Es una de las grandes visiones de la Torá. Yaakov, solo en la noche, huyendo de la ira de Esav, se acuesta a descansar, y no ve una pesadilla de miedo sino una epifanía:
En ese tiempo él (Yaakov) llegó por casualidad a cierto lugar [vayifga bamakom] y decidió pasar allí la noche, porque el sol se había puesto. Tomó algunas piedras del lugar y las puso bajo su cabeza, y en ese lugar se acostó a dormir. Y soñó: Vio una escalera apoyada en la tierra, cuyo extremo superior alcanzaba los cielos. En ella, ángeles de Dios subían y bajaban. El Señor estaba de pie sobre él…
Gén. 28:11-13
Entonces Yaakov despertó de su sueño y dijo: “En verdad, el Señor está en este lugar, ¡y yo no lo sabía!” Estuvo asustado y dijo: “¡Cuán imponente es este lugar! ¡Este no es otro sino la Casa de Dios, y esta es la puerta de los Cielos!”
Gén. 28:16-7
Sobre la base de este pasaje, los Sabios dijeron que “Yaakov instituyó la oración de la noche”. La inferencia se basa en la palabra vayifga, que no solo puede significar “llegó a, encontró, topó con, dio con”, sino también “oró, suplicó, imploró”, como en Yirmiyahu: “No levantes clamor ni oración por ellos, ni intercedas ante Mí [ve-al tifga bi]” (Jeremiah 7:16).
Los Sabios también entendieron la palabra bamakom, “el lugar”, como “Dios” (el “lugar” del universo). Así, Yaakov completó el ciclo de oraciones diarias. Abraham instituyó shajarit, la oración de la mañana; Itzjak inició Minjá, la oración de la tarde; y Yaakov fue el primero en establecer Arvit, también conocida como Maariv, la oración nocturna.
Esta es una idea sorprendente. Aunque cada una de las oraciones de los días de semana es idéntica en su redacción, cada una lleva el carácter de uno de los patriarcas. Abraham representa la mañana. Él es el iniciador, el que introdujo una nueva conciencia religiosa en el mundo. Con él comienza un día.
Isaac representa la tarde. No hay nada nuevo en Isaac – ninguna transición importante de oscuridad a luz o de luz a oscuridad. Muchos de los episodios de la vida de Isaac recapitulan los de su padre. Una hambruna lo fuerza, como ocurrió con Abraham, a ir a la tierra de los filisteos. Vuelve a cavar los pozos de su padre.
La de Isaac es la heroica quietud de la continuidad. Él es un eslabón en la cadena del pacto. Une una generación con la siguiente. No introduce nada nuevo en la vida de fe, pero su vida tiene su propia nobleza. Isaac es firmeza, lealtad, la determinación de continuar.
Yaakov representa la noche. Es el hombre del miedo y la huida, el hombre que lucha con Dios, con otros y consigo mismo. Yaakov es quien conoce la oscuridad de este mundo.
Sin embargo, hay una dificultad con la idea de que Yaakov introdujo la oración nocturna. En un famoso episodio del Talmud, Rabi Yehoshua sostiene que, a diferencia de Shajarit o Minjá, la oración nocturna no es obligatoria (aunque, como señalan los comentaristas, se ha vuelto obligatoria por la aceptación de generaciones de judíos). ¿Por qué, si fue instituida por Yaakov, no fue considerada con la misma obligatoriedad que las oraciones de Abraham e Isaac? La tradición ofrece tres respuestas.
La primera es que la opinión de que Arvit no es obligatoria corresponde a quienes sostienen que nuestras oraciones diarias no se basan en los patriarcas sino en los sacrificios que se ofrecían en el Templo. Había una ofrenda matutina y una vespertina, pero no una ofrenda nocturna. Las dos posturas difieren precisamente en esto: para quienes rastrean la oración al sacrificio, la oración nocturna es voluntaria; mientras que para quienes la basan en los patriarcas, es obligatoria.
