Con Pinjás, un nuevo tipo de personaje entra en el mundo de Israel: el zelote.
“Pinjás, hijo de Elazar, hijo Aarón el Sacerdote, ha apartado Mi ira de los israelitas al mostrar celo por Mí entre ellos, de modo que no los consumí en Mi celo.”
Núm. 25:11
Muchos siglos después, le seguiría el único otro personaje en el Tanaj descrito como zelote: el profeta Elías, quien le dice a Dios en el monte Horeb: “He sentido un celo ardiente por el Señor, Dios Todopoderoso” (1 Reyes 19:14).
De hecho, la tradición identificó y vinculó aún más estrechamente a los dos hombres: “Pinjás es Elías” (Yalkut Shimoni, Torá, 771). Pinjás, dice el Targum Yonatán (sobre Núm. 25:12), “se convirtió en un ángel que vive para siempre y será el heraldo de la redención al final de los días.”
Lo verdaderamente fascinante es cómo el judaísmo – tanto bíblico como post bíblico – trató la idea del zelote. Primero, recordemos los dos contextos.
El primero es el de Pinjás. Tras fracasar en su intento de maldecir a los israelitas, Bilam ideó una estrategia que sí tuvo éxito. Convenció a las mujeres moabitas de seducir a los hombres israelitas y luego atraerlos hacia la idolatría. Esto provocó una intensa ira Divina, y estalló una plaga entre los israelitas. Para empeorar las cosas, Zimrí, un líder de la tribu de Shimón, trajo a una mujer madianita al campamento, donde mantuvieron relaciones íntimas abiertamente. Quizás percibiendo que Moshé se sentía impotente – él mismo se había casado con una mujer madianita–, Pinjás tomó la iniciativa y los mató a ambos con una lanza, poniendo fin al comportamiento inmoral y a la plaga, que ya había causado la muerte de 24.000 israelitas. Esa es la historia de Pinjás.
La historia de Elías comienza con la ascensión de Ajav al trono del reino del norte, Israel. El rey se había casado con Jezabel, hija del rey de Sidón, y bajo su influencia introdujo el culto a Baal en el reino, construyendo un templo pagano y erigiendo un poste sagrado en Samaria en honor a la diosa madre ugarítica Aserá. Jezabel, mientras tanto, organizaba una campaña para asesinar a los “profetas del Señor”. La Biblia (1 Reyes 16) dice de Ajav que “hizo más mal ante los ojos del Señor que todos los que lo precedieron.”
Elías anunció que habría una sequía como castigo para el rey y la nación idólatra. Confrontado por Ajav, Elías lo desafió a reunir a los 450 profetas de Baal en el monte Carmel para una prueba. Cuando todos estuvieron presentes, Elías propuso el desafío: los profetas prepararían sacrificios y clamarían a su dios, y él haría lo mismo. Aquel que lograra hacer descender fuego del cielo demostraría cuál es el verdadero Dios. Los profetas de Baal aceptaron, hicieron sus preparativos y clamaron a su dios, pero no ocurrió nada. En un raro gesto de humor sarcástico, Elías les dijo que gritaran más fuerte. Tal vez, dijo, Baal estaba ocupado, viajando o dormido. Los falsos profetas se agitaron frenéticamente, se hicieron cortes hasta que la sangre les brotó, pero aún así no pasó nada. Entonces Elías preparó su sacrificio y pidió al pueblo que lo empapara tres veces con agua, dificultando aún más su encendido. Luego invocó a Dios. Descendió fuego del cielo y consumió el sacrificio. El pueblo, asombrado, exclamó: “¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!”, palabras que decimos hoy en el clímax de Neilá al final de Yom Kipur. El pueblo ejecutó entonces a los falsos profetas de Baal. Dios había sido vindicado.
No cabe duda de que Pinjás y Elías fueron héroes religiosos. Actuaron en momentos de crisis religiosa y moral, cuando la nación enfrentaba una ira Divina palpable. Actuaron mientras los demás, en el mejor de los casos, observaban. Arriesgaron sus vidas al hacerlo. No cabe duda de que la multitud pudo haberse vuelto contra ellos y atacarlos. De hecho, tras el juicio en el Carmel, Jezabel anunció que planeaba matar a Elías. Ambos hombres actuaron por el bien de Dios y del bienestar espiritual de la nación. Y el mismo Dios es llamado “celoso” muchas veces en la Torá.
