Es una escena que aún tiene el poder de impactar y perturbar. El pueblo se queja. No hay agua. Es una queja antigua y predecible. En el desierto pasa eso. Moshé debería haber manejado el tema con facilidad. Había pasado por episodios más difíciles en su tiempo. Pero súbitamente en Mei Merivá (“las aguas de la disputa”) él explota con furia:
“‘Escuchen, rebeldes, ¿quieren que saque agua de esta roca?’ Moshé levantó su mano y golpeó dos veces la roca con su vara.”
Números 20:10-11
En ensayos anteriores he argumentado que Moshé no pecó. Sencillamente Moshé era el líder apropiado para la generación que salió de Egipto pero no para sus hijos que cruzarían el Jordán y serían los encargados de conquistar la tierra y construir una sociedad. El hecho de que no se le haya permitido conducir a la generación siguiente no fue un fracaso sino algo inevitable. Como grupo de esclavos frente a la libertad, frente a una nueva relación con Dios y a una difícil travesía tanto física como espiritual, los Hijos de Israel requerían un líder fuerte capaz de enfrentarse con ellos y con Dios. Pero como constructores de una nueva sociedad necesitaban un conductor que no hiciera el trabajo por ellos sino que los inspire para que lo hagan ellos mismos.
La Guemará sostiene que la cara de Moshé era como el sol, la de Ieoshúa como la luna.[1] La diferencia reside en que el sol es tan intenso que no deja lugar para lo que pueda hacer una vela, mientras que la vela puede iluminar cuando la única otra fuente de luz es la luna. Ieoshúa empoderó a su generación más que lo que una figura tan fuerte como Moshé podía haber hecho.
Pero hay otra pregunta distinta con respecto al episodio que leemos esta semana. ¿Qué fue lo que hizo que esta prueba fuera diferente? ¿Por qué perdió Moshé momentáneamente el control? ¿Por qué, en ese momento? ¿Por qué en ese lugar? Se había enfrentado con ese mismo desafío en ocasiones anteriores.
La Torá menciona dos episodios previos. Uno se llevó a cabo en Mará, casi inmediatamente después de la partición del Mar Rojo. El pueblo encontró agua, pero era amarga. Moshé rezó a Dios, Dios le dijo cómo hacer para endulzarla y el episodio quedó superado. El segundo ocurrió en Refidim. (Éxodo 17:1-7) Esta vez no había agua en absoluto. Moshé retó al pueblo: “¿Por qué discuten conmigo? ¿Quieren poner a Dios a prueba?” Luego se volvió hacia Dios y le dijo: “¿Qué debo hacer con esta gente? ¡Dentro de poco me apedrearán a mí!” Dios le dijo que fuera a una roca en Horeb, que tomara su vara y que golpeara la roca. Moshé lo hizo y salió agua de la roca. Hubo drama, tensión, pero nada parecido al estrés emocional evidenciado en la parashá de esta semana, Jukat. Seguramente Moshé, ahora casi cuarenta años mayor, y con el agregado de la experiencia acumulada, debería haber resuelto este desafío sin complicaciones. Ya había estado en esa misma situación con anterioridad.
El texto nos da una clave, pero de una forma tan disimulada que resulta fácil pasarla por alto. El capítulo comienza de esta forma: “En el primer mes, toda la comunidad israelita arribó al desierto de Zin y permaneció en Kadesh. Ahí murió Miriam y fue enterrada. Ahora, no había agua para la comunidad…” (Números 20:1-2) Muchos estudiosos vieron una conexión entre esto y lo que sigue en cuanto a la súbita falta de agua luego de la muerte de Miriam. La tradición habla de un pozo milagroso que por mérito de Miriam acompañó a los israelitas mientras ella vivía.[2] Cuando murió, el agua cesó.
Sin embargo, hay otra manera de leer la conexión. Moshé se descontroló porque su hermana Miriam había muerto recientemente. Estaba de duelo por su hermana mayor. Es doloroso perder a uno de los padres, pero en ciertos casos es aún más difícil si se trata de un hermano o una hermana. Son de la misma generación. Se siente que el Ángel de la Muerte súbitamente se acerca. Uno se enfrenta con su propia mortalidad.
