¿Por qué ser Judío?

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En los últimos días de su vida, Moshé renueva el pacto entre Dios e Israel. Todo el libro de Devarim ha sido un relato del pacto: cómo surgió, cuáles son sus términos y condiciones, por qué constituye el núcleo de la identidad de Israel como un am kadosh (un pueblo santo), etc. Ahora llega el momento de la renovación misma, una rededicación nacional a los términos de su existencia como un pueblo santo bajo la soberanía de Dios Mismo.

Moshé, sin embargo, tiene cuidado de no limitar sus palabras a quienes están presentes en ese momento. A punto de morir, quiere asegurarse de que ninguna generación futura pueda decir: “Moshé hizo un pacto con nuestros antepasados, pero no con nosotros. Nosotros no dimos nuestro consentimiento. No estamos obligados.” Para impedir esto, pronuncia estas palabras:

No sólo con vosotros hago yo este pacto y este juramento, sino también con los que están hoy aquí con nosotros delante del Señor nuestro Dios, y con los que no están hoy aquí con nosotros.”

Deut. 29:13-14

Como señalan los comentaristas, la frase “los que no están aquí” no puede referirse a israelitas vivos en ese momento que simplemente se encontraban en otro lugar. Esa condición no habría sido necesaria, ya que toda la nación estaba allí reunida. Moshé sólo puede referirse a “las generaciones aún no nacidas.” El pacto obligó a todos los judíos desde aquel día hasta hoy. Como dice el Talmud: todos somos mushba ve-omed meHar Sinai, “juramentados desde el Sinaí” (Yoma 73b, Nedarim 8a). Al aceptar ser el pueblo de Dios, sujeto a Sus leyes, nuestros antepasados nos obligaron a todos.

De ahí surge uno de los hechos más fundamentales sobre el judaísmo. Salvo los conversos, no elegimos ser judíos. Nacemos judíos. Nos convertimos en adultos legales, sujetos a los mandamientos y responsables de nuestras acciones, a los doce años en el caso de las niñas y trece en el de los niños. Pero somos parte del pacto desde el nacimiento. Una bat o bar mitzvá no es una “confirmación”. No implica ninguna aceptación voluntaria de la identidad judía. Esa elección tuvo lugar hace más de tres mil años, cuando Moshé dijo: “No sólo con vosotros hago yo este pacto y este juramento, sino también con… los que no están hoy aquí con nosotros”, es decir, todas las generaciones futuras, incluyéndonos a nosotros.

Pero, ¿cómo puede ser así? Seguramente un principio fundamental del judaísmo es que no hay obligación sin consentimiento. ¿Cómo podemos estar obligados por un acuerdo en el que no fuimos parte? ¿Cómo podemos estar sujetos a un pacto en base a una decisión tomada hace mucho tiempo y muy lejos por nuestros antepasados?

Los Sabios, de hecho, plantearon una pregunta similar sobre la Generación del Desierto en tiempos de Moshé, quienes sí estaban allí y dieron su consentimiento. El Talmud sugiere que no fueron enteramente libres de decir “No”:

“El Santo, Bendito Sea, suspendió la montaña sobre ellos como un barril y dijo: Si decís ‘Sí’, todo irá bien, pero si decís ‘No’, aquí será vuestro lugar de sepultura.”

Shabat 88b

Sobre esto, Rabí Aja bar Yaakov dijo: “Esto constituye un desafío fundamental a la legitimidad del pacto.” El Talmud responde que, aunque el acuerdo no haya sido completamente libre en aquel momento, los judíos afirmaron su consentimiento voluntariamente en los días de Ajashverosh, como lo sugiere el libro de Ester.

Este no es el lugar para profundizar en ese pasaje, pero el punto esencial está claro. Los Sabios creían con gran firmeza que un acuerdo debe hacerse libremente para ser vinculante. Sin embargo, nosotros no elegimos ser judíos. La mayoría de nosotros nacimos judíos. No estuvimos en los días de Moshé cuando se hizo el acuerdo. Todavía no existíamos. ¿Cómo entonces podemos estar obligados por el pacto?

