Es una de las escenas más famosas de la Biblia. Abraham está sentado a la entrada de su tienda, en el calor del día, cuando tres desconocidos pasan por allí. Él los insta a descansar y tomar algo de comida. El texto los llama anashim, “hombres”. En realidad, son ángeles, que vienen a anunciarle a Sara que tendrá un hijo (Génesis 18).
El capítulo parece simple. Sin embargo, es complejo y ambiguo. Consta de tres secciones:
Versículo 1: Dios se aparece a Abraham. Versículos 2–16: Abraham y los hombres/ángeles. Versículos 17–33: El diálogo entre Dios y Abraham sobre el destino de Sodoma.
¿Cómo se relacionan estas secciones entre sí? ¿Son una, dos o tres escenas? La respuesta más obvia es tres. Cada una de las secciones anteriores es un evento separado. Primero, Dios se aparece a Abraham, como explica Rashi, “para visitar al enfermo” después de la circuncisión de Abraham. Luego llegan los visitantes con la noticia sobre el hijo de Sara. Finalmente, tiene lugar el gran diálogo sobre la justicia.
Maimónides sugiere (en Guía de los Perplejos II:42) que hay dos escenas (la visita de los ángeles y el diálogo con Dios). El primer versículo no describe un evento en absoluto. Es, más bien, un título de un capítulo.
La tercera posibilidad es que tengamos una sola escena continua. Dios se aparece a Abraham, pero antes de que pueda hablar, Abraham ve a los transeúntes y le pide a Dios que espere mientras les sirve comida. Solo cuando ellos se marchan, en el versículo 17, vuelve a dirigirse a Dios, y comienza la conversación.
La manera en que interpretemos el capítulo afectará la forma en que traduzcamos la palabra Adonai en el tercer versículo. Podría significar (1) Dios o (2) “mis señores” o “señores míos”. En el primer caso, Abraham estaría dirigiéndose al Cielo. En el segundo, estaría hablándoles a los transeúntes.
Varias traducciones al inglés adoptan la segunda opción. He aquí un ejemplo:
El Señor se apareció a Abraham... Él levantó la vista y vio a tres hombres de pie frente a él. Al verlos, se apresuró desde la puerta de su tienda para encontrarlos. Inclinándose profundamente, dijo: “Señores, si he hallado favor ante ustedes, no pasen de largo sin visitar a su siervo”.
La misma ambigüedad aparece en el capítulo siguiente (19:2), cuando dos de los visitantes de Abraham (descritos en este capítulo como ángeles) visitan a Lot en Sodoma:
Los dos ángeles llegaron a Sodoma por la tarde, mientras Lot estaba sentado junto a la puerta de la ciudad. Al verlos, se levantó para recibirlos, y postrándose profundamente, dijo: “Les ruego, señores, que se desvíen a la casa de su siervo para pasar la noche allí y lavar sus pies”.
Gen. 19:2
Normalmente, las diferencias de interpretación en la narrativa bíblica no tienen implicancias halájicas. Son cuestiones de legítimo desacuerdo. Este caso, sin embargo, es inusual, porque si traducimos Adonai como “Dios”, es un Nombre sagrado, y tanto la escritura de la palabra por parte de un escriba como el trato que se da a un pergamino o documento que la contiene tienen restricciones especiales en la ley judía. Si la traducimos como “mis señores” o “señores míos”, entonces no tiene santidad especial.
La lectura más simple de ambos textos – el que concierne a Abraham y el que concierne a Lot – sería leer la palabra en ambos casos como “señores”. Sin embargo, la ley judía dictó lo contrario. En el segundo caso – la escena con Lot – se lee como “señores”, pero en el primero se lee como “Dios”. Este es un hecho extraordinario, porque sugiere que Abraham interrumpió a Dios justo cuando estaba por hablarle, y le pidió que esperara mientras atendía a sus invitados. Así es como la tradición dictaminó que debía leerse el pasaje:
El Señor se apareció a él... Abraham levantó la vista y vio a tres hombres de pie cerca de él. En cuanto los vio, corrió desde la entrada de su tienda para saludarlos, y se inclinó hasta el suelo. [Dirigiéndose a Dios] dijo: “Mi Señor, si he hallado favor ante Tus ojos, te ruego que no pases de largo ante Tu siervo [es decir: Por favor, espérame hasta que haya ofrecido hospitalidad a estos hombres]”. [Luego se volvió hacia los hombres y dijo:] “Que se traiga un poco de agua, para que se laven los pies y descansen bajo el árbol…”
Génesis 18:1–5
Esta audaz interpretación se convirtió en la base de un principio en el judaísmo: “Mayor es la hospitalidad que recibir la Presencia Divina.” Ante la elección entre escuchar a Dios y ofrecer hospitalidad a lo que parecían ser seres humanos, Abraham eligió lo segundo. Dios accedió a su pedido y esperó mientras Abraham traía comida y bebida a los visitantes, antes de entablar con él el diálogo sobre el destino de Sodoma.
