¿Existe algo así como una base objetiva para la moralidad? Durante un tiempo, en los círculos seculares, la idea pareció absurda. La moralidad es lo que elegimos que sea. Somos libres de hacer lo que queramos, siempre y cuando no dañemos a los demás.
Los juicios morales no son verdades, sino elecciones. No hay manera de pasar del “es” al “debe ser”, de la descripción a la prescripción, de los hechos a los valores, de la ciencia a la ética. Esta fue la sabiduría aceptada en la filosofía durante un siglo después de que Nietzsche argumentara a favor del abandono de la moral – que él veía como producto del judaísmo – en favor de la “voluntad de poder”.
Recientemente, sin embargo, se ha propuesto una base científica completamente nueva para la moralidad, proveniente de dos direcciones sorprendentes: el neo-darwinismo y la rama de las matemáticas conocida como teoría de juegos. Como veremos, este descubrimiento está íntimamente relacionado con la historia de Noaj y el pacto hecho entre Dios y la humanidad después del Diluvio.
Imaginemos a dos personas arrestadas por la policía bajo sospecha de haber cometido un crimen. No hay pruebas suficientes para condenarlas por un delito grave; sólo hay lo necesario para condenarlas por uno menor. La policía decide incentivar a cada una a delatar a la otra. Las separan y a cada una le hacen la siguiente propuesta: si testificas contra el otro sospechoso, quedarás libre y él será encarcelado por diez años. Si él testifica contra ti y tú guardas silencio, serás sentenciado a diez años y él quedará libre. Si ambos se delatan mutuamente, cada uno recibirá una sentencia de cinco años. Si ambos guardan silencio, serán condenados por el delito menor y enfrentarán sólo un año de prisión.
No cuesta mucho ver que la estrategia óptima para cada uno es delatar al otro. El resultado: ambos serán encarcelados por cinco años. La paradoja es que el mejor resultado sería que ambos guardaran silencio: en ese caso, sólo enfrentarían un año de prisión. La razón por la cual ninguno opta por esta estrategia es que depende de la colaboración. Sin embargo, dado que no hay comunicación entre ellos, no pueden arriesgarse a confiar. El dilema del prisionero es notable porque muestra que dos personas, actuando racionalmente, pueden producir un resultado que es malo para ambas. Con el tiempo, se encontró una solución. La paradoja surge porque los prisioneros se enfrentan a esta situación una sola vez. Si se repitiera muchas veces, eventualmente descubrirían que lo mejor es confiar y cooperar.
Mientras tanto, los biólogos se debatían con un fenómeno que había desconcertado a Darwin. La teoría de la selección natural – popularmente conocida como la supervivencia del más apto – sugiere que los individuos más despiadados de cualquier población sobrevivirán y transmitirán sus genes a la siguiente generación. Sin embargo, casi todas las sociedades observadas valoran a los individuos altruistas: aquellos que sacrifican su propio beneficio para ayudar a otros. Parecía haber una contradicción directa entre estos dos hechos.
El dilema del prisionero sugirió una respuesta. El interés propio individual a menudo produce malos resultados. Cualquier grupo que aprenda a cooperar, en lugar de competir, tendrá ventaja sobre los demás. Pero, como mostraba el dilema, esto requiere encuentros repetidos – el llamado “Dilema del Prisionero Iterado (repetido)”. A fines de la década de 1970, se anunció una competencia para encontrar el programa de computadora que mejor jugara al dilema del prisionero iterado contra sí mismo y contra otros.
El programa ganador fue ideado por un canadiense, Anatole Rapoport, y se llamó Tit-for-Tat (“ojo por ojo”). Era deslumbrantemente simple: comenzaba cooperando y luego repetía el último movimiento de su oponente. Operaba bajo la regla “Lo que me hiciste, te haré”, o “medida por medida”. Esta fue la primera vez que se ofrecía una prueba científica de un principio moral.
Lo fascinante de esta cadena de descubrimientos es que refleja exactamente el principio central del pacto que Dios hizo con Noaj:
El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios hizo Él al hombre.
Esto es medida por medida (en hebreo, mida keneged mida), o justicia retributiva: así como actúas, así se actuará contigo. De hecho, en este punto la Torá hace algo muy sutil. Las seis palabras en que se enuncia el principio son una imagen especular unas de otras: [1] El que derrame [2] la sangre [3] del hombre, [3a] por el hombre [2a] su sangre [1a] será derramada. Es un ejemplo perfecto de forma que refleja contenido: lo que se nos hace es reflejo de lo que hacemos. El hecho extraordinario es que el primer principio moral expuesto en la Torá es también el primer principio moral que ha sido demostrado científicamente. Tit-for-Tat es el equivalente computacional de la justicia retributiva:
El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada.