No es una pregunta menor. Es la pregunta de la cual dependen todas las demás. ¿Cómo puede transmitirse la identidad judía de padres a hijos? Si la identidad judía fuera meramente racial o étnica, lo entenderíamos. Heredamos muchas cosas de nuestros padres – lo más obvio, nuestros genes. Pero ser judío no es una condición genética, es un conjunto de obligaciones religiosas. Existe un principio halájico: zajin le-adam shelo befanav, “Puedes conferir un beneficio a alguien sin su conocimiento o consentimiento” (Ketubot 11a). Y aunque sin duda es un beneficio ser judío, en cierto sentido también es una carga, una restricción en nuestro rango de elecciones legítimas, con graves consecuencias si transgredimos. Si no hubiéramos sido judíos, podríamos haber trabajado en Shabat, comido alimentos no kasher, etc. Puedes conferir un beneficio sin consentimiento, pero no una carga.

En mi libro Radical Then, Radical Now[1] señalé lo fascinante que es rastrear cuándo y dónde se planteó esta pregunta. A pesar de que todo depende de ella, no se planteó con frecuencia. En su mayor parte, los judíos no se preguntaban: “¿Por qué ser judío?” La respuesta era obvia: mis padres son judíos, mis abuelos eran judíos, por lo tanto yo soy judío. La identidad es algo que la mayoría de la gente, en la mayoría de las épocas, da por sentado.


[1] Jonathan Sacks, Radical Then, Radical Now, London: HarperCollins, 2000, (publicado en Estados Unidos como A Letter in the Scroll, New York: Free Press, 2000).

Sin embargo, la cuestión sí surgió durante el exilio babilónico. El profeta Yejezkel dice: “Lo que os pasa por la mente jamás sucederá, eso de que digáis: ‘Seamos como las naciones, como las familias de las tierras, adorando madera y piedra.’” (Ez. 20:32) Esta es la primera referencia a judíos buscando activamente abandonar su identidad.

Ocurrió de nuevo en tiempos rabínicos. Sabemos que en el siglo II a.e.c. hubo judíos que se helenizaron, buscando ser griegos en lugar de judíos. Otros, bajo dominio romano, quisieron volverse romanos. Algunos incluso se sometieron a una operación conocida como epispasmo para revertir los efectos de la circuncisión (en hebreo se los llamaba meshujim), con el fin de ocultar que eran judíos.[1]


[1] Esto es a lo que se refiere R. Elazar of Modiin en Mishnah Avot 3:15 cuando habla acerca de alguien que “anula el pacto de nuestro patriarca Abraham.”

La tercera vez fue en España, en el siglo XV. Allí encontramos a dos comentaristas bíblicos, Rabí Itzjak Arama y Rabí Itzjak Abarbanel, planteando precisamente la pregunta que nosotros hemos formulado: ¿cómo puede el pacto obligar a los judíos de hoy? La razón por la que ellos la plantearon, mientras que comentaristas anteriores no lo hicieron, fue que en su época – entre 1391 y 1492 – había una enorme presión sobre los judíos españoles para convertirse al cristianismo, y quizá hasta un tercio lo hizo (se los conocía en hebreo como anusim, en español como conversos, y de manera despectiva como marranos, “cerdos”). La pregunta “¿Por qué seguir siendo judío?” era real.

Las respuestas dadas fueron distintas en diferentes épocas. La respuesta de Yejezkel fue tajante: “Vivo Yo, dice el Señor Dios, que con mano fuerte, brazo extendido y furor derramado, Yo mismo reinaré sobre vosotros.” (Ez. 20:33) En otras palabras, los judíos podrían intentar escapar de su destino, pero fracasarían. Aun contra su voluntad, siempre serían conocidos como judíos. Eso, trágicamente, fue lo que ocurrió en las dos grandes épocas de asimilación: en la España del siglo XV y en Europa en los siglos XIX y principios del XX. En ambos casos, el antisemitismo racial persistió, y los judíos siguieron siendo perseguidos.