¿Cómo puede ser esto? ¿No es irrespetuoso, en el mejor de los casos, o herético, en el peor, anteponer las necesidades humanas a la atención de la Presencia Divina?
Sin embargo, el pasaje nos enseña algo de una profundidad inmensa. Los idólatras del tiempo de Abraham adoraban al sol, las estrellas y las fuerzas de la naturaleza como dioses. Adoraban el poder y a los poderosos. Abraham sabía, sin embargo, que Dios no está en la naturaleza, sino más allá de la naturaleza. Solo hay una cosa en el universo sobre la cual Él ha puesto Su imagen: la persona humana, toda persona, poderosa o impotente por igual.
Las fuerzas de la naturaleza son impersonales, y por eso quienes las adoran terminan perdiendo su humanidad. Como dice el Salmo:
Sus ídolos son plata y oro, obra de manos humanas. Tienen boca, pero no hablan; ojos, pero no ven; tienen oídos, pero no oyen; narices, pero no huelen… Como ellos son quienes los hacen, y todos los que en ellos confían.
(Salmo 115
No se puede adorar fuerzas impersonales y seguir siendo una persona: compasiva, humana, generosa, indulgente. Precisamente porque creemos que Dios es personal, alguien a quien podemos decir “Tú”, honramos la dignidad humana como sagrada. Abraham, padre del monoteísmo, conocía la verdad paradójica de que vivir una vida de fe significa ver el rastro de Dios en el rostro del extraño. Es fácil recibir la Presencia Divina cuando Dios se manifiesta como Dios. Lo difícil es percibir la Presencia Divina cuando viene disfrazada de tres transeúntes anónimos. Esa fue la grandeza de Abraham. Él sabía que servir a Dios y ofrecer hospitalidad a los desconocidos no eran dos cosas distintas, sino una sola.
Uno de los comentarios más hermosos sobre este episodio fue el del Rabino Shalom de Belz, quien observó que en el versículo 2 los visitantes son descritos como de pie sobre Abraham (nitzavim alav). En el versículo 8, en cambio, se dice que Abraham estaba de pie sobre ellos (omed alehem). Dijo: al principio, los visitantes eran más elevados que Abraham porque eran ángeles y él un simple ser humano. Pero cuando les dio comida, bebida y refugio, él se elevó incluso por encima de los ángeles. Honramos a Dios honrando Su imagen: la humanidad.
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Aún más alto que los ángeles
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Es una de las escenas más famosas de la Biblia. Abraham está sentado a la entrada de su tienda, en el calor del día, cuando tres desconocidos pasan por allí. Él los insta a descansar y tomar algo de comida. El texto los llama anashim, “hombres”. En realidad, son ángeles, que vienen a anunciarle a Sara que tendrá un hijo (Génesis 18).
El capítulo parece simple. Sin embargo, es complejo y ambiguo. Consta de tres secciones:
Versículo 1: Dios se aparece a Abraham.
Versículos 2–16: Abraham y los hombres/ángeles.
Versículos 17–33: El diálogo entre Dios y Abraham sobre el destino de Sodoma.
¿Cómo se relacionan estas secciones entre sí? ¿Son una, dos o tres escenas? La respuesta más obvia es tres. Cada una de las secciones anteriores es un evento separado. Primero, Dios se aparece a Abraham, como explica Rashi, “para visitar al enfermo” después de la circuncisión de Abraham. Luego llegan los visitantes con la noticia sobre el hijo de Sara. Finalmente, tiene lugar el gran diálogo sobre la justicia.
Maimónides sugiere (en Guía de los Perplejos II:42) que hay dos escenas (la visita de los ángeles y el diálogo con Dios). El primer versículo no describe un evento en absoluto. Es, más bien, un título de un capítulo.
