Es el comienzo más famoso, majestuoso e influyente de cualquier libro en la literatura:
“… בּרֵאשִׁ֖ית בָּרָ֣א”
“Cuando Dios comenzó a crear el cielo y la tierra, la tierra era caos y desolación; había oscuridad sobre la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Dios dijo: ‘Sea la luz.’ Y hubo luz.”
Genesis 1:1-3
La traducción tradicional es: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” Lo sorprendentemente extraño es la manera en que Rashí – el más amado de todos los comentaristas judíos – comienza su comentario sobre el Jumash:
Rabí Itzjak dijo: La Torá – que es el Libro de la Ley de Israel – debería haber comenzado con el versículo “Este mes será para ustedes el primero de los meses” (Éx. 12:2), que es el primer mandamiento dado a Israel.
Rashi sobre Genesis 1:1
¿Podemos realmente tomar esto al pie de la letra? ¿Acaso Rabí Itzjak, o incluso Rashí, sugirieron en serio que el Libro de los Libros podría haber comenzado en el medio – a un tercio del camino del Éxodo –, omitiendo por completo la creación del universo, que es, después de todo, uno de los fundamentos de la fe judía?
¿Podríamos entender la historia de Israel sin su prehistoria, sin las historias de Abraham y Sara y sus hijos? ¿Podríamos comprender esos relatos sin saber lo que los precede: la reiterada decepción de Dios con Adán y Javá, Caín, la generación del Diluvio y los constructores de la Torre de Babel?
Los cincuenta capítulos de Génesis, junto con el comienzo de Éxodo, son la fuente primordial de la fe bíblica. Son lo más cercano que tenemos a una exposición de la filosofía del judaísmo. Entonces, ¿qué quiso decir Rabí Itzjak?
Quiso decir algo profundo, que a menudo olvidamos. Para entender un libro, debemos saber a qué género pertenece. ¿Es historia o leyenda, crónica o mito? ¿A qué pregunta responde? Un libro de historia responde a la pregunta: ¿qué ocurrió? Un libro de cosmología – sea ciencia o mito – responde a la pregunta: ¿cómo ocurrió?
Lo que Rabí Itzjak nos enseña es que, si queremos entender la Torá, debemos leerla como Torá, es decir: ley, instrucción, enseñanza, guía. La Torá responde a la pregunta: ¿cómo debemos vivir? Por eso plantea la cuestión de por qué no comienza con el primer mandamiento dado a Israel.
La Torá no es un libro de historia, aunque incluya historia. No es un libro de ciencia, aunque el primer capítulo de Génesis – como señaló el sociólogo del siglo XIX Max Weber – es el preludio necesario de la ciencia, porque representa la primera vez que el ser humano vio el universo como el producto de una sola voluntad creadora, y por lo tanto, como algo inteligible y no caprichoso o misterioso. Es, antes que nada y sobre todo, un libro sobre cómo vivir.
Todo lo que contiene – no sólo los mandamientos sino también las narraciones, incluida la narración misma de la creación – está allí únicamente con el propósito de la instrucción ética y espiritual.
Se mueve desde los detalles más minuciosos hasta las visiones más majestuosas del universo y de nuestro lugar dentro de él. Pero nunca se aparta de su enfoque intenso sobre las preguntas: ¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo vivir? ¿Qué tipo de persona debo esforzarme por ser? Y comienza, en Génesis 1, con la más fundamental de todas las preguntas. El Salmo lo expresa así:
“¿Qué es el hombre para que Te acuerdes de él?”
