bestias. Entonces, ¿por qué Dios se arriesgó a crear una forma de vida capaz de destruir el orden que Él había creado y declarado bueno? ¿Por qué Dios nos creó?
Esa es la pregunta que hace la Guemará en Sanedrín:
Cuando el Santo Bendito Sea se disponía a crear al hombre, Él creó un grupo de ángeles y les preguntó: “¿Están de acuerdo en que debemos crear al hombre a nuestra imagen?”
Ellos respondieron: “Soberano del Universo, ¿cuáles serán sus acciones?”
Dios les mostró el futuro completo de la humanidad.
Los ángeles respondieron: “¿Qué es el hombre que Tú te preocupas por él?” (es decir, que el hombre no sea creado).
Dios destruyó a los ángeles.
Creó un segundo grupo, les hizo la misma pregunta y ellos dieron la misma respuesta.
Dios los destruyó.
Creó un tercer grupo de ángeles, y ellos respondieron: “Soberano del Universo, el primer y el segundo grupo de ángeles Te dijeron que no crees al hombre, y no les sirvió de nada. Tú no escuchaste. Qué podemos decir excepto esto: El universo es Tuyo. Haz con él según Tu deseo.”
Y Dios creó el hombre.
Pero cuando llegó la generación del Diluvio, y a continuación la generación que construyó la Torre de Babel, los ángeles dijeron a Dios: “‘¿Acaso no estaban en lo cierto los primeros ángeles? Ve cuán grande es la corrupción de la humanidad.”
Y Dios respondió: “Incluso a una edad avanzada no cambiaré, e incluso con el pelo cano seguiré siendo paciente.” (Is. 46:4)
Talmud Babli, Sanedrín 38b
Técnicamente la Guemará está abordando un desafío de estilo en el texto. Por cada acto de creación en Génesis 1, la Torá nos dice: “Dios dijo: ‘Que haya... Y hubo.” Sólo en el caso de la creación de la humanidad, hay un prefacio, un preludio. “Entonces Dios dijo ‘Hagamos la humanidad a nuestra imagen y semejanza…’” ¿Por qué “hagamos”? ¿Y por qué el preámbulo?
En su manera aparentemente inocente e infantil (pero en realidad sutil y profunda) los Sabios respondieron ambas preguntas al decir (citando a Hamlet) que con una empresa de tal vigor e importancia, Dios consultó con los ángeles. Ellos eran el “nosotros” en “hagamos”.
Pero ahora la pregunta se vuelve ciertamente profunda. Porque al crear a los humanos, Dios trajo al mundo la única forma de vida, con la única excepción de Él mismo, capaz de libertad y elección. Eso es lo que el versículo pretende decir cuando dice “Hagamos a la humanidad a nuestra imagen y semejanza.” El punto más importante es que Dios no tiene imagen. Hacer una imagen de Dios es un acto arquetípico de idolatría.
Eso no solo significa el hecho obvio de que Dios es invisible. No puede ser visto. No puede ser identificado con nada en la naturaleza: no el sol, la luna, el trueno, el rayo, el océano o cualquiera de los otros objetos o fuerzas que las personas adoraban en ese tiempo. En este sentido superficial, Dios no tiene imagen. Eso, escribió Freud en su último libro, Moisés y el Monoteísmo, fue la mayor contribución del judaísmo. Al adorar a un Dios invisible, los judíos inclinaron la balanza de la civilización de lo físico a lo espiritual.
Pero la idea de que Dios no tiene imagen es mucho más profunda. Significa que no podemos conceptualizar a Dios, comprenderLo, o predecirLo. Dios no es una esencia abstracta, Él es una presencia viva. Ese es el significado de la autodefinición de Dios ante Moshé en la zarza ardiente: “Seré el que seré” – significando “Seré lo que Yo elija ser.” Soy el Dios de la libertad, que dotó a la humanidad de libertad, y estoy por liderar a los hijos de Israel de la esclavitud a la libertad.
Cuando Dios hizo a la humanidad a Su imagen, significa que Él le dio a los humanos la libertad de elegir, para que nunca puedas predecir completamente lo que harán. Ellos también – dentro de los límites de la finitud y mortalidad – serán lo que ellos elijan ser. Lo que significa que cuando Dios le dio a los humanos la libertad de actuar bien, Él también les dio la libertad de actuar mal. No hay forma de evitar el dilema, ni siquiera para Dios Mismo. Y así fue. Adán y Eva pecaron. El primer hijo humano, Caín, asesinó al segundo, Abel, y en un breve espacio de tiempo el mundo se llenó de violencia.