Miriam era más que una hermana para Moshé. Fue la que persiguió, aun siendo niña, la canasta que alojaba a su hermano menor cuando ésta se desplazaba flotando a través del Nilo. Ella tuvo el coraje y la ingenuidad de abordar a la hija del Faraón y sugerirle que contrate a una niñera hebrea, asegurando de esa forma que Moshé pudiera crecer sabiendo quién era su familia, su pueblo y su identidad.
En un pasaje realmente notable, los sabios dijeron que Miriam convenció a su padre Amram, el estudioso más destacado de su generación, de anular el decreto por el cual los hombres judíos debían divorciarse de sus esposas para no tener más hijos, ya que tenían un cincuenta por ciento de probabilidad de que cualquier recién nacido fuera asesinado. “Tu decreto es peor que el del Faraón,” dijo Miriam. “Él sólo lo aplicó contra los varones, mientras que el tuyo también abarca a las mujeres. Él pretende borrar la vida de los niños en este mundo; tú intentas borrarla incluso en el Mundo por Venir.”[3] Amram admitió que la lógica era incontestable. Hombres y mujeres se unieron nuevamente. Yojeved quedó embarazada y nació Moshé. ¡Observen que este Midrash, citado por los sabios, señala sin duda alguna que una niña de seis años tenía más fe y sabiduría que el rabino líder de su generación!
Moshé seguramente sabía de la deuda que tenía con su hermana mayor. De acuerdo al Midrash, si no hubiera sido por ella, no habría nacido. Continuando con el sentido común del texto, no habría crecido sabiendo quienes eran sus padres ni a qué pueblo pertenecía. Aunque habían estado separados durante los años de exilio en Midian, una vez reunidos, Miriam lo acompañó a lo largo de toda su misión. Dirigió a las mujeres en el canto frente al Mar Rojo. El único episodio en el cual parece haber tenido un tinte negativo – cuando “empezó a hablar mal de Moshé debido a su esposa cushita”(Números 12:1), por lo cual resultó castigada con lepra – fue interpretado por los sabios con más benevolencia. Dijeron que en realidad criticaba a Moshé por haber terminado las relaciones maritales con su esposa Tzipora. Él lo hizo por la necesidad de estar preparado para responder en cualquier momento a la comunicación Divina. Miriam sintió la pena y la sensación de abandono de Tzipora y además tanto ella como Aarón habían recibido la comunicación Divina sin que se les ordenara a ser célibes. Puede haberse equivocado, sugieren los sabios, pero no actuó maliciosamente. No habló por envidia de su hermano sino por simpatía hacia su cuñada.
Por lo tanto, no era simplemente la demanda de agua lo que llevó a Moshé a perder el control de sus emociones, sino más bien su propia, profunda, pena. A los israelitas les pudo haber faltado el agua, pero Moshé perdió a su hermana, que lo había cuidado desde la niñez, que lo había guiado en su desarrollo, apoyado durante todos esos años, y ayudado a cargar con el peso del liderazgo mediante su rol como conductora de las mujeres.
Es un momento que nos recuerda las palabras del libro de Jueces dichas por el jefe de gobierno de Israel, Barak, a la jueza-líder, Débora: “Si tú vas conmigo, yo iré, pero si tú no vas conmigo, yo no puedo ir.” (Jueces 4:8) La relación entre Barak y Débora era mucho menos cercana que la de Moshé y Miriam, pero Barak reconoció su dependencia de una mujer sabia y valiente. ¿Puede Moshé haber sentido menos que eso?
El duelo nos deja profundamente vulnerables. En medio de una pérdida nos puede resultar difícil controlar nuestras emociones. Cometemos errores. Actuamos impulsivamente. Se nos nubla momentáneamente el juicio. Esos son síntomas habituales aun para seres humanos comunes como nosotros. Sin embargo, en el caso de Moshé hubo un factor adicional. Él era un profeta y el dolor puede ocluir o eclipsar el espíritu profético.
