Esperanzas y Temores

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La parashá de Jaié Sará se centra en dos episodios, ambos narrados con extensión y con intrincado detalle. Abraham compra un campo con una cueva como lugar de sepultura para Sara, y encarga a su siervo encontrar una esposa para su hijo Itzjak. ¿Por qué estos dos eventos? La respuesta simple es: porque ocurrieron. Sin embargo, eso no puede ser todo. Malinterpretamos la Torá si pensamos en ella como un libro que nos dice lo que pasó. Esa es una condición necesaria, pero no suficiente, para explicar la narrativa bíblica. La Torá, al identificarse a sí misma como Torá, define su propio género. No es un libro de historia. Es Torá, es decir, “enseñanza”. Nos relata lo que ocurrió sólo cuando los eventos de entonces tienen relevancia para lo que necesitamos saber ahora. ¿Cuál es, entonces, la “enseñanza” de estos dos episodios? Es una enseñanza inesperada.

Abraham, el primer portador del pacto, recibe dos promesas – ambas enunciadas cinco veces. La primera es la de una tierra. Una y otra vez, Dios le dice que la tierra a la que ha viajado – Canaán – será algún día suya:

(1) Entonces el Señor se apareció a Abram y le dijo: “A tu descendencia daré esta tierra.” Allí edificó un altar al Señor que se le había aparecido.

Gén. 12:7

(2) Después que Lot se separó de él, el Señor dijo a Avram: “Alza tus ojos y mira desde el lugar donde estás, hacia el norte, el sur, el oriente y el occidente. Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre... Levántate, recorre la tierra a lo largo y a lo ancho, porque a ti te la daré.”

Gén. 13:14–17

(3) Y le dijo: “Yo soy el Señor que te sacó de Ur Casdim para darte esta tierra en posesión.”

Gén. 15:7

(4) Aquel día el Señor hizo un pacto con Avram, diciendo: “A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates: la tierra de los kenitas, los kenizitas, los kadmonitas, los hititas, los perizitas, los refaím, los amorreos, los cananeos, los guirgaseos y los jebuseos.”

Gén. 15:18–21

(5) “Estableceré Mi pacto entre Yo y tú, y tu descendencia después de ti, por todas las generaciones: un pacto eterno. Seré Dios para ti y para tu descendencia después de ti, y te daré a ti y a tu descendencia después de ti la tierra donde ahora habitas como forastero, toda la tierra de Canaán, en posesión perpetua; y seré su Dios.”

Gén. 17:7–8

La segunda fue la promesa de hijos, también expresada cinco veces:

(1) “Haré de ti una gran nación, te bendeciré y engrandeceré tu nombre. Serás una bendición.”

Gén. 12:2

(2) “Haré que tu descendencia sea como el polvo de la tierra: si alguien pudiera contar el polvo de la tierra, entonces podría contarse tu descendencia.”

Gén. 13:16

(3) Lo llevó afuera y le dijo: “Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.” Y añadió: “Así será tu descendencia.”

Gén. 15:5

(4) “Y Dios le dijo: ‘En cuanto a Mí, este es Mi pacto contigo: serás padre de una multitud de naciones. No te llamarás más Avram, sino que tu nombre será Avraham, porque te he hecho padre de una multitud de naciones.’”

Gén. 17:4–5

(5) “Te bendeciré grandemente y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar.”

Gén. 22:17

Estas son promesas extraordinarias. La tierra, en toda su extensión, será de Abraham y sus hijos como “posesión eterna”. Abraham tendrá tantos hijos como el polvo de la tierra, las estrellas del cielo y la arena del mar. Será padre no de una, sino de muchas naciones. Sin embargo, ¿cuál es la realidad al momento de la muerte de Sara? Abraham no posee ninguna tierra y solo tiene un hijo (tenía otro, Ishmael, pero se le dijo que no sería el portador del pacto).

El significado de los dos episodios ahora se hace claro. Primero, Abraham atraviesa un largo proceso de negociación con los hititas para comprar un campo con una cueva donde sepultar a Sara. Es un encuentro tenso, incluso humillante. Los hititas dicen una cosa y quieren decir otra. Como grupo, le dicen: “Señor mío, escúchenos. Usted es un príncipe de Dios entre nosotros. Sepulte a su muerta en el mejor de nuestros sepulcros.” Efrón, el dueño del campo que Abraham desea comprar, dice: “Escúchame, te doy el campo y también la cueva que está en él. Te la doy en presencia de mi pueblo. Entierra a tu muerta.”

