Yaakov y Esav están a punto de encontrarse de nuevo después de una separación de veintidós años. Es un encuentro cargado de tensión. En el pasado, Esav había jurado matar a Yaakov para vengar lo que consideraba el robo de su bendición. ¿Lo hará ahora, o el tiempo ha sanado la herida? Yaakov envía mensajeros para informar a su hermano que se acerca. Ellos regresan diciendo: Esav viene a encontrarse con Yaakov con un ejército de cuatrocientos hombres. Entonces leemos:
Yaakov tuvo gran temor y aflicción.
Gén. 32:8
La pregunta es obvia. Yaakov está dominado por emociones intensas. Pero, ¿por qué la tautología, la duplicación de verbos? ¿Cuál es la diferencia entre tener miedo y estar afligido? Un Midrash ofrece una respuesta profunda:
Rabi Yehuda bar Ilai dijo: ¿No son acaso el miedo y la aflicción idénticos? Sin embargo, el significado es que “tuvo miedo” de que lo mataran. “Estaba afligido” de que él pudiera matar. Porque Yaakov pensó: Si él prevalece contra mí, ¿no me matará? Mientras que, si yo prevalezco sobre él, ¿no lo mataré? Eso es lo que significa “tuvo miedo”: temer por su propia vida; “y aflicción”: temer por la vida de otro.
Según el Midrash, la diferencia entre miedo y aflicción es que el primero es un temor físico; el segundo, moral. Una cosa es temer por la propia muerte, y otra muy distinta contemplar ser la causa de la muerte de alguien más. Sin embargo, surge una pregunta adicional. La autodefensa ¿no está permitida en la ley judía? Si Esav intentara matar a Yaakov, Yaakov estaría justificado en defenderse, incluso si eso implicara la muerte de Esav. Entonces, ¿por qué este escenario genera inquietud moral? Esto es lo que analiza el Rabino Shabbetai Bass, autor del comentario sobre Rashi, Siftei Jajamim:
Se podría argumentar que Yaakov no debería afligirse por la posibilidad de matar a Esav, pues existe una regla explícita: “Si alguien viene a matarte, préstate a matarlo primero.” Sin embargo, Yaakov sí se preocupaba, temiendo que en el transcurso de la lucha pudiera matar a algunos de los hombres de Esav, quienes no tenían intención de matarlo, sino simplemente de combatir a sus hombres. Y aunque los hombres de Esav perseguían a los hombres de Yaakov, y toda persona tiene derecho a salvar a un perseguido a costa de la vida del perseguidor, existe una condición: “Si se podía haber salvado al perseguido causando solo una lesión al perseguidor, pero el salvador lo mató, el salvador es susceptible de la pena capital por ello.” Por eso Yaakov temía que, en la confusión de la batalla, pudiera matar a algunos de los hombres de Esav cuando bastaría con herirlos.
El principio en juego, según los Siftei Jajamim, es el uso mínimo de la fuerza. Yaakov se afligía ante la posibilidad de que, en el fragor del combate, pudiera matar a alguien cuando solo sería necesario infligir una herida para defender a los que estaban bajo ataque, incluyendo su propia vida.
Existe, sin embargo, una segunda interpretación: que el Midrash significa exactamente lo que dice, ni más ni menos: que Yaakov estaba afligido ante la posibilidad de verse forzado a matar, incluso si eso estuviera completamente justificado.
Aquí surge el concepto de dilema moral. Un dilema no es simplemente un conflicto. Existen muchos conflictos morales: ¿Podemos practicar un aborto para salvar la vida de la madre? ¿Debemos obedecer a un padre que nos pide hacer algo prohibido por la ley judía? ¿Podemos romper Shabat para extender la vida de un enfermo terminal? Estas preguntas tienen respuestas. Hay un camino correcto y uno incorrecto. Dos deberes entran en conflicto y existen principios meta-halájicos que nos indican cuál tiene prioridad. Algunos sistemas morales funcionan así: siempre hay un procedimiento y, por tanto, una respuesta determinada a la pregunta: “¿Qué debo hacer?”
Un dilema, en cambio, es una situación en la que no hay respuesta correcta. No debo hacer A (permitir que me maten); no debo hacer B (matar a otro); pero debo hacer uno u otro. Dicho con más precisión, hay situaciones en las que hacer lo correcto no es el fin del problema. El conflicto puede ser trágico por naturaleza. Que un principio (autodefensa) prevalezca sobre otro (prohibición de matar) no significa que, frente a esa elección, no sintamos inquietud. A veces ser moral significa experimentar aflicción al tener que elegir. Hacer lo correcto puede evitar el remordimiento o la culpa, pero aún así provoca pesar por lo que se ha hecho.
