Hay un viejo dicho que dice que lo que hace reír a Dios son nuestros planes para el futuro.[1] Sin embargo, si tomamos al Tanaj como guía, lo que le causa risa a Dios son nuestros delirios de grandeza. Desde el punto de vista del Cielo, el absurdo máximo es cuando los humanos se creen dioses.
Hay varios ejemplos de esto en la Torá. Uno de ellos, que solo recientemente se ha aclarado totalmente, es la historia de la Torre de Babel. Los hombres se reúnen en la planicie de Shinar y deciden construir una ciudad con una torre “que llegará hasta el cielo.” Tenemos ahora una confirmación arqueológica del hecho. En varios zigurats, incluyendo el templo de Marduk en Babilonia, se han encontrado inscripciones indicando que llegan al cielo.[2]
La idea era que las construcciones elevadas – montañas hechas por los hombres – les permitirían escalar hasta la morada de los dioses y así comunicarse con ellos. Las ciudades-estado de la Mesopotamia se contaban entre los primeros sitios de la civilización, uno de los lugares fundamentales en la historia de la vida humana sobre la tierra. Antes del advenimiento de la agricultura se vivía temiendo lo que estaba vinculado a la naturaleza: los depredadores, bandas de otras tribus, y las vicisitudes del frío y el calor, sequía e inundaciones. Su destino dependía de factores fuera de su control.
La propagación de la agricultura y la cría de los animales domesticados, hicieron que la gente se reuniera en pueblos, luego en ciudades e imperios. Se produjo entonces un punto de quiebre en el equilibrio entre naturaleza y cultura. Por primera vez los seres humanos no estuvieron sometidos a la adaptación al medio ambiente. Podían adaptar el medio a su gusto. En este punto ellos – especialmente sus gobernantes – comenzaron a vislumbrarse como dioses, semidioses, o personas con la capacidad de influir sobre los dioses.
El símbolo más conspicuo de esto fue la construcción de edificaciones en escala monumental: los zigurats de Babilonia y de otras ciudades mesopotámicas, las pirámides de Egipto. Erigidas sobre la planicie del Tigris-Éufrates y en el valle del delta del Nilo, dominaban las inmediaciones. La gran pirámide de Giza, construida aún antes del nacimiento de Abraham, era tan monumental que durante cuatro mil años fue la edificación más alta hecha por el hombre.
El hecho es que estas montañas artificiales construidas por manos humanas sugirieron a sus constructores que el hombre había adquirido poderes divinos. Levantaron una escalinata al cielo. De ahí la significación de la frase del relato de la torre en la Torá, “Y el Señor bajó para ver a la ciudad y a la torre, que los hijos del hombre habían construido.” Es aquí que ríe Dios. En la Tierra, los seres humanos pensaron que habían llegado al cielo, pero para Dios la construcción era tan infinitésima, tan microscópica, que hasta tuvo que bajar para poder verla. Solo con el desarrollo de la aviación podemos ver cuán pequeña es la apariencia de los edificios más altos a diez mil metros de altura.
Para acabar con su arrogancia Dios simplemente “confundió su lenguaje” (Gen. 11:7). Ya no se comprendían unos a otros. Todo el proyecto se transformó en una farsa. Podemos visualizar la escena. El capataz pide un ladrillo y le entregan un martillo. Le dice al operario que vaya a la derecha y él va a la izquierda. El proyecto se hundió en un mar de incomprensión. Los hombres pensaron que podían elevarse hasta el cielo, pero al final ni podían entender lo que les estaba diciendo la persona que tenían a su lado. La torre inconclusa terminó siendo el símbolo del inevitable fracaso de la ambición desmedida. Los constructores lograron lo que querían pero no de la forma deseada. Querían “hacerse un nombre” (Gen. 11:4) y lo lograron, pero en lugar de ser el ejemplo de la capacidad del hombre de llegar hasta el cielo, Babel se convirtió en balbuceo, emblema de confusión. La insolencia se transformó en tormento.
El segundo ejemplo fue en Egipto durante las primeras plagas. Moshé y Aarón convirtieron el agua del Nilo en sangre y Egipto se llenó de ranas. Después leemos que los magos egipcios quisieron evidenciar que tenían igual poder. Estaban tan preocupados en mostrar que podían hacer lo mismo que los hebreos, que no se dieron cuenta de que estaban empeorando las cosas. La verdadera habilidad hubiera sido volver a transformar la sangre en agua y hacer desaparecer a las ranas.