Como deja claro el relato, esta generosidad elaborada es una fachada para un regateo muy duro. Abraham sabe que es “un extranjero y un forastero entre ustedes”, lo que significa, entre otras cosas, que no tiene derecho a poseer tierra. Ese es el sentido de su respuesta, que, despojada de su cortesía, significa: “Usa uno de nuestros sepulcros. No puedes adquirir uno propio.” Abraham no se deja disuadir. Insiste en que quiere comprar el suyo. La respuesta de Efrón – “Es tuyo, te lo doy” – es, en realidad, el preludio de una exigencia de un precio inflado: cuatrocientos siclos de plata. Sin embargo, al final Abraham posee la tierra. La transferencia final de propiedad se registra en un lenguaje legal preciso (Gén. 23:17–20) para indicar que, finalmente, Abraham posee parte de la tierra. Es una parte pequeña: un campo y una cueva. Un lugar de sepultura, adquirido a gran costo. Esa es la totalidad de la promesa divina de la tierra que Abraham verá cumplida en vida.

El capítulo siguiente, uno de los más extensos del Pentateuco, relata la preocupación de Abraham porque Itzjak tenga una esposa. Él – debemos suponer – tiene al menos 37 años (la edad de Itzjak en la muerte de Sara) y aún no está casado. Abraham tiene un hijo, pero ningún nieto – ninguna posteridad. Como en la compra de la cueva, aquí también: adquirir una nuera requerirá mucho dinero y arduas negociaciones. El siervo, al llegar a la región de la familia de Abraham, encuentra inmediatamente a la joven, Rivká, antes incluso de terminar su plegaria pidiendo la ayuda de Dios para hallarla. Asegurar su salida de la familia es otra historia. Saca oro, plata y vestidos para la joven. Da regalos costosos a su hermano y a su madre. La familia celebra un banquete. Pero cuando el siervo desea partir, el hermano y la madre dicen: “Que la joven se quede con nosotros otro año, o al menos diez meses.” Labán, el hermano de Rivka, desempeña un papel no muy distinto del de Efrón: la apariencia de generosidad oculta una determinación dura, incluso explotadora, de obtener un buen trato. Finalmente, la paciencia da fruto. Rivka parte. Itzjak la toma por esposa. El pacto continuará.

Estos, por tanto, no son episodios menores. Relatan una historia difícil. Sí, Abraham tendrá una tierra. Tendrá incontables hijos. Pero estas cosas no sucederán pronto, ni de repente, ni fácilmente. Tampoco ocurrirán sin esfuerzo humano. Por el contrario, solo la voluntad más firme las hará posibles. La promesa Divina no es lo que parecía al principio: una declaración de que Dios actuará. Es, en realidad, una solicitud, una invitación de Dios a Abraham y a sus hijos para que ellos actúen. Dios los ayudará. El resultado será el que Dios dijo que sería. Pero no sin el compromiso total de la familia de Abraham frente a lo que a veces parecerán obstáculos insuperables.

Una tierra: Israel. Y unos hijos: la continuidad del pueblo judío. El hecho asombroso es que hoy, cuatro mil años después, esas siguen siendo las principales preocupaciones de los judíos en todo el mundo: la seguridad y la protección de Israel como hogar del pueblo judío, y el futuro del pueblo judío mismo. Las esperanzas y los temores de Abraham son los nuestros. (¿Habrá algún otro pueblo, me pregunto, cuyas preocupaciones actuales sean las mismas que hace cuatro milenios? La identidad a lo largo del tiempo es sobrecogedora.)

Ahora, como entonces, la promesa divina no significa que podamos dejar el futuro en manos de Dios. Esa idea no tiene lugar en el universo imaginativo de la primera parte de la Torá. Por el contrario: el pacto es el desafío de Dios hacia nosotros, no el nuestro hacia Él. El sentido de los acontecimientos de Jaié Sará es que Abraham comprendió que Dios dependía de él. La fe no significa pasividad. Significa el valor de actuar y no dejarse disuadir jamás. El futuro sucederá, pero somos nosotros – inspirados, fortalecidos, alentados por la promesa – quienes debemos hacerlo realidad.


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  1. ¿“Las promesas divinas no son garantías; son desafíos.” ¿Qué significa este mensaje para ti?
  2. ¿Por qué crees que el esfuerzo es una parte tan importante de la fe?
  3. ¿Dónde más en la Torá los personajes son puestos a prueba en su fe y compromiso con Dios? ¿Y qué ocurre en la historia judía posterior?

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