La segunda es que existe una ley según la cual quienes están de viaje (y durante los tres días siguientes) están exentos de la oración. En los días en que los viajes eran peligrosos – cuando los viajeros vivían en constante temor de ataques – era imposible concentrarse. La oración requiere concentración (kavaná). Por lo tanto, Yaakov estaba exento de orar, y elevó su súplica no como una obligación sino como un acto voluntario – y así permaneció.
La tercera es que existe una tradición según la cual, mientras Yaakov viajaba, “el sol se puso repentinamente” – no en su horario normal. Yaakov había planeado decir la oración de la tarde, pero descubrió, para su sorpresa, que había caído la noche. Arvit no se convirtió en obligatoria, puesto que Yaakov no había tenido la intención de decir una oración nocturna.
Sin embargo, hay una explicación más profunda. Se usa una construcción lingüística distinta en cada una de las tres ocasiones que los Sabios vieron como la base de la oración. Abraham “se levantó temprano por la mañana y fue al lugar donde había estado de pie ante Dios” (Gén. 19:27). Isaac “salió al campo a meditar [lasuach] hacia el atardecer” (Gén. 24:63). Yaakov “se encontró, topó, dio con, se cruzó” con Dios [vayifga bamakom]. Son distintos tipos de experiencia religiosa.
Abraham inició la búsqueda de Dios. Fue una personalidad religiosa creativa – el padre de todos los que emprenden un viaje del espíritu hacia un destino desconocido, armados solo con la confianza de que quienes buscan, encuentran. Abraham buscó a Dios antes de que Dios lo buscara a él.
La oración de Isaac se describe como una sijá (literalmente, una conversación o diálogo). Hay dos partes en un diálogo: quien habla y quien escucha y, habiendo escuchado, responde. Isaac representa la experiencia religiosa como conversación entre la palabra de Dios y la palabra de la humanidad.
La oración de Yaakov es muy distinta. Él no la inicia. Sus pensamientos están en otra parte – en Esav, de quien está escapando, y en Labán, hacia quien viaja. En esa mente atribulada irrumpe una visión de Dios y de los ángeles y de una escalera que conecta la tierra y el cielo. No ha hecho nada para prepararse. Es inesperado. Yaakov literalmente “encuentra” a Dios como a veces encontramos un rostro familiar entre una multitud de desconocidos. Este es un encuentro provocado por Dios, no por el hombre. Por eso la oración de Yaakov no podía convertirse en la base de una obligación regular. Ninguno de nosotros sabe cuándo la presencia de Dios irrumpirá de repente en nuestras vidas.
Hay un elemento de la vida religiosa que escapa a nuestro control consciente. Aparece de la nada, cuando menos lo esperamos. Si Abraham representa nuestro camino hacia Dios, e Isaac nuestro diálogo con Dios, Yaakov significa el encuentro de Dios con nosotros – no planificado, no programado, inesperado; la visión, la voz, el llamado que nunca podemos conocer de antemano pero que nos deja transformados. Como para Yaakov, así para nosotros. Se siente como si despertáramos de un sueño y comprendiéramos, como por primera vez, que “Dios estaba en este lugar y yo no lo sabía”. El lugar no ha cambiado, pero nosotros sí. Esa experiencia nunca puede convertirse en una obligación. No es algo que hacemos. Es algo que nos sucede. Vayifga bamakom significa que, pensando en otras cosas, descubrimos que hemos caminado hacia la presencia de Dios.
Tales experiencias tienen lugar – literal o metafóricamente – de noche. Ocurren cuando estamos solos, asustados, vulnerables, cerca de la desesperación. Es entonces cuando, cuando menos lo esperamos, podemos encontrar nuestras vidas inundadas por el resplandor de lo Divino. De repente, con una certeza inconfundible, sabemos que no estamos solos, que Dios está allí y ha estado allí todo el tiempo, pero que estábamos demasiado absortos en nuestras propias preocupaciones para notarlo. Así encontró Yaakov a Dios – no por sus propios esfuerzos, como Abraham; no a través del diálogo continuo, como Isaac; sino en medio del miedo y la soledad. Yaakov, huyendo, tropieza y cae – y descubre que ha caído en los brazos expectantes de Dios. Nadie que haya tenido esta experiencia la olvida jamás. “Ahora sé que Tú estabas conmigo todo el tiempo, pero yo estaba mirando hacia otro lado.”