Oímos la risa Divina especialmente en la tercera plaga: los piojos. Esta fue la primera vez que los magos trataron de reproducir la plaga y fallaron. Volvieron derrotados al faraón y le dijeron “Es el dedo de Dios.” Lo humorístico aparece cuando recordamos que el símbolo de poder de los egipcios era la arquitectura monumental: pirámides, templos, palacios y estatuas de gran escala. Dios les mostró Su poder mediante el más pequeño de los insectos que producen dolor pero son casi invisibles. Nuevamente la insolencia se transforma en tormento. Cuando la gente cree que es grande, Dios le demuestra que son pequeños – y viceversa. Son aquellos que se consideran pequeños – nadie mejor que Moshé, el más humilde de los hombres – los verdaderamente grandes.
Esto explica el curioso episodio del asno parlante de Bilam. No es un cuento fantástico ni un simple milagro. Surgió por cómo consideraban los pueblos de Moab y Midian a Bilam – y quizás, por extensión, como se consideraba Bilam a sí mismo. El rey moabita Balak, junto con los líderes de los midianitas mandó una delegación a ver a Bilam pidiéndole que maldiga a los israelitas. “Ven ahora, maldice a este pueblo por mí, ya que son demasiado poderosos para mí… porque sé que a quien tú bendices será bendecido y a quien maldices, maldecido.”(Núm. 22:6)
Esta es la visión pagana del hombre santo: el chamán, el mago, el milagrero, la persona con acceso a poderes sobrenaturales. La visión de la Torá es precisamente la opuesta. Es Dios el que bendice y maldice, no los seres humanos. “Bendeciré a quien tú bendices y maldeciré a quien maldices” le dijo Dios a Abraham (Gen. 12:3). “Ellos pondrán Mi nombre sobre los hijos de Israel y Yo los bendeciré,” dijo acerca de los sacerdotes (Núm. 6:27). La idea de que se puede contratar a un hombre santo para maldecir, presupone que Dios puede ser sobornado.
Es cierto que la narrativa es oscura. Dios le dice a Bilam que no vaya. Balak manda una nueva delegación con una oferta más tentadora. Esta vez Dios le dice que sí vaya con ellos, pero que diga solo lo que Él le indique. A la mañana siguiente Bilam se dispone a salir con los moabitas pero el texto dice que Dios estaba “enojado” con él por haber ido (Núm. 22:22). Es ahí donde aparece el episodio del asno.
El asno ve a un ángel obstaculizando el camino. Sale del camino, pero Bilam lo azota y lo obliga a volver a la senda. El ángel sigue en el lugar y el asno vira hacia una pared, lastimando el pie de Bilam. Éste le pega nuevamente, pero el asno finalmente se recuesta, negándose a avanzar. Es ahí donde el asno comienza a hablar. Bilam levanta la vista y ve al ángel, que hasta ese momento le era invisible.
¿Por qué Dios primero le dijo que no fuera, después le dijo que fuera y por último se enojó cuando fue? Evidentemente Dios podía leerle la mente a Bilam y sabía que en realidad quería maldecir a los Israelitas. Sabemos que era así, porque después de fallar en su intención de maldecirlos, Bilam logró causarles daño cuando avisó a los midianitas que buscaran a sus mujeres para seducirlos, generando la ira de Dios (Núm. 31:16). Bilam no era precisamente amigo de los israelitas.
Pero la historia del asno que habla revela otra instancia de la risa Divina. He aquí que se trataba de un hombre que era un maestro de las fuerzas sobrenaturales. La gente pensaba que podía bendecir o maldecir a quien él quisiera. Dios, nos dice la Torá, no es para nada así. Tuvo dos mensajes, uno para los moabitas y midianitas, y otro para Bilam mismo.
Les mostró a los moabitas y los madianitas que Israel no es maldecido, sino bendecido. Cuanto más intenten maldecirlo, más será bendecido y ellos mismos serán maldecidos. Eso ocurre así ahora como entonces. Hay movimientos en todo el mundo destinados a maldecir al Estado y al pueblo de Israel. Cuanta mayor la maldad de los enemigos, más fuerte se torna Israel y mayores desastres llevan sus enemigos a sus propios pueblos.