La historia tiene una secuela. En 1989, el matemático polaco Martin Nowak desarrolló un programa que superó a Tit-for-Tat. Lo llamó Generoso. Superó una debilidad de su predecesor: cuando se enfrentaba a un oponente especialmente hostil, podía caer en un ciclo interminable y destructivo de represalias, perjudicial para ambos lados. Generoso evitó esto olvidando aleatoriamente y periódicamente el último movimiento de su oponente, permitiendo que la relación comenzara de nuevo. En efecto, Nowak había producido una simulación computacional del perdón.
Una vez más, la conexión con la historia de Noaj y el Diluvio es directa. Después del Diluvio, Dios declaró: “No volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque la inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud; ni volveré a destruir todo ser viviente, como he hecho.” Este es el principio del perdón divino.
Así, los dos grandes principios del pacto noájico son también los primeros dos principios que han sido establecidos mediante simulación por computadora. Hay, después de todo, una base objetiva para la moralidad. Se apoya en dos ideas fundamentales: la justicia y el perdón, o lo que los Sabios llamaron midat ha-din y midat rajamim. Sin ellas, ningún grupo puede sobrevivir a largo plazo.
En una de las primeras grandes obras de la filosofía judía – Sefer Emunot ve-Deot (El Libro de las Creencias y las Opiniones) – Rabí Saadia Gaón (882–942) explicó que las verdades de la Torá podían establecerse por medio de la razón. ¿Por qué, entonces, fue necesaria la revelación? Porque a la humanidad le toma tiempo llegar a la verdad, y hay muchos tropiezos y desvíos en el camino.
Tomó más de mil años después de Rabí Saadia Gaón para que la humanidad demostrara las verdades morales fundamentales que están en la base del pacto de Dios con la humanidad: que la cooperación es tan necesaria como la competencia; que la cooperación depende de la confianza; que la confianza requiere justicia; y que la justicia misma está incompleta sin el perdón. La moralidad no es simplemente lo que elegimos que sea. Es parte del tejido esencial del universo, revelado por el Creador del universo hace mucho tiempo.
¿Crees que las personas son naturalmente egoístas o naturalmente cooperativas? ¿Por qué?
En el Dilema del Prisionero, ¿te quedarías en silencio o delatarías a tu compañero? ¿Qué influiría en tu elección?
¿Cómo muestra la historia de Noaj tanto la justicia como el perdón?
Moralidad verdadera
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¿Existe algo así como una base objetiva para la moralidad? Durante un tiempo, en los círculos seculares, la idea pareció absurda. La moralidad es lo que elegimos que sea. Somos libres de hacer lo que queramos, siempre y cuando no dañemos a los demás.
Los juicios morales no son verdades, sino elecciones. No hay manera de pasar del “es” al “debe ser”, de la descripción a la prescripción, de los hechos a los valores, de la ciencia a la ética. Esta fue la sabiduría aceptada en la filosofía durante un siglo después de que Nietzsche argumentara a favor del abandono de la moral – que él veía como producto del judaísmo – en favor de la “voluntad de poder”.
Recientemente, sin embargo, se ha propuesto una base científica completamente nueva para la moralidad, proveniente de dos direcciones sorprendentes: el neo-darwinismo y la rama de las matemáticas conocida como teoría de juegos. Como veremos, este descubrimiento está íntimamente relacionado con la historia de Noaj y el pacto hecho entre Dios y la humanidad después del Diluvio.
Imaginemos a dos personas arrestadas por la policía bajo sospecha de haber cometido un crimen. No hay pruebas suficientes para condenarlas por un delito grave; sólo hay lo necesario para condenarlas por uno menor. La policía decide incentivar a cada una a delatar a la otra. Las separan y a cada una le hacen la siguiente propuesta: si testificas contra el otro sospechoso, quedarás libre y él será encarcelado por diez años. Si él testifica contra ti y tú guardas silencio, serás sentenciado a diez años y él quedará libre. Si ambos se delatan mutuamente, cada uno recibirá una sentencia de cinco años. Si ambos guardan silencio, serán condenados por el delito menor y enfrentarán sólo un año de prisión.
No cuesta mucho ver que la estrategia óptima para cada uno es delatar al otro. El resultado: ambos serán encarcelados por cinco años. La paradoja es que el mejor resultado sería que ambos guardaran silencio: en ese caso, sólo enfrentarían un año de prisión. La razón por la cual ninguno opta por esta estrategia es que depende de la colaboración. Sin embargo, dado que no hay comunicación entre ellos, no pueden arriesgarse a confiar. El dilema del prisionero es notable porque muestra que dos personas, actuando racionalmente, pueden producir un resultado que es malo para ambas. Con el tiempo, se encontró una solución. La paradoja surge porque los prisioneros se enfrentan a esta situación una sola vez. Si se repitiera muchas veces, eventualmente descubrirían que lo mejor es confiar y cooperar.