La tercera posibilidad es que tengamos una sola escena continua. Dios se aparece a Abraham, pero antes de que pueda hablar, Abraham ve a los transeúntes y le pide a Dios que espere mientras les sirve comida. Solo cuando ellos se marchan, en el versículo 17, vuelve a dirigirse a Dios, y comienza la conversación.
La manera en que interpretemos el capítulo afectará la forma en que traduzcamos la palabra Adonai en el tercer versículo. Podría significar (1) Dios o (2) “mis señores” o “señores míos”. En el primer caso, Abraham estaría dirigiéndose al Cielo. En el segundo, estaría hablándoles a los transeúntes.
Varias traducciones al inglés adoptan la segunda opción. He aquí un ejemplo:
La misma ambigüedad aparece en el capítulo siguiente (19:2), cuando dos de los visitantes de Abraham (descritos en este capítulo como ángeles) visitan a Lot en Sodoma:
Normalmente, las diferencias de interpretación en la narrativa bíblica no tienen implicancias halájicas. Son cuestiones de legítimo desacuerdo. Este caso, sin embargo, es inusual, porque si traducimos Adonai como “Dios”, es un Nombre sagrado, y tanto la escritura de la palabra por parte de un escriba como el trato que se da a un pergamino o documento que la contiene tienen restricciones especiales en la ley judía. Si la traducimos como “mis señores” o “señores míos”, entonces no tiene santidad especial.
La lectura más simple de ambos textos – el que concierne a Abraham y el que concierne a Lot – sería leer la palabra en ambos casos como “señores”. Sin embargo, la ley judía dictó lo contrario. En el segundo caso – la escena con Lot – se lee como “señores”, pero en el primero se lee como “Dios”. Este es un hecho extraordinario, porque sugiere que Abraham interrumpió a Dios justo cuando estaba por hablarle, y le pidió que esperara mientras atendía a sus invitados. Así es como la tradición dictaminó que debía leerse el pasaje:
Esta audaz interpretación se convirtió en la base de un principio en el judaísmo: “Mayor es la hospitalidad que recibir la Presencia Divina.” Ante la elección entre escuchar a Dios y ofrecer hospitalidad a lo que parecían ser seres humanos, Abraham eligió lo segundo. Dios accedió a su pedido y esperó mientras Abraham traía comida y bebida a los visitantes, antes de entablar con él el diálogo sobre el destino de Sodoma.
¿Cómo puede ser esto? ¿No es irrespetuoso, en el mejor de los casos, o herético, en el peor, anteponer las necesidades humanas a la atención de la Presencia Divina?
Sin embargo, el pasaje nos enseña algo de una profundidad inmensa. Los idólatras del tiempo de Abraham adoraban al sol, las estrellas y las fuerzas de la naturaleza como dioses. Adoraban el poder y a los poderosos. Abraham sabía, sin embargo, que Dios no está en la naturaleza, sino más allá de la naturaleza. Solo hay una cosa en el universo sobre la cual Él ha puesto Su imagen: la persona humana, toda persona, poderosa o impotente por igual.
Las fuerzas de la naturaleza son impersonales, y por eso quienes las adoran terminan perdiendo su humanidad. Como dice el Salmo:
No se puede adorar fuerzas impersonales y seguir siendo una persona: compasiva, humana, generosa, indulgente. Precisamente porque creemos que Dios es personal, alguien a quien podemos decir “Tú”, honramos la dignidad humana como sagrada. Abraham, padre del monoteísmo, conocía la verdad paradójica de que vivir una vida de fe significa ver el rastro de Dios en el rostro del extraño. Es fácil recibir la Presencia Divina cuando Dios se manifiesta como Dios. Lo difícil es percibir la Presencia Divina cuando viene disfrazada de tres transeúntes anónimos. Esa fue la grandeza de Abraham. Él sabía que servir a Dios y ofrecer hospitalidad a los desconocidos no eran dos cosas distintas, sino una sola.
Uno de los comentarios más hermosos sobre este episodio fue el del Rabino Shalom de Belz, quien observó que en el versículo 2 los visitantes son descritos como de pie sobre Abraham (nitzavim alav). En el versículo 8, en cambio, se dice que Abraham estaba de pie sobre ellos (omed alehem). Dijo: al principio, los visitantes eran más elevados que Abraham porque eran ángeles y él un simple ser humano. Pero cuando les dio comida, bebida y refugio, él se elevó incluso por encima de los ángeles. Honramos a Dios honrando Su imagen: la humanidad.
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