Estamos tan familiarizados con la historia de Abraham que no siempre nos detenemos a pensar acerca de cuán extraña es dentro de la narrativa bíblica. Sin embargo, si no logramos comprender esto es posible que no podamos comprender la naturaleza de la identidad judía.
He aquí el problema: Hasta ahora, la Torá se ha ocupado de la humanidad como un todo. Adán y Eva, Caín y Abel son arquetipos humanos. Los primeros representan las tensiones entre marido y mujer, los segundos la rivalidad entre hermanos. Ambas son historias acerca de individuos y ambas terminan trágicamente, la primera con la pérdida del paraíso, la segunda con derramamiento de sangre, fratricidio y muerte.
A continuación hay otro par de historias – el Diluvio y la construcción de Babel – esta vez acerca de la sociedad como un todo. Cada una de ellas trata acerca de la tensión entre libertad y orden. El Diluvio es acerca de un mundo en el que la libertad (violencia, desenfreno, “cada uno haciendo lo que era correcto ante sus propios ojos”) destruye el orden. Babel trata acerca de un mundo en el que el orden (la imposición imperialista de un único idioma sobre los pueblos conquistados) destruye la libertad.
Las cuatro narrativas tratan acerca de la condición humana. Su mensaje es universal y eterno, como es propio de un libro acerca de Dios, que es universal y eterno. Dios aparece en los primeros once capítulos de Génesis como el Dios que creó el universo, hizo a la humanidad a Su imagen, bendijo a los primeros humanos, y quien – después del Diluvio – hizo un pacto con toda la humanidad. El Dios del universo es el Dios universal.
Entonces, ¿por qué la narrativa cambia radicalmente en Génesis 12? De aquí en adelante ya no se trata acerca de la humanidad como un todo sino acerca de un hombre (Abraham), una mujer (Sara) y sus hijos, quienes – en el libro del Éxodo – se han convertido en un pueblo grande y significativo, pero no más que una nación entre muchas.
¿Qué está sucediendo aquí? ¿Dios perdió el interés en las demás personas? Ese no es ciertamente el caso. Al final de Génesis, Yosef dice a sus hermanos:
“Ustedes pretendieron dañarme, pero Dios lo planeó para bien para lograr lo que hoy está sucediendo, salvando muchas vidas.”
Gén. 50:20
Es posible que la frase “muchas vidas” se refiera a no más que las familias de su propia familia (así lo entiende Targum Yonatan). Pero en el sentido simple de la frase am rav, “un gran pueblo,” sugiere Egipto. Los israelitas no son llamados am, pueblo, sino hasta el libro de Éxodo. Yosef está diciendo que Dios lo envió no solamente a salvar a su familia de la hambruna, sino también al pueblo Egipcio. Ese es también el punto del libro de Yoná. Yoná es enviado a Nínive, la ciudad asiria, a persuadir al pueblo de arrepentirse y así evitar su propia destrucción. Al terminar sus discurso, Dios le dice al profeta:
“¿Acaso no debo preocuparme por la gran ciudad de Nínive, en la cual hay más de ciento veinte mil personas que no pueden distinguir su mano derecha de la izquierda?”
Yoná 4:11, y ver Malvin ad loc.
Dios se preocupa no sólo de Israel, sino también de los asirios, a pesar del hecho de que se convertirían en enemigos de Israel, eventualmente conquistando el reino del norte, Israel.
Amos dice acertadamente que Dios no solo sacó a los israelitas de Egipto, sino también a los filisteos de Caftor y a los arameos de Kir (Amos 9:7). Isaías llega a profetizar un tiempo en el que los egipcios adorarán a Dios, y que Él los rescatará de la opresión en la misma forma en que Él rescató a Israel (Isaías 19:20-21). Entonces no es que Dios perdió el interés en la humildad como un todo. Él alimenta el mundo. Él sostiene la vida. Él está involucrado en la historia de todas las naciones. Él es el Dios de todos los pueblos. Entonces, ¿por qué cambiar el foco de la condición humana universal a la historia de una única familia?
El filósofo Avishai Margalit habla, en su libro The Ethics of Memory, acerca de formas de pensar: “a saber” y “por ejemplo”. El primero habla de principios generales, el segundo de ejemplos convincentes. Una cosa es hablar acerca de principios generales de liderazgo, por ejemplo pensar a futuro, motivar, definir objetivos claros, etc. Otra cosa totalmente diferente es contar la historia de líderes reales, aquellos que tuvieron éxito, los modelos a seguir. Son sus vidas, sus carreras, sus ejemplos, los que ilustran los principios generales y cómo funcionan en la práctica.
Los principios son importantes. Determinan los parámetros. Definen la temática. Pero sin ejemplos vívidos, los principios son usualmente demasiado vagos para instruir e inspirar. Intenta explicar los principios generales del impresionismo a alguien que no sabe de arte, sin mostrarles pinturas impresionistas. Puede ser que comprendan las palabras que usas, pero no significarán nada hasta que les muestres un ejemplo.