Sin embargo, su tratamiento tanto en la Torá escrita como en la oral es profundamente ambivalente. Dios le da a Pinjás “Mi pacto de paz”, lo que implica que nunca más tendrá que asumir el papel de zelote. De hecho, en el judaísmo, el derramamiento de sangre humana es incompatible con el servicio en el Santuario (al rey David se le prohibió construir el Templo por esta razón: véase 1 Crónicas 22:8, 28:3). En cuanto a Elías, fue implícitamente reprendido por Dios en una de las escenas más grandes de la Biblia. De pie en Joreb, Dios le mostró un torbellino, un terremoto y un fuego, pero Dios no estaba en ninguno de ellos. Luego se manifestó a Elías en una “voz suave y apacible” (1 Reyes 19). Entonces le preguntó por segunda vez: “¿Qué haces aquí?”, y Elías respondió con las mismas palabras que antes: “He sentido un celo ardiente por el Señor, Dios Todopoderoso”. No había entendido que Dios intentaba decirle que Él no se manifiesta en la confrontación violenta, sino en la suavidad y la palabra dicha con calma. Dios entonces le ordena ungir a Elisha como su sucesor.
Es decir, tanto Pinjás como Elías son, de alguna manera, suavemente reprendidos por Dios.
Desde el punto de vista halájico, el precedente de Pinjás es extremadamente limitado. Aunque su acto fue legal, los Sabios afirmaron que si Zimrí hubiera dado vuelta y matado a Pinjás en defensa propia, habría sido inocente. Si Pinjás hubiera matado a Zimrí incluso un instante después del acto inmoral, habría sido culpable de asesinato. Y si Pinjás hubiera preguntado a un tribunal si podía hacer lo que estaba por hacer, la respuesta habría sido no. Este es un ejemplo raro de la regla halajá ve-ein morin ken, “Es una ley que no se enseña” (Sanedrín 82a).
¿Por qué esta ambivalencia moral? La respuesta más simple es que el zelote no actúa dentro de los parámetros normales de la ley. Zimrí pudo haber cometido un pecado con pena de muerte, pero Pinjás ejecutó el castigo sin juicio. Elías pudo haber actuado bajo el imperativo de erradicar la idolatría en Israel, pero realizó un acto —ofrecer un sacrificio fuera del Templo— que normalmente está prohibido por la ley judía. Existen circunstancias atenuantes en las que el rey o el tribunal pueden ejecutar castigos extrajudiciales para preservar el orden social (véase Maimónides, Hiljot Sanedrín 24:4; Hiljot Melajim 3:10). Pero Pinjás no era rey ni actuaba como representante del tribunal. Actuaba por iniciativa propia, tomando la ley en sus propias manos (avid dina lenafshei). Hay casos en los que esto se justifica, y donde la inacción traería consecuencias catastróficas. Pero en general, no se nos está permitido hacerlo, ya que el resultado sería anarquía y violencia generalizada.
Más profundamente, el zelote en efecto asume el lugar de Dios. Como dice Rashi, comentando la frase “Pinjás... apartó Mi ira de los israelitas al mostrar celo por Mí”, Pinjás “ejecutó Mi venganza y expresó la ira que Yo debería haber mostrado” (Rashi sobre Núm. 25:11).
En el judaísmo, se nos ordena “andar en los caminos de Dios” e imitar Sus atributos. “Así como Él es misericordioso y compasivo, así tú sé misericordioso y compasivo.” Pero esto no aplica cuando se trata de ejecutar castigos o venganza. Dios, que lo sabe todo, puede sentenciar sin juicio, pero nosotros, como simples humanos, no. Hay formas de justicia que pertenecen únicamente a Dios.
El zelote que toma la ley en sus manos emprende un camino lleno de peligro moral. Solo los más santos pueden hacerlo, una única vez en la vida, y solo en la más extrema de las circunstancias, cuando la nación está en riesgo, cuando no hay otra cosa que hacer y nadie más que pueda hacerlo. Incluso entonces, si el zelote pidiera permiso a un tribunal, le sería negado.
Pinjás da nombre a la parashá en la que Moshé le pide a Dios que nombre un sucesor. El Rabino Menajem Mendel, el Rebe de Kotzk, preguntó por qué Pinjás, héroe del momento, no fue designado en lugar de Yehoshúa. Su respuesta fue que un zelote no puede ser un líder. Ser líder requiere paciencia, tolerancia y respeto por el debido proceso.
Los zelotes que había dentro de Jerusalén sitiada, en los últimos días del Segundo Templo, desempeñaron un papel importante en la destrucción de la ciudad. Estaban más empeñados en luchar entre sí que en enfrentar a los romanos que estaban fuera de las murallas. Nada en la vida religiosa conlleva más riesgo que el celo, y nada es más poderoso que la verdad que Dios enseñó a Elías: que no se encuentra en el uso de la fuerza, sino en la voz suave que aparta al pecador del pecado. En cuanto a la venganza, esta le pertenece solo a Dios.
¿Cómo puedes distinguir entre actuar por enojo y actuar por justicia?