Maimónides contesta la conocida pregunta de por qué Yaakov, un profeta, no pudo saber que su hijo Iosef estaba aún vivo, mediante la más simple de las respuestas: el dolor aleja la profecía. Durante los veintidós años de duelo por su hijo desaparecido, Yaakov no pudo recibir la palabra Divina.[4] Moshé, el más grande de todos los profetas, mantuvo el contacto con Dios. Después de todo, fue Dios el que le dijo, “háblale a la roca.” Pero de alguna forma el mensaje no le penetró plenamente la conciencia. Ese fue el efecto del dolor.
Por lo tanto los detalles, en verdad, son secundarios al drama humano que ocurrió ese día. Es cierto, Moshé hizo cosas que podría no haber hecho, que no debería haber hecho. Golpeó la roca y dijo “nosotros” en lugar de “Dios,” y perdió los estribos con el pueblo. Sin embargo, la verdadera historia es sobre Moshé como ser humano ante una situación de dolor, vulnerabilidad, exposición, preso de un mar de emociones, súbitamente desprovisto de la presencia fraterna que había sido la base de sostén más importante de su vida. Miriam había sido la niña juguetona, precozmente sabia, que asumió el control de la situación cuando la vida de su hermano menor de tres meses corría peligro, impávida tanto ante la princesa egipcia como el padre rabino. Condujo a las mujeres en el canto, y simpatizó con su cuñada cuando vio el precio que pagó por ser la esposa de un líder. El Midrash habla de ella como la mujer por cuyo mérito el pueblo tuvo agua en una tierra yerma. En la angustia de Moshé ante la roca, sentimos la pérdida de la hermana mayor sin la cual él se halla despojado y solo.
La narración del momento en que Moshé perdió la confianza en sí mismo y la calma, en última instancia tiene menos que ver con el liderazgo y la crisis, y con la vara y la roca, y más con una gran mujer, Miriam, apreciada en su justa medida cuando ya no está.
Perdiendo a Miriam
חוקת
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Es una escena que aún tiene el poder de impactar y perturbar. El pueblo se queja. No hay agua. Es una queja antigua y predecible. En el desierto pasa eso. Moshé debería haber manejado el tema con facilidad. Había pasado por episodios más difíciles en su tiempo. Pero súbitamente en Mei Merivá (“las aguas de la disputa”) él explota con furia:
En ensayos anteriores he argumentado que Moshé no pecó. Sencillamente Moshé era el líder apropiado para la generación que salió de Egipto pero no para sus hijos que cruzarían el Jordán y serían los encargados de conquistar la tierra y construir una sociedad. El hecho de que no se le haya permitido conducir a la generación siguiente no fue un fracaso sino algo inevitable. Como grupo de esclavos frente a la libertad, frente a una nueva relación con Dios y a una difícil travesía tanto física como espiritual, los Hijos de Israel requerían un líder fuerte capaz de enfrentarse con ellos y con Dios. Pero como constructores de una nueva sociedad necesitaban un conductor que no hiciera el trabajo por ellos sino que los inspire para que lo hagan ellos mismos.
La Guemará sostiene que la cara de Moshé era como el sol, la de Ieoshúa como la luna.[1] La diferencia reside en que el sol es tan intenso que no deja lugar para lo que pueda hacer una vela, mientras que la vela puede iluminar cuando la única otra fuente de luz es la luna. Ieoshúa empoderó a su generación más que lo que una figura tan fuerte como Moshé podía haber hecho.
Pero hay otra pregunta distinta con respecto al episodio que leemos esta semana. ¿Qué fue lo que hizo que esta prueba fuera diferente? ¿Por qué perdió Moshé momentáneamente el control? ¿Por qué, en ese momento? ¿Por qué en ese lugar? Se había enfrentado con ese mismo desafío en ocasiones anteriores.