Eso es lo que la Torá parece hacer cuando cambia el foco de la humanidad como un todo a Abraham en particular. La historia de la humanidad desde Adam hasta Noaj nos dice que las personas no vivían naturalmente como Dios hubiera deseado. Comen la fruta prohibida y se matan los unos a los otros. Entonces después del Diluvio, Dios se convierte no solo en un Creador, sino también en maestro. Instruye a la humanidad, y lo hace de dos formas: “a saber” y “por ejemplo". Define las reglas generales – el pacto con Noaj – y después elige un ejemplo, Abraham y su familia. Ellos se convertirían en modelos a seguir, ejemplos positivos de lo que significa vivir en cercanía y con fe en la presencia de Dios, no sólo por su propio beneficio sino por el bien de la humanidad como un todo.
Es por eso que cinco veces en Génesis le es dicho a los patriarcas:
“A través de ti todas las familias, o todas las naciones, de la tierra serán bendecidas.”
Gen. 12:2, Gen. 18:18, Gen. 22:18, Gen. 26:4, Gen. 28:14
Y las personas reconocen esto. En Génesis, Makitzedek dice acerca de Abraham: “Alabado sea Dios el Más Elevado que te ha entregado a tus enemigos en tus manos” (Gén. 14:20). Abimelej, rey de Gerar, dice acerca de él: “Dios está contigo en todo lo que haces” (Gén. 21:22). Los hititas dicen acerca de él: “Eres un príncipe de Dios en nuestro seno” (Gén. 23:6). Abraham es reconocido como un hombre de Dios por sus contemporáneos, a pesar de que ellos no son parte de este pacto específico.
Lo mismo es cierto acerca de Yosef, el único miembro de la familia de Abraham en Génesis cuya vida entre los gentiles es descrita en detalle. Él les recuerda constantemente a quienes lo rodean acerca de Dios. Cuando la esposa de Potifar intentó seducirlo él dice: “¿Cómo puede hacer semejante maldad? ¡Eso sería un pecado ante Dios!” (Gén. 39:9)
Al mayordomo y el panadero, cuyos sueños está por explicar, Yosef les dice:
“Las interpretaciones pertenecen a Dios.”
Gen. 40:8
Cuando es llevado ante el Faraón para interpretar su sueño, dice:
“Dios le dará al Faraón la respuesta que él desea.”
Gén. 41:16
El propio Faraón dice acerca de Yosef:
“¿Podemos encontrar otro hombre como él, uno en el que esté el espíritu de Dios?”
Gen. 41:38
Los judíos no son llamados a ser judíos solamente en beneficio de los judíos. Son llamados a ser un ejemplo vivo, vívido y persuasivo de lo que significa vivir según el deseo de Dios, para que otros también puedan reconocer a Dios y servirLo, cada uno a su manera, dentro de los parámetros de los principios generales del pacto con Noaj. Las leyes de Noaj son el “a saber”. La historia de los judios es el “por ejemplo”.
Los judíos no son llamados a convertir al mundo al judaísmo. Hay otras formas de servir a Dios. Malkitzedek, contemporáneo de Abraham, es llamado “un sacerdote del Dios Más Alto.” (Gen. 14:18)
Malaji dice que llegará el día en el que el nombre de Dios “será grande entre las naciones, desde donde sale el sol hasta donde se pone.” (Mal. 1:11)
Los profetas previeron un día en el que “Dios será Rey sobre toda la tierra” (Zac. 14:9) sin que todo el mundo se convierta al judaísmo.
No somos llamados a convertir a la humanidad, sino que somos llamados a inspirar a la humanidad siendo modelos positivos de lo que implica vivir honesta y modestamente pero inquebrantablemente en la presencia de Dios, como Sus siervos, Sus testigos, Sus embajadores – y esto no por nuestro propio bien sino por el bien la humanidad como un todo.
Hay tiempos en los que me parece que estamos en peligro de olvidar esto. Para muchos judios, somos meramente un grupo etnico entre tantos, Israel es un estado-nación entre muchos, y Dios es algo acerca de lo que hablamos solo entre nosotros si es que lo hacemos. Recientemente hubo un documental en la televisión británica acerca de la comunidad judía. Una periodista no judía, examinando el programa, notó algo que le pareció un hecho extraño: los judios con los que se reunió raramente hablaban acerca de su relación con Dios. En su lugar, hablaban de su relación con otros judíos. Eso es también una forma de olvidarnos de quiénes y por qué somos. Ser judío es ser uno de los embajadores de Dios en el mundo, por el hecho de ser una bendición para el mundo, y eso significa necesariamente involucrarse con el mundo, actuando de forma tal que inspiremos a otros tal como lo hicieron Abraham y Yosef con sus contemporáneos. Ese es el desafío al que Abraham fue convocado al comienzo de la parasha de esta semana. Continúa siendo nuestro desafío hoy en día.