Esa fue la oración de Yaakov. Hay momentos en los que hablamos y momentos en los que nos hablan. La oración no siempre es predecible, un asunto de horas fijas y de obligación diaria. También es apertura, vulnerabilidad. Dios puede tomarnos por sorpresa, despertándonos de nuestro sueño, atrapándonos mientras caemos.
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Encontrando a Dios
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Es una de las grandes visiones de la Torá. Yaakov, solo en la noche, huyendo de la ira de Esav, se acuesta a descansar, y no ve una pesadilla de miedo sino una epifanía:
Sobre la base de este pasaje, los Sabios dijeron que “Yaakov instituyó la oración de la noche”. La inferencia se basa en la palabra vayifga, que no solo puede significar “llegó a, encontró, topó con, dio con”, sino también “oró, suplicó, imploró”, como en Yirmiyahu: “No levantes clamor ni oración por ellos, ni intercedas ante Mí [ve-al tifga bi]” (Jeremiah 7:16).
Los Sabios también entendieron la palabra bamakom, “el lugar”, como “Dios” (el “lugar” del universo). Así, Yaakov completó el ciclo de oraciones diarias. Abraham instituyó shajarit, la oración de la mañana; Itzjak inició Minjá, la oración de la tarde; y Yaakov fue el primero en establecer Arvit, también conocida como Maariv, la oración nocturna.
Esta es una idea sorprendente. Aunque cada una de las oraciones de los días de semana es idéntica en su redacción, cada una lleva el carácter de uno de los patriarcas. Abraham representa la mañana. Él es el iniciador, el que introdujo una nueva conciencia religiosa en el mundo. Con él comienza un día.
Isaac representa la tarde. No hay nada nuevo en Isaac – ninguna transición importante de oscuridad a luz o de luz a oscuridad. Muchos de los episodios de la vida de Isaac recapitulan los de su padre. Una hambruna lo fuerza, como ocurrió con Abraham, a ir a la tierra de los filisteos. Vuelve a cavar los pozos de su padre.
La de Isaac es la heroica quietud de la continuidad. Él es un eslabón en la cadena del pacto. Une una generación con la siguiente. No introduce nada nuevo en la vida de fe, pero su vida tiene su propia nobleza. Isaac es firmeza, lealtad, la determinación de continuar.
Yaakov representa la noche. Es el hombre del miedo y la huida, el hombre que lucha con Dios, con otros y consigo mismo. Yaakov es quien conoce la oscuridad de este mundo.
Sin embargo, hay una dificultad con la idea de que Yaakov introdujo la oración nocturna. En un famoso episodio del Talmud, Rabi Yehoshua sostiene que, a diferencia de Shajarit o Minjá, la oración nocturna no es obligatoria (aunque, como señalan los comentaristas, se ha vuelto obligatoria por la aceptación de generaciones de judíos). ¿Por qué, si fue instituida por Yaakov, no fue considerada con la misma obligatoriedad que las oraciones de Abraham e Isaac? La tradición ofrece tres respuestas.
La primera es que la opinión de que Arvit no es obligatoria corresponde a quienes sostienen que nuestras oraciones diarias no se basan en los patriarcas sino en los sacrificios que se ofrecían en el Templo. Había una ofrenda matutina y una vespertina, pero no una ofrenda nocturna. Las dos posturas difieren precisamente en esto: para quienes rastrean la oración al sacrificio, la oración nocturna es voluntaria; mientras que para quienes la basan en los patriarcas, es obligatoria.
La segunda es que existe una ley según la cual quienes están de viaje (y durante los tres días siguientes) están exentos de la oración. En los días en que los viajes eran peligrosos – cuando los viajeros vivían en constante temor de ataques – era imposible concentrarse. La oración requiere concentración (kavaná). Por lo tanto, Yaakov estaba exento de orar, y elevó su súplica no como una obligación sino como un acto voluntario – y así permaneció.