¿Por qué alguien como Pinjás no sería elegido para liderar, incluso después de mostrar heroísmo?
¿Qué hace a un buen líder? ¿Cambian las cualidades ideales según el contexto?
El zelote
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Con Pinjás, un nuevo tipo de personaje entra en el mundo de Israel: el zelote.
Muchos siglos después, le seguiría el único otro personaje en el Tanaj descrito como zelote: el profeta Elías, quien le dice a Dios en el monte Horeb: “He sentido un celo ardiente por el Señor, Dios Todopoderoso” (1 Reyes 19:14).
De hecho, la tradición identificó y vinculó aún más estrechamente a los dos hombres: “Pinjás es Elías” (Yalkut Shimoni, Torá, 771). Pinjás, dice el Targum Yonatán (sobre Núm. 25:12), “se convirtió en un ángel que vive para siempre y será el heraldo de la redención al final de los días.”
Lo verdaderamente fascinante es cómo el judaísmo – tanto bíblico como post bíblico – trató la idea del zelote. Primero, recordemos los dos contextos.
El primero es el de Pinjás. Tras fracasar en su intento de maldecir a los israelitas, Bilam ideó una estrategia que sí tuvo éxito. Convenció a las mujeres moabitas de seducir a los hombres israelitas y luego atraerlos hacia la idolatría. Esto provocó una intensa ira Divina, y estalló una plaga entre los israelitas. Para empeorar las cosas, Zimrí, un líder de la tribu de Shimón, trajo a una mujer madianita al campamento, donde mantuvieron relaciones íntimas abiertamente. Quizás percibiendo que Moshé se sentía impotente – él mismo se había casado con una mujer madianita–, Pinjás tomó la iniciativa y los mató a ambos con una lanza, poniendo fin al comportamiento inmoral y a la plaga, que ya había causado la muerte de 24.000 israelitas. Esa es la historia de Pinjás.
La historia de Elías comienza con la ascensión de Ajav al trono del reino del norte, Israel. El rey se había casado con Jezabel, hija del rey de Sidón, y bajo su influencia introdujo el culto a Baal en el reino, construyendo un templo pagano y erigiendo un poste sagrado en Samaria en honor a la diosa madre ugarítica Aserá. Jezabel, mientras tanto, organizaba una campaña para asesinar a los “profetas del Señor”. La Biblia (1 Reyes 16) dice de Ajav que “hizo más mal ante los ojos del Señor que todos los que lo precedieron.”
Elías anunció que habría una sequía como castigo para el rey y la nación idólatra. Confrontado por Ajav, Elías lo desafió a reunir a los 450 profetas de Baal en el monte Carmel para una prueba. Cuando todos estuvieron presentes, Elías propuso el desafío: los profetas prepararían sacrificios y clamarían a su dios, y él haría lo mismo. Aquel que lograra hacer descender fuego del cielo demostraría cuál es el verdadero Dios. Los profetas de Baal aceptaron, hicieron sus preparativos y clamaron a su dios, pero no ocurrió nada. En un raro gesto de humor sarcástico, Elías les dijo que gritaran más fuerte. Tal vez, dijo, Baal estaba ocupado, viajando o dormido. Los falsos profetas se agitaron frenéticamente, se hicieron cortes hasta que la sangre les brotó, pero aún así no pasó nada. Entonces Elías preparó su sacrificio y pidió al pueblo que lo empapara tres veces con agua, dificultando aún más su encendido. Luego invocó a Dios. Descendió fuego del cielo y consumió el sacrificio. El pueblo, asombrado, exclamó: “¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!”, palabras que decimos hoy en el clímax de Neilá al final de Yom Kipur. El pueblo ejecutó entonces a los falsos profetas de Baal. Dios había sido vindicado.
No cabe duda de que Pinjás y Elías fueron héroes religiosos. Actuaron en momentos de crisis religiosa y moral, cuando la nación enfrentaba una ira Divina palpable. Actuaron mientras los demás, en el mejor de los casos, observaban. Arriesgaron sus vidas al hacerlo. No cabe duda de que la multitud pudo haberse vuelto contra ellos y atacarlos. De hecho, tras el juicio en el Carmel, Jezabel anunció que planeaba matar a Elías. Ambos hombres actuaron por el bien de Dios y del bienestar espiritual de la nación. Y el mismo Dios es llamado “celoso” muchas veces en la Torá.