Un sistema moral que deja espacio para dilemas reconoce la complejidad de la vida ética. Entre dos bienes o dos males, puede existir una acción apropiada (el menor de dos males, o el mayor de dos bienes), pero esto no elimina el dolor emocional. Una persona justa puede sentir aflicción incluso cuando sabe que actuó correctamente. El Midrash nos enseña que el judaísmo reconoce la existencia de los dilemas. A pesar de la intrincada ley judía y los principios meta-halájicos para decidir cual de dos mandamientos tiene precedencia, podemos enfrentarnos a situaciones que generan una causa ineliminable de aflicción. La grandeza de Yaakov fue su capacidad de angustiarse moralmente incluso ante la posibilidad de actuar justamente: defender su vida a costa de la de su hermano.
Esa sensibilidad – aflicción ante la violencia y el derramamiento de sangre, incluso cuando es en defensa propia – ha acompañado al pueblo judío desde entonces. Uno de los fenómenos más notables de la historia moderna fue la reacción de los soldados israelíes tras la Guerra de los Seis Días en 1967. Semanas antes de la guerra, pocos judíos en el mundo ignoraban que Israel y su pueblo enfrentaban un peligro aterrador. Tropas egipcias, sirias y jordanas se concentraban en sus fronteras. Israel estaba rodeado por enemigos que juraban expulsar a su pueblo al mar. El resultado fue una de las victorias militares más asombrosas de la historia. El alivio fue abrumador, así como la euforia por la reunificación de Ierushalaim y la posibilidad de que los judíos rezaran nuevamente en el Muro Occidental después de diecinueve años. Incluso los israelíes más seculares admitieron sentir una emoción religiosa intensa ante lo que sabían era un triunfo histórico.
Sin embargo, en los meses posteriores a la guerra, al conversar con quienes habían participado, quedó claro que el ánimo no era triunfal. Era sombrío, reflexivo, incluso angustiado. Ese año, la Universidad Hebrea otorgó un doctorado honoris causa a Itzjak Rabin, jefe del Estado Mayor durante la guerra. En su discurso dijo:
“Observamos un fenómeno extraño entre nuestros combatientes. Su alegría está incompleta, y un gran porcentaje de tristeza y conmoción prevalece en sus celebraciones; algunos se abstienen de celebrar. Los guerreros en primera línea vieron con sus propios ojos no solo la gloria de la victoria, sino también el precio de la victoria: sus camaradas caídos a su lado, y sé que incluso el terrible precio pagado por nuestros enemigos conmovió a muchos de nuestros hombres. Puede que el pueblo judío nunca haya aprendido o acostumbrado a sentir el triunfo de la conquista y la victoria, y por eso lo recibimos con sentimientos encontrados.”
Un pueblo capaz de sentir aflicción incluso en la victoria es un pueblo que comprende la complejidad trágica de la vida moral. A veces no basta con elegir correctamente; debemos también esforzarnos por construir un mundo donde tales decisiones no sean necesarias, buscando y encontrando siempre formas no violentas de resolver los conflictos.
¿Alguna vez te has encontrado en una situación donde cada elección parecía equivocada de algún modo? ¿Qué hiciste?
¿Cuál es la diferencia entre el peligro físico y el peligro moral?
¿Cuál crees que es más difícil de enfrentar? ¿Y cuál, más difícil de resolver?
¿Miedo o Aflicción?
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Yaakov y Esav están a punto de encontrarse de nuevo después de una separación de veintidós años. Es un encuentro cargado de tensión. En el pasado, Esav había jurado matar a Yaakov para vengar lo que consideraba el robo de su bendición. ¿Lo hará ahora, o el tiempo ha sanado la herida? Yaakov envía mensajeros para informar a su hermano que se acerca. Ellos regresan diciendo: Esav viene a encontrarse con Yaakov con un ejército de cuatrocientos hombres. Entonces leemos:
La pregunta es obvia. Yaakov está dominado por emociones intensas. Pero, ¿por qué la tautología, la duplicación de verbos? ¿Cuál es la diferencia entre tener miedo y estar afligido? Un Midrash ofrece una respuesta profunda:
Según el Midrash, la diferencia entre miedo y aflicción es que el primero es un temor físico; el segundo, moral. Una cosa es temer por la propia muerte, y otra muy distinta contemplar ser la causa de la muerte de alguien más. Sin embargo, surge una pregunta adicional. La autodefensa ¿no está permitida en la ley judía? Si Esav intentara matar a Yaakov, Yaakov estaría justificado en defenderse, incluso si eso implicara la muerte de Esav. Entonces, ¿por qué este escenario genera inquietud moral? Esto es lo que analiza el Rabino Shabbetai Bass, autor del comentario sobre Rashi, Siftei Jajamim:
El principio en juego, según los Siftei Jajamim, es el uso mínimo de la fuerza. Yaakov se afligía ante la posibilidad de que, en el fragor del combate, pudiera matar a alguien cuando solo sería necesario infligir una herida para defender a los que estaban bajo ataque, incluyendo su propia vida.