Tehillim 8:5
La Oración sobre la dignidad del hombre de Pico della Mirandola, del siglo XV, fue uno de los puntos de inflexión de la civilización occidental, el “manifiesto” del Renacimiento italiano. En ella, atribuye a Dios, dirigiéndose al primer hombre, las siguientes palabras:
“No te hemos dado, oh Adán, un rostro propio ni un don exclusivamente tuyo, para que el lugar, la forma y los dones que tú mismo elijas deliberadamente, sean tuyos y los poseas por tu propio juicio y decisión. La naturaleza de todas las demás criaturas está definida y limitada por las leyes que Nosotros hemos establecido; tú, en cambio, libre de tales restricciones, podrás, por tu libre albedrío – cuya custodia te hemos confiado –, trazar por ti mismo los rasgos de tu propia naturaleza. Te he colocado en el centro del mundo para que, desde ese punto de vista, puedas contemplar con mayor facilidad todo lo que el mundo contiene. Te hemos hecho una criatura ni del cielo ni de la tierra, ni mortal ni inmortal, para que tú, como libre y orgulloso modelador de tu propio ser, te des la forma que prefieras. Está en tu poder descender a los niveles más bajos de vida animal, o elevarte, por tu propia decisión, a los órdenes superiores cuya vida es divina.”
El Homo sapiens, esa síntesis única de “polvo de la tierra” y “aliento de Dios”, es único entre los seres creados porque no tiene una esencia fija: es libre para ser lo que elija. La Oración de Mirandola marcó una ruptura con las dos tradiciones dominantes de la Edad Media: la doctrina cristiana de que el ser humano está irremediablemente corrompido por el pecado original, y la idea platónica de que la humanidad está delimitada por formas fijas.
Es también una concepción profundamente judía – casi idéntica a la que ofrece el Rabino Joseph Soloveitchik en El hombre halájico: “El principio más fundamental de todos es que el hombre debe crearse a sí mismo. Esta es la idea que el judaísmo introdujo en el mundo.” Por lo tanto, no sorprende que descubramos que Mirandola tuvo un maestro judío: el Rabino Eliahu ben Moshé Delmedigo (1460–1497).
Nacido en Creta, Delmedigo fue un prodigio talmúdico, nombrado a temprana edad director de la yeshivá en Padua. Al mismo tiempo, estudió filosofía, en particular las obras de Aristóteles, Maimónides y Averroes. A los 23 años fue nombrado profesor de filosofía en la Universidad de Padua. A través de este cargo conoció al conde Giovanni Pico della Mirandola, quien se convirtió en su alumno y su mecenas. Sin embargo, los escritos filosóficos de Delmedigo – especialmente su obra Bejinat ha-Dat – se volvieron controvertidos. Fue acusado de herejía por otros rabinos, debió abandonar Italia y regresar a Creta. Fue muy admirado tanto por judíos como por cristianos, y cuando murió joven, muchos de ambos credos asistieron a su funeral.
Este énfasis en la elección, la libertad y la responsabilidad es una de las características más distintivas del pensamiento judío. Se proclama en el primer capítulo de Génesis de la manera más sutil. Todos conocemos la afirmación de que Dios creó al ser humano “a Su imagen y semejanza”. Rara vez nos detenemos a reflexionar sobre la paradoja. Si hay algo que la Torá enfatiza una y otra vez, es que Dios no tiene imagen. “Seré lo que seré”, le dice a Moshé cuando éste le pregunta Su nombre.
Ya que Dios trasciende la naturaleza – el punto fundamental de Bereshit 1 –, Él es libre, no está limitado por las leyes de la naturaleza. Al crear a los seres humanos a Su imagen, nos otorgó una libertad semejante, creando así al único ser capaz de ser creativo. El relato sin precedentes de Dios en el capítulo inicial de la Torá conduce a una visión igualmente inédita del ser humano y de su capacidad de autotransformación.
El Renacimiento, uno de los momentos culminantes de la civilización europea, finalmente colapsó. Una sucesión de gobernantes y papas corruptos condujo a la Reforma, y a las visiones muy distintas de Lutero y Calvino. Es fascinante imaginar qué habría ocurrido si el pensamiento europeo hubiese continuado por la senda señalada por Mirandola. Su humanismo de fines del siglo XV no era secular, sino profundamente religioso.