¿Por qué piensas que es importante para el pueblo judío ser “embajadores de Dios en el mundo”?
¿Por qué piensas que es importante que las otras naciones tengan una relación con Dios?
¿Quién más en el Tanaj tiene un rol de educador similar al de Abraham – tanto para el pueblo judío como para las otras naciones?
El poder del ejemplo
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Estamos tan familiarizados con la historia de Abraham que no siempre nos detenemos a pensar acerca de cuán extraña es dentro de la narrativa bíblica. Sin embargo, si no logramos comprender esto es posible que no podamos comprender la naturaleza de la identidad judía.
He aquí el problema: Hasta ahora, la Torá se ha ocupado de la humanidad como un todo. Adán y Eva, Caín y Abel son arquetipos humanos. Los primeros representan las tensiones entre marido y mujer, los segundos la rivalidad entre hermanos. Ambas son historias acerca de individuos y ambas terminan trágicamente, la primera con la pérdida del paraíso, la segunda con derramamiento de sangre, fratricidio y muerte.
A continuación hay otro par de historias – el Diluvio y la construcción de Babel – esta vez acerca de la sociedad como un todo. Cada una de ellas trata acerca de la tensión entre libertad y orden. El Diluvio es acerca de un mundo en el que la libertad (violencia, desenfreno, “cada uno haciendo lo que era correcto ante sus propios ojos”) destruye el orden. Babel trata acerca de un mundo en el que el orden (la imposición imperialista de un único idioma sobre los pueblos conquistados) destruye la libertad.
Las cuatro narrativas tratan acerca de la condición humana. Su mensaje es universal y eterno, como es propio de un libro acerca de Dios, que es universal y eterno. Dios aparece en los primeros once capítulos de Génesis como el Dios que creó el universo, hizo a la humanidad a Su imagen, bendijo a los primeros humanos, y quien – después del Diluvio – hizo un pacto con toda la humanidad. El Dios del universo es el Dios universal.
Entonces, ¿por qué la narrativa cambia radicalmente en Génesis 12? De aquí en adelante ya no se trata acerca de la humanidad como un todo sino acerca de un hombre (Abraham), una mujer (Sara) y sus hijos, quienes – en el libro del Éxodo – se han convertido en un pueblo grande y significativo, pero no más que una nación entre muchas.
¿Qué está sucediendo aquí? ¿Dios perdió el interés en las demás personas? Ese no es ciertamente el caso. Al final de Génesis, Yosef dice a sus hermanos:
Es posible que la frase “muchas vidas” se refiera a no más que las familias de su propia familia (así lo entiende Targum Yonatan). Pero en el sentido simple de la frase am rav, “un gran pueblo,” sugiere Egipto. Los israelitas no son llamados am, pueblo, sino hasta el libro de Éxodo. Yosef está diciendo que Dios lo envió no solamente a salvar a su familia de la hambruna, sino también al pueblo Egipcio. Ese es también el punto del libro de Yoná. Yoná es enviado a Nínive, la ciudad asiria, a persuadir al pueblo de arrepentirse y así evitar su propia destrucción. Al terminar sus discurso, Dios le dice al profeta:
Dios se preocupa no sólo de Israel, sino también de los asirios, a pesar del hecho de que se convertirían en enemigos de Israel, eventualmente conquistando el reino del norte, Israel.
Amos dice acertadamente que Dios no solo sacó a los israelitas de Egipto, sino también a los filisteos de Caftor y a los arameos de Kir (Amos 9:7). Isaías llega a profetizar un tiempo en el que los egipcios adorarán a Dios, y que Él los rescatará de la opresión en la misma forma en que Él rescató a Israel (Isaías 19:20-21). Entonces no es que Dios perdió el interés en la humildad como un todo. Él alimenta el mundo. Él sostiene la vida. Él está involucrado en la historia de todas las naciones. Él es el Dios de todos los pueblos. Entonces, ¿por qué cambiar el foco de la condición humana universal a la historia de una única familia?
El filósofo Avishai Margalit habla, en su libro The Ethics of Memory, acerca de formas de pensar: “a saber” y “por ejemplo”. El primero habla de principios generales, el segundo de ejemplos convincentes. Una cosa es hablar acerca de principios generales de liderazgo, por ejemplo pensar a futuro, motivar, definir objetivos claros, etc. Otra cosa totalmente diferente es contar la historia de líderes reales, aquellos que tuvieron éxito, los modelos a seguir. Son sus vidas, sus carreras, sus ejemplos, los que ilustran los principios generales y cómo funcionan en la práctica.