Sin embargo, su tratamiento tanto en la Torá escrita como en la oral es profundamente ambivalente. Dios le da a Pinjás “Mi pacto de paz”, lo que implica que nunca más tendrá que asumir el papel de zelote. De hecho, en el judaísmo, el derramamiento de sangre humana es incompatible con el servicio en el Santuario (al rey David se le prohibió construir el Templo por esta razón: véase 1 Crónicas 22:8, 28:3). En cuanto a Elías, fue implícitamente reprendido por Dios en una de las escenas más grandes de la Biblia. De pie en Joreb, Dios le mostró un torbellino, un terremoto y un fuego, pero Dios no estaba en ninguno de ellos. Luego se manifestó a Elías en una “voz suave y apacible” (1 Reyes 19). Entonces le preguntó por segunda vez: “¿Qué haces aquí?”, y Elías respondió con las mismas palabras que antes: “He sentido un celo ardiente por el Señor, Dios Todopoderoso”. No había entendido que Dios intentaba decirle que Él no se manifiesta en la confrontación violenta, sino en la suavidad y la palabra dicha con calma. Dios entonces le ordena ungir a Elisha como su sucesor.
Es decir, tanto Pinjás como Elías son, de alguna manera, suavemente reprendidos por Dios.
Desde el punto de vista halájico, el precedente de Pinjás es extremadamente limitado. Aunque su acto fue legal, los Sabios afirmaron que si Zimrí hubiera dado vuelta y matado a Pinjás en defensa propia, habría sido inocente. Si Pinjás hubiera matado a Zimrí incluso un instante después del acto inmoral, habría sido culpable de asesinato. Y si Pinjás hubiera preguntado a un tribunal si podía hacer lo que estaba por hacer, la respuesta habría sido no. Este es un ejemplo raro de la regla halajá ve-ein morin ken, “Es una ley que no se enseña” (Sanedrín 82a).
¿Por qué esta ambivalencia moral? La respuesta más simple es que el zelote no actúa dentro de los parámetros normales de la ley. Zimrí pudo haber cometido un pecado con pena de muerte, pero Pinjás ejecutó el castigo sin juicio. Elías pudo haber actuado bajo el imperativo de erradicar la idolatría en Israel, pero realizó un acto —ofrecer un sacrificio fuera del Templo— que normalmente está prohibido por la ley judía. Existen circunstancias atenuantes en las que el rey o el tribunal pueden ejecutar castigos extrajudiciales para preservar el orden social (véase Maimónides, Hiljot Sanedrín 24:4; Hiljot Melajim 3:10). Pero Pinjás no era rey ni actuaba como representante del tribunal. Actuaba por iniciativa propia, tomando la ley en sus propias manos (avid dina lenafshei). Hay casos en los que esto se justifica, y donde la inacción traería consecuencias catastróficas. Pero en general, no se nos está permitido hacerlo, ya que el resultado sería anarquía y violencia generalizada.
Más profundamente, el zelote en efecto asume el lugar de Dios. Como dice Rashi, comentando la frase “Pinjás... apartó Mi ira de los israelitas al mostrar celo por Mí”, Pinjás “ejecutó Mi venganza y expresó la ira que Yo debería haber mostrado” (Rashi sobre Núm. 25:11).
En el judaísmo, se nos ordena “andar en los caminos de Dios” e imitar Sus atributos. “Así como Él es misericordioso y compasivo, así tú sé misericordioso y compasivo.” Pero esto no aplica cuando se trata de ejecutar castigos o venganza. Dios, que lo sabe todo, puede sentenciar sin juicio, pero nosotros, como simples humanos, no. Hay formas de justicia que pertenecen únicamente a Dios.
El zelote que toma la ley en sus manos emprende un camino lleno de peligro moral. Solo los más santos pueden hacerlo, una única vez en la vida, y solo en la más extrema de las circunstancias, cuando la nación está en riesgo, cuando no hay otra cosa que hacer y nadie más que pueda hacerlo. Incluso entonces, si el zelote pidiera permiso a un tribunal, le sería negado.
Pinjás da nombre a la parashá en la que Moshé le pide a Dios que nombre un sucesor. El Rabino Menajem Mendel, el Rebe de Kotzk, preguntó por qué Pinjás, héroe del momento, no fue designado en lugar de Yehoshúa. Su respuesta fue que un zelote no puede ser un líder. Ser líder requiere paciencia, tolerancia y respeto por el debido proceso.
Los zelotes que había dentro de Jerusalén sitiada, en los últimos días del Segundo Templo, desempeñaron un papel importante en la destrucción de la ciudad. Estaban más empeñados en luchar entre sí que en enfrentar a los romanos que estaban fuera de las murallas. Nada en la vida religiosa conlleva más riesgo que el celo, y nada es más poderoso que la verdad que Dios enseñó a Elías: que no se encuentra en el uso de la fuerza, sino en la voz suave que aparta al pecador del pecado. En cuanto a la venganza, esta le pertenece solo a Dios.
No considerado entre las naciones
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