Dios tuvo un mensaje diferente para Bilam, y fue muy concreto. Si piensas que puedes controlar a Dios, entonces – dice Dios – te mostraré que puedo transformar a un asno en profeta y a un profeta en asno. Tu animal verá ángeles para los cuales tú eres ciego. Bilam tuvo que admitir:
¿Cómo puedo maldecir a los que Dios no ha maldecido?
¿Cómo puedo denunciar a los que Dios no ha denunciado?
Núm. 23:8
La insolencia se transforma eventualmente en tormento. En un mundo en que los que gobiernan están dedicados a proyectos interminables de auto-engrandecimiento, solo Israel produjo una narrativa que le atribuye sus éxitos a Dios y sus fracasos a ellos mismos. Lejos de debilitarlos esto los ha fortalecido extraordinariamente.
Es así para nosotros como individuos. He mencionado anteriormente a un querido amigo, ya fallecido, sobre el cual se ha dicho que “tomó seriamente a Dios y no necesitó tomarse demasiado en serio a sí mismo.” Los profetas paganos como Bilam todavía no habían aprendido la lección que todos nosotros debemos aprender algún día: lo que importa no es que Dios haga lo que nosotros queremos, sino que nosotros hagamos lo que quiere Él. Dios se ríe de los que creen que tienen poderes divinos. Lo opuesto es cierto, cuanto más pequeños nos veamos, más grandes seremos.
[1] La versión de John Lennon es: “La vida es lo que transcurre mientras estás haciendo otros planes.”
[2] La torre de Babel está referida en Emuná Elish como “Esaglia”, que significa “la casa de levantar la cabeza.” Nabopolasar y Nebujadnesar ambos mencionaron este monumento en inscripciones en que relatan que “levantaron la cabeza” a la torre que “rivalizaba con los cielos.” Nahum Sarna, Understanding Genesis (Nueva York: Schoken Books, 1970), p. 73.
¿Por qué crees que Bilam se volvió tan arrogante que creyó tener poderes sobrenaturales?
¿Por qué crees que Dios eligió a un burro como mensajero para enseñarle una lección?
El diccionario define epifanía como “una manifestación espontánea de la esencia o el significado de algo; la comprensión o percepción de la realidad a través…
Lo que hace reir a Dios
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Balak
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Hay un viejo dicho que dice que lo que hace reír a Dios son nuestros planes para el futuro.[1] Sin embargo, si tomamos al Tanaj como guía, lo que le causa risa a Dios son nuestros delirios de grandeza. Desde el punto de vista del Cielo, el absurdo máximo es cuando los humanos se creen dioses.
Hay varios ejemplos de esto en la Torá. Uno de ellos, que solo recientemente se ha aclarado totalmente, es la historia de la Torre de Babel. Los hombres se reúnen en la planicie de Shinar y deciden construir una ciudad con una torre “que llegará hasta el cielo.” Tenemos ahora una confirmación arqueológica del hecho. En varios zigurats, incluyendo el templo de Marduk en Babilonia, se han encontrado inscripciones indicando que llegan al cielo.[2]
La idea era que las construcciones elevadas – montañas hechas por los hombres – les permitirían escalar hasta la morada de los dioses y así comunicarse con ellos. Las ciudades-estado de la Mesopotamia se contaban entre los primeros sitios de la civilización, uno de los lugares fundamentales en la historia de la vida humana sobre la tierra. Antes del advenimiento de la agricultura se vivía temiendo lo que estaba vinculado a la naturaleza: los depredadores, bandas de otras tribus, y las vicisitudes del frío y el calor, sequía e inundaciones. Su destino dependía de factores fuera de su control.
La propagación de la agricultura y la cría de los animales domesticados, hicieron que la gente se reuniera en pueblos, luego en ciudades e imperios. Se produjo entonces un punto de quiebre en el equilibrio entre naturaleza y cultura. Por primera vez los seres humanos no estuvieron sometidos a la adaptación al medio ambiente. Podían adaptar el medio a su gusto. En este punto ellos – especialmente sus gobernantes – comenzaron a vislumbrarse como dioses, semidioses, o personas con la capacidad de influir sobre los dioses.
