El Corazón, el Hogar, el Texto

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Hasta este momento Moshé había dado 612 mandamientos a los israelitas. Pero aún quedaba una instrucción más que debía dar, la última de su vida, la mitzvá final de la Torá.

“Ahora, pues, escriban este cántico y enséñenlo a los hijos de Israel; pónganlo en su boca, para que este cántico Me sea testigo contra los hijos de Israel.”

Deut. 31:19

La Tradición Oral entendió que esto ordenaba que cada israelita debía participar en la escritura de un Sefer Torá. Así formula Maimónides la siguiente ley:

Todo israelita varón tiene el mandamiento de escribir un rollo de la Torá para sí mismo, como está dicho: “Ahora, pues, escriban este cántico”, es decir, “Escriban para ustedes [una copia completa de] la Torá que contiene este cántico”, ya que no escribimos pasajes aislados de la Torá [sino solamente un rollo completo]. Incluso si uno ha heredado un rollo de la Torá de sus padres, de todos modos es una mitzvá escribir uno por sí mismo, y quien lo hace es como si la hubiera recibido [a la Torá] del Monte Sinaí. Quien no sabe cómo escribir un rollo puede encargar [a un escriba] que lo haga por él, y cualquiera que corrija aunque sea una sola letra es como si hubiera escrito un rollo completo.

Leyes de Tefilín, Mezuzá y Sefer Torá 7:1

Hay algo poético en el hecho de que Moshé haya dejado esta ley para el final. Pues era como si estuviera diciendo a la siguiente generación, y a todas las generaciones futuras:

“No piensen que basta con decir: ‘Mis antepasados recibieron la Torá de Moshé’. Ustedes deben tomarla y hacerla nueva en cada generación.”

Y así lo hicieron los judíos.

El Corán llama a los judíos “el Pueblo del Libro”. Esa es una gran subestimación. Todo el judaísmo es una historia de amor extendida entre un pueblo y un libro: entre los judíos y la Torá. Nunca un pueblo amó y honró tanto un libro. Lo leyeron, lo estudiaron, discutieron con él, lo vivieron. En su presencia se ponían de pie como ante un rey. En Simjat Torá, bailaban con él como si fuera una novia. Si, Dios no lo quiera, caía, ayunaban. Si ya no era apto para usarse, lo enterraban como si fuera un pariente que había muerto.

Durante mil años escribieron comentarios a él en forma del resto del Tanaj (hubo mil años entre Moshé y Malaquías, el último de los profetas, y en el último capítulo de los libros proféticos, Malaquías dice en nombre de Dios: “Recuerden la Torá de mi siervo Moshé, los decretos y leyes que le di en Horeb para todo Israel”). Luego, por otros mil años, entre el último de los profetas y el cierre del Talmud de Babilonia, escribieron comentarios a los comentarios en forma de documentos – Midrash, Mishná y Guemará – de la Ley Oral. Después, por otros mil años más, desde los Geonim hasta los Rishonim y los Ajaronim, escribieron comentarios a los comentarios de los comentarios, en forma de exégesis bíblica, códigos legales y obras de filosofía. Hasta la era moderna, prácticamente todo texto judío era directa o indirectamente un comentario a la Torá.

Durante cien generaciones fue más que un libro. Era la carta de amor de Dios al pueblo judío, el regalo de Su palabra, la prenda de su desposorio, el contrato matrimonial entre el cielo y el pueblo judío, el vínculo que Dios nunca rompería ni rescindiría. Era la historia del pueblo y su constitución escrita como nación bajo Dios. Cuando fueron exiliados de su tierra se convirtió en la prueba documental de una promesa pasada y de una esperanza futura. Con una frase brillante, el poeta Heinrich Heine llamó a la Torá “la patria portátil del judío”. En el comentario de George Steiner: “El texto es hogar; cada comentario, un regreso”.[1]


[1] George Steiner, “Our Homeland, the Text,” en The Salmagundi Reader, 99-121.