Mientras tanto, los biólogos se debatían con un fenómeno que había desconcertado a Darwin. La teoría de la selección natural – popularmente conocida como la supervivencia del más apto – sugiere que los individuos más despiadados de cualquier población sobrevivirán y transmitirán sus genes a la siguiente generación. Sin embargo, casi todas las sociedades observadas valoran a los individuos altruistas: aquellos que sacrifican su propio beneficio para ayudar a otros. Parecía haber una contradicción directa entre estos dos hechos.
El dilema del prisionero sugirió una respuesta. El interés propio individual a menudo produce malos resultados. Cualquier grupo que aprenda a cooperar, en lugar de competir, tendrá ventaja sobre los demás. Pero, como mostraba el dilema, esto requiere encuentros repetidos – el llamado “Dilema del Prisionero Iterado (repetido)”. A fines de la década de 1970, se anunció una competencia para encontrar el programa de computadora que mejor jugara al dilema del prisionero iterado contra sí mismo y contra otros.
El programa ganador fue ideado por un canadiense, Anatole Rapoport, y se llamó Tit-for-Tat (“ojo por ojo”). Era deslumbrantemente simple: comenzaba cooperando y luego repetía el último movimiento de su oponente. Operaba bajo la regla “Lo que me hiciste, te haré”, o “medida por medida”. Esta fue la primera vez que se ofrecía una prueba científica de un principio moral.
Lo fascinante de esta cadena de descubrimientos es que refleja exactamente el principio central del pacto que Dios hizo con Noaj:
Esto es medida por medida (en hebreo, mida keneged mida), o justicia retributiva: así como actúas, así se actuará contigo. De hecho, en este punto la Torá hace algo muy sutil. Las seis palabras en que se enuncia el principio son una imagen especular unas de otras: [1] El que derrame [2] la sangre [3] del hombre, [3a] por el hombre [2a] su sangre [1a] será derramada. Es un ejemplo perfecto de forma que refleja contenido: lo que se nos hace es reflejo de lo que hacemos. El hecho extraordinario es que el primer principio moral expuesto en la Torá es también el primer principio moral que ha sido demostrado científicamente. Tit-for-Tat es el equivalente computacional de la justicia retributiva:
La historia tiene una secuela. En 1989, el matemático polaco Martin Nowak desarrolló un programa que superó a Tit-for-Tat. Lo llamó Generoso. Superó una debilidad de su predecesor: cuando se enfrentaba a un oponente especialmente hostil, podía caer en un ciclo interminable y destructivo de represalias, perjudicial para ambos lados. Generoso evitó esto olvidando aleatoriamente y periódicamente el último movimiento de su oponente, permitiendo que la relación comenzara de nuevo. En efecto, Nowak había producido una simulación computacional del perdón.
Una vez más, la conexión con la historia de Noaj y el Diluvio es directa. Después del Diluvio, Dios declaró: “No volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque la inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud; ni volveré a destruir todo ser viviente, como he hecho.” Este es el principio del perdón divino.
Así, los dos grandes principios del pacto noájico son también los primeros dos principios que han sido establecidos mediante simulación por computadora. Hay, después de todo, una base objetiva para la moralidad. Se apoya en dos ideas fundamentales: la justicia y el perdón, o lo que los Sabios llamaron midat ha-din y midat rajamim. Sin ellas, ningún grupo puede sobrevivir a largo plazo.
En una de las primeras grandes obras de la filosofía judía – Sefer Emunot ve-Deot (El Libro de las Creencias y las Opiniones) – Rabí Saadia Gaón (882–942) explicó que las verdades de la Torá podían establecerse por medio de la razón. ¿Por qué, entonces, fue necesaria la revelación? Porque a la humanidad le toma tiempo llegar a la verdad, y hay muchos tropiezos y desvíos en el camino.
Tomó más de mil años después de Rabí Saadia Gaón para que la humanidad demostrara las verdades morales fundamentales que están en la base del pacto de Dios con la humanidad: que la cooperación es tan necesaria como la competencia; que la cooperación depende de la confianza; que la confianza requiere justicia; y que la justicia misma está incompleta sin el perdón. La moralidad no es simplemente lo que elegimos que sea. Es parte del tejido esencial del universo, revelado por el Creador del universo hace mucho tiempo.
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