Los principios son importantes. Determinan los parámetros. Definen la temática. Pero sin ejemplos vívidos, los principios son usualmente demasiado vagos para instruir e inspirar. Intenta explicar los principios generales del impresionismo a alguien que no sabe de arte, sin mostrarles pinturas impresionistas. Puede ser que comprendan las palabras que usas, pero no significarán nada hasta que les muestres un ejemplo.
Eso es lo que la Torá parece hacer cuando cambia el foco de la humanidad como un todo a Abraham en particular. La historia de la humanidad desde Adam hasta Noaj nos dice que las personas no vivían naturalmente como Dios hubiera deseado. Comen la fruta prohibida y se matan los unos a los otros. Entonces después del Diluvio, Dios se convierte no solo en un Creador, sino también en maestro. Instruye a la humanidad, y lo hace de dos formas: “a saber” y “por ejemplo". Define las reglas generales – el pacto con Noaj – y después elige un ejemplo, Abraham y su familia. Ellos se convertirían en modelos a seguir, ejemplos positivos de lo que significa vivir en cercanía y con fe en la presencia de Dios, no sólo por su propio beneficio sino por el bien de la humanidad como un todo.
Es por eso que cinco veces en Génesis le es dicho a los patriarcas:
Y las personas reconocen esto. En Génesis, Makitzedek dice acerca de Abraham: “Alabado sea Dios el Más Elevado que te ha entregado a tus enemigos en tus manos” (Gén. 14:20). Abimelej, rey de Gerar, dice acerca de él: “Dios está contigo en todo lo que haces” (Gén. 21:22). Los hititas dicen acerca de él: “Eres un príncipe de Dios en nuestro seno” (Gén. 23:6). Abraham es reconocido como un hombre de Dios por sus contemporáneos, a pesar de que ellos no son parte de este pacto específico.
Lo mismo es cierto acerca de Yosef, el único miembro de la familia de Abraham en Génesis cuya vida entre los gentiles es descrita en detalle. Él les recuerda constantemente a quienes lo rodean acerca de Dios. Cuando la esposa de Potifar intentó seducirlo él dice: “¿Cómo puede hacer semejante maldad? ¡Eso sería un pecado ante Dios!” (Gén. 39:9)
Al mayordomo y el panadero, cuyos sueños está por explicar, Yosef les dice:
Cuando es llevado ante el Faraón para interpretar su sueño, dice:
El propio Faraón dice acerca de Yosef:
Los judíos no son llamados a ser judíos solamente en beneficio de los judíos. Son llamados a ser un ejemplo vivo, vívido y persuasivo de lo que significa vivir según el deseo de Dios, para que otros también puedan reconocer a Dios y servirLo, cada uno a su manera, dentro de los parámetros de los principios generales del pacto con Noaj. Las leyes de Noaj son el “a saber”. La historia de los judios es el “por ejemplo”.
Los judíos no son llamados a convertir al mundo al judaísmo. Hay otras formas de servir a Dios. Malkitzedek, contemporáneo de Abraham, es llamado “un sacerdote del Dios Más Alto.” (Gen. 14:18)
Malaji dice que llegará el día en el que el nombre de Dios “será grande entre las naciones, desde donde sale el sol hasta donde se pone.” (Mal. 1:11)
Los profetas previeron un día en el que “Dios será Rey sobre toda la tierra” (Zac. 14:9) sin que todo el mundo se convierta al judaísmo.
No somos llamados a convertir a la humanidad, sino que somos llamados a inspirar a la humanidad siendo modelos positivos de lo que implica vivir honesta y modestamente pero inquebrantablemente en la presencia de Dios, como Sus siervos, Sus testigos, Sus embajadores – y esto no por nuestro propio bien sino por el bien la humanidad como un todo.
Hay tiempos en los que me parece que estamos en peligro de olvidar esto. Para muchos judios, somos meramente un grupo etnico entre tantos, Israel es un estado-nación entre muchos, y Dios es algo acerca de lo que hablamos solo entre nosotros si es que lo hacemos. Recientemente hubo un documental en la televisión británica acerca de la comunidad judía. Una periodista no judía, examinando el programa, notó algo que le pareció un hecho extraño: los judios con los que se reunió raramente hablaban acerca de su relación con Dios. En su lugar, hablaban de su relación con otros judíos. Eso es también una forma de olvidarnos de quiénes y por qué somos. Ser judío es ser uno de los embajadores de Dios en el mundo, por el hecho de ser una bendición para el mundo, y eso significa necesariamente involucrarse con el mundo, actuando de forma tal que inspiremos a otros tal como lo hicieron Abraham y Yosef con sus contemporáneos. Ese es el desafío al que Abraham fue convocado al comienzo de la parasha de esta semana. Continúa siendo nuestro desafío hoy en día.
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El ser un padre judío
El largo camino hacia la libertad