El símbolo más conspicuo de esto fue la construcción de edificaciones en escala monumental: los zigurats de Babilonia y de otras ciudades mesopotámicas, las pirámides de Egipto. Erigidas sobre la planicie del Tigris-Éufrates y en el valle del delta del Nilo, dominaban las inmediaciones. La gran pirámide de Giza, construida aún antes del nacimiento de Abraham, era tan monumental que durante cuatro mil años fue la edificación más alta hecha por el hombre.
El hecho es que estas montañas artificiales construidas por manos humanas sugirieron a sus constructores que el hombre había adquirido poderes divinos. Levantaron una escalinata al cielo. De ahí la significación de la frase del relato de la torre en la Torá, “Y el Señor bajó para ver a la ciudad y a la torre, que los hijos del hombre habían construido.” Es aquí que ríe Dios. En la Tierra, los seres humanos pensaron que habían llegado al cielo, pero para Dios la construcción era tan infinitésima, tan microscópica, que hasta tuvo que bajar para poder verla. Solo con el desarrollo de la aviación podemos ver cuán pequeña es la apariencia de los edificios más altos a diez mil metros de altura.
Para acabar con su arrogancia Dios simplemente “confundió su lenguaje” (Gen. 11:7). Ya no se comprendían unos a otros. Todo el proyecto se transformó en una farsa. Podemos visualizar la escena. El capataz pide un ladrillo y le entregan un martillo. Le dice al operario que vaya a la derecha y él va a la izquierda. El proyecto se hundió en un mar de incomprensión. Los hombres pensaron que podían elevarse hasta el cielo, pero al final ni podían entender lo que les estaba diciendo la persona que tenían a su lado. La torre inconclusa terminó siendo el símbolo del inevitable fracaso de la ambición desmedida. Los constructores lograron lo que querían pero no de la forma deseada. Querían “hacerse un nombre” (Gen. 11:4) y lo lograron, pero en lugar de ser el ejemplo de la capacidad del hombre de llegar hasta el cielo, Babel se convirtió en balbuceo, emblema de confusión. La insolencia se transformó en tormento.
El segundo ejemplo fue en Egipto durante las primeras plagas. Moshé y Aarón convirtieron el agua del Nilo en sangre y Egipto se llenó de ranas. Después leemos que los magos egipcios quisieron evidenciar que tenían igual poder. Estaban tan preocupados en mostrar que podían hacer lo mismo que los hebreos, que no se dieron cuenta de que estaban empeorando las cosas. La verdadera habilidad hubiera sido volver a transformar la sangre en agua y hacer desaparecer a las ranas.
Oímos la risa Divina especialmente en la tercera plaga: los piojos. Esta fue la primera vez que los magos trataron de reproducir la plaga y fallaron. Volvieron derrotados al faraón y le dijeron “Es el dedo de Dios.” Lo humorístico aparece cuando recordamos que el símbolo de poder de los egipcios era la arquitectura monumental: pirámides, templos, palacios y estatuas de gran escala. Dios les mostró Su poder mediante el más pequeño de los insectos que producen dolor pero son casi invisibles. Nuevamente la insolencia se transforma en tormento. Cuando la gente cree que es grande, Dios le demuestra que son pequeños – y viceversa. Son aquellos que se consideran pequeños – nadie mejor que Moshé, el más humilde de los hombres – los verdaderamente grandes.
Esto explica el curioso episodio del asno parlante de Bilam. No es un cuento fantástico ni un simple milagro. Surgió por cómo consideraban los pueblos de Moab y Midian a Bilam – y quizás, por extensión, como se consideraba Bilam a sí mismo. El rey moabita Balak, junto con los líderes de los midianitas mandó una delegación a ver a Bilam pidiéndole que maldiga a los israelitas. “Ven ahora, maldice a este pueblo por mí, ya que son demasiado poderosos para mí… porque sé que a quien tú bendices será bendecido y a quien maldices, maldecido.”(Núm. 22:6)
Esta es la visión pagana del hombre santo: el chamán, el mago, el milagrero, la persona con acceso a poderes sobrenaturales. La visión de la Torá es precisamente la opuesta. Es Dios el que bendice y maldice, no los seres humanos. “Bendeciré a quien tú bendices y maldeciré a quien maldices” le dijo Dios a Abraham (Gen. 12:3). “Ellos pondrán Mi nombre sobre los hijos de Israel y Yo los bendeciré,” dijo acerca de los sacerdotes (Núm. 6:27). La idea de que se puede contratar a un hombre santo para maldecir, presupone que Dios puede ser sobornado.