En uno de los pasajes más fuertes de todo el Tanaj, leemos al final de la parashá de esta semana:
Dios vio que la maldad de la humanidad en la tierra estaba aumentando. Cada impulso de sus pensamientos más internos era para hacer el mal, todo el día. Dios se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y Él se encontraba dolido hasta lo más profundo de Su ser.
Génesis 6:5-6
De ahí la pregunta de los ángeles, que es también la pregunta definitiva en el corazón de la fe. ¿Por qué Dios, sabiendo los riesgos y peligros, creó una especie que podría rebelarse y se rebeló contra Él, devastó el medio ambiente, cazó otras especies hasta la extinción, y oprimió y mató a su prójimo?
El Talmud, imaginando una conversación entre Dios y los ángeles, sugiere una tensión dentro de la mente del propio Dios. La respuesta que Dios le da a los ángeles es extraordinaria: “Incluso a una edad avanzada no cambiaré, e incluso con el pelo cano seguiré siendo paciente.” Lo que quiere decir es: Yo, Dios, estoy preparado para esperar. Si toma diez generaciones para que emerja un Noaj, y otras diez para un Abraham, seré paciente. No importa cuántas veces los humanos Me decepcionen, no cambiaré. No importa cuánta maldad haya en el mundo Yo no perderé la esperanza. Ya perdí la esperanza una vez y provoqué un Diluvio. Pero después de ver que los humanos son meramente humanos, ya nunca traeré un Diluvio otra vez.
Dios creó a la humanidad porque Dios tiene fe en la humanidad. Mucho más que nosotros tenemos fe en Dios, Dios tiene fe en nosotros. Podemos fallar muchas veces, pero cada vez que fracasamos, Dios dice: “Incluso a una edad avanzada no cambiaré, e incluso con el pelo cano seguiré siendo paciente.” Nunca me daré por vencido con la humanidad. Nunca perderé la fe. Esperaré el tiempo que sea necesario para que los humanos aprendan a no oprimir, esclavizar o usar la violencia contra otros humanos. Esa, sugiere el Talmud, es la única explicación concebible a por qué un Dios bueno, sabio, omnisciente y todopoderoso creó una criatura falible y destructiva como nosotros. Dios tiene paciencia. Dios tiene perdón. Dios tiene compasión. Dios tiene amor.
Por siglos, teólogos y filósofos han observado la religión al revés. El fenómeno central – el misterio y milagro – no es nuestra fe en Dios. Es la fe de Dios en nosotros.
Piensa acerca de una vez en que alguien creyó en tí. ¿Cómo te sentiste?
¿Cómo se ve afectada la forma en que piensas acerca de tu potencial por la idea de que Dios cree en nosotros?
¿Puedes pensar en un personaje del Tanaj en quien Dios mostró su fe, aunque seguía cometiendo errores?
These questions come from our Family Edition series on the Parsha and Haftara, based on the teaching of Rabbi Sacks. View Bereishit here >
¿Por qué fuimos creados?
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Hay una pregunta profunda en el corazón de la fe judía, que raramente es articulada. Al comienzo de la Torá vemos a Dios creando el universo día por día, generando orden del caos, vida de la materia inanimada, flora y fauna en toda su majestuosa diversidad. En cada etapa Dios admira lo que Él creó y lo declara bueno.
Entonces, ¿qué salió mal? ¿Cómo entró en escena la maldad, poniendo en movimiento el drama acerca del cual la Torá, y en cierta forma la historia completa, es un recuento? La respuesta corta es: el hombre, Homo Sapiens, nosotros mismos. Sólo nosotros de todas las formas de vida conocidas tenemos libre albedrío, responsabilidad moral y sobre nuestras elecciones. Los gatos no debaten la ética de matar ratones. Los murciélagos vampiros no se vuelven vegetarianos. Las vacas no se preocupan acerca del calentamiento global.
Es la compleja capacidad de hablar, pensar y elegir entre distintos cursos de acción que es a la vez nuestra gloria, nuestra carga y nuestra vergüenza. Cuando hacemos cosas buenas estamos sólo un pequeño escalón por debajo de los ángeles. Cuando hacemos el mal, caemos más bajo que las bestias. Entonces, ¿por qué Dios se arriesgó a crear una forma de vida capaz de destruir el orden que Él había creado y declarado bueno? ¿Por qué Dios nos creó?
Esa es la pregunta que hace la Guemará en Sanedrín:
Técnicamente la Guemará está abordando un desafío de estilo en el texto. Por cada acto de creación en Génesis 1, la Torá nos dice: “Dios dijo: ‘Que haya... Y hubo.” Sólo en el caso de la creación de la humanidad, hay un prefacio, un preludio. “Entonces Dios dijo ‘Hagamos la humanidad a nuestra imagen y semejanza…’” ¿Por qué “hagamos”? ¿Y por qué el preámbulo?