Los Sabios respondieron a la pregunta de manera mística. Dijeron que incluso las almas de los judíos aún no nacidos estuvieron presentes en el Sinaí y ratificaron el pacto (Éxodo Rabá 28:6). En otras palabras, todo judío, de algún modo, sí dio su consentimiento en los días de Moshé aunque aún no hubiera nacido. Desmitificando esto, quizá los Sabios quisieron decir que, en lo más profundo de su corazón, incluso el judío más asimilado sabe que es judío. Tal parece haber sido el caso de figuras públicas como Heinrich Heine y Benjamin Disraeli, quienes vivieron como cristianos pero a menudo escribieron y pensaron como judíos.

Los comentaristas españoles del siglo XV encontraron problemática esta respuesta. Como dijo Arama, cada uno de nosotros es cuerpo y alma. ¿Cómo, entonces, basta decir que nuestra alma estuvo en el Sinaí? ¿Cómo puede el alma obligar al cuerpo? Por supuesto, el alma acepta el pacto. Espiritualmente, ser judío es un privilegio, y se puede conferir un privilegio sin consentimiento. Pero para el cuerpo, el pacto es una carga. Implica todo tipo de restricciones a los placeres físicos. Por lo tanto, si las almas de las generaciones futuras estuvieron presentes pero no sus cuerpos, esto no constituye consentimiento.

Radical Then, Radical Now es mi respuesta a esta pregunta. Pero quizá haya una más simple. No toda obligación que nos vincula es una a la que hayamos dado nuestro consentimiento libremente. Hay obligaciones que vienen con el nacimiento. El ejemplo clásico es un príncipe o princesa heredero. Ser el heredero al trono implica un conjunto de deberes y una vida de servicio a los demás. Es posible descuidar estos deberes. En circunstancias extremas, incluso es posible que un monarca abdique. Pero nadie puede elegir convertirse en heredero al trono. Eso es un destino, una misión, que viene con el nacimiento.

El pueblo del que Dios mismo dijo: “Mi hijo, Mi primogénito, Israel” (Éx. 4:22) sabe que es realeza. Puede que sea un privilegio. Puede que sea una carga. Casi con certeza es ambas cosas. Es una peculiar ilusión post-Ilustración pensar que lo único significativo sobre nosotros son las cosas que elegimos. La verdad es que no elegimos algunos de los hechos más importantes acerca de nosotros mismos. No elegimos nacer. No elegimos a nuestros padres. No elegimos la época ni el lugar de nuestro nacimiento. Sin embargo, cada una de estas cosas afecta quiénes somos y qué estamos llamados a hacer.

Somos parte de una historia que comenzó mucho antes de que naciéramos y que continuará mucho después de que ya no estemos aquí, y la pregunta para todos nosotros es: ¿Continuaremos la historia? Las esperanzas de cien generaciones de nuestros antepasados descansan en nuestra disposición a hacerlo. En lo profundo de nuestra memoria colectiva, las palabras de Moshé siguen resonando: “No sólo con vosotros hago yo este pacto y este juramento, sino también con… los que no están hoy aquí con nosotros.” Cada uno de nosotros es un actor clave en esta historia. Podemos vivirla. Podemos abandonarla. Pero es una elección que no podemos evitar, y que tiene inmensas consecuencias. El futuro del pacto depende de nosotros.


[1] Jonathan Sacks, Radical Then, Radical Now, London: HarperCollins, 2000, (published in North America as A Letter in the Scroll, New York: Free Press, 2000).

[2] This is what R. Elazar of Modiin means in Mishnah Avot 3:15 when he refers to one who “nullifies the covenant of our father Abraham.”


questions spanish table 5783 preguntas paea la mesa de shabat
  1. ¿Qué aspectos de ti estaban predeterminados? ¿Qué aspectos elegiste?
  2. ¿Cómo ves tu papel en la historia eterna del pueblo judío que comenzó hace miles de años?
  3. ¿Por qué crees que la tentación de “ser como las naciones” fue tan fuerte en los días de Babilonia, y sigue siendo fuerte hoy?

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