Los límites del libre mercado

בהר-בחוקותי

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Mientras escribía este ensayo, un titular de periódico llamó mi atención. Decía: “Las personas más ricas del Reino Unido han desafiado la profunda recesión y se han vuelto aún más ricas en el último año”.[1]

Esto sucedió a pesar de que la mayoría de las personas se han empobrecido o, al menos, han visto estancarse su ingreso real desde la crisis financiera de 2008. Como dice el refrán: “Nada es más seguro: los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres”. Es a este fenómeno al que se dirige la legislación social de la parashá Behar.

Levítico 25 establece una serie de leyes cuyo objetivo es corregir la tendencia hacia una desigualdad radical y creciente que surge del funcionamiento sin restricciones del libre mercado. Así tenemos el año sabático (shemitá), en el que se cancelaban las deudas, se liberaban los esclavos hebreos, la tierra descansaba y sus frutos sin cosechar pertenecían a todos. Estaba también el año del jubileo (yovel), en el que, con algunas excepciones, las tierras ancestrales regresaban a sus propietarios originales. Estaba el mandato de ayudar al necesitado: “Si alguno de tus hermanos empobrece y no puede sostenerse entre ustedes, sosténlo, como a un extranjero o residente, para que pueda vivir contigo” (Lev. 25:35). Y la obligación de tratar al esclavo no como tal, sino como a un “jornalero o residente transitorio” (Lev. 25:40).

Como señaló Heinrich Heine:

“Moisés no quiso abolir la propiedad; deseaba, por el contrario, que todos tuvieran algo, para que nadie, por causa de la pobreza, fuera esclavo con una mentalidad esclava. La libertad fue siempre el pensamiento supremo de este gran libertador, y aún respira y arde en todas sus leyes sobre el pauperismo.”

Israel Tabak, Judaic Lore in Heine, Johns Hopkins University Press, 1979, p. 32

A pesar de la antigüedad de estas leyes, han inspirado una y otra vez a quienes luchan con las cuestiones de libertad, equidad y justicia. El versículo sobre el año del jubileo (“Proclamarás libertad en toda la tierra para todos sus habitantes.” Lev. 25:10) está grabado en la Campana de la Libertad en Filadelfia. El movimiento internacional que comenzó a fines de los años 90, con más de 40 naciones pidiendo la cancelación de la deuda del Tercer Mundo, se llamó Jubilee 2000 y se inspiró directamente en nuestra parashá.

El enfoque de la Torá hacia la política económica es poco común. Claramente no podemos hacer inferencias directas desde leyes dadas hace más de tres mil años, en una era agrícola y a una sociedad conscientemente bajo la soberanía de Dios, hacia las circunstancias del siglo XXI, con su economía global y corporaciones multinacionales. Entre los textos antiguos y su aplicación contemporánea se encuentra todo el proceso cuidadoso de la tradición y la interpretación de la Torá Oral (Torá shebeal pe).

Sin embargo, sí parecen emerger algunos principios importantes. El trabajo —ganarse la vida, obtener el pan diario— tiene dignidad. Un Salmo (Tehilim 128:2) afirma:

“Cuando comas del trabajo de tus manos, dichoso serás, y bien te irá.”

Salmos 128:2

Lo decimos cada sábado por la noche, al comenzar la semana laboral. A diferencia de las culturas aristocráticas, como la de la antigua Grecia, el judaísmo nunca despreció el trabajo ni la economía productiva. No favoreció la creación de una clase ociosa.

“El estudio de la Torá sin un oficio terminará en fracaso y conducirá al pecado.”

Avot 2:2

Asimismo, salvo que haya razones de peso, uno tiene derecho al fruto de su trabajo. El judaísmo desconfía de los gobiernos grandes, por considerarlos una amenaza a la libertad. Ese es el núcleo de la advertencia del profeta Samuel sobre la monarquía: un rey, dice, “tomará lo mejor de tus campos, tus viñedos y olivares, y se lo dará a sus servidores... Tomará el diezmo de tus rebaños, y tú mismo te convertirás en su esclavo” (Sam. I 8).

El judaísmo es la religión de un pueblo nacido en la esclavitud y que anhelaba la redención; y la gran afrenta de la esclavitud contra la dignidad humana es que me priva de la propiedad de la riqueza que yo mismo genero. En el corazón de la Biblia hebrea está el Dios que busca la adoración libre de seres humanos libres, y una de las defensas más poderosas de la libertad es la propiedad privada como base de la independencia económica. La sociedad ideal que imaginan los profetas es aquella en la que cada uno puede sentarse “bajo su propia vid y su propia higuera” (Miqueas 4:4).