Existe, sin embargo, una segunda interpretación: que el Midrash significa exactamente lo que dice, ni más ni menos: que Yaakov estaba afligido ante la posibilidad de verse forzado a matar, incluso si eso estuviera completamente justificado.
Aquí surge el concepto de dilema moral. Un dilema no es simplemente un conflicto. Existen muchos conflictos morales: ¿Podemos practicar un aborto para salvar la vida de la madre? ¿Debemos obedecer a un padre que nos pide hacer algo prohibido por la ley judía? ¿Podemos romper Shabat para extender la vida de un enfermo terminal? Estas preguntas tienen respuestas. Hay un camino correcto y uno incorrecto. Dos deberes entran en conflicto y existen principios meta-halájicos que nos indican cuál tiene prioridad. Algunos sistemas morales funcionan así: siempre hay un procedimiento y, por tanto, una respuesta determinada a la pregunta: “¿Qué debo hacer?”
Un dilema, en cambio, es una situación en la que no hay respuesta correcta. No debo hacer A (permitir que me maten); no debo hacer B (matar a otro); pero debo hacer uno u otro. Dicho con más precisión, hay situaciones en las que hacer lo correcto no es el fin del problema. El conflicto puede ser trágico por naturaleza. Que un principio (autodefensa) prevalezca sobre otro (prohibición de matar) no significa que, frente a esa elección, no sintamos inquietud. A veces ser moral significa experimentar aflicción al tener que elegir. Hacer lo correcto puede evitar el remordimiento o la culpa, pero aún así provoca pesar por lo que se ha hecho.
Un sistema moral que deja espacio para dilemas reconoce la complejidad de la vida ética. Entre dos bienes o dos males, puede existir una acción apropiada (el menor de dos males, o el mayor de dos bienes), pero esto no elimina el dolor emocional. Una persona justa puede sentir aflicción incluso cuando sabe que actuó correctamente. El Midrash nos enseña que el judaísmo reconoce la existencia de los dilemas. A pesar de la intrincada ley judía y los principios meta-halájicos para decidir cual de dos mandamientos tiene precedencia, podemos enfrentarnos a situaciones que generan una causa ineliminable de aflicción. La grandeza de Yaakov fue su capacidad de angustiarse moralmente incluso ante la posibilidad de actuar justamente: defender su vida a costa de la de su hermano.
Esa sensibilidad – aflicción ante la violencia y el derramamiento de sangre, incluso cuando es en defensa propia – ha acompañado al pueblo judío desde entonces. Uno de los fenómenos más notables de la historia moderna fue la reacción de los soldados israelíes tras la Guerra de los Seis Días en 1967. Semanas antes de la guerra, pocos judíos en el mundo ignoraban que Israel y su pueblo enfrentaban un peligro aterrador. Tropas egipcias, sirias y jordanas se concentraban en sus fronteras. Israel estaba rodeado por enemigos que juraban expulsar a su pueblo al mar. El resultado fue una de las victorias militares más asombrosas de la historia. El alivio fue abrumador, así como la euforia por la reunificación de Ierushalaim y la posibilidad de que los judíos rezaran nuevamente en el Muro Occidental después de diecinueve años. Incluso los israelíes más seculares admitieron sentir una emoción religiosa intensa ante lo que sabían era un triunfo histórico.
Sin embargo, en los meses posteriores a la guerra, al conversar con quienes habían participado, quedó claro que el ánimo no era triunfal. Era sombrío, reflexivo, incluso angustiado. Ese año, la Universidad Hebrea otorgó un doctorado honoris causa a Itzjak Rabin, jefe del Estado Mayor durante la guerra. En su discurso dijo:
Un pueblo capaz de sentir aflicción incluso en la victoria es un pueblo que comprende la complejidad trágica de la vida moral. A veces no basta con elegir correctamente; debemos también esforzarnos por construir un mundo donde tales decisiones no sean necesarias, buscando y encontrando siempre formas no violentas de resolver los conflictos.
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