Así y todo, la gran verdad de Génesis 1 permanece. Como dicen los Sabios (Bereshit Rabá 8:1; Sanedrín 38a): “¿Por qué fue creado el hombre al final? Para que se diga: si es digno, toda la creación fue hecha para ti; pero si no lo es, se le dice: hasta un mosquito te precedió.” La Torá sigue siendo el supremo llamado de Dios a la humanidad: a la libertad y la creatividad, por un lado; y por el otro, a la responsabilidad y la moderación – a ser socio de Dios en la obra de la creación.
¿Qué es el ser humano? ¿Cómo responde Bereshit a esta pregunta?
¿Cómo cambia tu lectura de Bereshit al ver la Torá como “enseñanza” en lugar de historia o ciencia?
¿Crees que la fe debería centrarse más en la confianza o en la comprensión? ¿Por qué?
El Covenant & Conversation: Family Editionofrece formas para que los estudiantes de todas las edades interactúen con estas ideas y profundicen en la parashá semanal, el comentario del rabino Sacks y la conversación intergeneracional.
Un libro vivo
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Es el comienzo más famoso, majestuoso e influyente de cualquier libro en la literatura:
La traducción tradicional es: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” Lo sorprendentemente extraño es la manera en que Rashí – el más amado de todos los comentaristas judíos – comienza su comentario sobre el Jumash:
¿Podemos realmente tomar esto al pie de la letra? ¿Acaso Rabí Itzjak, o incluso Rashí, sugirieron en serio que el Libro de los Libros podría haber comenzado en el medio – a un tercio del camino del Éxodo –, omitiendo por completo la creación del universo, que es, después de todo, uno de los fundamentos de la fe judía?
¿Podríamos entender la historia de Israel sin su prehistoria, sin las historias de Abraham y Sara y sus hijos? ¿Podríamos comprender esos relatos sin saber lo que los precede: la reiterada decepción de Dios con Adán y Javá, Caín, la generación del Diluvio y los constructores de la Torre de Babel?
Los cincuenta capítulos de Génesis, junto con el comienzo de Éxodo, son la fuente primordial de la fe bíblica. Son lo más cercano que tenemos a una exposición de la filosofía del judaísmo. Entonces, ¿qué quiso decir Rabí Itzjak?
Quiso decir algo profundo, que a menudo olvidamos. Para entender un libro, debemos saber a qué género pertenece. ¿Es historia o leyenda, crónica o mito? ¿A qué pregunta responde? Un libro de historia responde a la pregunta: ¿qué ocurrió? Un libro de cosmología – sea ciencia o mito – responde a la pregunta: ¿cómo ocurrió?
Lo que Rabí Itzjak nos enseña es que, si queremos entender la Torá, debemos leerla como Torá, es decir: ley, instrucción, enseñanza, guía. La Torá responde a la pregunta: ¿cómo debemos vivir? Por eso plantea la cuestión de por qué no comienza con el primer mandamiento dado a Israel.
La Torá no es un libro de historia, aunque incluya historia. No es un libro de ciencia, aunque el primer capítulo de Génesis – como señaló el sociólogo del siglo XIX Max Weber – es el preludio necesario de la ciencia, porque representa la primera vez que el ser humano vio el universo como el producto de una sola voluntad creadora, y por lo tanto, como algo inteligible y no caprichoso o misterioso. Es, antes que nada y sobre todo, un libro sobre cómo vivir.
Todo lo que contiene – no sólo los mandamientos sino también las narraciones, incluida la narración misma de la creación – está allí únicamente con el propósito de la instrucción ética y espiritual.