La Torá menciona dos episodios previos. Uno se llevó a cabo en Mará, casi inmediatamente después de la partición del Mar Rojo. El pueblo encontró agua, pero era amarga. Moshé rezó a Dios, Dios le dijo cómo hacer para endulzarla y el episodio quedó superado. El segundo ocurrió en Refidim. (Éxodo 17:1-7) Esta vez no había agua en absoluto. Moshé retó al pueblo: “¿Por qué discuten conmigo? ¿Quieren poner a Dios a prueba?” Luego se volvió hacia Dios y le dijo: “¿Qué debo hacer con esta gente? ¡Dentro de poco me apedrearán a mí!” Dios le dijo que fuera a una roca en Horeb, que tomara su vara y que golpeara la roca. Moshé lo hizo y salió agua de la roca. Hubo drama, tensión, pero nada parecido al estrés emocional evidenciado en la parashá de esta semana, Jukat. Seguramente Moshé, ahora casi cuarenta años mayor, y con el agregado de la experiencia acumulada, debería haber resuelto este desafío sin complicaciones. Ya había estado en esa misma situación con anterioridad.
El texto nos da una clave, pero de una forma tan disimulada que resulta fácil pasarla por alto. El capítulo comienza de esta forma: “En el primer mes, toda la comunidad israelita arribó al desierto de Zin y permaneció en Kadesh. Ahí murió Miriam y fue enterrada. Ahora, no había agua para la comunidad…” (Números 20:1-2) Muchos estudiosos vieron una conexión entre esto y lo que sigue en cuanto a la súbita falta de agua luego de la muerte de Miriam. La tradición habla de un pozo milagroso que por mérito de Miriam acompañó a los israelitas mientras ella vivía.[2] Cuando murió, el agua cesó.
Sin embargo, hay otra manera de leer la conexión. Moshé se descontroló porque su hermana Miriam había muerto recientemente. Estaba de duelo por su hermana mayor. Es doloroso perder a uno de los padres, pero en ciertos casos es aún más difícil si se trata de un hermano o una hermana. Son de la misma generación. Se siente que el Ángel de la Muerte súbitamente se acerca. Uno se enfrenta con su propia mortalidad.
Miriam era más que una hermana para Moshé. Fue la que persiguió, aun siendo niña, la canasta que alojaba a su hermano menor cuando ésta se desplazaba flotando a través del Nilo. Ella tuvo el coraje y la ingenuidad de abordar a la hija del Faraón y sugerirle que contrate a una niñera hebrea, asegurando de esa forma que Moshé pudiera crecer sabiendo quién era su familia, su pueblo y su identidad.
En un pasaje realmente notable, los sabios dijeron que Miriam convenció a su padre Amram, el estudioso más destacado de su generación, de anular el decreto por el cual los hombres judíos debían divorciarse de sus esposas para no tener más hijos, ya que tenían un cincuenta por ciento de probabilidad de que cualquier recién nacido fuera asesinado. “Tu decreto es peor que el del Faraón,” dijo Miriam. “Él sólo lo aplicó contra los varones, mientras que el tuyo también abarca a las mujeres. Él pretende borrar la vida de los niños en este mundo; tú intentas borrarla incluso en el Mundo por Venir.”[3] Amram admitió que la lógica era incontestable. Hombres y mujeres se unieron nuevamente. Yojeved quedó embarazada y nació Moshé. ¡Observen que este Midrash, citado por los sabios, señala sin duda alguna que una niña de seis años tenía más fe y sabiduría que el rabino líder de su generación!
Moshé seguramente sabía de la deuda que tenía con su hermana mayor. De acuerdo al Midrash, si no hubiera sido por ella, no habría nacido. Continuando con el sentido común del texto, no habría crecido sabiendo quienes eran sus padres ni a qué pueblo pertenecía. Aunque habían estado separados durante los años de exilio en Midian, una vez reunidos, Miriam lo acompañó a lo largo de toda su misión. Dirigió a las mujeres en el canto frente al Mar Rojo. El único episodio en el cual parece haber tenido un tinte negativo – cuando “empezó a hablar mal de Moshé debido a su esposa cushita”(Números 12:1), por lo cual resultó castigada con lepra – fue interpretado por los sabios con más benevolencia. Dijeron que en realidad criticaba a Moshé por haber terminado las relaciones maritales con su esposa Tzipora. Él lo hizo por la necesidad de estar preparado para responder en cualquier momento a la comunicación Divina. Miriam sintió la pena y la sensación de abandono de Tzipora y además tanto ella como Aarón habían recibido la comunicación Divina sin que se les ordenara a ser célibes. Puede haberse equivocado, sugieren los sabios, pero no actuó maliciosamente. No habló por envidia de su hermano sino por simpatía hacia su cuñada.