En su manera aparentemente inocente e infantil (pero en realidad sutil y profunda) los Sabios respondieron ambas preguntas al decir (citando a Hamlet) que con una empresa de tal vigor e importancia, Dios consultó con los ángeles. Ellos eran el “nosotros” en “hagamos”.
Pero ahora la pregunta se vuelve ciertamente profunda. Porque al crear a los humanos, Dios trajo al mundo la única forma de vida, con la única excepción de Él mismo, capaz de libertad y elección. Eso es lo que el versículo pretende decir cuando dice “Hagamos a la humanidad a nuestra imagen y semejanza.” El punto más importante es que Dios no tiene imagen. Hacer una imagen de Dios es un acto arquetípico de idolatría.
Eso no solo significa el hecho obvio de que Dios es invisible. No puede ser visto. No puede ser identificado con nada en la naturaleza: no el sol, la luna, el trueno, el rayo, el océano o cualquiera de los otros objetos o fuerzas que las personas adoraban en ese tiempo. En este sentido superficial, Dios no tiene imagen. Eso, escribió Freud en su último libro, Moisés y el Monoteísmo, fue la mayor contribución del judaísmo. Al adorar a un Dios invisible, los judíos inclinaron la balanza de la civilización de lo físico a lo espiritual.
Pero la idea de que Dios no tiene imagen es mucho más profunda. Significa que no podemos conceptualizar a Dios, comprenderLo, o predecirLo. Dios no es una esencia abstracta, Él es una presencia viva. Ese es el significado de la autodefinición de Dios ante Moshé en la zarza ardiente: “Seré el que seré” – significando “Seré lo que Yo elija ser.” Soy el Dios de la libertad, que dotó a la humanidad de libertad, y estoy por liderar a los hijos de Israel de la esclavitud a la libertad.
Cuando Dios hizo a la humanidad a Su imagen, significa que Él le dio a los humanos la libertad de elegir, para que nunca puedas predecir completamente lo que harán. Ellos también – dentro de los límites de la finitud y mortalidad – serán lo que ellos elijan ser. Lo que significa que cuando Dios le dio a los humanos la libertad de actuar bien, Él también les dio la libertad de actuar mal. No hay forma de evitar el dilema, ni siquiera para Dios Mismo. Y así fue. Adán y Eva pecaron. El primer hijo humano, Caín, asesinó al segundo, Abel, y en un breve espacio de tiempo el mundo se llenó de violencia.
En uno de los pasajes más fuertes de todo el Tanaj, leemos al final de la parashá de esta semana:
De ahí la pregunta de los ángeles, que es también la pregunta definitiva en el corazón de la fe. ¿Por qué Dios, sabiendo los riesgos y peligros, creó una especie que podría rebelarse y se rebeló contra Él, devastó el medio ambiente, cazó otras especies hasta la extinción, y oprimió y mató a su prójimo?
El Talmud, imaginando una conversación entre Dios y los ángeles, sugiere una tensión dentro de la mente del propio Dios. La respuesta que Dios le da a los ángeles es extraordinaria: “Incluso a una edad avanzada no cambiaré, e incluso con el pelo cano seguiré siendo paciente.” Lo que quiere decir es: Yo, Dios, estoy preparado para esperar. Si toma diez generaciones para que emerja un Noaj, y otras diez para un Abraham, seré paciente. No importa cuántas veces los humanos Me decepcionen, no cambiaré. No importa cuánta maldad haya en el mundo Yo no perderé la esperanza. Ya perdí la esperanza una vez y provoqué un Diluvio. Pero después de ver que los humanos son meramente humanos, ya nunca traeré un Diluvio otra vez.
Dios creó a la humanidad porque Dios tiene fe en la humanidad. Mucho más que nosotros tenemos fe en Dios, Dios tiene fe en nosotros. Podemos fallar muchas veces, pero cada vez que fracasamos, Dios dice: “Incluso a una edad avanzada no cambiaré, e incluso con el pelo cano seguiré siendo paciente.” Nunca me daré por vencido con la humanidad. Nunca perderé la fe. Esperaré el tiempo que sea necesario para que los humanos aprendan a no oprimir, esclavizar o usar la violencia contra otros humanos. Esa, sugiere el Talmud, es la única explicación concebible a por qué un Dios bueno, sabio, omnisciente y todopoderoso creó una criatura falible y destructiva como nosotros. Dios tiene paciencia. Dios tiene perdón. Dios tiene compasión. Dios tiene amor.
Por siglos, teólogos y filósofos han observado la religión al revés. El fenómeno central – el misterio y milagro – no es nuestra fe en Dios. Es la fe de Dios en nosotros.
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La herencia que pertenece a todos
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