La tercera es que existe una tradición según la cual, mientras Yaakov viajaba, “el sol se puso repentinamente” – no en su horario normal. Yaakov había planeado decir la oración de la tarde, pero descubrió, para su sorpresa, que había caído la noche. Arvit no se convirtió en obligatoria, puesto que Yaakov no había tenido la intención de decir una oración nocturna.
Sin embargo, hay una explicación más profunda. Se usa una construcción lingüística distinta en cada una de las tres ocasiones que los Sabios vieron como la base de la oración. Abraham “se levantó temprano por la mañana y fue al lugar donde había estado de pie ante Dios” (Gén. 19:27). Isaac “salió al campo a meditar [lasuach] hacia el atardecer” (Gén. 24:63). Yaakov “se encontró, topó, dio con, se cruzó” con Dios [vayifga bamakom]. Son distintos tipos de experiencia religiosa.
Abraham inició la búsqueda de Dios. Fue una personalidad religiosa creativa – el padre de todos los que emprenden un viaje del espíritu hacia un destino desconocido, armados solo con la confianza de que quienes buscan, encuentran. Abraham buscó a Dios antes de que Dios lo buscara a él.
La oración de Isaac se describe como una sijá (literalmente, una conversación o diálogo). Hay dos partes en un diálogo: quien habla y quien escucha y, habiendo escuchado, responde. Isaac representa la experiencia religiosa como conversación entre la palabra de Dios y la palabra de la humanidad.
La oración de Yaakov es muy distinta. Él no la inicia. Sus pensamientos están en otra parte – en Esav, de quien está escapando, y en Labán, hacia quien viaja. En esa mente atribulada irrumpe una visión de Dios y de los ángeles y de una escalera que conecta la tierra y el cielo. No ha hecho nada para prepararse. Es inesperado. Yaakov literalmente “encuentra” a Dios como a veces encontramos un rostro familiar entre una multitud de desconocidos. Este es un encuentro provocado por Dios, no por el hombre. Por eso la oración de Yaakov no podía convertirse en la base de una obligación regular. Ninguno de nosotros sabe cuándo la presencia de Dios irrumpirá de repente en nuestras vidas.
Hay un elemento de la vida religiosa que escapa a nuestro control consciente. Aparece de la nada, cuando menos lo esperamos. Si Abraham representa nuestro camino hacia Dios, e Isaac nuestro diálogo con Dios, Yaakov significa el encuentro de Dios con nosotros – no planificado, no programado, inesperado; la visión, la voz, el llamado que nunca podemos conocer de antemano pero que nos deja transformados. Como para Yaakov, así para nosotros. Se siente como si despertáramos de un sueño y comprendiéramos, como por primera vez, que “Dios estaba en este lugar y yo no lo sabía”. El lugar no ha cambiado, pero nosotros sí. Esa experiencia nunca puede convertirse en una obligación. No es algo que hacemos. Es algo que nos sucede. Vayifga bamakom significa que, pensando en otras cosas, descubrimos que hemos caminado hacia la presencia de Dios.
Tales experiencias tienen lugar – literal o metafóricamente – de noche. Ocurren cuando estamos solos, asustados, vulnerables, cerca de la desesperación. Es entonces cuando, cuando menos lo esperamos, podemos encontrar nuestras vidas inundadas por el resplandor de lo Divino. De repente, con una certeza inconfundible, sabemos que no estamos solos, que Dios está allí y ha estado allí todo el tiempo, pero que estábamos demasiado absortos en nuestras propias preocupaciones para notarlo. Así encontró Yaakov a Dios – no por sus propios esfuerzos, como Abraham; no a través del diálogo continuo, como Isaac; sino en medio del miedo y la soledad. Yaakov, huyendo, tropieza y cae – y descubre que ha caído en los brazos expectantes de Dios. Nadie que haya tenido esta experiencia la olvida jamás. “Ahora sé que Tú estabas conmigo todo el tiempo, pero yo estaba mirando hacia otro lado.”
Esa fue la oración de Yaakov. Hay momentos en los que hablamos y momentos en los que nos hablan. La oración no siempre es predecible, un asunto de horas fijas y de obligación diaria. También es apertura, vulnerabilidad. Dios puede tomarnos por sorpresa, despertándonos de nuestro sueño, atrapándonos mientras caemos.
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