La economía de mercado utiliza el combustible de la competencia para sostener el fuego de la innovación. Mucho antes de Adam Smith, el judaísmo ya había aceptado la idea de que los mayores avances a menudo surgen de impulsos poco espirituales. “Vi”, dice el autor de Eclesiastés, “que todo trabajo y todo logro provienen de la envidia del hombre hacia su prójimo”. O, como dijeron los sabios del Talmud: “Si no fuera por la inclinación al mal, nadie construiría una casa, se casaría, tendría hijos ni haría negocios”.

Incluso en el ámbito educativo judío, los rabinos favorecieron el libre mercado. Un maestro ya establecido no podía oponerse a que otro abriera una escuela en competencia. La razón que daban era simple: “Los celos entre los sabios aumentan la sabiduría” (Bava Batra 21a).

La economía de mercado es el mejor sistema que conocemos para aliviar la pobreza mediante el crecimiento económico. En una sola generación —en años recientes— ha sacado a 100 millones de indios y 400 millones de chinos de la pobreza, y los sabios veían la pobreza como una afrenta a la dignidad humana. La pobreza no es una condición bendita ni ordenada por Dios. Es, dijeron los rabinos, “una forma de muerte” y “peor que cincuenta plagas”. Decían: “Nada es más difícil de soportar que la pobreza, porque quien es aplastado por la pobreza es como aquel sobre quien se abaten todas las desgracias del mundo y todas las maldiciones de Deuteronomio. Si todas las demás desgracias estuvieran de un lado y la pobreza del otro, la pobreza pesaría más que todas”.

Sin embargo, la economía de mercado es mejor para producir riqueza que para distribuirla equitativamente. La concentración de riqueza en pocas manos otorga poder desproporcionado a algunos, a costa de otros. Hoy, en el Reino Unido, no es raro que los directores ejecutivos ganen al menos 400 veces más que sus empleados. Esto no ha producido crecimiento económico ni estabilidad financiera, sino lo contrario. Mientras escribo estas palabras, uno de los asesores de Margaret Thatcher, Ferdinand Mount, acaba de publicar una crítica de la desregulación financiera que ella promovió: The New Few. Igualmente destacable es el reciente libro del economista surcoreano Ha-Joon Chang, 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo. No es una crítica al sistema de mercado —que él sigue considerando el mejor que existe—, pero en sus palabras, “requiere regulación y dirección cuidadosas”.

Eso es precisamente lo que representa la legislación contenida en Behar. Nos enseña que todo sistema económico debe existir dentro de un marco moral. No necesita apuntar a la igualdad económica, pero sí debe respetar la dignidad humana. Nadie debe quedar permanentemente atrapado en cadenas de deuda. Nadie debe ser privado de una participación en el bien común, que en tiempos bíblicos significaba una porción de tierra. Nadie debe ser esclavo de su empleador. Todos tienen derecho —un día en siete, un año en siete— a un respiro frente a las presiones constantes del trabajo. Nada de esto implica desmantelar la economía de mercado, pero sí puede requerir redistribución periódica.

En el corazón de estas leyes hay una visión profundamente humana de la sociedad. “Ningún hombre es una isla.” Somos responsables los unos por los otros y nuestros destinos están entrelazados. Quienes han sido bendecidos por Dios con más de lo que necesitan deben compartir parte de ese excedente con quienes tienen menos de lo necesario. Esto, en el judaísmo, no es un acto de caridad, sino de justicia: eso es lo que significa tzedaká. Necesitamos algo de ese espíritu en las economías avanzadas de hoy si no queremos ser testigos de miseria humana y agitación social.

Nadie lo dijo mejor que Isaías, en el primer capítulo del libro que lleva su nombre:

Busquen la justicia, animen al oprimido,
Defiendan la causa del huérfano,
Aboguen por la viuda...

Isaías 1:17

La humanidad no fue creada para servir a los mercados. Los mercados fueron hechos para servir a la imagen de Dios que es la humanidad.


[1] El Rabino Sacks escribió este ensayo en Abril de 2012. El titular que menciona se puede ver aquí: https://www.bbc.com/news/uk-17883101


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  1. ¿Cuál es la relación entre el concepto de libertad y la pobreza?
  2. ¿Cómo sería un mundo en el que todos tuvieran “lo justo y necesario”?
  3. Si pudieras cambiar una cosa sobre el funcionamiento del dinero en nuestro mundo, ¿cuál sería?
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