Disperso, esparcido, sin tierra, sin poder, mientras un judío tuviera la Torá estaba en casa – si no físicamente, al menos espiritualmente. Hubo momentos en que era lo único que tenían. De allí la desgarradora línea en uno de los poemas litúrgicos de Neilá al final de Yom Kipur:

Ein lanu shiur rak haTorah hazot

“No nos queda nada excepto esta Torá.”

Era su mundo. Según un Midrash, era la arquitectura de la creación: “Dios miró en la Torá y creó el Universo.” Según otra tradición, toda la Torá era un solo nombre místico de Dios. Decían los sabios que estaba escrita en letras de fuego negro sobre fuego blanco. Rabí Iose ben Kisma, arrestado por los romanos por enseñar Torá en público, fue sentenciado a muerte, envuelto en un rollo de la Torá que luego quemaron. Mientras moría, sus alumnos le preguntaron qué veía. Él respondió: “Veo el pergamino ardiendo, pero las letras volando [de regreso al cielo]” (Avodá Zará 18a).

Los romanos podían quemar los rollos, pero la Torá era indestructible.

Así, hay un poder inmenso en la idea de que, al llegar Moshé al final de su vida, y la Torá al final de su narrativa, el imperativo final fuera un mandamiento de seguir escribiendo y estudiando la Torá, enseñándola al pueblo y “poniéndola en su boca” para que no los abandonara, ni ellos a ella. La palabra de Dios viviría dentro de ellos, dándoles vida.

El Talmud relata una historia intrigante sobre el rey David, quien pidió a Dios que le dijera cuánto tiempo viviría. Dios le respondió que eso es algo que ningún mortal sabe. Lo máximo que reveló fue que moriría en Shabat. El Talmud cuenta entonces que cada Shabat, “la boca de David no cesaba de aprender” durante todo el día.

Cuando llegó el día en que David debía morir, el Ángel de la Muerte fue enviado, pero al encontrar a David estudiando sin pausa no pudo tomarlo – pues la Torá es una forma de vida inmortal. Finalmente el ángel tuvo que idear una estratagema. Hizo un ruido entre las ramas de un árbol en el jardín real. David subió por una escalera para ver qué lo provocaba. Un peldaño se rompió. David cayó y, por un instante, dejó de estudiar. En ese momento murió (Shabat 30a-b).

¿De qué trata esta historia? En el nivel más simple, es la manera de los sabios de reimaginar al rey David menos como héroe militar y el más grande rey de Israel, y más como penitente y estudioso de la Torá (obsérvese que varios de los Salmos, especialmente 1, 19 y 119, son poemas en alabanza al estudio de la Torá). Pero en un nivel más profundo parece decir algo más. David aquí simboliza al pueblo judío. Mientras el pueblo judío nunca deje de estudiar, no morirá. El equivalente nacional del Ángel de la Muerte – la ley de que todas las naciones, por grandes que sean, finalmente declinan y caen – no aplica a un pueblo que nunca deja de estudiar, que nunca olvida quién es ni por qué.

Por ello, la Torá concluye con el último mandamiento: seguir escribiendo y estudiando la Torá. Y esto se resume en la hermosa costumbre, en Simjat Torá, de pasar inmediatamente de leer el final de la Torá a leer su comienzo. La última palabra de la Torá es Israel; la última letra es una lamed. La primera palabra de la Torá es Bereshit; la primera letra es una bet. Lamed seguida de bet forma lev, “corazón”.

Mientras el pueblo judío nunca deje de aprender, el corazón judío nunca dejará de latir. Nunca un pueblo amó tanto a un libro. Nunca un libro sostuvo tanto a un pueblo ni lo elevó más alto.


[1] George Steiner, “Our Homeland, the Text,” in The Salmagundi Reader, pp. 99-121.


questions spanish table 5783 preguntas paea la mesa de shabat
  1. ¿Qué significa para ti hacer nueva la Torá en cada generación?
  2. ¿Qué piensas del comentario de Heine sobre la “patria portátil del judío”?
  3. ¿Por qué la Torá terminaría con esta mitzvá? ¿Escogerías otra mitzvá como la última?

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