Se mueve desde los detalles más minuciosos hasta las visiones más majestuosas del universo y de nuestro lugar dentro de él. Pero nunca se aparta de su enfoque intenso sobre las preguntas: ¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo vivir? ¿Qué tipo de persona debo esforzarme por ser? Y comienza, en Génesis 1, con la más fundamental de todas las preguntas. El Salmo lo expresa así:
La Oración sobre la dignidad del hombre de Pico della Mirandola, del siglo XV, fue uno de los puntos de inflexión de la civilización occidental, el “manifiesto” del Renacimiento italiano. En ella, atribuye a Dios, dirigiéndose al primer hombre, las siguientes palabras:
El Homo sapiens, esa síntesis única de “polvo de la tierra” y “aliento de Dios”, es único entre los seres creados porque no tiene una esencia fija: es libre para ser lo que elija. La Oración de Mirandola marcó una ruptura con las dos tradiciones dominantes de la Edad Media: la doctrina cristiana de que el ser humano está irremediablemente corrompido por el pecado original, y la idea platónica de que la humanidad está delimitada por formas fijas.
Es también una concepción profundamente judía – casi idéntica a la que ofrece el Rabino Joseph Soloveitchik en El hombre halájico: “El principio más fundamental de todos es que el hombre debe crearse a sí mismo. Esta es la idea que el judaísmo introdujo en el mundo.” Por lo tanto, no sorprende que descubramos que Mirandola tuvo un maestro judío: el Rabino Eliahu ben Moshé Delmedigo (1460–1497).
Nacido en Creta, Delmedigo fue un prodigio talmúdico, nombrado a temprana edad director de la yeshivá en Padua. Al mismo tiempo, estudió filosofía, en particular las obras de Aristóteles, Maimónides y Averroes. A los 23 años fue nombrado profesor de filosofía en la Universidad de Padua. A través de este cargo conoció al conde Giovanni Pico della Mirandola, quien se convirtió en su alumno y su mecenas. Sin embargo, los escritos filosóficos de Delmedigo – especialmente su obra Bejinat ha-Dat – se volvieron controvertidos. Fue acusado de herejía por otros rabinos, debió abandonar Italia y regresar a Creta. Fue muy admirado tanto por judíos como por cristianos, y cuando murió joven, muchos de ambos credos asistieron a su funeral.
Este énfasis en la elección, la libertad y la responsabilidad es una de las características más distintivas del pensamiento judío. Se proclama en el primer capítulo de Génesis de la manera más sutil. Todos conocemos la afirmación de que Dios creó al ser humano “a Su imagen y semejanza”. Rara vez nos detenemos a reflexionar sobre la paradoja. Si hay algo que la Torá enfatiza una y otra vez, es que Dios no tiene imagen. “Seré lo que seré”, le dice a Moshé cuando éste le pregunta Su nombre.
Ya que Dios trasciende la naturaleza – el punto fundamental de Bereshit 1 –, Él es libre, no está limitado por las leyes de la naturaleza. Al crear a los seres humanos a Su imagen, nos otorgó una libertad semejante, creando así al único ser capaz de ser creativo. El relato sin precedentes de Dios en el capítulo inicial de la Torá conduce a una visión igualmente inédita del ser humano y de su capacidad de autotransformación.
El Renacimiento, uno de los momentos culminantes de la civilización europea, finalmente colapsó. Una sucesión de gobernantes y papas corruptos condujo a la Reforma, y a las visiones muy distintas de Lutero y Calvino. Es fascinante imaginar qué habría ocurrido si el pensamiento europeo hubiese continuado por la senda señalada por Mirandola. Su humanismo de fines del siglo XV no era secular, sino profundamente religioso.
Así y todo, la gran verdad de Génesis 1 permanece. Como dicen los Sabios (Bereshit Rabá 8:1; Sanedrín 38a): “¿Por qué fue creado el hombre al final? Para que se diga: si es digno, toda la creación fue hecha para ti; pero si no lo es, se le dice: hasta un mosquito te precedió.” La Torá sigue siendo el supremo llamado de Dios a la humanidad: a la libertad y la creatividad, por un lado; y por el otro, a la responsabilidad y la moderación – a ser socio de Dios en la obra de la creación.
El Covenant & Conversation: Family Edition ofrece formas para que los estudiantes de todas las edades interactúen con estas ideas y profundicen en la parashá semanal, el comentario del rabino Sacks y la conversación intergeneracional.
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