Por lo tanto, no era simplemente la demanda de agua lo que llevó a Moshé a perder el control de sus emociones, sino más bien su propia, profunda, pena. A los israelitas les pudo haber faltado el agua, pero Moshé perdió a su hermana, que lo había cuidado desde la niñez, que lo había guiado en su desarrollo, apoyado durante todos esos años, y ayudado a cargar con el peso del liderazgo mediante su rol como conductora de las mujeres.
Es un momento que nos recuerda las palabras del libro de Jueces dichas por el jefe de gobierno de Israel, Barak, a la jueza-líder, Débora: “Si tú vas conmigo, yo iré, pero si tú no vas conmigo, yo no puedo ir.” (Jueces 4:8) La relación entre Barak y Débora era mucho menos cercana que la de Moshé y Miriam, pero Barak reconoció su dependencia de una mujer sabia y valiente. ¿Puede Moshé haber sentido menos que eso?
El duelo nos deja profundamente vulnerables. En medio de una pérdida nos puede resultar difícil controlar nuestras emociones. Cometemos errores. Actuamos impulsivamente. Se nos nubla momentáneamente el juicio. Esos son síntomas habituales aun para seres humanos comunes como nosotros. Sin embargo, en el caso de Moshé hubo un factor adicional. Él era un profeta y el dolor puede ocluir o eclipsar el espíritu profético.
Maimónides contesta la conocida pregunta de por qué Yaakov, un profeta, no pudo saber que su hijo Iosef estaba aún vivo, mediante la más simple de las respuestas: el dolor aleja la profecía. Durante los veintidós años de duelo por su hijo desaparecido, Yaakov no pudo recibir la palabra Divina.[4] Moshé, el más grande de todos los profetas, mantuvo el contacto con Dios. Después de todo, fue Dios el que le dijo, “háblale a la roca.” Pero de alguna forma el mensaje no le penetró plenamente la conciencia. Ese fue el efecto del dolor.
Por lo tanto los detalles, en verdad, son secundarios al drama humano que ocurrió ese día. Es cierto, Moshé hizo cosas que podría no haber hecho, que no debería haber hecho. Golpeó la roca y dijo “nosotros” en lugar de “Dios,” y perdió los estribos con el pueblo. Sin embargo, la verdadera historia es sobre Moshé como ser humano ante una situación de dolor, vulnerabilidad, exposición, preso de un mar de emociones, súbitamente desprovisto de la presencia fraterna que había sido la base de sostén más importante de su vida. Miriam había sido la niña juguetona, precozmente sabia, que asumió el control de la situación cuando la vida de su hermano menor de tres meses corría peligro, impávida tanto ante la princesa egipcia como el padre rabino. Condujo a las mujeres en el canto, y simpatizó con su cuñada cuando vio el precio que pagó por ser la esposa de un líder. El Midrash habla de ella como la mujer por cuyo mérito el pueblo tuvo agua en una tierra yerma. En la angustia de Moshé ante la roca, sentimos la pérdida de la hermana mayor sin la cual él se halla despojado y solo.
La narración del momento en que Moshé perdió la confianza en sí mismo y la calma, en última instancia tiene menos que ver con el liderazgo y la crisis, y con la vara y la roca, y más con una gran mujer, Miriam, apreciada en su justa medida cuando ya no está.
[1] Baba Batra 75a
[2] Rashi, comentario a Números 20:2; Taanit 9a; Shir HaShirim Rabá 4:14, 27.
[3] Midrash Lekaj Tov a Éxodo 2:1.
[4] Maimónides, Shemone Perakim, cap. 7
El líder como servidor
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