Es cierto que la narrativa es oscura. Dios le dice a Bilam que no vaya. Balak manda una nueva delegación con una oferta más tentadora. Esta vez Dios le dice que sí vaya con ellos, pero que diga solo lo que Él le indique. A la mañana siguiente Bilam se dispone a salir con los moabitas pero el texto dice que Dios estaba “enojado” con él por haber ido (Núm. 22:22). Es ahí donde aparece el episodio del asno.
El asno ve a un ángel obstaculizando el camino. Sale del camino, pero Bilam lo azota y lo obliga a volver a la senda. El ángel sigue en el lugar y el asno vira hacia una pared, lastimando el pie de Bilam. Éste le pega nuevamente, pero el asno finalmente se recuesta, negándose a avanzar. Es ahí donde el asno comienza a hablar. Bilam levanta la vista y ve al ángel, que hasta ese momento le era invisible.
¿Por qué Dios primero le dijo que no fuera, después le dijo que fuera y por último se enojó cuando fue? Evidentemente Dios podía leerle la mente a Bilam y sabía que en realidad quería maldecir a los Israelitas. Sabemos que era así, porque después de fallar en su intención de maldecirlos, Bilam logró causarles daño cuando avisó a los midianitas que buscaran a sus mujeres para seducirlos, generando la ira de Dios (Núm. 31:16). Bilam no era precisamente amigo de los israelitas.
Pero la historia del asno que habla revela otra instancia de la risa Divina. He aquí que se trataba de un hombre que era un maestro de las fuerzas sobrenaturales. La gente pensaba que podía bendecir o maldecir a quien él quisiera. Dios, nos dice la Torá, no es para nada así. Tuvo dos mensajes, uno para los moabitas y midianitas, y otro para Bilam mismo.
Les mostró a los moabitas y los madianitas que Israel no es maldecido, sino bendecido. Cuanto más intenten maldecirlo, más será bendecido y ellos mismos serán maldecidos. Eso ocurre así ahora como entonces. Hay movimientos en todo el mundo destinados a maldecir al Estado y al pueblo de Israel. Cuanta mayor la maldad de los enemigos, más fuerte se torna Israel y mayores desastres llevan sus enemigos a sus propios pueblos.
Dios tuvo un mensaje diferente para Bilam, y fue muy concreto. Si piensas que puedes controlar a Dios, entonces – dice Dios – te mostraré que puedo transformar a un asno en profeta y a un profeta en asno. Tu animal verá ángeles para los cuales tú eres ciego. Bilam tuvo que admitir:
La insolencia se transforma eventualmente en tormento. En un mundo en que los que gobiernan están dedicados a proyectos interminables de auto-engrandecimiento, solo Israel produjo una narrativa que le atribuye sus éxitos a Dios y sus fracasos a ellos mismos. Lejos de debilitarlos esto los ha fortalecido extraordinariamente.
Es así para nosotros como individuos. He mencionado anteriormente a un querido amigo, ya fallecido, sobre el cual se ha dicho que “tomó seriamente a Dios y no necesitó tomarse demasiado en serio a sí mismo.” Los profetas paganos como Bilam todavía no habían aprendido la lección que todos nosotros debemos aprender algún día: lo que importa no es que Dios haga lo que nosotros queremos, sino que nosotros hagamos lo que quiere Él. Dios se ríe de los que creen que tienen poderes divinos. Lo opuesto es cierto, cuanto más pequeños nos veamos, más grandes seremos.
[1] La versión de John Lennon es: “La vida es lo que transcurre mientras estás haciendo otros planes.”
[2] La torre de Babel está referida en Emuná Elish como “Esaglia”, que significa “la casa de levantar la cabeza.” Nabopolasar y Nebujadnesar ambos mencionaron este monumento en inscripciones en que relatan que “levantaron la cabeza” a la torre que “rivalizaba con los cielos.” Nahum Sarna, Understanding Genesis (Nueva York: Schoken Books, 1970), p. 73.
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